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La REVOLUCIÓN RUSA: Otra forma de contar SU historia.

La REVOLUCIÓN RUSA:     Otra forma de contar SU historia. LA SITUACIÓN: El movimiento DECEMBRISTA.

A mediados del siglo XIX, económicamente, el país se encontraba en un estado de feudalismo agrario. Las ciudades, aparte de San Petersburgo, Moscú, y algunas otras en el sur, estaban poco desarrolladas. El comercio y, sobre todo, la industria, vegetaban. La verdadera base de la economía era la agricultura, de la que vivía el 95% de la población. Pero la tierra era propiedad del estado y de los grandes terratenientes. Los campesinos sólo eran los siervos de estos señores, quienes poseían verdaderos feudos heredados de sus antepasados, quienes a su vez los habían recibido del soberano, primer propietario, en reconocimiento de los servicios prestados, militares, administrativos y otros. El señor tenía derecho de vida y muerte sobre sus siervos. No sólo les hacía trabajar como esclavos, sino que podía también venderlos, castigarlos, martirizarlos e incluso matarlos, casi sin inconveniente alguno para él. Esta servidumbre de 75 millones de esclavos era la base económica del Estado.

Esta sociedad se componía así: arriba, los amos absolutos; el zar, su numerosa parentela, su corte fastuosa, la nobleza y los magnates de la burocracia, de la casta militar y del clero. Abajo, los esclavos; siervos campesinos y la plebe de las ciudades, sin noción alguna de la vida cívica, sin derechos, sin la menor libertad. La clase media la constituían mercaderes, funcionarios, empleados y artesanos.

El nivel cultural era poco elevado, pero conviene señalar un notable contraste entre la simple población trabajadora, rural y urbana, inculta y miserable, y las clases privilegiadas, cuya educación e instrucción era bastante avanzada.

La servidumbre campesina era la llaga purulenta del país. Hacia finales del siglo XVIII, algunos hombres de carácter noble y elevado protestaron contra este horror, y pagaron cara su audacia. Los campesinos se sublevaban una y otra vez contra sus amos, en numerosas revueltas locales contra tal o cual señor demasiado despótico. En el siglo XVII, la sublevación de S. Razin, y en el XVIII, la de Pugatchev, por su extensión, aunque fracasaron, causaron graves trastornos al gobierno zarista, y casi quebraron todo su sistema. Ambos movimientos espontáneos y sin un objeto, fueron dirigidos, sobre todo, contra los enemigos inmediatos; la nobleza terrateniente, la aristocracia urbana y la administración venal. No fue formulada ninguna idea general para suprimir el sistema social y reemplazarlo por otro más justo y humano. Más adelante el gobierno consiguió, empleando astucia y violencia, con ayuda del clero y otros elementos reaccionarios, subyugar a los campesinos de manera completa, incluso psicológicamente, de tal forma que toda rebelión más o menos vasta resultó durante mucho tiempo casi imposible.

El primer movimiento francamente revolucionario, el de los decembristas (1825), fue dirigido contra el régimen, y su programa iba, en lo social, hasta la abolición de la servidumbre y, en lo político, hasta la instauración de una república o régimen constitucional. Tuvo lugar cuando el emperador Alejandro I murió sin dejar heredero directo. La corona, rechazada por su hermano Constantino, pasó al otro hermano, Nicolás. Dicho movimiento no surgió de las clases oprimidas, sino de los ambientes privilegiados. Los conspiradores, aprovechando los titubeos de la dinastía, ejecutaron sus proyectos preparados desde hacía tiempo, y arrastraron a la rebelión, que estalló en San Petersburgo, a algunos regimientos de la capital y a oficiales del ejército imperial. Fue desbaratada tras un breve combate en la plaza del senado entre los insurrectos y las tropas fieles al gobierno.

El nuevo Zar, Nicolás I, muy impresionado por la rebelión, dirigió en persona la investigación, que fue lo más minuciosa posible. Se indagó, se registró hasta descubrir a los más lejanos y platónicos simpatizantes del movimiento. La represión, en su deseo de ser ejemplar, definitivamente, llegó hasta el colmo de la crueldad. Los cinco principales cabecillas perecieron en el patíbulo, centenares de hombres fueron al presidio o huyeron al exilio.

Este motín del mes de diciembre dio a sus realizadores el nombre de decembristas. Casi todos pertenecían a la nobleza o a otras clases privilegiadas. La mayoría había recibido educación e instrucción superior. Hombres de inteligencia y sensibilidad hicieron suyas las protestas de sus precursores del siglo XVIII, las tradujeron en actos. Uno de sus adictos, Pastel, desarrolló en su programa algunas ideas vagamente socialistas. El célebre poeta Pushkin (nacido en 1799) también fue simpatizante.

Una vez vencida la rebelión, el nuevo emperador Nicolás I, amedrentado, extremó el régimen despótico, burocrático y policial del estado ruso.

EL MOVIMIENTO NIHILISTA - Las reformas de Alejandro II - LOS PRIMEROS GRUPOS SOCIALISTAS.
En un país tan grande y prolífero como Rusia, la juventud era numerosa en todas las capas de la población. ¿Cuál era su mentalidad en general? Aparte de la campesina, las jóvenes generaciones más o menos instruidas profesaban ideas avanzadas. Los jóvenes de mediados del siglo XIX admitían difícilmente la esclavitud de los campesinos. El absolutismo zarista los soliviantaba. El estudio del mundo occidental, que ninguna censura conseguía impedir y proporcionaba el gusto del fruto prohibido, excitó su pensamiento.

En lo económico, el trabajo de los siervos y la ausencia de toda libertad, no respondían ya a las exigencias incipientes de la época.

La intelectualidad, sobre todo la de la juventud, se mostró, hacia fines del reinado de Nicolás I, como teóricamente emancipada y se alzó decidida contra la servidumbre y el absolutismo. Nació la famosa corriente nihilista y, en consecuencia, el agudo conflicto entre los padres, conservadores, y los hijos, resueltamente avanzados, que Turguenev ha descrito, magistralmente, en su novela Padres e Hijos.

El término nihilismo fue introducido en la literatura y luego en la lengua rusa por el célebre novelista Iván Turguenev (1818-1883) a mediados del pasado siglo. Turguenev calificó así a una corriente de ideas, y no a una doctrina, que se manifestó entre los jóvenes intelectuales rusos a fines de 1850, y la palabra entró pronto en circulación. Tuvo esa corriente un carácter esencialmente filosófico y, sobre todo, moral. Su influencia quedó siempre restringida y nunca pasó más allá del intelectualismo. Su actitud fue siempre personal y pacífica, lo que no le impidió estar animada de un gran aliento de rebelión individual, de un sueño de felicidad para toda la humanidad. No se extendió fuera del dominio de la literatura y de las costumbres, ya que ello era imposible bajo el régimen de entonces. Pero no retrocedió ante ninguna de las conclusiones lógicas que formuló y procuró aplicar individualmente como regla de conducta. Emancipación completa del individuo de todo cuanto atente a su independencia o a la libertad de su pensamiento. Tal fue la idea fundamental del nihilismo. Defendía así el derecho del individuo a una entera libertad y a la inviolabilidad de su existencia, para ambos sexos.

A pesar de su carácter esencialmente individual y filosófico, pues defendía la libertad del individuo de una manera abstracta mucho más que contra el despotismo que entonces reinaba, el nihilismo preparó la lucha contra el obstáculo real e inmediato, a favor de una emancipación concreta, política, económica y social. ¿Qué hacer para liberar efectivamente al individuo? El nihilismo se planteó esta interrogante en el terreno de las discusiones puramente ideológicas y en el de las realizaciones morales. La acción inmediata para la emancipación fue planteada por la generación siguiente en el transcurso de los años 1870- 1880. Entonces se formaron en Rusia los primeros grupos revolucionarios y socialistas. La acción comenzó. Pero no tenía nada de común con el nihilismo de antes, cuyo nombre permaneció en lengua rusa como un término histórico y un recuerdo ideológico de los años 1860-1870. Que se llame nihilismo a todo movimiento revolucionario ruso anterior a al bolchevismo y se hable de un partido nihilista, es, pues, un error debido al desconocimiento de la verdadera historia revolucionaria de Rusia.

A partir del año 1860, las reformas se sucedieron a ritmo rápido e ininterrumpido. Las más importantes fueron la abolición de la esclavitud, en 1861, la constitución de tribunales con jurados electos, en 1864, en lugar de los antiguos tribunales de estado, compuestos por funcionarios.

Todas las fuerzas y, en particular, los intelectuales, se precipitaron a una actividad que la nueva situación hacía posible. Las municipalidades se consagraron con mucho ardor a la creación de una extensa red de escuelas primarias de tendencia laica, aunque vigiladas por el gobierno. La enseñanza de la religión era obligatoria, y el pope, en ellas, era importante. Con todo, se beneficiaban de cierta autonomía. El cuerpo docente era reclutado por los consejos urbanos y rurales entre los intelectuales avanzados.

Por importantes que fueran, en relación con la situación anterior, las reformas de Alejandro II no dejaban de ser tímidas y muy incompletas para las aspiraciones de los avanzados y para las verdaderas necesidades del país. Para ser eficientes e infundir al pueblo un verdadero impulso, debieran ser completadas, al menos, por el otorgamiento de algunas libertades y derechos cívicos: libertad de prensa y de palabra, derecho de reunión y de organización, etc., pero en este aspecto nada cambió. La censura apenas fue menos absurda. En el fondo, la prensa y la palabra permanecieron reprimidas. Ninguna libertad fue concedida; la clase obrera naciente no tenía ningún derecho; la nobleza, los propietarios de la tierra y la burguesía continuaron siendo las clases dominantes y, sobre todo, el régimen absolutista se conservó intacto. Por otra parte, fue justamente el miedo a un posible resquebrajamiento lo que, por una parte, incitó a Alejandro II a arrojar al pueblo el hueso de las reformas; pero, por otra, le impidió extenderlas más a fondo. Ellas estuvieron lejos de brindar una satisfacción al pueblo.

Los mejores representantes de la juventud intelectual comprendieron esta situación lamentable, tanto más cuanto que los países occidentales gozaban ya de un régimen político y social relativamente avanzado.

Como de costumbre, desafiando y engañando a la censura (los funcionarios carecían en mucho de instrucción y de inteligencia para comprender la sutilidad y la variedad de los procedimientos), los mejores periodistas de la época, tales como Shernishevsky, que finalmente pagó su audacia con trabajos forzados, lograron propagar las ideas socialistas en los medios intelectuales mediante artículos en revistas, escritos de manera convencional. Ellos instruían así a la juventud, poniéndola regularmente al corriente de los movimientos ideológicos y de los acontecimientos políticos y sociales del exterior.

Es, pues, natural que, alrededor de esos años, se hayan formado grupos clandestinos para luchar activamente contra el régimen abyecto y, ante todo, para extender la idea de la liberación política y social entre las clases laboriosas. Estos grupos se componían de jóvenes de ambos sexos, que se dedicaron enteramente, con gran sacrificio, a la tarea de “despertar la conciencia de las masas trabajadoras”.

EL CÍRCULO TCHAYKOUSKY: Testimonio de KROPOTKIN.

Pedro Kropotkin dice en Memorias de un revolucionario, al explicar los acontecimientos que vivió a su regreso a Rusia, después de haber pasado una temporada en Suiza, donde entró en estrecha relación con las figuras más sobresalientes de la tendencia libertaria de la Internacional de los Trabajadores:

"Poco después de mi regreso, Kelnitz me invitó a ingresar en un círculo, que era conocido entre los jóvenes por el de "Tchaykousky", el cual, bajo este nombre, desempeñó un importante papel en la historia del movimiento social en Rusia, y con el que también pasará a la posteridad. "Sus miembros -me dijo mi amigo- han sido hasta ahora en su mayoría constitucionales; pero son buenas gentes, dispuestas en favor de toda noble idea; tienen muchos amigos en todo el país, y más adelante veréis lo que se puede hacer." Yo ya conocía a Tchaykousky y algunos otros miembros de este círculo. Aquel había ganado mi afecto desde nuestra primera entrevista, permaneciendo nuestra amistad inalterable durante veintisiete años.

"Dicha sociedad empezó por un grupo insignificante de jóvenes de ambos sexos, entre los que se hallaba Sofía Perouskaya, quien entró en él con objeto de perfeccionar y mejorar su educación; y en su seno se encontraba también el amigo antes mencionado. Aquel número limitado de amigos había juzgado, muy cuerdamente, que el desarrollo moral del individuo debe ser la base de toda organización, cualquiera que sea el carácter político que adopte después y el programa de acción que siga en el curso de los futuros acontecimientos. A esto fue debido que el círculo de Tchaykousky, ensanchando gradualmente su campo de operaciones, se extendiera tanto en Rusia y adquiriera tan importantes resultados, y, más tarde, cuando las feroces persecuciones del gobierno crearon una lucha revolucionaria, produjeron esa notable clase de hombres y mujeres que tan gallardamente sucumbieron en la terrible contienda que empeñaron contra la autocracia.

"En esa época, sin embargo -esto es, en el 72-, el círculo no tenía nada de revolucionario. Si se hubiera limitado a no ser nada más que una sociedad de mejoramiento mutuo, pronto se hubiera petrificado como un monasterio. Pero no fue así; sus miembros se dedicaron a un trabajo útil, empezando a distribuir libros buenos. Compraron ediciones enteras de las obras de Lasalle, Berbi (sobre el estado de la clase obrera en Rusia), Marx, libros de historia rusa y otras publicaciones del mismo género, repartiéndolas entre los estudiantes de las provincias. A los pocos años no había población de importancia en "treinta y ocho provincias del imperio ruso", según el lenguaje oficial, donde este círculo no contase con un grupo de compañeros ocupados en la distribución de esa clase de literatura. Gradualmente, siguiendo el impulso general de la época, y estimulado por las noticias que venían de la Europa Occidental referentes al rápido crecimiento del movimiento obrero, él se fue haciendo cada vez más un centro de propaganda socialista entre la juventud ilustrada, y un intermediario natural para los miembros de los círculos provinciales, hasta que llegó un día en que se rompió el hielo que separaba a los estudiantes de los trabajadores, estableciendo relaciones directas entre ambos, lo mismo en San Petersburgo que en algunas provincias. Siendo entonces cuando yo ingresé en dicha agrupación en la primavera de 1872.

"El círculo prefería permanecer siendo un grupo de amigos íntimamente unidos, y jamás encontré en ninguna otra parte tal número de hombres y mujeres superiores como aquellos que conocí al asistir por primera vez al Círculo de Tchayousky, sintiendo una verdadera satisfacción al recordar que fui admitido en su seno.

"Cuando entré de socio en aquel círculo, encontré a sus miembros discutiendo acaloradamente la dirección que debían dar a su actividad. Unos eran partidarios de que se continuara haciendo propaganda radical y socialista entre la juventud ilustrada, en tanto que otros opinaban que el único objeto de este trabajo debería ser el preparar a hombres que fueran capaces de levantar a las grandes e inertes clases trabajadoras, debiendo por consiguiente dedicar todas sus energías a la propaganda entre los campesinos y los obreros de las poblaciones. En todos los círculos y grupos que en aquel tiempo se formaron a centenares en San Petersburgo y en provincias, se discutía el mismo tema, y en todas partes la Segunda proposición prevaleció sobre la primera.

"Si nuestra juventud únicamente hubiera aceptado el socialismo en abstracto, se hubiese dado por satisfecha con una simple declaración de principios, incluyendo, como aspiraciones lejanas, "la posesión en común de los instrumentos de producción". Y con sostener al mismo tiempo alguna clase de agitación política. Muchos socialistas políticos de la clase media en el occidente de Europa y en América se conformaban con seguir tal dirección. Pero nuestra juventud había comprendido el socialismo de otra manera: no eran socialistas teóricos; habían aprendido el socialismo viviendo lo mismo que los trabajadores; no haciendo distinción en "lo tuyo y lo mío" en sus círculos y negándose a gozar en provecho propio las riquezas que heredaron de sus padres. Habían hecho, con relación al capitalismo lo que Tolstoi indica debiera hacerse con respecto a la guerra, cuando aconseja al pueblo que, en vez de criticarla y seguir usando el uniforme militar, se niegue cada uno por su parte a ser soldado y tomar las armas. De igual manera, nuestra juventud rusa de ambos sexos se negaba, individualmente, a aprovecharse con carácter personal de las rentas de sus padres. Este modo de identificarse con el pueblo era, indudablemente, necesario.. Miles y miles de jóvenes, varones y hembras, ya habían abandonado sus hogares, procurando ahora vivir en los pueblos y poblaciones industriales de todos los modos posibles. No era éste un movimiento combinado, sino de carácter general, de esos que ocurren en ciertos periodos de repentino despertar de la conciencia humana. Y ahora que se habían constituido pequeños grupos organizados, dispuestos a intentar un esfuerzo sistemático para difundir ideas de libertad y rebeldía en Rusia, se veían obligados a extender esas ideas entre las masas de los campesinos y los trabajadores de las ciudades. Varios escritores han tratado de explicar este movimiento "hacia el pueblo" por la introducción de influencias extrañas: "los agitadores extranjeros se hallan en todas partes", era una explicación muy generalizada. Verdad es que nuestra juventud oyó la poderosa voz de Bakunin, y que la agitación de la Asociación Internacional de los Trabajadores ejerció en nosotros una influencia fascinadora. Sin embargo, el movimiento tenía un origen mucho más profundo; empezó antes que "los agitadores extranjeros" hablaran a la juventud rusa, y aún con anterioridad a la fundación de la Internacional. Tuvo sus comienzos en los grupos de Karakosoff, en 1866. Turgueneff lo vio venir, y ya en el 59 lo indicó vagamente. Hice cuanto pude por impulsar el movimiento en el Círculo de Tchaykousky; y me favoreció la marea que subía y era infinitamente más poderosa que cualquier esfuerzo individual.

"Hablábamos con frecuencia, como es de suponer, de la necesidad de una agitación política contra nuestro gobierno absoluto. Ya entonces veíamos que los campesinos en masa eran arrastrados a una completa e inevitable ruina por lo absurdo de los impuestos y por la gran insensatez de confiscarles el ganado para cubrir los atrasos. Nosotros, los "visionarios", sentimos aproximarse esa total ruina de toda una población. Sabíamos cómo, en todas direcciones, era el país saqueado del modo más escandaloso, conocíamos y comprobábamos más y más diariamente de que manera los funcionarios públicos despreciaban la ley y la crasa ignorancia que a muchos de ellos caracterizaba. Oíamos continuamente hablar de amigos cuyas casas eran asaltadas durante la noche por la policía, que desaparecían en las prisiones , y que -según después supimos- habían sido transportados, sin formación de causa, a algún oscuro pueblo de alguna remota provincia rusa. Así, comprendíamos, por consiguiente, la necesidad de la lucha política contra tan terrible poder, que trituraba las mejores fuerzas intelectuales de la nación; pero no hallábamos un terreno legal, o semilegal siquiera donde poder dar la batalla.

"La nueva generación, en su conjunto, era considerada como "sospechosa", y la anterior temía tener contacto con ella. Todo joven de tendencias democráticas, toda joven que siguiera un curso de enseñanza superior, era motivo de recelo para la policía de Estado, y denunciado por Kalkoff como un enemigo del Estado. Una muchacha con el cabello corto y lentes azules, o un estudiante que llevase en invierno una manta escocesa en vez de un sobretodo, signos ambos de sencillez nihilista y costumbres democráticas, eran denunciados como "gente de poca confianza". Si la casa donde se hospedaba el estudiante era frecuentemente visitada por sus compañeros, la policía de Estado la registraba periódicamente. Tan corrientes eran estas irrupciones nocturnas en determinados alojamientos de estudiantes, que Kelnitz dijo una vez, con la suave ironía que lo caracterizaba, al oficial de policía encargado del registro: "¿A qué os molestáis en recorrer todos nuestros libros cada vez que venía a hacer un reconocimiento? Con tener una lista de ellos y confrontar los unos con la otra mensualmente, agregando a aquella los títulos de los nuevos, todo estaba terminado." El más pequeño indicio de que se ocupaba de política, bastaba para sacar a un joven de una escuela superior, tenerlo varios meses preso y, por último, mandarlo a alguna remota provincia de los Urales "por tiempo indefinido", como se acostumbraba decir en la jerga burocrática. Aún en la época en que el Círculo de Tchaykousky no hacía más que distribuir libros aprobados por la censura, el amigo que daba el nombre a aquel fue preso dos veces, pasando cuatro o seis meses en prisión, la Segunda en un momento crítico de su carrera de farmacia. Sus investigaciones se habían publicado recientemente en el Boletín de la Academia de Ciencias, disponiéndose a pasar sus exámenes universitarios. Al fin fue puesto en libertad, porque la policía no pudo descubrir suficientes pruebas contra él para aplicarle el destierro a los Urales. "Pero si os volvemos a arrestar otra vez -le dijeron- os enviaremos a Siberia." Era, en verdad, un sueño favorito de Alejandro II el formar en alguna parte de las estepas una población especial guardad a noche y día por patrullas de cosacos, adonde se pudiera mandar a la juventud sospechosa, y constituir con ella una ciudad de diez o veinte mil habitantes. Sólo el temor de lo que semejante centro de población pudiera llegar a ser algún día evitó que llevara a cabo este proyecto verdaderamente asiático.

"Los dos años que pasé en el Círculo de Tchaykousky, antes de que me prendieran, influyeron poderosamente en mi posterior modo de ser y de pensar. Durante estos dos años puede decirse que era vivir a alta presión; era experimentar esa exuberancia de vida en que se siente a cada momento el completo latir de todas las fibras del yo interno, y se tiene conciencia de que vale la pena vivir. Me hallaba como en familia en una asociación de hombres y mujeres tan íntimamente unidos por una aspiración común y tan amplia y delicadamente humanos en sus mutuas relaciones, que no puedo recordar ahora un solo momento en que un pasajero rozamiento viniese a turbar la armonía general. Los que conozcan por experiencia lo que es vivir en el seno de una agitación política, apreciarán el valor de lo manifestado."

Así se formó un vasto movimiento de la juventud intelectual rusa, la cual, y en número considerable, abandonando familia, bienestar y carrera, se lanzó hacia el pueblo, con el fin de contribuir a la comprensión de la realidad social en que vegetaba.

NARODNAIA VOLIA y LA CAMPAÑA TERRORISTA.

Cierta actividad terrorista contra los principales servidores del régimen tomó impulso. Entre 1860 y 1870 se cometieron algunos atentados contra altos funcionarios, incluso los fracasados contra el zar.

El movimiento se frustró. Casi todos los propagandistas fueron descubiertos por la policía, a menudo por indicación de los mismos campesinos, arrestados o enviados a prisión, al exilio o a trabajos forzados. El célebre proceso monstruo de los 193 coronó esta represión.

La juventud, desesperada, formó un grupo que se asignó como misión inmediata el asesinato del zar. Algunas otras razones apoyaban esta decisión. Se trataba de castigar públicamente al hombre que, con sus pretendidas reformas, se burlaba del pueblo. Interesaba también mostrar el engaño ante el pueblo, llamar su atención con un acto resonante, formidable, y demostrarle, con la supresión del zar, la fragilidad, la vulnerabilidad, y el carácter fortuito y pasajero del régimen.

Se esperaba así asestar un golpe definitivo, de una vez por todas, a la leyenda del zar. Algunos iban más lejos y admitían que el asesinato del zar podría servir de punto de partida para una gran revuelta que, en el desorden general, condujera a una revolución y a la caída inmediata del zarismo.

El grupo se denominó Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo). Después de minuciosa preparación, el mismo llevó a cabo su proyecto el 1º de marzo de 1881. El zar Alejandro II fue muerto en San Petersburgo, en una de sus salidas. Dos bombas le arrojaron los terroristas. La primera destruyó la carroza imperial, la segunda le arrancó ambas piernas al emperador, quien murió de inmediato.

El acto no fue comprendido por las masas. Los campesinos apenas leían revistas, ni cosa alguna. Ignorantes, al margen de toda propaganda, estaban fascinados desde hacia más de un siglo por la idea de que el zar quería su bien, pero que únicamente la nobleza se oponía por todos los medios a sus buenas intenciones.

La corte no manifestó tanta desolación. El joven heredero Alejandro, primogénito del emperador asesinado, ascendió inmediatamente al trono. Los jefes del partido Narodnaia Volia, los organizadores y los ejecutores del atentado, fueron rápidamente encontrados, detenidos, juzgados y ejecutados. Uno de ellos, el joven Grinevetsky -quien precisamente había lanzado la segunda bomba decisiva- mortalmente herido él mismo por la metralla, murió casi en el acto. Se colgó a Sofía Perovskaia, Jeliabov, Kibalchich -el famoso teórico del partido, quien fabricó las bombas- , Michailoav y Rysskov.

Medidas persecutorias y de represión, excepcionalmente extensas y severas, redujeron pronto el partido a completa impotencia. Todo volvió al orden.

En esas condiciones, la actividad revolucionaria tenía que renacer, lo que ocurrió en seguida. Pero el aspecto y tendencias de estas actividades se transformaron totalmente bajo la influencia de nuevos factores económicos, sociales y psicológicos.

1905: LA REVOLUCIÓN TOCA LA PUERTA.

A pesar de todos los obstáculos, las ideas socialistas y sus primeros resultados concretos fueron conocidos, estudiados y practicados clandestinamente en Rusia. La literatura legal, por su parte, se ocupaba del socialismo empleando un lenguaje desfigurado. En aquella época reaparecieron las famosas revistas donde colaboraban los mejores periodistas y escritores y en las que regularmente se trataban los problemas sociales, las doctrinas socialistas y los medios de realizarlas.

La importancia de estas publicaciones en la vida cultural del país fue excepcional. Ninguna familia de intelectuales podía prescindir de ellas. En las bibliotecas era preciso inscribirse por anticipado para obtener lo antes posible el número recién aparecido. Más de una generación rusa recibió su educación de aquellas revistas y la completaba con la lectura de toda clase de publicaciones clandestinas. Así fue como la ideología socialista, apoyándose únicamente sobre la acción organizada del proletariado, vino a reemplazar las aspiraciones frustradas de los círculos conspiradores de años anteriores.

A fin de siglo, dos fuerzas claramente caracterizadas se lanzaban la una contra la otra, irreconciliables: la de la vieja reacción, que reunía en torno al trono las altas clases privilegiadas: nobleza, burocracia, terratenientes, militares, clero, burguesía naciente; la otra era la de la joven revolución, representada, en los años 1890-1900 sobre todo por los estudiantes, pero que comenzaba a extenderse entre la juventud obrera de ciudades y regiones industriales.

El absolutismo, en lugar de ir al encuentro de las aspiraciones de la sociedad, decidió mantenerse por cualquier medio y suprimir no sólo todo movimiento revolucionario, sino también toda manifestación opositora. El gobierno de Nicolás II, para desviar el creciente descontento de la población, recurrió a una fuerte propaganda antisemita y luego instigó e incluso organizó las matanzas de judíos.

La situación política, económica y social de la población laboriosa permanecía estable. Expuestos, sin ningún medio de defensa, a la explotación creciente del Estado y de la burguesía, sin derecho alguno a unirse, a entenderse y a hacer valer sus reivindicaciones, a organizarse, a luchar, a declararse en huelga, los obreros continuaban sumidos en la esclavitud.

En el campo, la depauperación y el descontento crecían. Los campesinos -140 millones de hombres, mujeres y niños- eran considerados como ganado humano. Los castigos corporales perduraron, de hecho, hasta 1904, aunque habían sido abolidos por la ley de 1863. Falta de cultura general e instrucción elemental; maquinaria primitiva e insuficiente; carencia de crédito, protección y socorro; impuestos harto elevados; trato arbitrario, despreciativo e implacable por parte de las autoridades y las clases superiores; reducción continua de las parcelas de terreno a consecuencia de divisiones entre los nuevos miembros de las familias; competencia entre los campesinos acomodados y los propietarios de tierras, tales eran las múltiples causas de esa miseria. Incluso la comunidad campesina, el famoso mir, no alcanzaba a mantener a sus miembros. El gobierno de Alejandro III y el de su sucesor, Nicolás II, hicieron lo posible por reducir el mir a una simple unidad administrativa estrechamente vigilada y dirigida a látigo por el estado, útil sobre todo para recoger o, mejor, arrancar por la fuerza los impuestos y los censos.

Desde 1900, a pesar de los esfuerzos de las autoridades, el campo revolucionario se amplió considerablemente. Los motines universitarios y obreros fueron pronto hechos corrientes; las universidades permanecían con frecuencia cerradas durante meses, por causa precisamente de esos motines políticos. Como reacción, los estudiantes, apoyados por los obreros, organizaban ruidosas manifestaciones en las plazas públicas. En San Petersburgo, la plaza de la catedral de Kazán se convirtió en el lugar clásico al que estas manifestaciones populares de estudiantes y obreros se dirigían entonando cantos revolucionarios y llevando a veces banderas rojas desplegadas. El gobierno enviaba allí destacamentos de policía y de cosacos montados, que limpiaba las plazas y calles vecinas a sablazos y latigazos.

La revolución conquista la calle.

De 1901 a 1905, el partido socialista revolucionario realizó varios atentados célebres; en 1902, el estudiante Balmachef asesinó a Sipiagin, ministro del interior; en 1904, otro socialista revolucionario, el estudiante Sazonof, mató a Von Plebe, el famoso y cruel sucesor de Sipiaguin; en 1905, el socialista revolucionario Kaliayef ejecutó al gran duque Sergio, Gobernador de Moscú.

Simultáneamente existía una agitación anarquista bastante débil, casi desconocida por la mayoría de la población; estaba representada por algunos grupos de intelectuales y obreros (y por campesinos del sur) sin un contacto permanente. Había asimismo agrupaciones anarquistas en San Petersburgo y en Moscú; algunas en el mediodía y en el oeste. Su actividad se limitaba a una débil propaganda, por otra parte muy difícil: atentados contra los servidores demasiado adictos al régimen y actos de expropiación individual. La literatura libertaria llegaba clandestinamente desde el extranjero. Se distribuían, sobre todo, los folletos de Kropotkin, quien, obligado a emigrar después de la derrota de Narodnaia Volia, se había establecido en Inglaterra.

El nacimiento de los SOVIETS.

Los socialdemócratas pretenden, a veces, haber sido los verdaderos promotores del primer soviet. Y los bolcheviques se esfuerzan por arrebatarles tal primicia.

Ningún partido, ni organización ni conductor inspiró la idea del primer soviet. Éste surgió espontáneamente como consecuencia de un acuerdo colectivo, en el seno de un pequeño grupo, fortuito y de carácter absolutamente privado. Lenin, en sus obras, y Bujarin en su ABC del Comunismo anotan que los soviets fueron creados espontáneamente por los obreros, dejando suponer que eran bolcheviques o, por lo menos, simpatizantes.

El SOVIET, que es un consejo popular constituido por todos los integrantes de determinada industria, actividad o lugar, no fue creación del bolchevismo, sino que surgió espontáneamente en una asamblea revolucionaria.

(A continuación explica Volin, en primera persona, las circunstancias que rodearon el nacimiento del primer soviet. Los editores de la Enciclopedia Anarquista, seguramente por motivos de espacio, suprimieron una parte previa en la que relata su participación en uno de los mítines del monje Gapón, el célebre agitador que condujo a las multitudes a la catástrofe del histórico domingo sangriento. Jorge Nossar asistió a ese mitin y se interesó por Volin en la forma que se detalla después- Nota de los editores.)

Pasaron unos días y la huelga continuaba casi general en San Petersburgo. Movimiento espontáneo, no fue desencadenado por ningún partido político, ni organismo sindical (no los había entonces en Rusia), ni siquiera por un comité de huelga. Por propia iniciativa las masas obreras abandonaron fábricas y talleres. Los partidos políticos no supieron siquiera aprovechar la ocasión para apoderarse del movimiento, como solían, permaneciendo totalmente al margen.

En mi casa se reunían diariamente una cuarentena de obreros del barrio. La policía nos dejaba momentáneamente tranquilos, guardando, después de los recientes acontecimientos, una misteriosa neutralidad, que nosotros aprovechamos. Tratábamos de hallar medios de obrar. Mis alumnos decidieron, de acuerdo conmigo, liquidar nuestra organización de estudios, adherirse individualmente a los partidos revolucionarios y pasar así a la acción, pues todos considerábamos esos acontecimientos como prolegómenos de una revolución inminente. Una tarde -ocho días después del 9 de enero- llamaron a mi puerta. Estaba solo. Entró un joven alto, de aspecto franco y simpático.

-¿Usted es Volin?- me preguntó. Y ante mi afirmativa, continuó-: Lo busco desde hace tiempo. Ayer, al fin, pude saber su dirección. Soy Jorge Nossar. Pasaré de inmediato al objeto de mi visita. He aquí de qué se trata. Asistí, el 8 de enero, a su lectura de la petición, y pude observar que usted no pertenece a ningún partido político.
-¡Exacto!
-Yo tampoco, pues desconfío de ellos. Soy revolucionario y simpatizo con el movimiento obrero. Pero no conozco a nadie entre los obreros. Cuento, eso sí, con muchísimas relaciones en los medios liberales burgueses opositores. Se me ocurrió entonces una idea. Sé que los obreros, sus mujeres y sus hijos, sufren ya terribles privaciones a causa de la huelga. Los burgueses ricos a quienes conozco no desean nada mejor que socorrer a esos desdichados. En pocas palabras: yo podría recolectar, para los huelguistas, fondos bastante considerables. Se trata de distribuirlos de modo organizado, útil y equitativo. De ahí la necesidad de establecer relaciones con la masa obrera. Y he pensado en usted. ¿No podría, de acuerdo con sus mejores amigos obreros, encargarse de distribuir entre los huelguistas y las familias de las víctimas del 9 de enero, las sumas que yo recolecte?

Acepté al punto. Había entre mis amigos un obrero que podía disponer de la camioneta de su patrono para visitar a los huelguistas y distribuir los socorros.

A la tarde siguiente reuní a mis amigos. Nossar se hallaba presente. Traía ya algunos millares de rublos. Nuestra acción comenzó en seguida. Durante algún tiempo esta tarea absorbía mi jornada. Por la tarde recibía de manos de Nossar, contra recibo, los fondos, y trazaba mi plan de visitas. Al día siguiente, ayudado por mis amigos, distribuía el dinero a los huelguistas. Nossar contrajo así amistad con los obreros que me visitaban.

Mientras, la huelga tocaba a su fin. Todos los días mayores grupos de trabajadores volvían a la labor. Y, al par, los fondos se agotaban. Y la grave interrogante apareció de nuevo: ¿Qué hacer? ¿Cómo proseguir la acción? ¿Y cuál ahora?

La perspectiva de separarnos, sin un intento de continuar en una actividad común, nos parecía penosa y absurda. La decisión que habíamos adoptado de adherirnos individualmente al partido de nuestra elección, no nos satisfacía. Y buscamos otra cosa.

Nossar solía participar en nuestras discusiones. Es así como una tarde, en mi casa, donde se hallaba Nossar y, como siempre, muchos obreros, surgió entre nosotros la idea de crear un organismo obrero permanente, especie de comité, o más bien consejo, que vigilara el desarrollo de los acontecimientos, sirviera de vínculo entre los obreros todos, les informara sobre la situación y, llegado el caso, pudiera reunir en torno a él a las fuerzas obreras revolucionarias.

No recuerdo exactamente cómo se nos ocurrió esa idea pero creo recordar que fueron los obreros mismos quienes la adelantaron.

La palabra soviet, que en ruso significa precisamente consejo, fue pronunciada por vez primera en tal sentido específico. Se trataba, en este primer esbozo, de una suerte de permanente actuación obrera social.

La idea fue aceptada, y en esa reunión misma se trató de establecer las bases de organización y funcionamiento. El proyecto adquirió prontamente cuerpo. Se resolvió llevarlo a conocimiento de los obreros de las grandes fábricas de la capital y proceder a la elección, siempre en la intimidad, de los miembros de este organismo que se llamó, por primera vez, Consejo (soviet) de delegados obreros.

El primer Soviet había nacido.

El soviet de San Petersburgo fue integrado, tiempo después, por otros delegados de fábricas, cuyo número llegó a ser imponente.

Durante algunas semanas el soviet se reunió con bastante regularidad, pública y secretamente. Editó una hoja de información obrera: Noticias (Izvestia) del soviet de los delegados obreros. Al mismo tiempo dirigía el movimiento obrero de la capital. Nossar fue, por poco tiempo, como delegado de este soviet a la ya citada Comisión Chidlovsky. Desilusionado, la abandonó.

Algo más tarde, perseguido por el gobierno, este primer soviet debió cesar casi completamente sus reuniones.

Durante la conmoción revolucionaria de octubre de 1905 el soviet, totalmente reorganizado, volvió a emprender reuniones públicas, y así se le conoció ampliamente. Se explica en parte el error corriente respecto a sus orígenes. Nadie podía saber lo que pasaba en la intimidad de una habitación privada. Nossar probablemente no conversó con nadie al respecto. Por lo menos nunca lo hizo públicamente. De los obreros, ninguno tuvo la idea de ilustrar a la prensa.

Antes de la revolución de 1917, el sindicalismo, excepto para algunos intelectuales eruditos, era totalmente desconocido. Se puede admitir que el soviet, forma rusa de organización obrera, fue prematuramente iniciado en 1905 y reconstituido en 1917, precisamente a causa de la ausencia de la idea del movimiento sindicalista. Si el mecanismo sindical hubiese existido, de él se habría valido el movimiento obrero.

Algunos grupos anarquistas existían en San Petersburgo y Moscú, en el oeste y en el Centro. Los anarquistas de Moscú participaron activamente en los acontecimientos de 1905 y se hicieron notar durante la insurrección armada de diciembre.

1917: EL GRAN ESTALLIDO.

Los doce años que separan la verdadera Revolución de su bosquejo, o la explosión del sacudimiento, no aportaron nada destacado desde el punto de vista revolucionario. Por lo contrario, fue la reacción la que triunfó bien pronto en toda la línea. Hubo, no obstante, algunas huelgas ruidosas y una tentativa de revuelta en la flota del Báltico, en Cronstadt, salvajemente reprimida.

La ausencia de hechos revolucionarios significativos no representó en absoluto la paralización del proceso revolucionario. Éste continuaba trabajando intensamente en los espíritus. Mientras, todos los problemas vitales permanecían sin resolver. El país se encontraba en un callejón sin salida. Una revolución violenta y decisiva se hacía inevitable; sólo faltaban el impulso y las armas. En esas condiciones estalló la guerra de 1914, que ofreció precisamente al pueblo el impulso necesario y las armas indispensables.

En enero de 1917, la situación se hizo insostenible. El caos económico, la miseria del pueblo trabajador y la desorganización social llegaron a tal punto que los habitantes de las grandes ciudades, en Petrogrado especialmente, comenzaron a carecer de combustible, ropa, carne, manteca, azúcar y aún de pan.

En febrero, la situación se agravó. A pesar de los esfuerzos de la Duma, las asambleas provinciales, las municipalidades, los comités y las uniones, no sólo la población de las ciudades se vio ante el hambre, sino que el aprovisionamiento del ejército se hizo muy deficiente. Al mismo tiempo, el desastre militar fue completo.

A fines de febrero, era absoluta y definitivamente imposible, tanto material como moralmente, continuar la guerra. A la población laboriosa le era igualmente imposible procurarse víveres.

El 24 de febrero comenzaron los tumultos en Petrogrado. Provocados sobre todo por la falta de víveres, no parecía que fueran a agravarse. Pero al día siguiente, 25 de febrero de 1917 (calendario antiguo), los acontecimientos se recrudecieron: los obreros de la capital, sintiéndose solidarios con el país entero, en extrema agitación desde semanas, hambrientos, sin pan siquiera, se lanzaron a las calles y se negaron a dispersarse.

El gobierno, imprudente, envió contra los manifestantes policías, destacamentos de tropas a caballo y cosacos. Pero había pocas tropas en Petrogrado, salvo los reservistas poco seguros. Además, los obreros no se amedrentaban y ofrecían a los soldado sus pechos; tomaban a sus hijos en brazos y gritaban: "¡Matadnos, si queréis! ¡Más vale morir de un balazo que de hambre!" Los soldados, con la sonrisa en los labios, trotaban prudentemente entre la muchedumbre, sin usar sus armas, sin escuchar las ordenes de los oficiales, que tampoco insistían. En algunos lugares los soldados confraternizaban con los obreros, llegando hasta a entregarles sus fusiles, apearse y mezclarse con el pueblo. Esta actitud de la policía y las tropas envalentonaba a las masas. No obstante, en ciertos puntos la policía y los cosacos cargaron contra grupos de manifestantes con banderas rojas. Hubo muertos y heridos.

El 26 de febrero por la mañana el gobierno decretó la disolución de la Duma. Fue como la señal, que todos parecían esperar para la acción decisiva. La novedad, conocida en todas partes en seguida, estimuló a la lucha: las manifestaciones se transformaron revolucionariamente. "¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la revolución!", eran los gritos que enardecían a la muchedumbre, que adoptaba sucesivamente una actitud cada vez más decisiva y amenazante.

La lucha fue encarnizada durante todo el 26 de febrero. En muchas partes la policía fue desalojada, sus agentes muertos y sus ametralladoras silenciadas. Pero, a pesar de todo, ella resistía con tenacidad.

El zar, a la sazón en el frente, fue prevenido telegráficamente de la gravedad de los acontecimientos. En la espera, la Duma decidió declararse en sesión permanente y no ceder a las tentativas de su disolución.

La acción decisiva fue el 27 de febrero.

Desde la mañana, regimientos de la guarnición, abandonando toda vacilación, se amotinaron, salieron de sus cuarteles, armas en mano, y ocuparon algunos puntos estratégicos de la ciudad. Rodeados por una muchedumbre delirante, los regimientos, con sus banderas desplegadas, se dirigieron al Palacio Tauride, donde sesionaba la pobre cuarta Duma, y se pusieron a su disposición.

Poco más tarde, los últimos regimientos de la guarnición de Petrogrado y alrededores se sublevaron. El zarismo no tenía más fuerza armada leal en la capital. La población estaba libre. La revolución triunfaba.

Se constituyó un gobierno provisorio, que comprendía miembros influyentes de la Duma, y que fue frenéticamente aclamado por el pueblo.

El interior se plegó entusiasta a la revolución.

Algunas tropas, traídas del frente de batalla, por orden del zar, a la capital rebelde, no pudieron llegar. En las proximidades de la ciudad los ferroviarios se rehusaron a transportarlas y los soldados se indisciplinaron y se pasaron resueltamente a la revolución. Algunos volvieron al frente, otros se dispersaron tranquilamente por el país.

El mismo zar, que se dirigía a la capital por ferrocarril, vio detenerse su tren en la estación de Dno y dar marcha atrás hasta Pskov. Allí fue entrevistado por una delegación de la Duma y por personajes militares plegados a la revolución. Era necesario rendirse ante la evidencia. Después de algunas cuestiones de detalle, Nicolás II firmó su abdicación, por sí y por su hijo Alexis, el 2 de marzo.

Por un momento, el gobierno provisorio pensó en hacer subir al trono al hermano del ex emperador, el gran duque Miguel, pero éste declinó el ofrecimiento y declaró que la suerte del país y de la dinastía debía ser puesta en manos de una Asamblea Constituyente regularmente convocada.

El frente aclamaba la revolución.

El zarismo había caído.

De febrero a octubre: LA REVOLUCIÓN se desliza hacia la IZQUIERDA.

El punto capital a destacar en tales hechos es que la acción de las masas fue espontánea, victoriosa lógica y fatalmente, tras un largo período de experiencias vividas y de preparación moral. No fue organizada ni guiada por ningún partido político. Apoyada por el pueblo en armas (el ejército) triunfó. El elemento de organización debía intervenir, e intervino, inmediatamente después.

Otro punto importante es que, una vez más, el impulso inmediato y concreto fue dado a la revolución por la imposibilidad absoluta para el país de continuar la guerra, imposibilidad que chocaba con la obstinación del gobierno. Esta imposibilidad resultó de la desorganización total, del caos inextricable en que la guerra hundió al país.

El primer gobierno provisorio, esencialmente burgués, quedó, pues, reducido a una impotencia manifiesta, ridícula y mortal. El pobre hacía lo que podía para mantenerse: daba vueltas , se contradecía, se arrastraba. Esperando, arrastraba también los problemas más candentes. La crítica y la cólera general contra este gobierno fantasma adquirían, día a día, más amplitud. Muy pronto la existencia se le tornó imposible. Apenas 60 días después de su solemne instalación, debió ceder su puesto sin lucha, el 6 de mayo, a un gobierno de coalición, con participación socialista, y cuyo miembro más influyente era A. Kerensky, socialista revolucionario muy moderado, más bien independiente.

Es entonces cuando Kerensky, jefe supremo de este tercer y luego de un cuarto gobierno, casi semejante al anterior, se transforma por algún tiempo en conductor, y el partido socialista revolucionario, en estrecha colaboración con los mencheviques, pareció erigirlo definitivamente como jefe de la revolución. Un paso más y el país habría tenido un gobierno socialista capaz de apoyarse sobre fuerzas efectivas: el campesinado, la masa obrera, una gran parte de los intelectuales, los soviets y el ejército. Sin embargo, no sucedió así.

Al llegar al poder, el último gobierno de Kerensky parecía muy fuerte. Y, en efecto, podía llegar a serlo.

A partir del 17 de octubre, el desenlace se aproxima. Las masas están prestas para una nueva revolución, como lo prueban los levantamientos espontáneos desde julio, el ya citado de Petrogrado y los de Kaluga y Kazán y otros de pueblo y de tropa, en diversos puntos.

El partido bolchevique se ve, entonces, ante la posibilidad de apoyarse sobre dos fuerzas efectivas: la confianza de gran parte del pueblo y una fuerte mayoría en el ejército. Así pasa a la acción y prepara febrilmente su batalla decisiva. Su agitación produce efervescencia. Ultima los detalles de la formación de cuadros obreros y militares. Organiza, también, definitivamente, sus propios equipos, y redacta la lista eventual del nuevo gobierno bolchevique con Lenin a la cabeza, quien vigila los acontecimientos de cerca y transmite sus últimas instrucciones. Trotsky, el activo brazo derecho de Lenin, llegado hacia varios meses de Norteamérica, donde residió desde su evasión de Siberia, participa en puesto destacado.

Los socialistas revolucionarios de izquierda actúan de acuerdo con los bolcheviques.

Los anarcosindicalistas y los anarquistas, poco numerosos y mal organizados, pero muy activos también, hacen todo lo que pueden para sostener y alentar la lucha contra Kerensky, no por la conquista del poder, sino por la organización y la colaboración libres.

Conocida la extrema debilidad del gobierno Kerensky y la simpatía de una aplastante mayoría popular, con el apoyo activo de la flota de Cronstadt, siempre a la vanguardia de la revolución, y de gran parte de las tropas de Petrogrado, el Comité Central del partido bolchevique fijó la insurrección para el 25 de octubre. El Congreso panruso de los soviets fue convocado para la misma fecha.

Los miembros del comité central estaban convencidos de que este congreso de mayoría bolchevique y obediente a las directivas del partido, debía proclamar y apoyar la revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerensky. La insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y simultáneamente el congreso de soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron barricadas.

Abandonado por todo el mundo, el gobierno Kerensky, asido a verdaderas quimeras, permanecía en el Palacio de Invierno, defendido por un batallón seleccionado, otro compuesto de mujeres y algunos jóvenes oficiales aspirantes.

BOLCHEVIQUES y ANARQUISTAS.

En el curso de las crisis y de las equivocaciones que se sucedieron hasta los acontecimientos de octubre de 1917, sólo tuvo preeminencia la concepción revolucionaria del bolchevismo. Sin referirnos a la doctrina socialista revolucionaria de izquierda, emparentada a aquél por su carácter político, autoritario, estatal y centralista, ni de algunas otras pequeñas corrientes similares, precisaremos la segunda idea fundamental, la anarquista, dirigida a una franca y total revolución social, que se expandió en el ambiente revolucionario de las masa laboriosas.

Su influencia aumentaba a medida que los acontecimientos se extendían. A fin de 1918, los bolcheviques, que no admitían ninguna crítica y menos todavía una oposición, se inquietaron seriamente. Desde 1919 hasta fin de 1921, debieron sostener una lucha muy seria contra los progresos anarquistas, tan áspera y larga como la llevada contra la reacción.

El bolchevismo en el poder combatió las tendencias anarquistas y anarcosindicalistas, no en el terreno de las experiencias ideológicas o concretas, con una lucha franca y leal, sino con los mismos métodos de represión que empleó contra los reaccionarios: los de la más despiadada violencia. Comenzó por la clausura brutal de locales libertarios, para impedir toda propaganda y actividad; pretendió que la voz de los anarquistas no continuara influyendo en el pueblo, y puesto que, a despecho de tales imposiciones, la idea seguía ganando posiciones, extremaron las medidas violentas; colocaron fuera de la ley a las agrupaciones libertarias, encarcelaron y fusilaron a sus miembros. La lucha desigual entre las dos tendencias, una en el poder, otra frente al poder, se agravó, se extendió y desembocó en ciertas regiones en una verdadera guerra civil. En Ucrania, la rebelión duró más de dos años, obligando a los bolcheviques a movilizar todas sus fuerzas para ahogar la idea anarquista y para aplastar los movimientos populares inspirados por ella.

Así, la lucha entre las dos concepciones de la revolución social y, al mismo tiempo, entre el poder bolchevique y ciertos movimientos defensivos de las masas trabajadoras, fue de gran trascendencia en los acontecimientos de 1919-1921.

Desde octubre de 1917, el conflicto se hizo más agudo y, durante cuatro años, el mismo preocupará al poder bolchevique en las peripecias de la revolución hasta el aplastamiento definitivo, por el ejército rojo, de la corriente libertaria, a fines de 1921.

¿Cuáles fueron las razones fundamentales que permitieron al bolchevismo prevalecer sobre el anarquismo en la Revolución? ¿Cómo apreciar este triunfo?

La diferencia de número y la escasa organización de los anarquistas no bastan para explicar su falta de éxito. En el curso de los acontecimientos su número podía aumentar y su organización mejorar. La sola violencia no es tampoco una explicación suficiente. Si vastas masas hubiesen podido ser ganadas a tiempo por las ideas anarquistas, la violencia no habría podido ejercerse.

Por otra parte, ya se verá, la derrota no es imputable a la idea anarquista como tal ni a la actuación de los libertarios: fue la consecuencia casi ineluctable de un conjunto de hechos independientes de su voluntad o de la bondad de sus ideas.

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Escrito por los anarquistas rusos Voline y Pedro Archinoff.

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