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El País VASCO ¿enfermo?.

El País VASCO ¿enfermo?.

Siglos atrás, Vasconia era una tierra poco poblada, aislada, ligada al reino de Castilla con fuertes vínculos, pero bastante autónoma debido a su posición periférica. Por entonces, no tenía ninguna organización política propia.


Por un lado estaban los señorios, cada cual con su propio régimen. Por otro, un reino mucho mayor llamado NAVARRA, que en su parte norte era vascongado. Finalmente, al otro lado de la frontera, en territorio francés, vivían otros pocos vascos, concentrados en la zona costera y en las faldas de los pirineos occidentales, ocupando el territorio que fue navarro hasta el siglo XVI y que después fue incorporado a la corona francesa.


Hasta el siglo XIX no surgió un movimiento que reclamara la identidad de la tierra vasca como un todo único y diferenciado de los pueblos que la rodean. Al principio, esa reivindicación estuvo unida al carlismo más hispánico, que era un movimiento profundamente conservador, opuesto a los cambios que traían las ideas liberales.


Pero, una vez vencido el carlismo, con su apelación a Dios (al Dios más tradicional) y a los fueros como "ley vieja", el rescoldo de aquellas ideas quedó vivo en la sociedad del norte de España, y sobre todo en la vizcaína, y evolucionó, de la mano de unos pocos ideólogos, hacia un nacionalismo ’bizkaitarra’.

Para los primeros nacionalistas, España no es España. Más bien es Castilla. Esa idea es lógica, porque Castilla y Vasconia, desde muchos siglos atrás, habían sido la misma cosa, y es bien sabido que todo movimiento segregacionista se afirma por oposión a los cercanos.

Castilla es mala, débil, perezosa, ’moderna’, anticlerical, proclive a escuchar a los bárbaros extranjeros que traen doctrinas extrañas y demoníacas (marxismo, liberalismo). Bizkaia (la idea de la ’gran Euskadi’ aún no ha nacido) es buena, noble, fuerte, trabajadora, tradicionalista, respetuosa de todas sus tradiciones, profundamente católica.

El nacionalismo de Arana supone un conservadurismo llevado al extremo, maniqueo y reaccionario.


La creciente industrialización que llegó a las costas de Vizcaya durante el siglo XIX y los comienzos del XX, hizo que el movimiento aranista fraguara entre los sectores más conservadores. Frente a tanto cambio, el ser humano tiende a replegarse en lo propio, porque lo nuevo siempre suscita temores e incertidumbres.

El mundo rural vizcaíno, al que pronto se sumó el guipuzcoano, veía con recelo tanta actividad industrial, a la que se fueron incorporando poco a poco, gentes que venían de fuera, de ’Castilla’, con ideas distintas, menos ancladas en el caserío y la tierra.

La nostalgia del idioma ancestral, ya perdido en las zonas más urbanizadas, de las viejas tradiciones y de la fe religiosa sin fisuras; el miedo al liberalismo y a la relajación de costumbres, unidos al rescoldo que había dejado el carlismo y al movimiento romántico que se imponía en toda Europa, con su gusto por la Edad Media y su tendencia a mitificar el pasado, hicieron el resto.

Surgió una pequeña élite nacionalista que supo abrirse paso, poco a poco, en grupos sociales cada vez mayores.

Después, la guerra civil española fue interpretada en clave nacionalista, como una agresión contra Euskadi perpetrada por una potencia extranjera, y la torpe dictadura que se instauró más tarde, como un instrumento del que se valió el Estado Español para suprimir la lengua y las tradiciones vascas.

No obstante, el mundo real seguía avanzando, y el espíritu emprendedor de numerosos vascos, unido a las facilidades que recibían por parte del Estado, permitió que la industria vizcaína creciera más y más durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Oleadas de inmigrantes llegaron desde las zonas rurales de la España interior.

El choque cultural entre los nuevos vascos y los antiguos fue brutal.

El nacionalismo incipiente vio en los recién llegados (’maketos) unos enviados del poder franquista cuyo objetivo era acabar de una vez por todas con la lengua y la tradición vascas. Lo que hasta el momento había sido un movimiento romántico no demasiado extendido, se consolidó y transformó en algo más profundo. Antifranquismo y nacionalismo se conviertieron en una misma cosa, ayudados por un régimen que, más por ignorancia que por voluntad expresa, ahogaba las manifestaciones culturales, lingüísticas y sociales propias de los vascos. Un régimen que, además, no respetaba los derechos humanos más elementales, aplicando una política uniformizante que no entendía de particularismos.

El odio prendió rápidamente y nació ETA.

Los años sesenta supusieron un salto en el vacío para la sociedad vasca. ETA comenzó a matar, y el nacionalismo, incluso el moderado, recibió esas muertes como una muestra del coraje vasco en la lucha contra el tirano franquista. Para cuando Franco murió, ya había decenas de muertos encima de la mesa.

Una nueva democracia se instauró en España. Se aprobó una amnistía que sacó de la cárcel a todos los presos políticos, incluso a los responsables de hechos violentos. Una Constitución de difícil redacción vino a establecer un régimen de Comunidades Autónomas tan avanzado como el del más descentralizado de los Estados Federales de Europa o América.

Pero ya era tarde. Los vascos estaban divididos entre nacionalistas y no nacionalistas, de una forma irreconciliable. La sociedad se había acostumbrado a convivir con ETA y a mirar para otro lado.

Desde entonces hasta ahora, algunas cosas han cambiado. Dos nuevas generaciones han crecido bajo el imperio del conflicto. Conflicto entre vascos, conflicto entre ideas de Euskadi.

Los nacionalistas hicieron crecer, durante los años del franquismo, toda una ensoñación patriótica que poco a poco se ha ido revelando irrealizable: La gran Euskadi, o ’Euskal Herria’ que englobaría los territorios franceses (Iparralde) y los españoles (Egoalde). Nunca será una realidad. ETA lo ha hecho imposible.

Muchos navarros del centro y de los alrededores de Pamplona-Iruña, que siempre se había considerado "vascos de espíritu", y a la vez españoles, ahora reniegan de su vasquidad y se aferran al sentimiento navarro. Quienes pretendían ganar Navarra para el nacionalismo, la han perdido, no sólo para él, sino incluso para un sencillo sentimiento vasco que la propia Constitución reconoce en los navarros.

Los vascos de Francia, salvo para una minoría radicalizada, huyen despavoridos del nacionalismo, al que relacionan con ETA y la extorsión. Elección tras elección se demuestra que el abertzalismo es testimonial al norte de los Pirineos.

Incluso en Álava-Araba, provincia vasca por los cuatro costados, la reacción frente a la violencia y el sectarismo de ETA ha llevado a actitudes de rechazo hacia el modelo de Euskadi que se les quiere trasladar desde las provincias costeras.

En Vizcaya y, sobre todo, en Guipúzcoa, la estrategia de los radicales sí ha triunfado. Núcleos enteros de población, incluso algunos de mediano tamaño, están dominados por el radicalismo. Allí sí ha tenido éxito la idea de una gran Euskadi, al modo de los mapas del tiempo (climático) que aún exhibe EUSKAL TELEBISTA, con sus territorios extendidos a ambos lados de las montañas...

Paradójicamente, la Euskadi que siente así es muy pequeña, apenas compuesta por tres o cuatro comarcas guipuzcoanas, y por un par de zonas de Vizcaya.

Las ciudades, en cambio, se han mostrado cada vez menos radicales y más abiertas al mundo exterior. En lugares como Bilbao o San Sebastián-Donostia se han dado hechos curiosos: la población ha parecido alejarse, al mismo tiempo, del radicalismo violento y del inmovilismo que, durante los últimos años, ha representado el Partido Popular.

Finalmente, a principios del siglo XXI, tenemos una tierra dividida, casi a partes iguales, entre nacionalistas y no nacionalistas.

Pero la división es más profunda, porque afecta a otras esferas: el mundo rural frente al mundo urbano, y unos territorios históricos (provincias) frente a otros.

El mundo rural es básicamente radical (radicalmente vasquista, en el caso de Guipúzcoa, noroeste de Navarra y Vizcaya, y radicalmente antivasquista, en el caso de la ribera alavesa), mientras que las ciudades son moderadas, predominando en ellas un nacionalismo integrador (Bilbao) o un socialismo abierto (San Sebastián).

Unos territorios históricos son profundamente nacionalistas (Guipúzcoa), otros predominantemente no nacionalistas (Álava), y en Navarra, frente a una mayoría nacionalista y radical que predomina en pequeñas zonas, hay una mayoría no nacionalista que se impone cada vez más en el resto del territorio.

Por último, aunque afortunadamente el terrorismo de ETA ya no tiene la fuerza de hace veinte años, es algo que sigue dividiendo profundamente a la sociedad. Subsisten grupúsculos de considerable fuerza que mantienen su adhesión inquebrantable a la actuación de ETA, consiguiendo aún chantajear y amordazar a la mayoría social que se les opone.

En estas condiciones, el futuro de Euskadi dependerá, básicamente, de los acuerdos que los ciudadanos vascos sepan establecer entre ellos. Porque es en el seno de esa sociedad donde radica el problema.

El conflicto de los vascos no es con España, sino consigo mismos. Con su interpretación de la Historia, con sus diferentes maneras de sentir. Sólo encontrando unos moldes jurídicos mínimos que puedan ser aceptados por todos los vascos, podrá llegarse a una solución. Mientras las posiciones de los unos, sistemáticamente, ignoren a los de los otros, no habrá arreglo posible. Mientras los unos enarbolen la Constitución como norma irreformable, y los otros se empeñen en aprobar ’Planes políticos’ como el del ’lehendakari’ Ibarretxe, que sigue sosteniendo la ensoñación de una Euskal Herria que excluye a quienes no son nacionalistas, no habrá salida.

@torres.

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