Blogia
Brigantium

(1) artículos de opinión.

P. José de El Mundo, Marianín del P.P., las cucarachas y el ácido bórico.

P. José de El Mundo, Marianín del P.P., las cucarachas y el ácido bórico.

En relación con la noticia portada de El Mundo, de P. José, del día de hoy, convendría recordarle a algunos, en primer lugar, que la antisepsia es un método que consiste en combatir los padecimientos infecciosos destruyendo los microbios que lo causan.

 

Dicho lo anterior, conviene añadir, que el boro es un oligoelemento que se encuentra en todas partes del ambiente global, que se ha propuesto, entre otras cosas, para numerosos propósitos medicinales, aunque no hay evidencia concreta para proponerlo en algún otro uso especifico.

 

El ácido bórico, BÓRAX, es un elemento químico compuesto de boro, hidrógeno y oxígeno.

 

El ácido bórico, bórax, es especialmente adecuado para combatir las cucarachas. También hay productos que utilizan este componente para elaborar sustancias destinadas a combatir el olor de los pies; al respecto existe una coplilla popular gallega, que por respeto a las inclinaciones de D. Mariano Rajoy, se reproduce, en castellano, a continuación:

 

Con una hoja de repollo,

se hace caldo para diez,

pero tienes que dormir sólo, …Marianin,

por qué te huelen los pies.

  

¡Ya está bien de ultraderecha, ya está bien, señores del PP.! … utilicemos al ácido bórico para combatir a las cucarachas del PP.

 

Nota: El texto precedente fue publicado por su autor, Antonio Torres , en GALICIADIARIO.COM en el día de hoy.

Sabino ARANA . Si naZZi es, naZZi se queda. (como la mon@)

Sabino ARANA . Si naZZi es,  naZZi se queda. (como la mon@)

Es sorprendente pero cierto. Empezamos el siglo XXI y aún hay quien considera a un racista y precursor de las ideas más contradictorias y opuestas a un sano humanismo como su referencia histórica. Aún hay quien, quizás desorientado por la ignorancia o lo que puede ser peor por la estupidez, permite que se coloque el nombre de Sabino Arana en las calles, al mismo nivel que Ortega y Gasset, Severo Ochoa, Manuel Machado, Azorín, Unamuno y otros. Tiene que ser ignorancia, pues no cabe otra hipótesis, salvo que en su fuero interno acepte las ideas naZZis de las que Sabino ARANA fue agorero.

Si hiciéramos la prueba de quitar las referencias geográficas o etnográficas de los textos de Sabino Arana y preguntásemos a cualquier ciudadano sobre quién pudiera ser el autor de las ideas que pergeñó el diabólico personaje, cualquiera afirmaría que pertenecen a Hitler. Si pusiéramos los textos que escribió este nefando monstruo de la historia junto a los de Sabino Arana, sin citar las fuentes, cualquiera llegaría a la conclusión que han sido redactados por la misma pluma tal cual es su parecido.


Son infinidad los ejemplos, pero veamos alguno a título de mera muestra:


«196.- Si a esta nación latina [España] la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas, como agobie y aflige al ánimo del naufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera.» « 288.- En pueblos tan degenerados como el maketo y maketizado, resulta el universal sufragio un verdadero crimen, un suicidio.»

(De su alma y su pluma).

Sabino Arana fue un racista y también un antiliberal furibundo. No creía en las libertades y mucho menos en la democracia. Se INVENTÓ una nación para impedir que España fuera un país moderno, liberal y democrático.

Sabino Arana pretendía mantener los privilegios del Antiguo Régimen mediante una sociedad de castas basada en la hidalguía universal de los que exigian pruebas de pureza de sangre para acceder a los privilegios de los jauntxos vizcaínos como verdaderos feudales rurales, y someter al resto de la población. Sabino Arana estaba contra la industrialización vizcaína pues ésta traía modernidad y destrucción de las estructuras económicas tradicionales basadas en la unidad de la testa o del caserío y en unas relaciones jerarquizadas en función de la pertenencia a la etnia. Lo triste de esto que visto así resulta tan arcaico y medieval es que el PNV no ha renunciado en el fondo a este ideario político, e incluso lo trata de implantar de forma ADAPTADA a los tiempos presentes.


Un enfoque de las cosas mínimamente civilizado y moderno no puede más que repudiar este modelo de existencia basado en la desigualdad y en la exclusión de todo lo que no tenga que ver con la endogamia y lo retardatario. Una forma moderna de asistir a nuestras realidades presentes no puede asistir impasible ante cosmovisiones totalitarias y contrarias al progreso de la humanidad como las de Sabino Arana y quienes preservan como oro en paño ese enfoque político, que se basa en el dominio de unos SEGMENTOS de POBLACIÓN sobre otros, y no en unas relaciones libres.

Por ello resulta REPUGNANTE que aún se mantengan en nuestras calles, por ejemplo en Barcelona, ciudad cosmopolita y liberal donde las haya, el nombre de un totalitario precursos de las ideas naZZis. Vaya mi desprecio a quienes permiten dicho desmán e insulto al progreso de la humanidad.

Un enfoque de las cosas mínimamente civilizado y moderno no puede más que repudiar este modelo de existencia basado en la desigualdad y en la exclusión de todo lo que no tenga que ver con la endogamia y lo retardatario. Una forma moderna de asistir a nuestras realidades presentes no puede asistir impasible ante y contrarias al progreso de la humanidad como las de Sabino Arana y quienes preservan como oro en paño ese enfoque político, que y no en unas relaciones libres.Por ello que aún se mantengan en nuestras calles, por ejemplo en Barcelona, ciudad cosmopolita y liberal donde las haya, . Vaya mi desprecio a quienes permiten dicho desmán e insulto al progreso de la humanidad.


@ts.

ARANA y HITLER.

ARANA y HITLER.

La cátedra de higiene democrática te encomienda realices los siguientes deberes:

a) Busca las siete diferencias entre los textos que se proponen de dos "egregios" personajes de la historia contemporánea.

b) Reflexión: ¿Tiene algo que envidiarle el fundador del Partido Nacionalista Vasco al creador del Nacional-Socialismo? Razona la respuesta.

c) Encontrar algún cómico personaje de nuestros días que se exprese en términos similares.

1) Los extranjeros podrán establecerse en Bizkaya bajo la tutela de sus respectivos cónsules; pero no podrán naturalizarse en la misma. Respecto de los españoles, las Juntas Generales acordarán si habrían de ser expulsados, no autorizándoseles en los primeros años de independencia la entrada en territorio bizkaino, a fin de borrar más fácilmente toda huella que en el carácter, en las costumbres y en el idioma hubiera dejado su dominación.

2) La ciudadanía bizkaina pertenecerá por derecho natural y tradicional a las familias originarias de Bizkaya, y en general a las de raza euskeriana, por efecto de la confederación; y, por cesión del poder (Juntas Generales) constituido por aquéllas y éstas, y con las restricciones jurídicas y territoriales que señalara, a las familias mestizas euskeriano-extranjeras».

«Si nos dieran a elegir entre una Bizkaya poblada de maketos que sólo hablasen Euzkera y una Bizkaya poblada de bizkainos que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin dubitar esta segunda, porque es preferible la sustancia bizkaina con accidentes exóticos que pudieran eliminarse y sustituirse por los naturales, a una sustancia exótica con propiedades bizkainas que nunca podrán cambiarla.»

Sabino ARANA.


"... Nadie, fuera de los miembros de la nación, podrá ser ciudadano del estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circule la sangre alemana, sea cual fuese su credo religioso, podrá ser miembro de la nación. Por consiguiente, ningún judío será miembro de la nación. Quien no sea ciudadano del estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será como sujeto a leyes extranjeras. (...) Hay que impedir toda inmigración no alemana. Exigimos que se obligue a todo no ario llegado a Alemania a partir de 2 de Agosto de 1.914 a abandonar inmediatamente el territorio nacional. (...) En el caso de cada "súbdito del Estado", habrá de examinarse la raza y la nacionalidad."

Adolf HITLER en "Mein Kampf"


"La fisonomía del bizkaino es inteligente y noble; la del español, inexpresiva y adusta. El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero). El bizkaino es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe. El bizkaino es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras y sabréis que un bizcaino hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos. El bizkaino es laborioso (ved labradas sus montañas hasta la cumbre); el español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de vegetación). El bizkaino es emprendedor (leed la historia y miradlo hoy ocupando elevados y considerados puestos en todas partes... menos en su patria); el español nada emprende, a nada se atreve, para nada vale (examinad el estado de las colonias). El bizkaino no vale para servir, ha nacido para ser señor ("etxejaun"); el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo (pulsad la empleomanía dentro de España, y si vais fuera de ella le veréis ejerciendo los oficios más humildes). El bizkaino degenera en carácter si roza con el extraño; el español necesita de cuando en cuando una invasión extranjera que lo civilice. El bizkaino es caritativo aun para sus enemigos (que lo digan los lisiados epañoles que atestan las romerías del interior y mendigan de caserío en caserío); el español es avaro aun para sus hermanos (testigo, Santander cuando pidió auxilio a las ciudades españolas en la consabida catástrofes). El bizkaino es digno, a veces con exceso, y si cae en la indigencia, capaz de dejarse morir de hambre antes de pedir limosna (preguntádselo a las Conferencias de San Vicente de Paúl); el español es bajo hasta el colmo, y aunque se encuentre sano, prefiere vivir a cuenta del prójimo antes que trabajar (contad, si podéis, los millares de mendigos de profesión que hay en España y sumidlos con los que anualmente nos envían a Euskeria). Interrogad al bizkaino qué es lo que quiere y os dirá "trabajo el día laborable e iglesia y tamboril el día festivo"; haced lo mismo con los españoles y os contestarán pan y toros un día y otro también, cubierto por el manto azul de su puro cielo y calentado al ardiente sol de Marruecos y España. Ved un baile bizkaino presidido por las autoridades eclesiásticas y civil y sentiréis regocijarse el ánimo al son del "txistu", la alboka o la dulzaina y al ver unidos en admirable consorcio el más sencillo candor y la loca más alegría; presenciad un baile español y si nos acusa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago, pero decidnos luego si os ha divertido el espectáculo o más bien os ha producido hastío y tristeza. En romerías de bizkainos rara vez ocurren riñas, y si acaso se inicia alguna reyerta, oiréis sonar una media docena de puñetazos y todo concluído; asistid a una romería española y si no veis brillar la traidora navaja y enrojecerse el suelo, seguros podéis estar de que aquel día el sol ha salido por el Oeste. El aseo del bizkaino es proverbial (recordad que, cuando en la última guerra andaban hasta por Nabarra, ninguna semana les faltaba la muda interior completa que sus madres o hermanas les llevaban recorriendo a pie la distancia); el españo apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año. La familia bizkaina atiende más a la alimentación que al vestido, que aunque limpio siempre es modesto; id a España y veréis familias cuyas hijas no comen en casa más que cebolla, pimientos y tomate crudo, pero en la calle visten sombrero, si bien su ropa interior es "peor menealla". El bizkaino que vive en las montañas, que es el verdadero bizkaino es, por natural carácter, religioso (asistid a una misa por aldea apartada y quedaréis edificados); el español que habita lejos de las poblaciones, o es fanático o es impío (ejemplo de los primeros en cualquier región española; de lo segundo entre los bandidos andaluces, que usan escapulario, y de lo tercero aquí en Bizcaya, en Sestao donde todos los españoles, que no son pocos son librepensadores). Oidle hablar a un bizkaino y escuchareis la más eufónica, moral y culta de las lenguas; oidle a un español y si solo le oís rebuznar podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias. El bizkaino es amante de su familia y su hogar (cuanto a lo primero, sabido es que el adulterio es muy raro en familias no inficionadas de la influencia maketa, esto es, en las familias genuinamente bizkainas; y cuanto a lo segundo, si el bizkaino por su carácter emprendedor se ausenta de su hogar no le pasa día en que no suspire por volver a él); entre los españoles, el adulterio es frecuente así en las clases elevadas como en las humildes, y la afección al hogar es en estas últimas nula porque no la tienen. Por último según la estadística, el noventa y cinco por ciento de los crímenes que se perpetran en Bizkaya se deben a mano española, y de cuatro de los cinco restantes son españoles bizkainos españolizados. Decid, pues, ahora si el bizkaino es español por su tipo, carácter y costumbres".

Sabino ARANA Goiri

(Sabino Arana, "¿Qué somos?". Obras completas. Editorial Sabindiar-Batza. Buenos Aires. 1.965. Páginas 627 y 628)


"Mas la senda que el ario debió pisar estaba trazada con nitidez. Como conquistador destronó a los hombres inferiores, quienes trabajaron desde entonces bajo su dirección, con arreglo a su voluntad y para la satisfacción de sus propósitos. (...) El antípoda del ario es el judío.(...) Nada mueve al judío fuera del más puro interés personal.(...) Porque sea cual fuere la cultura que el judío aparente poseer, ésta será hoy en lo principal, propiedad de otros pueblos, corrompida, eso sí, gracias a sus manejos.(...) Para poder continuar subsistiendo como un parásito dentro de la nación, el judío necesita consagrarse a la tarea de negar su propia naturaleza íntima.(...) La ignorancia exhibida por las muchedumbres con respecto a la verdadera naturaleza del judío, convierte al pueblo en fácil víctima de esta judaica campaña de mentiras".

Adolf HITLER en "Mein Kampf"



«Les aterra el oír que a los maestros maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah, la gente amiga de la paz...! Es la más digna del odio de los patriotas. »

«El roce de nuestro pueblo con el español causa inmediata y necesariamente en nuestra raza ignorancia y extravío de inteligencia, debilidad y corrupción de corazón, apartamiento total, en una palabra, del fin de toda humana sociedad. Y muerto y descompuesto así el carácter moral de nuestro pueblo, ¿qué le importa ya de sus caracteres físicos y políticos?»

Sabino ARANA

Existen en la historia innumerables ejemplos que prueban con alarmante claridad como, cada vez que la sangre aria se mezcla con la de otros pueblos inferiores, la consecuencia fue la destrucción de la raza portaestandarte de la cultura. (...) El ario renuncia a la pureza de su sangre y con ello a permanecer en el edén que había creado para sí mismo. Anegóse en la confusión de las razas y fue perdiendo paulatinamente su capacidad civilizadora hasta que acabó pareciéndose, tanto en la mente como en el cuerpo, mucho más que sus antepasados a la raza aborigen primitivamente subyugada.(...) La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de antiguas civilizaciones.(...) La pérdida de la pureza racial frustra por siempre el destino de una raza.(...) Desde el momento en que la nacionalidad o, por mejor decir, la raza, no es una cuestión de idioma sino de sangre, sólo sera posible hablar de germanización si el proceso pudiese alterar la naturaleza de la sangre de la persona a él sometida.(...) La historia nos demuestra que lo verdaderamente provechoso fue la germanización de la tierra, conquistada por nuestros antepasados por medio de la espada y colonizada por agricultores alemanes. Cada vez que se ha introducido sangre extraña en el cuerpo de nuestra nación, hemos sufrido sus desdichados efectos, consistentes en quebrantar nuestro carácter nacional.(...) Todo cruzamiento de razas provoca tarde o temprano la decadencia del producto híbrido mientras el elemento superior del cruzamiento sobreviva en puridad racial.

Adolf HITLER en "Mein Kampf"


El espíritu "cristiano" de Sabino Arana

« Si a esa nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas, como agobia y aflige al ánimo del náufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera.»

Sabino ARANA.



(c) Recopilación realizada por A. Torres.

Sabino ARANA, católico RACIAL.

Sabino ARANA, católico RACIAL.

Sabino ARANA no se molestó nunca en demostrar sus afirmaciones sobre los vicios de los maquetos, ni sobre las virtudes de los bizkaínos. No era un teórico ni un “historiador filósofo”, como se llamaba a si mismo, pero sí un agitador propagandista, y como tal, le bastaba con la repetición martilleante de sus afirmaciones, dándolas por evidentes, y con los llamamientos a actuar en consecuencia. Los textos aquí citados son sólo una mínima parte de los que podían exponerse, y por lo demás, han sido reproducidos a menudo, tanto por sus adversarios como por sus partidarios. Sus conceptos no son muy católicos, pero en su escrito quizá más teórico, “Efectos de la invasión maketa”, dirigido al clero, combina su racismo y prédica del odio con los intereses de la Iglesia (1)

A su juicio, "entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra amada Patria, ninguna tan terrible y aflictiva (…) como el roce de sus hijos con los hijos de la nación española. Ni la extinción de su lengua, ni el olvido de su historia, ni la pérdida de sus propias y santas tradiciones e imposición de otras extrañas y liberales, ni la misma esclavitud política que hace más de once lustros padece, la equiparan en gravedad y trascendencia". Pues ese roce "causa inmediata y necesariamente en nuestra RAZA ignoracia y extravio de la inteligencia, debilidad y corrupción de corazón, apartamiento total, en suma, del fin de toda humana sociedad".
 
Tan enorme desdicha provenía de que, simplificando, los vascos son católicos en cierto modo por naturaleza, y su conducta e instituciones correspondían a una moralidad elevadísima, aún antes de su conversión a Cristo en siglos pasados. En cambio los maketos…: "El pueblo español, no obstante los largos siglos en que ha gozado de gobierno y legislación católicos, siempre se ha resistido a su benéfica influencia, siempre ha permanecido irreligioso e inmoral". Pintar a España como católica le mueve a indigna irrisión: "¡Católica España! Y ¡afirmarlo ahora que cualquiera sabe leer y cualquiera lee periódicos y libros! (…) No es posible, en breve espacio, mencionar siquiera concisamente, los hechos pasados y presentes que prueban bien a las claras que España, como pueblo o nación, no ha sido antes jamás ni es hoy católica". De ahí el enorme dislate de quienes, como los carlistas, “predican el catolicismo y el españolismo unidos, como si en la práctica fueran compatibles”. La perversidad hispana queda patente por doquier. Olvidando su aserto de que Bolívar —masón— había liberado a América del sur, explica: “Los estados americanos hoy más masonizados en sus ideas y más corrompidos por tanto en sus costumbres, han sido también ¡qué casualidad! posesiones españolas".
 
En los españoles la moral y la religión, nunca aceptadas, han venido "de arriba abajo", del poder al pueblo, mientras que entre los vizcainos había sido el pueblo el que había enseñado e impuesto a los gobernantes las buenas costumbres. El liberalismo no causaba el vicio, incrustado en la naturaleza del maketo como la virtud en la del vasco, pero lo agravaba muchísimo en aquel final de siglo, cuando la antigua y benéfica presión católica desde el poder había cedido a la presión liberal. Y hacía estragos también entre los bizkaínos: "Quiso Castelar oprimir a nuestro clero y sustituir su influencia cristiana con la corruptora de maestros (…) para educar a nuestra juventud en el error y el vicio".


Y aquella chusma había puesto su yugo a los vascos: "Bizkaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica", y "la sociedad euskeriana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está apartada de su fin, está perdiendo a sus hijos, está pecando contra Dios". La raza vasca, "oprimido su espíritu por el extraño, su cuerpo se extenúa, se extingue, perece". Por lo tanto, el grito de independencia "ha resonado por Dios"”, "es la voz de la razón y la justicia". Y concluye: "¿Hay otra causa tan noble y santa como la nuestra?"


Sabino Arana aspiraba a un estado casi teocrático, y, por convicción y por cálculo, entendía bien la gran ventaja de atraerse al clero, tan influyente en la sociedad vasca. Dentro del clero, Arana admiraba en especial a los jesuitas, entre quienes se había educado y en los cuales parece haberse inclinado en su juventud: "Un gran hombre engendró la RAZA vasca: IGNACIO de LOYOLA. Su obra fue aún más grande". La acogida eclesiástica inicial a sus doctrinas fue desfavorable, pero él estaba convencido de que sus promesas de una tierra exenta de liberalismo, socialismo o anarquismo le ganarían a muchos religiosos, vista la amarga sensación de fracaso dejada por la última guerra carlista. Y así iba a ocurrir, pese al fondo paganoide de sus ideas. Un sector muy nutrido del clero vasco iba a tener un papel clave en la propagación y justificación de la doctrina sabiniana. Para muchos curas, los vascos pasaron a ser una especie de pueblo elegido, católico casi por RAZA, oprimido por gentiles difícilmente redimibles.

Ello tenía otro efecto peculiar, pues normalmente en toda España era la influencia cristiana el principal valladar a la expansión de las doctrinas revolucionarias, pero la adopción de la doctrina nacionalista por muchos clérigos debilitaba la oposición a las influencias socialistas entre la masa de los trabajadores.
 
Al lado de la RAZA, aunque sin la importancia de ella, Arana destacaba la LENGUA como elemento distintivo de la nación vasca. El vascuence, en regresión, podía haber sido defendido de forma políticamente más neutra, pero el fundador del PNV convirtió enseguida esa defensa en un nuevo motivo de excitación separatista a los bizkaínos y de ataque a los maketos siempre dispuestos a las peores fechorías. Con lógica algo inconexa lanza avisos como éste: "Olvida esa tu lengua, sí. Pero si el maketo, penetrando en tu casa, te arrebata a tus hijos y tus hijas, para quitar a aquéllos su lozana vida y prostituir a éstas…ya entonces no llores". Denuncia cómo el castellano se habla, sobre todo en Bilbao, "por ser la [lengua] que más se presta para la vida mercantil e industrial, única que absorbe la atención de la metalizada villa", pues los representantes de la cultura bilbaína "no tienen espíritu, sólo estómago". Pero aunque "el euzkera apenas sirve más que para hablar de las labores del campo, encierra en sí elementos abundantísimos que, bien desarrollados, le harían de hecho la lengua más rica del mundo". Con su genio práctico, se aplicó a perfeccionar esos elementos en lo que su capacidad le permitía, fuera poco o mucho.


No obstante, como quedó dicho, el vascuence, "la lengua racial", tiene valor secundario ante la raza, en cuanto rasgo nacional, porque, "la pureza de la raza es como la lengua, uno de los fundamentos del lema vizcaíno, y mientras que la lengua, siempre que haya una buena Gramática y un buen diccionario, puede restaurarse aunque nadie la hable, la RAZA, en cambio, no puede resucitarse una vez perdida". De la lengua podría incluso prescindirse si, por desdicha, los foráneos llegaban a aprenderla. "Tanto están obligados los bizkaínos a hablar su lengua nacional, como a no enseñarla a los maketos o españoles (…) Si nuestros invasores aprendieran el euzkera, tendríamos que abandonar éste". En tal exclusivismo llega e extremos CÓMICOS: "Gran daño hacen a la Patria cien maketos que no saben euskera. Mayor es el que le hace un maketo que lo sepa". "Para nosotros sería la ruina que los maketos residentes en nuestro territorio hablaran euzkera". "Aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un PÉREZ al pie de unos versos euzkéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano, o cuando al leer la lista de marineros náufragos de Vizcaya tropezamos con un apellido maketo".
 
En su misión fundadora o restauradora de las esencias vascas, tal como él las imaginaba —es decir, bastante vagamente, aunque con mucho fervor—, Arana hizo un descubrimiento harto pasmoso: "He aquí un pueblo que, con ser singularísimo entre todos, carece de nombre" en su propio idioma. Existía un nombre tradicional, Euscalerría, o "Euzkelerría", pero, hizo notar el fundador, no servía, porque además de tener demasiadas variantes dialectales, de las cuales él menciona quince, el término definía textualmente sólo a los hablantes del vascuence, y podía aplicarse a los forasteros vascófonos. Así, "un barrio de gitanos euzkeldunes, tales como los hay en Nabarra y Guipúzcoa, es “Euskelerría”, y no lo serían las grandes porciones de población vasca erdelduna que hay en Bizkaya, Alaba y Nabarra".


Esa carencia le llevó a inventar un nuevo término, conservando la raíz "euzko", relacionada a su entender con "eguzki", (“el del sol”), indicativa de procedencia oriental o bien de “veneración al sol como la obra más benéfica del Creador”. Así pues, por una u otra razón, la RAZA vasca de ARANA sería un pueblo "sol" o "solar", idea remitente, una vez más, a su exclusividad y preeminencia.


Para formar una palabra que añadiera a “euzko” la idea de pueblo y tierra, Arana le aportó el sufijo -di, expresivo a su juicio de conjunto y localización, y común a todos los dialectos vascuences. Quedaría "Euzko-di",transformado por una regla fonética en "EUZKADI". Sus adeptos saludaron la invención con júbilo, viendo en él un hallazgo genial, “mágico”, en expresión de Manuel Eguileor, diputado nacionalista en la II República española: “Ahí tienes ahora las palabras de Arana-Goiri tar Sabin, el Maestro: palabras luminosas, tras la ceguera secular de la raza; profundas, como si el silencio racial durante siglos, en este aspecto del propio conocimiento, hubiese sido fructífera meditación; taumatúrgicas, porque levantaron a Euzkadi de su inconsciencia mortífera; creadoras de una nueva vida nacional, al infundir en las entrañas de la raza más vieja de la tierra el anhelo novísimo de supervivencia y renovación; aquel anhelo que se condensa maravillosamente en una sola palabra, la que no acertó a sacar durante cuarenta siglos nuestra raza del fondo de su alma, palabra mágica creada también por el genio inmortal de nuestro Maestro: ¡Euzkadi!”.


Sin embargo la palabra no resultó del todo afortunada, porque el sufijo "DI" se aplica sólo a vegetales, de modo que Euzkadi ha sido tratada, en burla, como “bosque de plantas solares”, siguiendo la etimología de Arana, o como una reducción —involuntaria, y por ello cómica— de los vascos al nivel de vegetales. UNAMUNO, quizá el intelectual vasco más prominente del siglo XX y que ya destacaba cuando Arana inventó el término, lo trata con desprecio: "Ese nombre de Euzkadi, con K y todo, no quiere decir nada en vascuence, ni pasa de ser una invención, bastante caprichosa por cierto, de un improvisado lingüista". Equivaldría a rebautizar España como “Españoleda”, por relación a términos como rosaleda, pereda etc. Unamuno desdeñaba también el uso de la “k”, que, como la palabra Euzkadi, carece de toda tradición y reflejaba a su juicio sólo un esnobismo infantil por distinguirse.

Y tampoco era hacer un gran elogio de las excelencias intelectuales de la raza atribuirle incapacidad, durante tantos siglos, para inventar un término que la identificase. Esa ineptitud no es la única que, paradójicamente, achaca Sabino a sus paisanos. Según él, "el pueblo vasco, ayer libre y feliz, hoy despojado de cuanto constituía su felicidad", llevaba "un siglo entero de españolismo, de degradación, de miseria, de ruina; un siglo de aberraciones, de tinieblas; un siglo de esclavitud". Esto resultaba chocante: ¿cómo podía una raza tan superior someterse a otra tan mísera? La razón sólo podía radicar en alguna debilidad de los propios vascos, como aclara el fundador: "La causa de nuestra vergonzosa esclavitud está en los hijos de nuestra raza misma"; y escribía en 1899: "El carácter de los euskeldunes en nada se asemejará dentro de poco al de nuestros antepasados cuya hombría de bien, cuya sencillez y entereza les constituían en modelo envidiado". Por alguna razón difícil de explicar, los vascos "besan la mano que les azota", y de ser "la raza más altiva del mundo", el bizkaíno habría decaído hasta convertirse en "el hazmerreír del extranjero. Hoy eres su payaso favorito (…) ¿Has olvidado la tradición de tu independencia? ¿Has olvidado la tradición escrita con sangre de tus antepasados?". Sin embargo tales aberraciones venían de muy atrás, al menos desde el siglo IX, según había advertido en el discurso de Larrazábal. "Aun en aquella fecha en que estas provincias vascas eran estados independientes, su lengua oficial era la española (…) Ni entonces los vascos amaban su independencia".

En consecuencia, debía emprenderse una lucha especialmente dura contra los “traidores” y los “maketófilos”, contra quienes orienta con particular irritación el filo de su retórica, y a quienes llega a amenazar: "Esto no debe escribirse con tinta y pluma. Esto lo debiéramos escribir con hierro y sangre". Pues, en definitiva, "la material inmigración del pueblo español en Euskeria ningún daño moral o muy poco considerable acarrearía, en efecto, si el español no fuera recibido acá como conciudadano y hermano, sino como extranjero".


Por desgracia, el número de maketófilos parecía inagotable: "Ni parece que hay maketos y bizcaitarras, sino que todos somos hermanos", o bien "el euskeriano y el maketo. ¿Forman dos bandos contrarios? ¡Cá! Amigos son, se aman como hermanos, sin que haya quien pueda explicar esta unión de dos caracteres tan opuestos, de dos razas tan antagónicas". Él trataba de acabar con tan siniestra fraternidad y "desterrar de nuestra mente y nuestro pecho toda idea y todo afecto españolista", extender el sentimiento de que "pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas (…) el que España prosperara y se engrandeciera". Tarea en verdad ardua, como lamentaba a menudo, pues "el bizkaíno (…) tiene por suyas las glorias patrias de los españoles, por decadencia patria la de España, ríe y se regocija con el español, y con él se entristece, piensa y obra como el español (…) Lo estamos viendo todos los días".



(1) Obviamente, después de la derrota hitleriana, el PNV procura ocultar en lo posible el racismo de su maestro y fundador, alegando que “era un hombre de su tiempo”, una época en que “todo el mundo era racista”. Además incluye sus aisladas denuncias sobre los boers y el trato a los pueblos de color para demostrar su buen espíritu. En realidad, no todo el mundo era racista, él, ARANA, lo era mucho más virulentamente que cualquier otro ideólogo en España., y sus muy ocasionales palabras de compasión se referían a pueblos muy lejanos y en realidad desconocidos de él.

@torres sánchez.

El País VASCO ¿enfermo?.

El País VASCO ¿enfermo?.

Siglos atrás, Vasconia era una tierra poco poblada, aislada, ligada al reino de Castilla con fuertes vínculos, pero bastante autónoma debido a su posición periférica. Por entonces, no tenía ninguna organización política propia.


Por un lado estaban los señorios, cada cual con su propio régimen. Por otro, un reino mucho mayor llamado NAVARRA, que en su parte norte era vascongado. Finalmente, al otro lado de la frontera, en territorio francés, vivían otros pocos vascos, concentrados en la zona costera y en las faldas de los pirineos occidentales, ocupando el territorio que fue navarro hasta el siglo XVI y que después fue incorporado a la corona francesa.


Hasta el siglo XIX no surgió un movimiento que reclamara la identidad de la tierra vasca como un todo único y diferenciado de los pueblos que la rodean. Al principio, esa reivindicación estuvo unida al carlismo más hispánico, que era un movimiento profundamente conservador, opuesto a los cambios que traían las ideas liberales.


Pero, una vez vencido el carlismo, con su apelación a Dios (al Dios más tradicional) y a los fueros como "ley vieja", el rescoldo de aquellas ideas quedó vivo en la sociedad del norte de España, y sobre todo en la vizcaína, y evolucionó, de la mano de unos pocos ideólogos, hacia un nacionalismo ’bizkaitarra’.

Para los primeros nacionalistas, España no es España. Más bien es Castilla. Esa idea es lógica, porque Castilla y Vasconia, desde muchos siglos atrás, habían sido la misma cosa, y es bien sabido que todo movimiento segregacionista se afirma por oposión a los cercanos.

Castilla es mala, débil, perezosa, ’moderna’, anticlerical, proclive a escuchar a los bárbaros extranjeros que traen doctrinas extrañas y demoníacas (marxismo, liberalismo). Bizkaia (la idea de la ’gran Euskadi’ aún no ha nacido) es buena, noble, fuerte, trabajadora, tradicionalista, respetuosa de todas sus tradiciones, profundamente católica.

El nacionalismo de Arana supone un conservadurismo llevado al extremo, maniqueo y reaccionario.


La creciente industrialización que llegó a las costas de Vizcaya durante el siglo XIX y los comienzos del XX, hizo que el movimiento aranista fraguara entre los sectores más conservadores. Frente a tanto cambio, el ser humano tiende a replegarse en lo propio, porque lo nuevo siempre suscita temores e incertidumbres.

El mundo rural vizcaíno, al que pronto se sumó el guipuzcoano, veía con recelo tanta actividad industrial, a la que se fueron incorporando poco a poco, gentes que venían de fuera, de ’Castilla’, con ideas distintas, menos ancladas en el caserío y la tierra.

La nostalgia del idioma ancestral, ya perdido en las zonas más urbanizadas, de las viejas tradiciones y de la fe religiosa sin fisuras; el miedo al liberalismo y a la relajación de costumbres, unidos al rescoldo que había dejado el carlismo y al movimiento romántico que se imponía en toda Europa, con su gusto por la Edad Media y su tendencia a mitificar el pasado, hicieron el resto.

Surgió una pequeña élite nacionalista que supo abrirse paso, poco a poco, en grupos sociales cada vez mayores.

Después, la guerra civil española fue interpretada en clave nacionalista, como una agresión contra Euskadi perpetrada por una potencia extranjera, y la torpe dictadura que se instauró más tarde, como un instrumento del que se valió el Estado Español para suprimir la lengua y las tradiciones vascas.

No obstante, el mundo real seguía avanzando, y el espíritu emprendedor de numerosos vascos, unido a las facilidades que recibían por parte del Estado, permitió que la industria vizcaína creciera más y más durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Oleadas de inmigrantes llegaron desde las zonas rurales de la España interior.

El choque cultural entre los nuevos vascos y los antiguos fue brutal.

El nacionalismo incipiente vio en los recién llegados (’maketos) unos enviados del poder franquista cuyo objetivo era acabar de una vez por todas con la lengua y la tradición vascas. Lo que hasta el momento había sido un movimiento romántico no demasiado extendido, se consolidó y transformó en algo más profundo. Antifranquismo y nacionalismo se conviertieron en una misma cosa, ayudados por un régimen que, más por ignorancia que por voluntad expresa, ahogaba las manifestaciones culturales, lingüísticas y sociales propias de los vascos. Un régimen que, además, no respetaba los derechos humanos más elementales, aplicando una política uniformizante que no entendía de particularismos.

El odio prendió rápidamente y nació ETA.

Los años sesenta supusieron un salto en el vacío para la sociedad vasca. ETA comenzó a matar, y el nacionalismo, incluso el moderado, recibió esas muertes como una muestra del coraje vasco en la lucha contra el tirano franquista. Para cuando Franco murió, ya había decenas de muertos encima de la mesa.

Una nueva democracia se instauró en España. Se aprobó una amnistía que sacó de la cárcel a todos los presos políticos, incluso a los responsables de hechos violentos. Una Constitución de difícil redacción vino a establecer un régimen de Comunidades Autónomas tan avanzado como el del más descentralizado de los Estados Federales de Europa o América.

Pero ya era tarde. Los vascos estaban divididos entre nacionalistas y no nacionalistas, de una forma irreconciliable. La sociedad se había acostumbrado a convivir con ETA y a mirar para otro lado.

Desde entonces hasta ahora, algunas cosas han cambiado. Dos nuevas generaciones han crecido bajo el imperio del conflicto. Conflicto entre vascos, conflicto entre ideas de Euskadi.

Los nacionalistas hicieron crecer, durante los años del franquismo, toda una ensoñación patriótica que poco a poco se ha ido revelando irrealizable: La gran Euskadi, o ’Euskal Herria’ que englobaría los territorios franceses (Iparralde) y los españoles (Egoalde). Nunca será una realidad. ETA lo ha hecho imposible.

Muchos navarros del centro y de los alrededores de Pamplona-Iruña, que siempre se había considerado "vascos de espíritu", y a la vez españoles, ahora reniegan de su vasquidad y se aferran al sentimiento navarro. Quienes pretendían ganar Navarra para el nacionalismo, la han perdido, no sólo para él, sino incluso para un sencillo sentimiento vasco que la propia Constitución reconoce en los navarros.

Los vascos de Francia, salvo para una minoría radicalizada, huyen despavoridos del nacionalismo, al que relacionan con ETA y la extorsión. Elección tras elección se demuestra que el abertzalismo es testimonial al norte de los Pirineos.

Incluso en Álava-Araba, provincia vasca por los cuatro costados, la reacción frente a la violencia y el sectarismo de ETA ha llevado a actitudes de rechazo hacia el modelo de Euskadi que se les quiere trasladar desde las provincias costeras.

En Vizcaya y, sobre todo, en Guipúzcoa, la estrategia de los radicales sí ha triunfado. Núcleos enteros de población, incluso algunos de mediano tamaño, están dominados por el radicalismo. Allí sí ha tenido éxito la idea de una gran Euskadi, al modo de los mapas del tiempo (climático) que aún exhibe EUSKAL TELEBISTA, con sus territorios extendidos a ambos lados de las montañas...

Paradójicamente, la Euskadi que siente así es muy pequeña, apenas compuesta por tres o cuatro comarcas guipuzcoanas, y por un par de zonas de Vizcaya.

Las ciudades, en cambio, se han mostrado cada vez menos radicales y más abiertas al mundo exterior. En lugares como Bilbao o San Sebastián-Donostia se han dado hechos curiosos: la población ha parecido alejarse, al mismo tiempo, del radicalismo violento y del inmovilismo que, durante los últimos años, ha representado el Partido Popular.

Finalmente, a principios del siglo XXI, tenemos una tierra dividida, casi a partes iguales, entre nacionalistas y no nacionalistas.

Pero la división es más profunda, porque afecta a otras esferas: el mundo rural frente al mundo urbano, y unos territorios históricos (provincias) frente a otros.

El mundo rural es básicamente radical (radicalmente vasquista, en el caso de Guipúzcoa, noroeste de Navarra y Vizcaya, y radicalmente antivasquista, en el caso de la ribera alavesa), mientras que las ciudades son moderadas, predominando en ellas un nacionalismo integrador (Bilbao) o un socialismo abierto (San Sebastián).

Unos territorios históricos son profundamente nacionalistas (Guipúzcoa), otros predominantemente no nacionalistas (Álava), y en Navarra, frente a una mayoría nacionalista y radical que predomina en pequeñas zonas, hay una mayoría no nacionalista que se impone cada vez más en el resto del territorio.

Por último, aunque afortunadamente el terrorismo de ETA ya no tiene la fuerza de hace veinte años, es algo que sigue dividiendo profundamente a la sociedad. Subsisten grupúsculos de considerable fuerza que mantienen su adhesión inquebrantable a la actuación de ETA, consiguiendo aún chantajear y amordazar a la mayoría social que se les opone.

En estas condiciones, el futuro de Euskadi dependerá, básicamente, de los acuerdos que los ciudadanos vascos sepan establecer entre ellos. Porque es en el seno de esa sociedad donde radica el problema.

El conflicto de los vascos no es con España, sino consigo mismos. Con su interpretación de la Historia, con sus diferentes maneras de sentir. Sólo encontrando unos moldes jurídicos mínimos que puedan ser aceptados por todos los vascos, podrá llegarse a una solución. Mientras las posiciones de los unos, sistemáticamente, ignoren a los de los otros, no habrá arreglo posible. Mientras los unos enarbolen la Constitución como norma irreformable, y los otros se empeñen en aprobar ’Planes políticos’ como el del ’lehendakari’ Ibarretxe, que sigue sosteniendo la ensoñación de una Euskal Herria que excluye a quienes no son nacionalistas, no habrá salida.

@torres.

18-04-2005, el día después de las elecciones en el PAÍS VASCO.

18-04-2005, el día después de las elecciones en el PAÍS VASCO.

La pérdida de escaños de PNV-EA y la irrupción de EHAK se convirtieron en las dos grandes noticias de la noche electoral en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. La aparición del partido que recoge los votos de la izquierda abertzale aparecía ya de entrada como el factor sorpresa que podía condicionar todos los resultados, pero los 150.188 sufragios ­conseguidos con una infraestructura mínima y sin hacer una campaña al uso­ terminaron por romper todas las quinielas y permiten extraer muchas lecturas.


La más evidente es el fracaso de la política de ilegalización, ya que el nuevo partido había hecho de esta cuestión prácticamente su única bandera electoral, sin presentar más programa que la defensa de todas las opciones pudieran llegar a la Cámara tras el veto impuesto primero a Batasuna y después a Aukera Guztiak.

En segundo lugar, los nueve parlamentarios evidencian el resurgimiento de la izquierda abertzale después de la crisis derivada de la ruptura del proceso de Lizarra-Garazi y que le llevó a tocar fondo el 13 de marzo de 2001. Muestran paralelamente que la propuesta renovada de Anoeta concita un importante apoyo en este sector. Y prueban la cohesión de la izquierda abertzale frente a quienes interpretaban que las siglas de EHAK podían crear recelos a muchos votantes de este espacio.

La izquierda abertzale es la única que sube en votos, ademas del PSE. Euskal Herrialdeetako Alderdi Komunista cosechó ayer 150.188 sufragios frente a los 143.139 de EH hace cuatro años, pero con dos matices muy importantes: por un lado, esta vez tuvo que enfrentarse a una participación notablemente menor (se quedó en un 69% frente al 79% de hace cuatro años); y, por otro, entre medio se ha producido la escisión de Aralar, que ayer ob- tuvo 28.000 apoyos.

La otra cara de la moneda es la de PNV-EA, que se queda en 463.873 votos, muy lejos de los 604.222 acumulados en torno a Juan José Ibarretxe rompiendo todas las marcas en 2001.

En otras palabras, uno de cada cuatro votantes de PNV-EA de hace cuatro años optaron ayer por no acudir a las urnas o pasarse a otras opciones. Es evidente que muchos de los 80.000 votos de la izquierda abertzale que escogieron entonces la papeleta de Ibarretxe ayer retornaron a su espacio natural de procedencia. Falta ver ahora la lectura que hará de ello la coalición, y especialmente el PNV, y si ello conlleva alguna modificación de su estrategia.

El resultado, en cualquier caso, resulta coherente con la trayectoria histórica de estos dos partidos. Lo realmente inhabitual fue lo ocurrido en 2001. La coalición se sitúa en un porcentaje de voto del 38% sobre el total emitido, que supone la media del logrado en la última década y media. Tiene más votos que en 1994, por ejemplo, y los mismos que en 1998, en los comicios post-Lizarra-Garazi.


La otra pata del tripartito, EB, obtuvo también menos votos de los que se preveía. Pierde casi 14.000 votos, lo que supera la cota de merma que cabe imputar a la mayor abstención. EBnunca había tenido tan pocos votos en estas convocatorias (93.000 en 1990, 108.000 en 1994, 71.000 en 1998, y 78.000 en 2001). Queda claro que la participación de Javier Madrazo en el Gobierno de Lakua no ha traído a Ezker Batua ningún empujón añadido.

Aralar es la otra formación que comparecerá por primera vez en la Cámara de Gasteiz junto a EHAK, pero esta vez con únicamente una parlamentaria, la lograda en Gipuzkoa. En Bizkaia y Araba no tuvo opción alguna. Y en términos totales el partido de Patxi Zabaleta no ha logrado un despegue significativo en estos comicios, los primeros de este tipo a los que comparecía. Sus 28.0001 votos doblan casi a los logrados en las elecciones europeas, pero no se acercan siquiera a los de las estatales de 2004, cuando concurrió en compañía de Zutik, que esta vez se ha desentendido.

El panorama de la gobernabilidad queda en términos más o menos similares a los de hace cuatro años, pero con mayores distancias. Salvo que se produjera un vuelco en la política de alianzas por parte de PNV-EA (los sectores más proclives a un acercamiento al PSE pueden plantear algún tipo de batalla a Ibarretxe), la reedición del tripartito se presume como la fórmula más viable. Esa era la apuesta expresa de la coalición durante toda la campaña.


Sin embargo, en esta ocasión el triunvirato dispondrá de un volumen de escaños más precario. Ya no le faltan dos escaños para alcanzar la mayoría absoluta, sino seis. Aralar podría convertirse en un apoyo añadido, pero el voto de Aintzane Ezenarro sería una ayuda muy escasa. EHAK tendrá, pues, la deseada llave que abriría las puertas de la mayoría al tripartito si se apuesta por repetir esta opción. Pero antes hay otro problema: la investidura del nuevo lehendakari.

Se da la circunstancia de que PP y PSOE suman 33 escaños, que son justo los mismos conformados por la presumible entente de PNV-EA-EB-Aralar. Así, en el trámite para nombrar lehendakari se aventura un empate técnico entre Juan José Ibarretxe y Patxi López, el candidato del PSE a quien el PP ya ha anunciado que prestará sus votos incondicionalmente. A los nueve parlamentarios de EHAK les tocará tomar la decisión final. Todo ello siempre que no haya ningún movimiento extraño que ya ha sido descartado de forma expresa por los candidatos: por ejemplo, por Patxi López al afirmar que no será vicelehendakari de Juan José Ibarretxe en ningún caso.

Ante tal panorama, resultó muy significativo que durante la noche de ayer ninguno de los partidos quisiera abordar el debate, y apostara por dar tiempo a un análisis detallado de la situación. Quienes hablaron de acuerdos, además, lo hicieron remarcando que no se deberían limitar a decidir el futuro gobierno, sino que deberían dar pasos hacia la resolución del conflicto a través de la democracia y la paz (como afirmó Arnaldo Otegi en la celebración de la izquierda abertzale) o hacia la «normalización política definitiva» (en palabras de Juan José Ibarretxe). Begoña Errazti (EA)o Javier Madrazo (EB)incidieron en lo mismo. A partir de hoy empezarán a sonar los teléfonos.

@torres.

Constatación del fracaso del Plan Ibarretxe.

Constatación del fracaso del Plan Ibarretxe.

El resultado de las elecciones al Parlamento Vasco, celebradas ayer, demuestra el fracaso del plan Ibarretxe como elemento de enganche del nacionalismo gobernante, dispersa el voto abertzale y permite recuperar posiciones a las formaciones no-nacionalistas. El resultado de las mismas obliga al entendimiento pero, al mismo tiempo, complica la gobernabilidad del país. Frente a la excepcional participación de 2001, la menor afluencia de votantes ayer acabó favoreciendo a una izquierda abertzale revitalizada con la aparición de las siglas EHAK.

El lehendakari Ibarretxe, disolvió la Cámara vasca tras recibir la rotunda negativa de las Cortes Generales a la tramitación de su plan. Es cierto que durante la campaña, Ibarretxe y su partido han mantenido el proyecto de nuevo estatuto para Euskadi en un segundo plano de su mensaje, oculto tras su llamamiento a reunir los votos suficientes para obligar a negociar a Zapatero y a Rajoy. Pero de igual forma que la victoria de 2001 le permitió a Ibarretxe interpretarla como un mandato para la elaboración y tramitación de su plan, parece evidente que los resultados de ayer desautorizan lo anunciado por Ibarretxe respecto a sus propósitos inmediatos. El hecho de que tras forzar al límite los esfuerzos por sacar adelante el plan, Ibarretxe haya obtenido tan exigua renta es el reflejo de dos hechos evidentes: dentro de la comunidad nacionalista han sido las posturas más independentistas las que han capitalizado la efervescencia soberanista, mientras que la actitud supuestamente negociadora del lehendakari no ha cuajado ni un ápice entre los electores no nacionalistas. La fingida centralidad de la que el lehendakari Ibarretxe ha venido haciendo gala ha mostrado su fragilidad, hasta el punto de que resultaría absurdo que él y su partido se empecinaran en atarse a un proyecto naufragado por miedo al vacío.

La situación política resultante se atomiza en la medida en que a las seis opciones electorales que logran representación, y a la luz del propio resultado obtenido, habría que sumarle la actitud que vaya a mantener Eusko Alkartasuna. Pero, además, la decepción que el escrutinio ha debido suscitar en el seno del PNV reabrirá el debate interno. En 2001 la coalición PNV-EA optó por un compañero -Ezker Batua- conformando una alianza tripartita que el propio lehendakari Ibarretxe convirtió en su opción de futuro. Esa opción, que a lo largo de la pasada legislatura y con 36 escaños, resultó insuficiente para garantizar una gobernabilidad estable ha pasado a sumar 32, convirtiéndose en una solución caótica para el gobierno de Euskadi. Ibarretxe, como candidato a lehendakari de la primera fuerza política, deberá asumir el cometido de entablar las negociaciones para la formación del próximo gobierno. Pero el escenario de esa negociación es tan distinto al que él se imaginaba previamente que incluso ha podido erosionar su liderazgo respecto a su partido y a la coalición con EA.

La irrupción de la izquierda abertzale en el Parlamento vasco mediante un procedimiento que sortea los requisitos de la Ley de Partidos constituye una noticia dolorosa, especialmente para quienes de forma más directa han sufrido y continúan padeciendo los efectos del acoso terrorista, e implica un motivo de preocupación en lo que puede representar un factor de recuperación anímica de la trama que rodea al terrorismo etarra. Sin embargo, todo ello no puede negar la otra evidencia: la existencia en Euskadi de 150.000 personas dispuestas a secundar el discurso de la izquierda abertzale, mientras se muestran entre satisfechas e indiferentes respecto al daño que en vidas y en libertad viene causando ETA.

La sociedad vasca y el conjunto de la sociedad española necesitan que las instituciones de Euskadi regresen a la normalidad. Es imprescindible que el País Vasco se dote de una mayoría de gobierno suficiente que cuente con el respaldo necesario para administrar los recursos legales y materiales de la autonomía. Junto a ello, los resultados invitan y obligan a restablecer cauces de entendimiento y consenso que, desde la renuncia a posiciones unilaterales y a la amortización soberanista del Estatuto, exploten las potencialidades que encierra éste. El PNV ha salido de las urnas como el partido llamado a iniciar las gestiones que garanticen la gobernabilidad de Euskadi. Pero es evidente que el escrutinio le obliga a revisar y corregir el rumbo que adoptó hace ya siete años. La opinión pública vasca y el resto de las fuerzas democráticas pueden respetar un tiempo de ’impasse’ para ver hacia dónde encamina sus pasos el PNV. Pero el partido de Imaz e Ibarretxe, de Egibar y Arzalluz no podrá esperar compresión alguna si trata de soslayar las evidencias electorales y continúa por la vía del soberanismo como si aquí no hubiese pasado nada.


@torres.

El control de los MEDIOS de COMUNICACIÓN.

El control de los MEDIOS de COMUNICACIÓN.

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular.


Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados. Quizás esto suene como una concepción anticuada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante. De hecho lo ha sido durante mucho tiempo, no sólo en la práctica sino incluso en el plano teórico. No olvidemos además que tenemos una larga historia, que se remonta a las revoluciones democráticas modernas de la Inglaterra del siglo XVII, que en su mayor parte expresa este punto de vista. En cualquier caso voy a ceñirme simplemente al período moderno y acerca de la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y sobre el modo y el porqué el problema de los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.

PRIMEROS APUNTES HISTÓRICOS DE LA PROPAGANDA.

Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo. Se alcanzó un éxito extraordinario que conduciría a otro mayor todavía: precisamente en aquella época y después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos.



Entre los que participaron activa y entusiásticamente en la guerra de Wilson estaban los intelectuales progresistas, gente del círculo de John Dewey Estos se mostraban muy orgullosos, como se deduce al leer sus escritos de la época, por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir, ellos mismos, eran capaces de convencer a una población reticente de que había que ir a una guerra mediante el sistema de aterrorizarla y suscitar en ella un fanatismo patriotero. Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo. Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra. Y funcionó muy bien, al tiempo que nos enseñaba algo importante: cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme. Fue una lección que ya había aprendido Hitler y muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.

LA DEMOCRACIA DEL ESPECTADOR.

Otro grupo que quedó directamente marcado por estos éxitos fue el formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación, como Walter Lippmann, que era el decano de los periodistas americanos, un importante analista político —tanto de asuntos domésticos como internacionales— así como un extraordinario teórico de la democracia liberal. Si se echa un vistazo a sus ensayos, se observará que están subtitulados con algo así como Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal. Lippmann estuvo vinculado a estas comisiones de propaganda y admitió los logros alcanzados, al tiempo que sostenía que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas de propaganda, la aceptación de algo inicialmente no deseado. También pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo afirmó, los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Esta teoría sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de Dewey— puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general. En realidad, este enfoque se remonta a cientos de años atrás, es también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas. Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos. En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Es posible que haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el poder real: la comunidad de las finanzas. Pero estaremos haciendo lo mismo: conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces de comprender nada por sí mismas.



Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Por supuesto, todo aquel que ponga en circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegemos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes. Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.


Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.


Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y decir Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y hay que quedarse callado y portarse bien, lo que significa que han de hacer lo posible para que penetren en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los intereses de los dueños de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer con maestría esta autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.


Muchos otros han desarrollado este punto de vista, que, de hecho, es bastante convencional. Por ejemplo, él destacado teólogo y crítico de política internacional Reinold Niebuhr, conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea. En la década de los años veinte y principios de la de los treinta, Harold Lasswell, fundador del moderno sector de las comunicaciones y uno de los analistas políticos americanos más destacados, explicaba que no deberíamos sucumbir a ciertos dogmatismos democráticos que dicen que los hombres son los mejores jueces de sus intereses particulares. Porque no lo son. Somos nosotros, decía, los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos, por lo que, precisamente a partir de la moralidad más común, somos nosotros los que tenemos que asegurarnos de que ellos no van a gozar de la oportunidad de actuar basándose en sus juicios erróneos. En lo que hoy conocemos como estado totalitario, o estado militar, lo anterior resulta fácil. Es cuestión simplemente de blandir una porra sobre las cabezas de los individuos, y, si se apartan del camino trazado, golpearles sin piedad. Pero si la sociedad ha acabado siendo más libre y democrática, se pierde aquella capacidad, por lo que hay que dirigir la atención a las técnicas de propaganda. La lógica es clara y sencilla: la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado.

RELACIONES PÚBLICAS.

Los Estados Unidos crearon los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus líderes, su compromiso consistía en controlar la opinión pública. Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y del miedo rojo, y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, obteniéndose grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial a lo largo de la década de 1920. La situación llegó a tal extremo que en la década siguiente los comités del Congreso empezaron a investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la información de que hoy día disponemos.


Las relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año, y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo grandes problemas: una gran depresión unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de organización. En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos tienen que estar atomizados, segregados y solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque en ese caso podrían convertirse en algo más que simples espectadores pasivos.



Efectivamente, si hubiera muchos individuos de recursos limitados que se agruparan para intervenir en el ruedo político, podrían, de hecho, pasar a asumir el papel de participantes activos, lo cual sí sería una verdadera amenaza. Por ello, el poder empresarial tuvo una reacción contundente para asegurarse de que esa había sido la última victoria legislativa de las organizaciones obreras, y de que representaría también el principio del fin de esta desviación democrática de las organizaciones populares. Y funcionó. Fue la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario, y, a partir de ese momento —aunque el número de afiliados a los sindicatos se incrementó durante la Segunda Guerra Mundial, acabada la cual empezó a bajar— la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez menor. Y no por casualidad, ya que estamos hablando de la comunidad empresarial, que está gastando enormes sumas de dinero, a la vez que dedicando todo el tiempo y esfuerzo necesarios, en cómo afrontar y resolver estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la National Association of Manufacturers (Asociación nacional de fabricantes), la Business Roundtable (Mesa redonda de la actividad empresarial), etcétera. Y su principio es reaccionar en todo momento de forma inmediata para encontrar el modo de contrarrestar estas desviaciones democráticas.


La primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los empresarios pusieron a prueba una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los trabajadores, algo que ya no resultaba muy práctico, sino por medio de instrumentos más sutiles y eficientes de propaganda. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros. Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atenían contra el orgullo de América, y hemos de pararles los pies. El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros. Este era, en esencia, el mensaje. Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se conoció como la fórmula Mohawk VaIley, aunque se le denominaba también métodos científicos para impedir huelgas. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién puede estar en contra de esto? O la armonía. ¿Quién puede estar en contra? O, como en la guerra del golfo Pérsico, apoyad a nuestras tropas. ¿Quién podía estar en contra? O los lacitos amarillos. ¿Hay alguien que esté en contra? Sólo alguien completamente necio.

De hecho, ¿qué pasa si alguien le pregunta si da usted su apoyo a la gente de lowa? Se puede contestar diciendo Sí, le doy mi apoyo, o No, no la apoyo. Pero ni siquiera es una pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como Apoyad a nuestras tropas es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa. Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: ¿Apoya usted nuestra política? Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo: ¿Apoya usted nuestra política? Pero sobre esto no se puede hablar. Así que tenemos a todo el mundo discutiendo sobre el apoyo a las tropas: Desde luego, no dejaré de apoyarles. Por tanto, ellos han ganado. Es como lo del orgullo americano y la armonía. Estamos todos juntos, en tomo a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo de cosas.


Todo es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego consiste en algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es decir, intentando inculcar los valores correctos. De hecho, tienen una idea de lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad, mientras que al resto de la población se le priva de toda forma de organización para evitar así los problemas que pudiera causar. La mayoría de los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero en el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer.


Así pues, este es el ideal, para alcanzar el cual se han desplegado grandes esfuerzos. Y es evidente que detrás de él hay una cierta concepción: la de democracia, tal como ya se ha dicho. El rebaño desconcertado es un problema. Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o películas violentas, aunque de vez en cuando se les saque del sopor y se les convoque a corear eslóganes sin sentido, como Apoyad a. nuestras tropas. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.


Esta es una idea de democracia. De hecho, si nos re montamos al pasado, la última victoria legal de los trabajadores fue realmente en 1935, con la Ley Wagner. Después tras el inicio de la Primera Guerra Mundial, los sindicatos entraron en un declive, al igual que lo hizo una rica y fértil cultura obrera vinculada directamente con aquellos. Todo quedó destruido y nos vimos trasladados a una sociedad dominada de manera singular por los criterios empresariales. Era esta la única sociedad industrial, dentro de un sistema capitalista de Estado, en la que ni siquiera se producía el pacto social habitual que se podía dar en latitudes comparables. Era la única sociedad industrial —aparte de Sudáfrica, supongo— que no tenía un servicio nacional de asistencia sanitaria. No existía ningún compromiso para elevar los estándares mínimos de supervivencia de los segmentos de la población que no podían seguir las normas y directrices imperantes ni conseguir nada por sí mismos en el plano individual. Por otra parte, los sindicatos prácticamente no existían, al igual que ocurría con otras formas de asociación en la esfera popular. No había organizaciones políticas ni partidos: muy lejos se estaba, por tanto, del ideal, al menos en el plano estructural. Los medios de información constituían un monopolio corporativizado; todos expresaban los mismos puntos de vista. Los dos partidos eran dos facciones del partido del poder financiero y empresarial. Y así la mayor parte de la población ni tan solo se molestaba en ir a votar ya que ello carecía totalmente de sentido, quedando, por ello, debidamente marginada. Al menos este era el objetivo. La verdad es que el personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, procedía de la Comisión Creel. Formó parte de ella, aprendió bien la lección y se puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo llamó la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la democracia.


Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.

FABRICACIÓN de la OPINIÓN.

También es necesario recabar el apoyo de la población a las aventuras exteriores. Normalmente la gente es pacifista, tal como sucedía durante la Primera Guerra Mundial, ya que no ve razones que justifiquen la actividad bélica, la muerte y la tortura. Por ello, para procurarse este apoyo hay que aplicar ciertos estímulos; y para estimularles hay que asustarles. El mismo Bernays tenía en su haber un importante logro a este respecto, ya que fue el encargado de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en 1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para derribar al gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instalaron en su lugar un régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, que se ha mantenido hasta nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda norteamericana que tienen por objeto evitar algo más que desviaciones democráticas vacías de contenido. En estos casos, es necesario hacer tragar por la fuerza una y otra vez programas domésticos hacia los que la gente se muestra contraria, ya que no tiene ningún sentido que el público esté a favor de programas que le son perjudiciales. Y esto, también, exige una propaganda amplia y general, que hemos tenido oportunidad de ver en muchas ocasiones durante los últimos diez años. Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los votantes de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una proporción de tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales anunciadas. Si tomamos programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en materia de gasto social, etc., prácticamente todos ellos recibían una oposición frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar y articular sus sentimientos, o incluso de saber que había otros que compartían dichos sentimientos, los que decían que preferían el gasto social al gasto militar —y lo expresaban en los sondeos, tal como sucedía de manera generalizada— daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas en la cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era lógico pensar que se trataba de un bicho raro. Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad. De modo que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre, mirando hacia, otro lado, como por ejemplo la final de Copa.



Así pues, hasta cierto punto se alcanzó el ideal, aunque nunca de forma completa, ya que hay instituciones que hasta ahora ha sido imposible destruir: por ejemplo, las iglesias. Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se producía en las iglesias por la sencilla razón de que estas existían. Por ello, cuando había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los casos, no eran organizaciones políticas. Pero las iglesias sí existían, de manera que las charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la solidaridad con Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias, sobre todo porque existían.



El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual la clase especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases acaudaladas privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita y coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio político. Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha dado resultados en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.



Después de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que la enfermedad diera marcha atrás. La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía un nombre técnico: el síndrome de Vietnam, término que surgió en torno a 1970 y que de vez en cuando encuentra nuevas definiciones. El intelectual reaganista Norman Podhoretz habló de élcomo las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Pero resulta que era la mayoría de la gente la que experimentaba dichas inhibiciones contra la violencia, ya que simplemente no entendía por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos. Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda ante estas inhibiciones enfermizas, ya que en ese caso habría un límite a las veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con orgullo el Washington Post durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo Pérsico, es necesario infundir en la gente respeto por los valores marciales. Y eso sí es importante. Si se quiere tener una sociedad violenta que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia. Esto es el síndrome de Vietnam: hay que vencerlo.

LA REPRESENTACIÓN como REALIDAD.

También es preciso falsificar totalmente la historia. Ello constituye otra manera de vencer esas inhibiciones enfermizas, para simular que cuando atacamos y destruimos a alguien lo que estamos haciendo en realidad es proteger y defendernos a nosotros mismos de los peores monstruos y agresores, y cosas por el estilo. Desde la guerra del Vietnam se ha realizado un enorme esfuerzo por reconstruir la historia. Demasiada gente, incluidos gran número de soldados y muchos jóvenes que estuvieron involucrados en movimientos por la paz o antibelicistas, comprendía lo que estaba pasando. Y eso no era bueno. De nuevo había que poner orden en aquellos malos pensamientos y recuperar alguna forma de cordura, es decir, la aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y correcto. Si bombardeábamos Vietnam del Sur, se debía a que estábamos defendiendo el país de alguien, esto es, de los sudvietnamitas, ya que allí no había nadie más. Es lo que los intelectuales kenedianos denominaban defensa contra la agresión interna en Vietnam del Sur, expresión acuñada por Adiai Stevenson, entre otros. Así pues, era necesario que esta fuera la imagen oficial e inequívoca; y ha funcionado muy bien, ya que si se tiene el control absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la intelectualidad son conformistas, puede surtir efecto cualquier política. Un indicio de ello se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico, y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras se veía la televisión. Una de las preguntas de dicho estudio era: ¿Cuantas víctimas vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra del Vietnam? La respuesta promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las cifras oficiales hablan de dos millones, y las reales probablemente sean de tres o cuatro millones. Los responsables del estudio formulaban a continuación una pregunta muy oportuna: ¿Qué pensaríamos de la cultura política alemana si cuando se le preguntara a la gente cuantos judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000? La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos tratar de encontrarla. ¿Qué nos dice todo esto sobre nuestra cultura? Pues bastante: es preciso vencer las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar y a otras desviaciones democráticas. Y en este caso dio resultados satisfactorios y demostró ser cierto en todos los terrenos posibles: tanto si elegimos Próximo Oriente, el terrorismo internacional o Centroamérica. El cuadro del mundo que se presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras. Se ha alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas democráticas, y lo realmente interesante es que ello se ha producido en condiciones de libertad. No es como en un estado totalitario, donde todo se hace por la fuerza. Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad. Por ello, si queremos entender y conocer nuestra sociedad, tenemos que pensar en todo esto, en estos hechos que son importantes para todos aquellos que se interesan y preocupan por el tipo de sociedad en el que viven.

LA CULTURA DISIDENTE.

A pesar de todo, la cultura disidente sobrevivió, y ha experimentado un gran crecimiento desde la década de los sesenta. Al principio su desarrollo era sumamente lento, ya que, por ejemplo, no hubo protestas contra la guerra de Indochina hasta algunos años después de que los Estados Unidos empezaran a bombardear Vietnam del Sur. En los inicios de su andadura era un reducido movimiento contestatario, formado en su mayor parte por estudiantes y jóvenes en general, pero hacia principios de los setenta ya había cambiado de forma notable. Habían surgido movimientos populares importantes: los ecologistas, las feministas, los antinucleares, etcétera. Por otro lado, en la década de 1980 se produjo una expansión incluso mayor y que afectó a todos los movimientos de solidaridad, algo realmente nuevo e importante al menos en la historia de América y quizás en toda la disidencia mundial. La verdad es que estos eran movimientos que no solo protestaban sino que se implicaban a fondo en las vidas de todos aquellos que sufrían por alguna razón en cualquier parte del mundo. Y sacaron tan buenas lecciones de todo ello, que ejercieron un enorme efecto civilizador sobre las tendencias predominantes en la opinión pública americana. Y a partir de ahí se marcaron diferencias, de modo que cualquiera que haya estado involucrado es este tipo de actividades durante algunos años ha de saberlo perfectamente. Yo mismo soy consciente de que el tipo de conferencias que doy en la actualidad en las regiones más reaccionarias del país —la Georgia central, el Kentucky rural— no las podría haber pronunciado, en el momento culminante del movimiento pacifista, ante una audiencia formada por los elementos más activos de dicho movimiento. Ahora, en cambio, en ninguna parte hay ningún problema. La gente puede estar o no de acuerdo, pero al menos comprende de qué estás hablando y hay una especie de terreno común en el que es posible cuando menos entenderse.



A pesar de toda la propaganda y de todos los intentos por controlar el pensamiento y fabricar el consenso, lo anterior constituye un conjunto de signos de efecto civilizador. Se está adquiriendo una capacidad y una buena disposición para pensar las cosas con el máximo detenimiento. Ha crecido el escepticismo acerca del poder.



Han cambiado muchas actitudes hacia un buen número de cuestiones, lo que ha convertido todo este asunto en algo lento, quizá incluso frío, pero perceptible e importante, al margen de si acaba siendo o no lo bastante rápido como para influir de manera significativa en los aconteceres del mundo. Tomemos otro ejemplo: la brecha que se ha abierto en relación al género. A principios de la década de 1960 las actitudes de hombres y mujeres eran aproximadamente las mismas en asuntos como las virtudes castrenses, igual que lo eran las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Por entonces, nadie, ni hombres ni mujeres, se resentía a causa de dichas posturas, dado que las respuestas coincidían: todo el mundo pensaba que la utilización de la violencia para reprimir a la gente de por ahí estaba justificada. Pero con el tiempo las cosas han cambiado. Aquellas inhibiciones han experimentado un crecimiento lineal, aunque al mismo tiempo ha aparecido un desajuste que poco a poco ha llegado a ser sensiblemente importante y que según los sondeos ha alcanzado el 20%. ¿Qué ha pasado? Pues que las mujeres han formado un tipo de movimiento popular semiorganizado, el movimiento feminista, que ha ejercido una influencia decisiva, ya que, por un lado, ha hecho que muchas mujeres se dieran cuenta de que no estaban solas, de que había otras con quienes compartir las mismas ideas, y, por otro, en la organización se pueden apuntalar los pensamientos propios y aprender más acerca de las opiniones e ideas que cada uno tiene. Si bien estos movimientos son en cierto modo informales, sin carácter militante, basados más bien en una disposición del ánimo en favor de las interacciones personales, sus efectos sociales han sido evidentes. Y este es el peligro de la democracia: si se pueden crear organizaciones, si la gente no permanece simplemente pegada al televisor, pueden aparecer estas ideas extravagantes, como las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Hay que vencer estas tentaciones, pero no ha sido todavía posible.

DESFILE de ENEMIGOS.

En vez de hablar de la guerra pasada, hablemos de la guerra que viene, porque a veces es más útil estar preparado para lo que puede venir que simplemente reaccionar ante lo que ocurre. En la actualidad se está produciendo en los Estados Unidos —y no es el primer país en que esto sucede— un proceso muy característico. En el ámbito interno, hay problemas económicos y sociales crecientes que pueden devenir en catástrofes, y no parece haber nadie, de entre los que detentan el poder, que tenga intención alguna de prestarles atención. Si se echa una ojeada a los programas de las distintas administraciones durante los últimos diez años no se observa ninguna propuesta seria sobre lo que hay que hacer para resolver los importantes problemas relativos a la salud, la educación, los que no tienen hogar, los parados, el índice de criminalidad, la delincuencia creciente que afecta a amplias capas de la población, las cárceles, el deterioro de los barrios periféricos, es decir, la colección completa de problemas conocidos. Todos conocemos la situación, y sabemos que está empeorando. Solo en los dos años que George Bush estuvo en el poder hubo tres millones más de niños que cruzaron el umbral de la pobreza, la deuda externa creció progresivamente, los estándares educativos experimentaron un declive, los salarios reales retrocedieron al nivel de finales de los años cincuenta para la gran mayoría de la población, y nadie hizo absolutamente nada para remediarlo. En estas circunstancias hay que desviar la atención del rebaño desconcertado ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. Acaso entretenerles simplemente con la final de Copa o los culebrones no sea suficiente y haya que avivar en él el miedo a los enemigos. En los años treinta Hitler difundió entre los alemanes el miedo a los judíos y a los gitanos: había que machacarles como forma de autodefensa. Pero nosotros también tenemos nuestros métodos. A lo largo de la última década, cada año o a lo sumo cada dos, se fabrica algún monstruo de primera línea del que hay que defenderse. Antes los que estaban más a mano eran los rusos, de modo que había que estar siempre a punto de protegerse de ellos. Pero, por desgracia, han perdido atractivo como enemigo, y cada vez resulta más difícil utilizarles como tal, de modo que hay que hacer que aparezcan otros de nueva estampa. De hecho, la gente fue bastante injusta al criticar a George Bush por haber sido incapaz de expresar con claridad hacia dónde estábamos siendo impulsados, ya que hasta mediados de los años ochenta, cuando andábamos despistados se nos ponía constantemente el mismo disco: que vienen los rusos. Pero al perderlos como encamación del lobo feroz hubo que fabricar otros, al igual que hizo el aparato de relaciones públicas reaganiano en su momento. Y así, precisamente con Bush, se empezó a utilizar a los terroristas internacionales, a los narcotraficantes, a los locos caudillos árabes o a Sadam Husein, el nuevo Hitler que iba a conquistar el mundo. Han tenido que hacerles aparecer a uno tras otro, asustando a la población, aterrorizándola, de forma que ha acabado muerta de miedo y apoyando cualquier iniciativa del poder. Así se han podido alcanzar extraordinarias victorias sobre Granada, Panamá, o algún otro ejército del Tercer Mundo al que se puede pulverizar antes siquiera de tomarse la molestia de mirar cuántos son. Esto da un gran alivio, ya que nos hemos salvado en el último momento.



Tenemos así, pues, uno de los métodos con el cual se puede evitar que el rebaño desconcertado preste atención a lo que está sucediendo a su alrededor, y permanezca distraído y controlado. Recordemos que la operación terrorista internacional más importante llevada a cabo hasta la fecha ha sido la operación Mongoose, a cargo de la administración Kennedy, a partir de la cual este tipo de actividades prosiguieron contra Cuba. Parece que no ha habido nada que se le pueda comparar ni de lejos, a excepción quizás de la guerra contra Nicaragua, si convenimos en denominar aquello también terrorismo. El Tribunal de La Haya consideró que aquello era algo más que una agresión.



Cuando se trata de construir un monstruo fantástico siempre se produce una ofensiva ideológica, seguida de campañas para aniquilarlo. No se puede atacar si el adversario es capaz de defenderse: sería demasiado peligroso. Pero si se tiene la seguridad de que se le puede vencer, quizá se le consiga despachar rápido y lanzar así otro suspiro de alivio.

PERCEPCIÓN SELECTIVA.

Esto ha venido sucediendo desde hace tiempo. En mayo de 1986 se publicaron las memorias del preso cubano liberado Armando Valladares, que causaron rápidamente sensación en los medios de comunicación. Voy a brindarles algunas citas textuales. Los medios informativos describieron sus revelaciones como «el relato definitivo del inmenso sistema de prisión y tortura con el que Castro castiga y elimina a la oposición política». Era «una descripción evocadora e inolvidable» de las «cárceles bestiales, la tortura inhumana [y] el historial de violencia de estado [bajo] todavía uno de los asesinos de masas de este siglo», del que nos enteramos, por fin, gracias a este libro, que «ha creado un nuevo despotismo que ha institucionalizado la tortura como mecanismo de control social» en el «infierno que era la Cuba en la que [Valladares] vivió». Esto es lo que apareció en el Washington Post y el New York Times en sucesivas reseñas. Las atrocidades de Castro —descrito como un «matón dictador»— se revelaron en este libro de manera tan concluyente que «solo los intelectuales occidentales fríos e insensatos saldrán en defensa del tirano», según el primero de los diarios citados. Recordemos que estamos hablando de lo que le ocurrió a un hombre. Y supongamos que todo lo que se dice en el libro es verdad. No le hagamos demasiadas preguntas al protagonista de la historia. En una ceremonia celebrada en la Casa Blanca con motivo del Día de los Derechos Humanos, Ronald Reagan destacó a Armando Valladares e hizo mención especial de su coraje al soportar el sadismo del sangriento dictador cubano. A continuación, se le designó representante de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Allí tuvo la oportunidad de prestar notables servicios en la defensa de los gobiernos de El Salvador y Guatemala en el momento en que estaban recibiendo acusaciones de cometer atrocidades a tan gran escala que cualquier vejación que Valladares pudiera haber sufrido tenía que considerarse forzosamente de mucha menor entidad. Así es como están las cosas.



La historia que viene ahora también ocurría en mayo de 1986, y nos dice mucho acerca de la fabricación del consenso. Por entonces, los supervivientes del Grupo de Derechos Humanos de El Salvador —sus líderes habían sido asesinados— fueron detenidos y torturados, incluyendo al director, Herbert Anaya. Se les encarceló en una prisión llamada La Esperanza, pero mientras estuvieron en ella continuaron su actividad de defensa de los derechos humanos, y, dado que eran abogados, siguieron tomando declaraciones juradas. Había en aquella cárcel 432 presos, de los cuales 430 declararon y relataron bajo juramento las torturas que habían recibido: aparte de la picana y otras atrocidades, se incluía el caso de un interrogatorio, y la tortura consiguiente, dirigido por un oficial del ejército de los Estados Unidos de uniforme, al cual se describía con todo detalle. Ese informe —160 páginas de declaraciones juradas de los presos— constituye un testimonio extraordinariamente explícito y exhaustivo, acaso único en lo referente a los pormenores de lo que ocurre en una cámara de tortura. No sin dificultades se consiguió sacarlo al exterior, junto con una cinta de vídeo que mostraba a la gente mientras testificaba sobre las torturas, y la Marin County Interfaith Task Force (Grupo de trabajo multiconfesional Marin County) se encargó de distribuirlo. Pero la prensa nacional se negó a hacer su cobertura informativa y las emisoras de televisión rechazaron la emisión del vídeo. Creo que como mucho apareció un artículo en el periódico local de Marin County, el San Francisco Examiner. Nadie iba a tener interés en aquello. Porque estábamos en la época en que no eran pocos los intelectuales insensatos y ligeros de cascos que estaban cantando alabanzas a José Napoleón Duarte y Ronald Reagan.



Anaya no fue objeto de ningún homenaje. No hubo lugar para él en el Día de los Derechos Humanos. No fue elegido para ningún cargo importante. En vez de ello fue liberado en un intercambio de prisioneros y posteriormente asesinado, al parecer por las fuerzas de seguridad siempre apoyadas militar y económicamente por los Estados Unidos. Nunca se tuvo mucha información sobre aquellos hechos: los medios de comunicación no llegaron en ningún momento a preguntarse si la revelación de las atrocidades que se denunciaban —en vez de mantenerlas en secreto y silenciarlas— podía haber salvado su vida.



Todo lo anterior nos enseña mucho acerca del modo de funcionamiento de un sistema de fabricación de consenso. En comparación con las revelaciones de Herbert Anaya en El Salvador, las memorias de Valladares son como una pulga al lado de un elefante. Pero no podemos ocuparnos de pequeñeces, lo cual nos conduce hacia la próxima guerra. Creo que cada vez tendremos más noticias sobre todo esto, hasta que tenga lugar la operación siguiente.



Solo algunas consideraciones sobre lo último que se ha dicho, si bien al final volveremos sobre ello. Empecemos recordando el estudio de la Universidad de Massachusetts ya mencionado, ya que llega a conclusiones interesantes. En él se preguntaba a la gente si creía que los Estados Unidos debía intervenir por la fuerza para impedir la invasión ilegal de un país soberano o para atajar los abusos cometidos contra los derechos humanos. En una proporción de dos a uno la respuesta del público americano era afirmativa. Había que utilizar la fuerza militar para que se diera marcha atrás en cualquier caso de invasión o para que se respetaran los derechos humanos. Pero si los Estados Unidos tuvieran que seguir al pie de la letra el consejo que se deriva de la citada encuesta, habría que bombardear El Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo, Washington, y una lista interminable de países, ya que todos ellos representan casos manifiestos, bien de invasión ilegal, bien de violación de derechos humanos. Si uno conoce los hechos vinculados a estos ejemplos, comprenderá perfectamente que la agresión y las atrocidades de Sadam Husein —que tampoco son de carácter extremo— se incluyen claramente dentro de este abanico de casos. ¿Por qué, entonces, nadie llega a esta conclusión? La respuesta es que nadie sabe lo suficiente. En un sistema de propaganda bien engrasado nadie sabrá de qué hablo cuando hago una lista como la anterior. Pero si alguien se molesta en examinarla con cuidado, verá que los ejemplos son totalmente apropiados.


Tomemos uno que, de forma amenazadora, estuvo a punto de ser percibido durante la guerra del Golfo. En febrero, justo en la mitad de la campaña de bombardeos, el gobierno del Líbano solicitó a Israel que observara la resolución 425 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de marzo de 1978, por la que se le exigía que se retirara inmediata e incondicionalmente del Líbano. Después de aquella fecha ha habido otras resoluciones posteriores redactadas en los mismos términos, pero desde luego Israel no ha acatado ninguna de ellas porque los Estados Unidos dan su apoyo al mantenimiento de la ocupación. Al mismo tiempo, el sur del Líbano recibe las embestidas del terrorismo del estado judío, y no solo brinda espacio para la ubicación de campos de tortura y aniquilamiento sino que también se utiliza como base para atacar a otras partes del país. Desde 1978, fecha de la resolución citada, el Líbano fue invadido, la ciudad de Beirut sufrió continuos bombardeos, unas 20.000 personas murieron —en torno al 80% eran civiles—, se destruyeron hospitales, y la población tuvo que soportar todo el daño imaginable, incluyendo el robo y el saqueo. Excelente... los Estados Unidos lo apoyaban. Es solo un ejemplo. La cuestión está en que no vimos ni oímos nada en los medios de información acerca de todo ello, ni siquiera una discusión sobre si Israel y los Estados Unidos deberían cumplir la resolución 425 del Consejo de Seguridad, o cualquiera de las otras posteriores, del mismo modo que nadie solicitó el bombardeo de Tel Aviv, a pesar de los principios defendidos por dos tercios de la población. Porque, después de todo, aquello es una ocupación ilegal de un territorio en el que se violan los derechos humanos. Solo es un ejemplo, pero los hay incluso peores. Cuando el ejército de Indonesia invadió Timor Oriental dejó un rastro de 200.000 cadáveres, cifra que no parece tener importancia al lado de otros ejemplos. El caso es que aquella invasión también recibió el apoyo claro y explícito de los Estados Unidos, que todavía prestan al gobierno indonesio ayuda diplomática y militar. Y podríamos seguir indefinidamente.

LA GUERRA del GOLFO.

Veamos otro ejemplo mas reciente. Vamos viendo cómo funciona un sistema de propaganda bien engrasado. Puede que la gente crea que el uso de la fuerza contra Iraq se debe a que América observa realmente el principio de que hay que hacer frente a las invasiones de países extranjeros o a las transgresiones de los derechos humanos por la vía militar, y que no vea, por el contrario, qué pasaría si estos principios fueran también aplicables a la conducta política de los Estados Unidos. Estamos antes un éxito espectacular de la propaganda.



Tomemos otro caso. Si se analiza detenidamente la cobertura periodística de la guerra desde el mes de agosto (1990), se ve, sorprendentemente, que faltan algunas opiniones de cierta relevancia. Por ejemplo, existe una oposición democrática iraquí de cierto prestigio, que, por supuesto, permanece en el exilio dada la quimera de sobrevivir en Iraq. En su mayor parte están en Europa y son banqueros, ingenieros, arquitectos, gente así, es decir, con cierta elocuencia, opiniones propias y capacidad y disposición para expresarlas. Pues bien, cuando Sadam Husein era todavía el amigo favorito de Bush y un socio comercial privilegiado, aquellos miembros de la oposición acudieron a Washington, según las fuentes iraquíes en el exilio, a solicitar algún tipo de apoyo a sus demandas de constitución de un parlamento democrático en Iraq. Y claro, se les rechazó de plano, ya que los Estados Unidos no estaban en absoluto interesados en lo mismo. En los archivos no consta que hubiera ninguna reacción ante aquello.



A partir de agosto fue un poco más difícil ignorar la existencia de dicha oposición, ya que cuando de repente se inició el enfrentamiento con Sadam Husein después de haber sido su más firme apoyo durante años, se adquirió también conciencia de que existía un grupo de demócratas iraquíes que seguramente tenían algo que decir sobre el asunto. Por lo pronto, los opositores se sentirían muy felices si pudieran ver al dictador derrocado y encarcelado, ya que había matado a sus hermanos, torturado a sus hermanas y les había mandado a ellos mismos al exilio. Habían estado luchando contra aquella tiranía que Ronald Reagan y George Bush habían estado protegiendo. ¿Por qué no se tenía en cuenta, pues, su opinión? Echemos un vistazo a los medios de información de ámbito nacional y tratemos de encontrar algo acerca de la oposición democrática iraquí desde agosto de 1990 hasta marzo de 1991: ni una línea. Y no es a causa de que dichos resistentes en el exilio no tengan facilidad de palabra, ya que hacen repetidamente declaraciones, propuestas, llamamientos y solicitudes, y, si se les observa, se hace difícil distinguirles de los componentes del movimiento pacifista americano. Están contra Sadam Husein y contra la intervención bélica en Iraq. No quieren ver cómo su país acaba siendo destruido, desean y son perfectamente conscientes de que es posible una solución pacífica del conflicto. Pero parece que esto no es políticamente correcto, por lo que se les ignora por completo. Así que no oímos ni una palabra acerca de la oposición democrática iraquí, y si alguien está interesado en saber algo de ellos puede comprar la prensa alemana o la británica. Tampoco es que allí se les haga mucho caso, pero los medios de comunicación están menos controlados que los americanos, de modo que, cuando menos, no se les silencia por completo.


Lo descrito en los párrafos anteriores ha constituido un logro espectacular de la propaganda. En primer lugar, se ha conseguido excluir totalmente las voces de los demócratas iraquíes del escenario político, y, segundo, nadie se ha dado cuenta, lo cual es todavía más interesante. Hace falta que la población esté profundamente adoctrinada para que no haya reparado en que no se está dando cancha a las opiniones de la oposición iraquí, aunque, caso de haber observado el hecho, si se hubiera formulado la pregunta ¿por qué?, la respuesta habría sido evidente: porque los demócratas iraquíes piensan por sí mismos; están de acuerdo con los presupuestos del movimiento pacifista internacional, y ello les coloca en fuera de juego.


Veamos ahora las razones que justificaban la guerra. Los agresores no podían ser recompensados por su acción, sino que había que detener la agresión mediante el recurso inmediato a la violencia: esto lo explicaba todo. En esencia, no se expuso ningún otro motivo. Pero, ¿es posible que sea esta una explicación admisible? ¿Defienden en verdad los Estados Unidos estos principios: que los agresores no pueden obtener ningún premio por su agresión y que esta debe ser abortada mediante el uso de la violencia? No quiero poner a prueba la inteligencia de quien me lea al repasar los hechos, pero el caso es que un adolescente que simplemente supiera leer y escribir podría rebatir estos argumentos en dos minutos. Pero nunca nadie lo hizo. Fijémonos en los medios de comunicación, en los comentaristas y críticos liberales, en aquellos que declaraban ante el Congreso, y veamos si había alguien que pusiera en entredicho la suposición de que los Estados Unidos era fiel de verdad a esos principios. ¿Se han opuesto los Estados Unidos a su propia agresión a Panamá, y se ha insistido, por ello, en bombardear Washington? Cuando se declaró ilegal la invasión de Namibia por parte de Sudáfrica, ¿impusieron los Estados Unidos sanciones y embargos de alimentos y medicinas? ¿Declararon la guerra? ¿Bombardearon Ciudad del Cabo? No, transcurrió un período de veinte años de diplomacia discreta. Y la verdad es que no fue muy divertido lo que ocurrió durante estos años, dominados por las administraciones de Reagan y Bush, en los que aproximadamente un millón y medio de personas fueron muertas a manos de Sudáfrica en los países limítrofes. Pero olvidemos lo que ocurrió en Sudáfrica y Namibia: aquello fue algo que no lastimó nuestros espíritus sensibles. Proseguimos con nuestra diplomacia discreta para acabar concediendo una generosa recompensa a los agresores. Se les concedió el puerto más importante de Namibia y numerosas ventajas que tenían que ver con su propia seguridad nacional. ¿Dónde está aquel famoso principio que defendemos? De nuevo, es un juego de niños el demostrar que aquellas no podían ser de ningún modo las razones para ir a la guerra, precisamente porque nosotros mismos no somos fieles a estos principios.



Pero nadie lo hizo; esto es lo importante. Del mismo modo que nadie se molestó en señalar la conclusión que se seguía de todo ello: que no había razón alguna para la guerra. Ninguna, al menos, que un adolescente no analfabeto no pudiera refutar en dos minutos. Y de nuevo estamos ante el sello característico de una cultura totalitaria. Algo sobre lo que deberíamos reflexionar ya que es alarmante que nuestro país sea tan dictatorial que nos pueda llevar a una guerra sin dar ninguna razón de ello y sin que nadie se entere de los llamamientos del Líbano. Es realmente chocante.



Justo antes de que empezara el bombardeo, a mediados de enero, un sondeo llevado a cabo por el Washington Post y la cadena abc revelaba un dato interesante. La pregunta formulada era: si Iraq aceptara retirarse de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad estudiara la resolución del conflicto árabe-israelí, ¿estaría de acuerdo? Y el resultado nos decía que, en una proporción de dos a uno, la población estaba a favor. Lo mismo sucedía en el mundo entero, incluyendo a la oposición iraquí, de forma que en el informe final se reflejaba el dato de que dos tercios de los americanos daban un sí como respuesta a la pregunta referida. Cabe presumir que cada uno de estos individuos pensaba que era el único en el mundo en pensar así, ya que desde luego en la prensa nadie había dicho en ningún momento que aquello pudiera ser una buena idea. Las órdenes de Washington habían sido muy claras, es decir, hemos de estar en contra de cualquier conexión, es decir, de cualquier relación diplomática, por lo que todo el mundo debía marcar el paso y oponerse a las soluciones pacíficas que pudieran evitar la guerra. Si intentamos encontrar en la prensa comentarios o reportajes al respecto, solo descubriremos una columna de Alex Cockbum en Los Angeles Times, en la que este se mostraba favorable a la respuesta mayoritaria de la encuesta.



Seguramente, los que contestaron la pregunta pensaban estoy solo, pero esto es lo que pienso. De todos modos, supongamos que hubieran sabido que no estaban solos, que había otros, como la oposición democrática iraquí, que pensaban igual. Y supongamos también que sabían que la pregunta no era una mera hipótesis, sino que, de hecho, Iraq había hecho precisamente la oferta señalada, y que esta había sido dada a conocer por el alto mando del ejército americano justo ocho días antes: el día 2 de enero. Se había difundido la oferta iraquí de retirada total de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad discutiera y resolviera el conflicto árabe-israelí y el de las armas de destrucción masiva. (Recordemos que los Estados Unidos habían estado rechazando esta negociación desde mucho antes de la invasión de Kuwait). Supongamos, asimismo, que la gente sabía que la propuesta estaba realmente encima de la mesa, que recibía un apoyo generalizado, y que, de hecho, era algo que cualquier persona racional haría si quisiera la paz, al igual que hacemos en otros casos, más esporádicos, en que precisamos de verdad repeler la agresión. Si suponemos que se sabía todo esto, cada uno puede hacer sus propias conjeturas. Personalmente doy por sentado que los dos tercios mencionados se habrían convertido, casi con toda probabilidad, en el 98% de la población. Y aquí tenemos otro éxito de la propaganda. Es casi seguro que no había ni una sola persona, de las que contestaron la pregunta, que supiera algo de lo referido en este párrafo porque seguramente pensaba que estaba sola. Por ello, fue posible seguir adelante con la política belicista sin ninguna oposición. Hubo mucha discusión, protagonizada por el director de la CIA, entre otros, acerca de si las sanciones serían eficaces o no. Sin embargo no se discutía la cuestión más simple: ¿habían funcionado las sanciones hasta aquel momento? Y la respuesta era que sí, que por lo visto habían dado resultados, seguramente hacia finales de agosto, y con más probabilidad hacia finales de diciembre. Es muy difícil pensar en otras razones que justifiquen las propuestas iraquíes de retirada, autentificadas o, en algunos casos, difundidas por el Estado Mayor estadounidense, que las consideraba serias y negociables. Así la pregunta que hay que hacer es: ¿Habían sido eficaces las sanciones? ¿Suponían una salida a la crisis? ¿Se vislumbraba una solución aceptable para la población en general, la oposición democrática iraquí y el mundo en su conjunto? Estos temas no se analizaron ya que para un sistema de propaganda eficaz era decisivo que no aparecieran como elementos de discusión, lo cual permitió al presidente del Comité Nacional Republicano decir que si hubiera habido un demócrata en el poder, Kuwait todavía no habría sido liberado. Puede decir esto y ningún demócrata se levantará y dirá que si hubiera sido presidente habría liberado Kuwait seis meses antes. Hubo entonces oportunidades que se podían haber aprovechado para hacer que la liberación se produjera sin que fuera necesaria la muerte de decenas de miles de personas ni ninguna catástrofe ecológica. Ningún demócrata dirá esto porque no hubo ningún demócrata que adoptara esta postura, si acaso con la excepción de Henry González y Barbara Boxer, es decir, algo tan marginal que se puede considerar prácticamente inexistente.


Cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel no hubo ningún editorial de prensa que mostrara su satisfacción por ello. Y otra vez estamos ante un hecho interesante que nos indica cómo funciona un buen sistema de propaganda, ya que podríamos preguntar ¿y por qué no? Después de todo, los argumentos de Sadam Husein eran tan válidos como los de George Bush: ¿cuáles eran, al fin y al cabo? Tomemos el ejemplo del Líbano. Sadam Husein dice que rechaza que Israel se anexione el sur del país, de la misma forma que reprueba la ocupación israelí de los Altos del Golán sirios y de Jerusalén Este, tal como ha declarado repetidamente por unanimidad el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero para el dirigente iraquí son inadmisibles la anexión y la agresión. Israel ha ocupado el sur del Líbano desde 1978 en clara violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que se niega a aceptar, y desde entonces hasta el día de hoy ha invadido todo el país y todavía lo bombardea a voluntad. Es inaceptable. Es posible que Sadam Husein haya leído los informes de Amnistía Internacional sobre las atrocidades cometidas por el ejército israelí en la Cisjordania ocupada y en la franja de Gaza. Por ello, su corazón sufre. No puede soportarlo. Por otro lado, las sanciones no pueden mostrar su eficacia porque los Estados Unidos vetan su aplicación, y las negociaciones siguen bloqueadas. ¿Qué queda, aparte de la fuerza? Ha estado esperando durante años: trece en el caso del Líbano; veinte en el de los territorios ocupados.



Este argumento nos suena. La única diferencia entre este y el que hemos oído en alguna otra ocasión está en que Sadam Husein podía decir, sin temor a equivocarse, que las sanciones y las negociaciones no se pueden poner en práctica porque los Estados Unidos lo impiden. George Bush no podía decir lo mismo, dado que, en su caso, las sanciones parece que sí funcionaron, por lo que cabía pensar que las negociaciones también darían resultado: en vez de ello, el presidente americano las rechazó de plano, diciendo de manera explícita que en ningún momento iba a haber negociación alguna. ¿Alguien vio que en la prensa hubiera comentarios que señalaran la importancia de todo esto? No, ¿por qué?, es una trivialidad. Es algo que, de nuevo, un adolescente que sepa las cuatro reglas puede resolver en un minuto. Pero nadie, ni comentaristas ni editorialistas, llamaron la atención sobre ello. Nuevamente se pone de relieve, los signos de una cultura totalitaria bien llevada, y demuestra que la fabricación del consenso sí funciona.



Solo otro comentario sobre esto último. Podríamos poner muchos ejemplos a medida que fuéramos hablando. Admitamos, de momento, que efectivamente Sadam Husein es un monstruo que quiere conquistar el mundo —creencia ampliamente generalizada en los Estados Unidos—. No es de extrañar, ya que la gente experimentó cómo una y otra vez le martilleaban el cerebro con lo mismo: está a punto de quedarse con todo; ahora es el momento de pararle los pies. Pero, ¿cómo pudo Sadam Husein llegar a ser tan poderoso? Iraq es un país del Tercer Mundo, pequeño, sin infraestructura industrial. Libró durante ocho años una guerra terrible contra Irán, país que en la fase posrevolucionaria había visto diezmado su cuerpo de oficiales y la mayor parte de su fuerza militar. Iraq, por su lado, había recibido una pequeña ayuda en esa guerra, al ser apoyado por la Unión Soviética, los Estados Unidos, Europa, los países árabes más importantes y las monarquías petroleras del Golfo. Y, aun así, no pudo derrotar a Irán. Pero, de repente, es un país preparado para conquistar el mundo. ¿Hubo alguien que destacara este hecho? La clave del asunto está en que era un país del Tercer Mundo y su ejército estaba formado por campesinos, y en que —como ahora se reconoce— hubo una enorme desinformación acerca de las fortificaciones, de las armas químicas, etc.; ¿hubo alguien que hiciera mención de todo aquello? No, no hubo nadie. Típico.



Fíjense que todo ocurrió exactamente un año después de que se hiciera lo mismo con Manuel Noriega. Este, si vamos a eso, era un gángster de tres al cuarto, comparado con los amigos de Bush, sean Sadam Husein o los dirigentes chinos, o con Bush mismo. Un desalmado de baja estofa que no alcanzaba los estándares internacionales que a otros colegas les daban una aureola de atracción. Aun así, se le convirtió en una bestia de exageradas proporciones que en su calidad de líder de los narcotraficantes nos iba a destruir a todos. Había que actuar con rapidez y aplastarle, matando a un par de cientos, quizás a un par de miles, de personas. Devolver el poder a la minúscula oligarquía blanca —en torno al 8% de la población— y hacer que el ejército estadounidense controlara todos los niveles del sistema político. Y había que hacer todo esto porque, después de todo, o nos protegíamos a nosotros mismos, o el monstruo nos iba a devorar. Pues bien, un año después se hizo lo mismo con Sadam Husein. ¿Alguien dijo algo? ¿Alguien escribió algo respecto a lo que pasaba y por qué? Habrá que buscar y mirar con mucha atención para encontrar alguna palabra al respecto.



Démonos cuenta de que todo esto no es tan distinto de lo que hacía la Comisión Creel cuando convirtió a una población pacífica en una masa histérica y delirante que quería matar a todos los alemanes para protegerse a sí misma de aquellos bárbaros que descuartizaban a los niños belgas. Quizás en la actualidad las técnicas son más sofisticadas, por la televisión y las grandes inversiones económicas, pero en el fondo viene a ser lo mismo de siempre.



Creo que la cuestión central, volviendo a mi comentario original, no es simplemente la manipulación informativa, sino algo de dimensiones mucho mayores. Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que viene a ser una forma de totalitarismo autoimpuesto, en el que el rebaño desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado, sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción, mientras que las masas que han alcanzado un nivel cultural superior marchan a toque de corneta repitiendo aquellos mismos eslóganes que, dentro del propio país, acaban degradados. Parece que la única alternativa esté en servir a un estado mercenario ejecutor, con la esperanza añadida de que otros vayan a pagamos el favor de que les estemos destrozando el mundo. Estas son las opciones a las que hay que hacer frente. Y la respuesta a estas cuestiones está en gran medida en manos de gente como ustedes y yo.


Chomsky.