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(2) historia y leyendas.

Los SEFARDITAS (o judios de origen español).

Los SEFARDITAS (o judios de origen español).

Introducción.

SEGÚN las más antiguas tradiciones, los primeros judíos debieron llegar a España en aquellas naves de Salomón que, junto con las fenicias de Hiram[1], comerciaban con Tarsis; esas naves de Tarsis en las que se embarcó el profeta Jonás y que debían llegar a la Tartessos del Guadalquivir. Otra tradición afirma que su llegada tuvo lugar tras la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor el año 587 a. C. en calidad de refugiados, encontrando aquí a sus compatriotas venidos durante el comercio fenicio. Si bien todo ello es posible, no existe documentación que lo pruebe.


Es más razonable suponer que los primeros asentamientos judíos en la Península Ibérica tuvieron lugar tras la destrucción de Jerusalén por Tito el año 70. La guerra contra Roma y la desaparición del Templo abrieron la gran Diáspora hebrea por el Mediterráneo que pudo alcanzar Hispania en el siglo I. En el año 135, los romanos sofocan la última sublevación judía aplastando el levantamiento de Bar-Kochba. En esta época ya se encuentran epitafios y monedas en nuestras excavaciones. Otro dato importante es la carta que san Pablo escribe a los romanos sobre su visita a España, lo que puede indicar la existencia de comunidades judías en la Península. También en esta época Jonatán ben Uziel identifica a España con la Sefarad bíblica y de ahí que los judíos españoles se llamen safardíes.


[1] Parece ser que los navegantes fenicios fueron los primeros que se sirvieron de la Estrella Polar en sus viajes, con lo que consiguieron navegar fuera de los límites del mar Mediterráneo. El rey Salomón de Israel, en el año 950 a.C., mandó a los fenicios en una misión comercial al mar Rojo, en la que posiblemente llegaron a la costa del suroeste de la India (lugar en donde la influencia fenicia ha sido probada) y a Sri Lanka. Además, los fenicios fundaron la ciudad de Gades, en la costa atlántica de España, ciudad conocida en la actualidad como Cádiz.


Los orígenes bíblicos de SEFARAD.



¿Fenicios o judios?.

DESDE nuestros historiadores del Renacimiento la presencia judía en España se podía remontar al primer capítulo prestigioso de nuestra historia. A aquel que las fuentes literarias clásicas relacionaban con el mítico nombre de Tarteso, ya citado por el padre de la Historiografía occidental, Herodoto. Ello se basaba en la identificación entre dicho acrónimo de raigambre griega y la Tarsis citada por varios textos bíblicos, a comenzar con el conocido I Reyes 10, 22. Pasaje de la crónica real israelita donde se cuenta la conjunción de esfuerzos acordada por el rey Salomón (c. 961-922 a. C) y su contemporáneo el soberano de Tiro, Jirán (c. 969-936 a. C.), para construir y armar una flota de altura capaz de comerciar con el muy lejano y exótico país de Tarsis.

DE entonces a acá los estudiosos se han dividido entre admitir la identidad de la Tarsis bíblica con el Tarteso griego y rechazarla. Razones fundamentales para lo primero eran la evidente homofonía y el claro sentido que en el Antiguo Testamento tiene Tarsis como el punto más alejado ultramarino a donde iba el comercio fenicio. Por el contrario, militaban en su desfavor la nómina de productos exóticos posibles de traer de Tarsis, entre ellos pavos reales; la base salomónica de los llamados barcos-de-Tarsis en Ezion Geber[1], en el fondo del golfo de Aqaba, que apunta a un comercio y navegación por el Índico (Golfo Pérsico, Mar Rojo, Etiopía e incluso la misma India), y la misma antigüedad de la mención, como mínimo más de dos siglos antes de la que se suponía, hace un cuarto de siglo por la mayoría de los estudiosos auténtica fecha de los establecimientos fenicios en las costas hispánicas.


Sin embargo, desde finales de los años sesenta las cosas han cambiado bastante. Prospecciones sistemáticas han permitido datar la segura presencia fenicia en las costas andaluzas —con factorías comerciales y metalúrgicas, y colonias agrícolas permanentes— desde el siglo IX a. C. como mínimo. Pero con anterioridad a esa fecha es seguro que existieran previos contactos comerciales, con el establecimiento de pequeños almacenes, y en connivencia con las autoridades indígenas locales, desde una fecha bastante anterior. Estos primeros contactos comerciales feno-hispánicos se habrían así desarrollado siguiendo el sistema, y las pautas institucionales, del llamado karum, de viejísima tradición mesopotámica, tal y como ha defendido brillantemente el belga G. Bunnens. Esquema en el que se distinguía entre unos socios capitalistas, con frecuencia de tipo institucional (un templo o príncipe), y otros realmente ejecutores de la aventura comercial, repartiéndose al cincuenta por ciento las posibles ganancias, siempre sometidas a mil imponderables desgracias cuando eran a larga distancia. En estos últimos casos normalmente los comerciantes no procedían a establecer una auténtica colonia de poblamiento, sino que se limitaban a conseguir un tratado de mutuo beneficio con las autoridades locales para obtener así facilidades de almacenamiento, protección y libertad de comercio dentro de los límites previstos en su caso.

SERÍA en este modelo económico-institucional en el que habría ciertamente que enmarcar la colaboración comercial entre Salomón y Jirán de Tiro, en el que el primero parece actuar fundamentalmente como socio capitalista de la empresa comercial. En lo relativo a la dificultad planteada por las mercaderías traídas por estas naves-de-Tarsis conviene señalar que en el Antiguo Testamento se emplean en contextos diversos este término y el de Tarsis entendido como país o tierra-de-Tarsis. De tal forma que el lexema nave-de-Tarsis pudo constituirse en un mero término técnico, significando algo así como «buque de navegación de altura». La expresión habría sido tomada por los israelitas de los mismos fenicios, teniendo su origen en el hecho de que los viajes a la lejana Tarsis significaron en su momento (mediados del siglo X) la máxima hazaña de navegación conseguida por los fenicios, para la cual se necesitaba un tipo de navío especial que sintetizaba todos los avances técnicos logrados por los fenicios en el arte de la navegación. Por ello estimamos en general convincentes las razones expuestas por el alemán M. Koch en defensa de la identificación de la tierra-de-Tarsis bíblica con la Tarteso andaluza de la tradición clásica. El vocablo bíblico sería sí un préstamo fenicio, manteniéndose en su transmisión mucho más fiel a la original pronunciación fénica que su equivalente griego, tal y como demostrarían otros testimonios fidedignos de dicho topónimo de indudable procedencia fenicia o púnica.


Pero una cosa es admitir la participación del rico Salomón en los incipientes contactos fenicios, tirios, con el sur hispánico, o afirmar el conocimiento por los medios cortesanos y cultos israelitas de la existencia de un fabuloso país ultramarino en el extremo Occidente, y otra muy distinta pensar en el establecimiento de israelitas en las tempranas colonias tirias andaluzas. El mismo esquema comercial fenicio tipo karum, antes descrito, deja poco espacio para contemplar la venida a las costas tartésicas hispanas de fieles del templo de Yahvé como comerciantes o marineros. Y por lo mismo sería mucho más difícil pensar en colonias israelitas asentadas allí y con dichos fines comerciales.

CURIOSAMENTE, cuando la presencia fenicia se hizo más persistente y compacta en las tierras de la hispánica Tarsis, el conocimiento de éstas parece ausentarse de los redactores de los Libros sagrados judaicos. En efecto, la arqueología revela cómo fue a partir del siglo VIII cuando las primitivas factorías fenicias —fundamentalmente de origen tirio y chipriota— en las costas andaluzas se transforman en auténticas colonias de poblamiento, creciendo las antiguas y creándose otras nuevas en suelos incluso anteriormente vírgenes y con una parte de su población dedicada a la agricultura. Colonización fenicia sin duda reforzada tras la decadencia de Tiro y el ascenso imparable de la antigua colonia tiria de Cartago en todo el Mediterráneo occidental. Hasta el punto de que en el horizonte del siglo IV-V a. C. se puede considerar a la Baja Andalucía y la Costa del Sol como auténticas tierras púnicas, con estructuras urbanas jerarquizadas dotadas de instituciones de tipo feno-púnico y habitadas por unas gentes que hablan y escriben en púnico. Situación que incluso se mantendría en buena parte hasta cuando menos un siglo después de la incorporación de dichas gentes y tierras al imperio de la República romana.

UN eco de la existencia de estas ya primeras auténticas colonias fenicias en las costas andaluzas puede ser el testimonio del profeta Isaías en la segunda mitad del siglo VIII. Pues para el gran profeta del Reino de Judá Tarsis constituye un gran centro del comercio exterior tirio, comparable incluso a Chipre, habitado por gentes originarias de dicha patria fenicia. Isaías era de probable origen noble con un gran conocimiento de la Corte de Jerusalén y de la situación internacional circundante. De modo que sus referencias a Tarsis pueden ser indicio de la continuidad de la cooperación comercial judeo-tiria establecida en tiempos de Salomón. Lo que ya es más dudoso es que dicha actividad hubiera llevado a una cierta diáspora y establecimiento israelita en la Tarsis fenicia. Cosa que no parece la necesaria conclusión a sacar del texto de Isaías 60, 9, que por otro lado la crítica bíblica prefiere datar en torno al 500 a.C.

ISAÍAS es el testimonio patético del duro golpe que recibió Tiro y el resto de las florecientes comunidades del área como consecuencia del avance del imperialismo asirio con los Sargónidas. Como es sabido, éste golpeó fundamentalmente a las cortes principescas, base fundamental en la continuidad de tales relaciones comerciales con las lejanas colonias fenicias de Tarsis, según el esquema del karum antes descrito. Ezequiel y Jeremías, un poco tiempo después, lo serán del segundo y definitivo, el de Nabucodonosor de Babilonia (605-562 a. C.), que tan duramente afectó también a la historia judía con el exilio de la corte y la clase dirigente yerosolimitana a Babilonia. Precisamente son textos atribuidos a estos profetas o a su escuela los últimos testimonios bíblicos que se refieren a Tarsis y a su comercio con Fenicia en términos de contemporaneidad y de cosa más o menos conocida.

DESPUÉS de estos testimonios, Tarsis y su comercio desaparecen de la vida cotidiana judía. El Judaísmo postexílico se muestra en todos los sentidos más encerrado en sí mismo y despreocupado por la suerte y actividades de sus vecinos del norte, los fenicios. Posiblemente porque la participación y el conocimiento de las grandes empresas del comercio ultramarino de aquéllos habían sido cosa de los monarcas hebreos y de sus cortesanos, y esto había desaparecido para varios siglos tras la catástrofe del 587 a. C. En los textos bíblicos postexílicos Tarsis y sus navíos no serán ya más que un mero recuerdo erudito y anticuarista, pero cuya misma situación en el mapamundi se ignora. Sin duda a todo ello contribuiría también —pace M. Koch— el que la Tarsis posterior a la caída de Tiro sería fundamentalmente púnica e indígena: interesante para las nacientes potencias y las gentes del Mediterráneo occidental, pero escasamente para las del oriental.

EN todo caso, si algún israelita —que todavía no propiamente judío— se deslizó en las empresas comerciales y en las colonias fenicias en Tarsis, la huella de éste se habría definitivamente perdido tras los primeros años del siglo VI a. C. Hasta el punto de que los comentaristas rabínicos posteriores en absoluto pensarían en las Españas de su época a la hora de leer las citas de Tarsis antes recordadas, prefiriendo hasta su ubicación en la lejana y paradoxográfica India y no en la cotidiana y entonces en parte judaizada Hispania.



[1] Fuentes bíblicas asocian a Salomón con operaciones marítimas en el mar Rojo y con expediciones de barcos construidos por fenicios que salían desde Ezión-Geber a Ofir (I Reyes 9, 26-28; 10, 11-12.22). En tiempos de Salomón, el golfo de Aqaba se denominaba Ezión-Geber. Ofir es identificada con la tierra de Punt, a lo largo de la costa este de África. Parece que el oro tenía una gran importancia en las importaciones de Ofir, y un ostracon (fragmento de arcilla de una vasija) encontrado en T. Qasile tiene una inscripción hebrea que se refiere al “Oro (de) Ofir (perteneciente) a Bet-Arán”.


LOS israelitas también comerciaron con madera de Fenicia y las localidades de las montañas del Líbano (I Reyes 5, 10-11). De acuerdo con el texto bíblico, Hiram de Tiro dio a Salomón madera de cedro y abeto a cambio de grandes cantidades de trigo y aceite de oliva.

EL hecho más importante en el panorama del comercio del Mediterráneo desde el s. IX y, posiblemente, en el s. X a. de C. fue el comercio marítimo sin rival de las ciudades fenicias. Sus comerciantes se habían asegurado el acceso a los puertos egipcios, con el resultado de que los objetos egipcios se distribuían desde Tiro y Byblos al resto del Levante y, además, los motivos decorativos y artísticos procedentes del Nilo se hicieron familiares en el Mediterráneo “al estilo” fenicio.
Las rutas más utilizadas por los fenicios eran las que iban a Chipre, al Egeo, norte de África y oeste del Mediterráneo. Los comerciantes vendían madera, tela, tinte de púrpura, metales y grano a todas las comunidades a lo largo de la costa mediterránea a cambio de productos del norte de Africa, plata y hierro de España, opio de Chipre, y esclavos y mano de obra del Egeo.

MOTIVADAS por el comercio, aparecieron colonias permanentes especialmente en el norte de Africa y España: la fundación de Cartago data de finales del s. IX, y la de Gades, del s. VIII a. de C.; de éstas y de otros asentamientos surgieron nuevas colonias de habla semita por la costa oeste del Mediterráneo.

Los orígenes en ESPAÑA.


LOS primeros asentamientos parece que tuvieron lugar en la costa mediterránea y su presencia se ha detectado en ciudades como Ampurias, Mataró, Tarragona, Adra, Málaga, Cádiz y Mérida. Uno de los primeros restos arqueológicos con que contamos es la estela funeraria del samaritano Iustinus de Mérida, fechada en el siglo II. Este epitafio, así como la lápida de la niña Salomónula o la del rabí Lasies, permite asegurar la llegada de judíos en los primeros siglos de nuestra Era. Los judíos de la España romana debieron ser simples trabajadores o incluso esclavos y fueron medrando poco a poco en las ricas ciudades comerciales de la costa. La importancia de las comunidades judías debía ser tal en el siglo IV que el Concilio de Elbira, Granada, se pronuncia en algunos de sus cánones contra ellos. Es la primera vez que la Iglesia se preocupa por el peligro que los judíos representan para los nuevos cristianos que, con la convivencia, pueden judaizar.

LAS primeras invasiones bárbaras de la Península supusieron notables convulsiones tanto en la sociedad hispano-romana como en la judía. Los hebreos habían ido creando una tímida explotación agraria para subsistir, pero el enfrentamiento con la Iglesia se acentuó, produciéndose la conversión forzosa de los judíos de Mahón. Con la invasión de España por los visigodos se produce una época de tolerancia del poder hacia los judíos. La monarquía arriana, pese a su inestabilidad política, será complaciente con sus súbditos judíos. Durante esta etapa, judíos y cristianos no se diferenciaban más que por su religión. Los judíos eran pequeños propietarios y se dedicaban al comercio, contando con la tolerancia de los visigodos.

PERO la conversión de Recaredo en el III Concilio de Toledo supone el comienzo de las persecuciones bajo la monarquía católica: Sisebuto expulsa a los judíos del reino, Egica los persigue y separa de los cristianos y Chintilla obliga a los judíos de Toledo a abjurar de los ritos y prácticas de su fe. Los niños judíos eran separados de sus padres para ser educados como Cristianos. De entre los restos arqueológicos de ésta época, bastante escasos, destacan varias inscripciones, como la pileta de Tarragona o la memoria de Meliosa. También es de gran interés una estela del siglo VI-VII decorada con pavos reales y arranque de menorah.


Los judíos en la España Romana y Visigoda.


LOS orígenes del establecimiento de los judíos en España, como ha ocurrido con todos los países de la Diáspora, fueron pronto motivo de leyendas. A partir del siglo X circularon numerosas historias relativas a familias y comunidades judías de cuyos antecesores se aseguraba que Tito, o incluso Nabucodonosor, los había desterrado de Judea y traído a España. Estas leyendas se entrelazaron con otras de la España prehistórica según las cuales ciertos reyes mitológicos de España, tales como Hércules, Hispán y Pirro, habrían participado en la conquista de Jerusalem por Nabucodonosor. Tanto los judíos como los cristianos se empeñaron en asociar sus orígenes con las tradiciones más antiguas y consagradas del género humano. Hacia el final de la Edad Media, los conversos de ascendencia judía buscaron apoyo en estas leyendas con el fin de probar que sus antecesores no habían tomado parte en la crucifixión de Jesús. Pero en un principio el motivo predominante en la formación de tales leyendas fue la convicción de los judíos españoles de que su alto nivel cultural se debía a su descendencia de la tribu de Judá, que habría sido desterrada a España tras la destrucción del Primer Templo. Esta tradición se escucha por primera vez en el siglo X, en los días del distinguido hombre de Estado Hasday Ibn Shaprut.


Más antigua es todavía la identificación de España con la bíblica Sefarad. Tal identificación se debe a determinada exégesis del versículo del profeta Abdías que habla de «los desterrados de Jerusalem que están en Sefarad» (Abdías 20). Para el exegeta, Abdías había profetizado la destrucción de Edom, es decir, Roma, y la congregación de los judíos dispersos, incluyendo la tribu cuyo exilio se hallaba en los confines del Imperio romano, es decir, Hispania. Una interpretación así sólo pudo darse en un exegeta que viviera en un momento en que el Imperio romano consistiera fundamentalmente en las tierras que rodean el Mediterráneo e Hispania fuera tenida por su provincia más remota. Por tanto, las alusiones políticas y geográficas citadas deben datarse en los últimos días del Imperio romano o lo más tarde en la época visigoda. En este punto la leyenda se funde con la realidad histórica.


Los primeros judíos que se establecieron en España formaban parte de la primitiva Diáspora que se desparramó por todos los rincones del Imperio romano. Ya el apóstol Pablo proyectó visitar España, indudablemente para tomar contacto con una comunidad judeocristiana allí existente. Más concretas son las noticias que tenemos del periodo que sigue a la alianza de la Iglesia con el Imperio romano, cuando los cristianos más fanáticos emprendieron la destrucción de los últimos restos de Israel y de su cultura. Severo, obispo de Mallorca, en carta escrita el año 418, nos ofrece un relato de la conversión forzada de los judíos de Menorca. En Magona (Mahón) y por instigación del obispo estallaron de repente violentas luchas callejeras entre judíos y cristianos. La sinagoga fue presa de las llamas. Los judíos se animaban unos a otros a imitar a los mártires macabeos muriendo por su fe. Las mujeres sobresalieron especialmente en el heroísmo y el sacrificio. Unos cuantos hombres lograron ocultarse durante algunos días en los bosques y en los desfiladeros, pero todo su empeño por alcanzar el mar y escapar del lugar de persecución resultó baldío. Los miembros más distinguidos de la comunidad se rindieron. Severo asegura haber ganado quinientas cuarenta almas judías en aquella isla.

COMO en los demás lugares de la Diáspora occidental, los judíos de Magona habían constituido hasta entonces una comunidad nacional-religiosa separada. Al mismo tiempo habían participado en la vida política de la ciudad con los mismos derechos que los demás habitantes, hasta que la nueva legislación cristiana vino a romper la armonía. El jefe de la comunidad judía estaba exento de las abrumadoras tareas que llevaba consigo un asiento en la curia o concejo municipal y desempeñaba el cargo de Defensor, de alto honor y muy codiciado. Muchos ciudadanos gozaban de su patrimonio (patrocinium). Otro judío ostentaba el título de Comes provinciae. La mayoría de los judíos eran ricos terratenientes. Abundaban entre ellos los nombres latinos y griegos y sólo unos pocos llevaban nombres hebreos. Algunos apellidos, luego famosos gracias a las distinguidas personalidades que los llevaron, se originaron sin duda en este periodo (por ejemplo, VNVTN Cresques=Crescens; ZATP Perfet = Perfectus). En la Península la situación de los judíos debe de haber sido similar. Sabemos que poco antes de la persecución arriba mencionada judíos de la Península habían llegado a Menorca huyendo de los visigodos, que por entonces devastaban España. Vemos, por tanto, que la población judía de la Península Ibérica era ya de cierta importancia antes de que las tribus germánicas conquistaran el país. Para comprender la posterior historia de los judíos en España ha de tenerse en cuenta este hecho.

EN un principio los conquistadores visigodos no introdujeron cambios en la situación jurídica de los judíos. La legislación que se hallaba en vigor en el siglo VII parece indicar que la tierra era para los judíos la base de su existencia, lo mismo que para los godos e hispanorromanos. Los judíos cultivaban sus tierras por sí mismos o con ayuda de esclavos. Poseían fincas en arriendo o las arrendaban a otros por el sistema muy extendido del colonato. Algunos desempeñaban el puesto de administradores (villici) de haciendas propiedad de cristianos. De su vida ciudadana conocemos muy poco. Continuaba en vigor el Derecho Municipal romano, pero no sabemos si la posición social y económica de los judíos habitantes de las ciudades seguía siendo la misma. Alguna noticia esporádica nos informa de judíos dedicados al comercio con otros países. Los documentos existentes dan pie para deducir que los judíos habitaban sobre todo en los núcleos culturalmente avanzados: la capital, Toledo, y las regiones meridionales (la posterior Andalucía) y orientales (entre ellas, lo que luego será Cataluña); es decir, las regiones que se extienden a lo largo de la costa mediterránea, donde también encontramos viviendo a la mayor parte de los judíos durante la dominación árabe y el segundo periodo cristiano. Pero en España no hay señales de aquel desenvolvimiento económico propio de los judíos medievales cuyos comienzos eran ya visibles entonces entre los judíos del reino de los francos.

NO está claro cómo afectaron a los judíos las diferencias políticas que surgieron en España a continuación de las invasiones germánicas. En los tribunales civiles se juzgaba a los judíos según el Derecho Romano. Sin embargo, no se les consideraba ciudadanos romanos con plenitud de derechos, pues las leyes del Código de Teodosio, que por influencia cristiana habían cercenado los derechos de los judíos, fueron incluidas en el primer código visigótico, la Lex Romana Visigothorum, que fue promulgado el año 506 con el fin de fijar la situación jurídica de los hispanorromanos. Este primer código visigótico excluía a los judíos de los cargos públicos, proscribía los matrimonios entre cristianos y judíos y prohibía a éstos construir sinagogas nuevas, poseer esclavos cristianos, perseguir a los judíos apóstatas, etc. Pero en la práctica no siempre se cumplieron estas disposiciones.


En su modo de vivir los judíos estaban más cerca de los hispanorromanos que de los visigodos, pero el fanatismo religioso levantaba una barrera entre ellos. Al parecer, los judíos pagaban un impuesto especial. En las grandes ciudades estaban organizados en comunidades separadas. Conocemos sus costumbres y prácticas religiosas por los decretos promulgados contra ellos durante las persecuciones posteriores. Observaban los preceptos fundamentales de la ley judía: la circuncisión, el sábado y las fiestas, las leyes alimenticias y las relativas al matrimonio y los esclavos. Para fortalecer su fe leían opúsculos religiosos, muy probablemente escritos en latín.


El año 589 el rey visigodo cambió su fe arriana por la católica romana y comenzó a perseguir a los judíos, tal como era usual en todo el orbe católico. Unos años antes (576), a consecuencia de una lucha callejera que tuvo lugar entre judíos y cristianos en Arvernum (Clermont), en el vecino reino de los francos, el obispo de la localidad había obligado a los judíos a escoger entre el bautismo y la expulsión. Poco después (582) el rey merovingio Chilperico ordenaba que se bautizaran todos los judíos de su reino. Por su parte, el emperador bizantino Heraclio, bajo cuya jurisdicción se encontraban aún algunas zonas de la Península Ibérica, tras derrotar a persas y judíos en Palestina el año 628, decretó la conversión obligatoria de los judíos de todas las provincias de su Imperio. Y se dice que el rey merovingio Dagoberto siguió su ejemplo. También tenemos noticias relativas a los conflictos espirituales de los conversos forzados de la Galia y de la provincia bizantina de África. Toda una generación de héroes y santos parece haber surgido entonces por todo el mundo judío; una generación que salvó al judaísmo de la extinción total.

SISEBUTO inauguró en España la época de las persecuciones. Mediante un decreto promulgado el año 612, meses después de su ascensión al trono, ordenaba liberar a los cristianos de toda relación de dependencia respecto de los judíos. Éstos quedaban obligados a desprenderse de sus esclavos y servidores así como de sus colonos cristianos —juntamente con la tierra que éstos tuvieran en arriendo— y transferirlos a señores cristianos o dejarles libres, sin condicionar su libertad a su observancia del judaísmo. El judío que convirtiera a un cristiano sufriría pena de muerte y confiscación de bienes. Los hijos nacidos a los judíos de sus esclavas cristianas habrían de ser criados y educados como cristianos. Los judíos que se convirtieran al cristianismo retendrían sus bienes.

CON este decreto Sisebuto se proponía sin duda impedir el proselitismo judío y estimular a la vez su conversión al cristianismo. La entrada en vigor de esta ley iba a sacudir los cimientos de la vida económica de los judíos. Quedaron excluidos de la estructura social normal y corriente de fines de la época romana. En las nuevas condiciones, privados de esclavos y colonos, les resultaba prácticamente imposible cultivar o poseer grandes predios.

POCO tiempo después Sisebuto ordenaba a los judíos elegir entre convertirse al cristianismo o abandonar el país. El problema de los conversos forzosos, que era ya doloroso en todo el Imperio bizantino, comenzaba a ser ahora en España la tragedia de varias generaciones. El decreto real no podía sin más erradicar de los corazones judíos la fe de sus antepasados; además, parece que el decreto no se cumplió plenamente. Con el fin de entender de la nueva situación se celebró en Toledo un concilio de todos los obispos del reino (año 633), cuyas disposiciones fueron: No se puede convertir a los judíos a la fuerza, pero aquellos que ya se hayan convertido están obligados a permanecer en el cristianismo y se les debe impedir la práctica de la fe judía. Sus esclavos circuncidados quedarán libres. Se les han de tomar los hijos para educarlos en la fe cristiana. No será válido el testimonio de los conversos que vuelvan a practicar su antigua fe. El matrimonio entre un judío y una cristiana o viceversa será nulo, a menos que la parte judía acepte el cristianismo; los hijos habidos de tal unión serán criados y educados en la fe cristiana. Conversos y judíos quedan excluidos de los cargos públicos.

ESTAS disposiciones no sólo afectaban a los judíos sino también a los conversos, pues se sospechaba que permanecían fieles a la religión de sus padres. Cinco años más tarde otro concilio prohibía a los no católicos residir en el país y ponía a los conversos bajo estricta vigilancia episcopal. No se les permitía viajar por el país sin un permiso firmado por las autoridades eclesiásticas locales. Todos los judíos quedaban obligados a prestar juramento, según una fórmula fija, de haber abandonado la Ley y las prácticas judías. La pena para los relapsos variaba según la gravedad de la ofensa, desde la penitencia religiosa hasta los azotes, amputación de un miembro, confiscación de bienes y la hoguera.

PERO la Iglesia no logró nunca convertir a todos los judíos del país. Sencillamente no pudo vigilarlos a todos. La nobleza, todavía devotamente arriana y rebelde a su rey, utilizaba los servicios de los judíos y les daba refugio en sus territorios. Isidoro, obispo de Sevilla, y Julián, obispo de Toledo, escribieron obras de polémica contra el judaísmo. Los judíos por su parte disponían de libros para fortalecer su fe; obras que predicaban la esperanza mesiánica mediante cálculos escatológicos y albriciadores relatos acerca de un príncipe de la tribu de Judá que reinaba sobre algún lugar del Oriente.

EL año 681 Ervigio llevó a cabo un nuevo pero infructuoso intento de poner en vigor la legislación antijudía de sus predecesores, añadiendo disposiciones aún más severas. Impuso fuertes penas a quien eludiera el bautismo, observara preceptos judaicos, impartiera instrucción religiosa judía o distribuyese opúsculos en defensa de la fe judía y menosprecio de la cristiana. Finalmente quiso hacer cumplir el decreto de Sisebuto que liberaba a los esclavos y colonos cristianos de su relación de dependencia con los judíos; ordenó excluir a los judíos de los cargos públicos y de la administración de los grandes predios; y tomó medidas contra los nobles que sustrajeran de la supervisión eclesiástica a los judíos a su servicio. Nuevos decretos prohibían a los judíos practicantes entrar en los puertos marítimos (a fin de evitar que escaparan por mar) y tener negocios con cristianos al tiempo que eximían a los conversos del pago de tributos y echaban toda la carga impositiva sobre los judíos que permaneciesen fieles al judaísmo. Asimismo ordenó el rey que fuesen entregados al tesoro del Estado en un precio fijo las tierras y los esclavos adquiridos por los judíos durante varios años.

POR último, en el concilio que se celebró en Toledo el año 694, durante el reinado de Egica, se profirieron graves acusaciones políticas contra los judíos. Se les inculpó de que, no contentos con socavar la Iglesia, estaban tramando apoderarse del reino, dar muerte a los cristianos y destruir el Estado juntamente con el pueblo. Para llevar a cabo su plan -aseguraban- habían conspirado con «los hebreos del otro lado del mar». Sin duda la agitación mesiánica que se dejaba sentir entre los judíos y sus conexiones con la nobleza rebelde sirvieron de base a estas acusaciones. Como castigo, el concilio decretaba confiscar todos los bienes de los judíos, reducir a éstos a esclavitud y entregar sus tierras a sus antiguos esclavos.

ESTE decreto conciliar del año 694 constituye la última prueba documental que da testimonio de la lucha entre judaísmo y cristianismo en la España visigoda. Los sucesos que tuvieron lugar en España durante el siglo vn sirvieron de símbolo y ejemplo para los cristianos fanáticos de la Baja Edad Media. Ciertamente estos acontecimientos se produjeron en un marco histórico, religioso y social que en lo esencial pertenece todavía al mundo antiguo. Pero en aquellos días de lucha religiosa en España habían comenzado ya a desmoronarse los últimos fundamentos del Imperio romano bajo los golpes de los conquistadores árabes.

Loa judíos en Al Andalus.


LA invasión musulmana libero a los judíos de la opresión visigótica y en ciertos casos aquellos colaboraron en la guardia de castillos y ciudades. El gobierno árabe trajo una época de florecimiento para la judería española.

LA cultura y el poder en Andalucía estaban representadas por el califa Abd ar-Rahman III, quien hizo de Córdoba la capital cultural del Oeste. Fue esta una Edad de Oro para los judíos; estudiaron árabe y erigieron prosperas comunidades en Sevilla, Granada y Córdoba, la capital. Bajo el Califato, los judíos podían preservar sus ritos y tradiciones. La coexistencia pacifica condujo a su florecimiento económico y social. Poco a poco comenzaron a obtener posiciones importantes en la administración del Califato y también se distinguieron como hábiles artesanos.

DESEMPEÑARON un papel en las caravanas que cruzaban las rutas principales de Al-Andalus y sus ciudades, siendo pieles, telas y alhajas sus mercancías principales. La comunidad judía de Córdoba gozo de un crecimiento extraordinario bajo la protección de Abd ar-Rahman III, y contaban con el apoyo real en sus relaciones con el Estado.

EL judío mas importante de la época fue Hasday Ibn Shaprut, el eficaz medico personal y ministro del Califa. Fue el quien recibió a Juan de Gorze, enviado del emperador alemán Otto I; quien negocio tratados con los embajadores de Constantino VIII de Bizancio, y quien curo la obesidad de Sancho I de León, mientras simultáneamente concluía tratados con el. Sabia latín y árabe; con el hebreo relegado ahora principalmente a funciones culturales y litúrgicas, tradujo el tratado: "Materiales Médicos de Dioscórides".

LA caída del Califato condujo a la aparición de los reinados Taifa y a la persecución de los judíos, en agudo contraste con el periodo de tolerancia. Pese a ello, los judíos eran valorados como consejeros, médicos y políticos, particularmente Ibn Nagrela de Granada. Con las invasiones almorávides y Almohades, los judíos comenzaron a buscar refugio en los reinos cristianos del Norte. La Edad de Oro de Al-Andalus había concluido.

LA cultura judía en Al-Andalus. La prosperidad de la que habían disfrutado los judíos bajo el Califato Cordobés y la influencia de la cultura árabe sobre ellos, les había permitido destacarse como hombres de ciencia y como figuras literarias, pero especialmente como médicos. El contacto abierto con el Oriente y el Occidente produjo un tipo de judío con conocimientos amplios y que podía ser simultáneamente poeta, medico, científico y filosofo, en particular en Ciencias Naturales, Astronomia (esta ultima disciplina con una considerable influencia árabe).

DESPUÉS de la caída del Califato, los reinados Taifa vieron una época de florecimiento cultural para los judíos de España. La filosofía y la ciencia fueron favorecidos, y los judíos descollaron como intelectuales, administradores y diplomáticos, y especialmente como poetas. Fue el Siglo de Oro de la poesía Hispano-Hebraíca. Citemos a Samuel Ibn Nagrella ha-Nagid Yehuda ha-Levy fue el primero en escribir en Castellano. Su poesía religiosa es hermosa y lograda. Las Siónidas constituyen el grito eterno del alma judío por la perdida de Jerusalén. Abraham ben Ezra fue uno de los hombres mas educados y cultivados de la época. Estudio gramática, filosofía, poesía, ciencias, astrología...y viajo a través de Italia, Francia e Inglaterra, trayendo consigo la cultura Hispano-arabe y Hispano-Hebraíca. Escribió en hebreo y Latín para judíos y cristianos. Era celebre por sus trabajos en astronomía y sus exégesis de la Biblia.

PERO la cima del pensamiento judío de todas las épocas fue la figura cordobesa de Rabbi Moshe ben Maimon, Maimónides (el Rambam). A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida fuera de España, siempre se considero sefardí, es decir, español. Sus obras filosóficas iban a influir sobro todos los grandes pensadores de la Edad Media. En 1190 escribió su obra mas importante, «La guía de los perplejos», en la cual armoniza la fe con la filosofía, el hombre con la divinidad. También fue el autor de los famosos Trece artículos de fe.

UN experto medico, fue también el medico personal del Sultán Saladino.

Los judíos en los reinos cristianos.


HASTA la caída del Califato son pocas las comunidades judías en los reinos cristianos. La salida de judíos de Al-Andalus se incrementa durante los siglos X y XI y el papa Alejandro II aconseja a los obispos que sea respetada la vida de los judíos.

LAS convulsiones que sufren los reinos Taifas empujan a los judíos hacia los reinos cristianos del norte. El fuero de Castrogeriz y luego el de Sepúlveda son de los primeros en reglamentar las condiciones de vida de los judíos y en el Código de los Usatges aparecen disposiciones que se ocupan de proteger a los judíos del Condado de Barcelona.

LA política de favor iniciada por Alfonso VI tuvo como consecuencia la participación de numerosos judíos en la administración del reino. En la batalla de Sagrajas, los judíos combatieron junto al rey de Castilla.

TOLEDO será el crisol de tres culturas y tres religiones: cristiana, musulmana y judía. A partir de 1125 funcionará la llamada Escuela de Traductores que contará con importantes intelectuales judíos. Éstos traducirán el árabe al romance y luego los clérigos harán la versión latina. En la Escuela de Traductores se produjo el encuentro entre la cultura clásica y el pensamiento cristiano, dándose a conocer, sobre todo, la obra de Aristóteles.


NO obstante, es una época insegura. Los judíos son propiedad del rey y los impuestos que pagan revierten en la Corona. A fines del siglo XII, se producen saqueos y matanzas en algunas juderías como las de Toledo y León y en el IV Concilio de Letrán se impone a los hebreos el uso de distintivos especiales en la ropa que los distingan de los cristianos, pero Fernando III consiguió que quedase sin efecto. Los reyes cristianos del siglo XIII fueron generalmente favorables a los judíos, pero la presión de la Iglesia, que pretendía su conversión, fue tal que en 1232 se estableció en Aragón el Tribunal de la Inquisición. Tras la conquista de Mallorca y Valencia, Jaime I concedió a los judíos beneficios y propiedades, así como privilegios para ejercer sus oficios. En la Carta Puebla de Carmona se conceden ciertos derechos a los judíos que acudiesen a poblarla.


LA Iglesia, que acusaba a los judíos de deicidio, no dudaba en emplear todos los medios a su alcance para conseguir su conversión. Así tuvieron lugar los enfrentamientos teológicos de Barcelona entre el converso Pablo Cristiano y el gran filósofo judío Nahmánides en 1252 y que continuarían ciento cincuenta años más tarde en Tortosa.

ALFONSO X el Sabio se rodeó de intelectuales judíos pero en las Cortes de Valladolid y Sevilla aparecen elementos legislativos discriminatorios para los hebreos. A todo esto se sumó la caída fulgurante de los empresarios y almojarifes de Alfonso X, acusados de traición e infidelidad, cuya condena supuso para las aljamas una cuantiosa multa de 12.000 maravedís de oro.

A principios del siglo XIV, en 1313, el Sínodo de Zamora impuso la opinión de los sectores más radicales de la Iglesia resucitando las prescripciones del concilio de Letrán y prohibiendo a los judíos ser médicos de cristianos. En 1348, los estragos de la Peste Negra fomentan el odio antisemita y los judíos son acusados falsamente de su propagación. Por último, la victoria de Enrique de Trastámara sobre su hermano Pedro I trajo graves consecuencias para los judíos castellanos y aumentó la presión sobre ellos, avivada por un ambiente de hostilidad que desembocó en las matanzas de 1391.

La cultura judía en los reinos cristianos.

LA sociedad judía de los siglos X, XI y XII corre pareja con la cristiana. En esta época se mantiene una cierta estabilidad social y, por tanto, el matrimonio constituye la base de la familia judía, pudiendo practicar libremente sus ritos religiosos y sus costumbres tradicionales. El nacimiento de un varón sigue siendo un acontecimiento importante para la familia judía. No obstante, la circuncisión es una de las grandes contradicciones de la convivencia, pues mientras los cristianos celebran la circuncisión de Jesús, condenan la práctica de este rito entre los judíos como pertinaz desafío religioso.


PARA los judíos españoles, la sinagoga sigue siendo el centro de la comunidad. La autoridad moral de los rabinos se constituyó en la guía espiritual del pueblo pero las normas prescritas en la Torá sobre la comida ritual kasher motivó que numerosas legislaciones prohibiesen a judíos y cristianos sentarse juntos a la mesa.


La vida familiar giraba en torno a las mujeres de la casa. En las familias modestas trabajaban y se ocupaban del hogar y los hijos, mientras que entre la élite dirigente podían equipararse a las nobles damas cristianas. Las grandes familias judías vivían en la Corte y formaban la clase dirigente de las aljamas gracias a su poder económico e influencia con los monarcas, sobre todo en los siglos XIII y XIV; los Caballería, Benveniste, Santángel, Orabuena o Abravanel formaban con sus familias una casta aristocrática y privilegiada, rodeada en ocasiones de su propia corte. Las costumbres de las clases dirigentes eran a veces tan relajadas que contrastaban con la estricta moral del pueblo llano.

HASTA el siglo XIII, muchos judíos fueron ricos terratenientes y otros muchos basaban su economía en el campo, aunque algunas legislaciones les prohibiesen poseer tierras. Pero pequeños propietarios agrarios hubo hasta la expulsión, destacando como viñadores y enseñando algunas particularidades de este cultivo a los cristianos. Pero la gran mayoría se dedicaba al comercio y la artesanía, se constituían en gremios y ocupaban determinadas calles de la ciudad.Una de las profesiones que ejercieron mayoritariamente, sobre todo en Aragón, fue la de tintoreros, destacando también como guarnicioneros, sastres, zapateros, joyeros y comerciantes en paños, lo que les proporcionaba un desahogado medio de vida aunque, evidentemente, no todos los judíos eran ricos. Fueron pequeños comerciantes, intermediarios y tenderos. Los reyes suprimían y otorgaban privilegios a sus comunidades y los obispos y la nobleza los gravaba con impuestos. Algunos judíos actuaban como recaudadores de las rentas reales, lo que les granjeaba el odio de los cristianos. Las disposiciones legales eran cambiantes : unas veces cobraban los impuestos reales y otras se les prohibía hasta el comercio con cristianos.

UNA de las profesiones en que destacaron notablemente fue la medicina. Yosef Ferruziel fue médico de Alfonso VI, don Meyr Alguadés lo fue de Enrique III de Castilla y Abiatar ben Crescas de Juan II de Aragón. La ciencia árabe influyó en el estudio de la Astronomía, significándose en esta ciencia Abraham ben Daud, Abraham ben Ezra y Yehudá Cohen entre otros. Deseoso de contactar con las comunidades hebreas de la Diáspora, Benjamín de Tudela recorrió Europa y Oriente, llegando a Jerusalén. La obra que escribió en su patria al regreso de sus viajes es un auténtico compendio de geografía e historia.

OTROS muchos judíos destacaron en el campo de las ciencias, como el rabí Azag, que organizó los regadíos de Tudela, Abraham Annasí, difusor de la ciencia hebrea y musulmana en Europa, Abraham Zacuto, autor del Almanaque perpetuo, y los geógrafos mallorquines Yehudá y Abraham Cresques, autor el primero del llamado Atlas Catalán.

LOS judíos escalaron puestos en la administración de los reinos: recaudaban los impuestos, actuaban como financieros e influían en la política. En este campo destacaron Samuel ha-Leví, tesorero de Pedro I el Cruel, y Abraham Senior, financiero de los Reyes Católicos.

LOS judíos pagaban impuestos especiales y eran considerados como propiedad de la Corona. En algunos casos, la multa por herir o matar a un judío no se pagaba a su familia, sino al rey. La aljama era el municipio administrativo de los judíos. Los dayaním o jueces equivalían al cargo de alcaldes y el Rabino Mayor tenía autoridad sobre todos los judíos del reino, mientras que la judería era el lugar que habitaban los judíos dentro de la ciudad, generalmente cerca de las murallas, el castillo o la catedral.Las aljamas gozaban de amplia autonomía. Los pleitos entre los judíos se resolvían según sus propias leyes y tribunales.

EN Castilla se celebraron asambleas de los representantes de las aljamas del reino para tratar de los intereses comunes de los judíos. La aljama vigilaba el cumplimiento religioso, cobraba impuestos, se ocupaba de la enseñanza y de los pobres y perseguía a los malsines o delatores. A las afueras de la judería se encontraba el cementerio. Algunas tumbas se conservan aún, como las del fonsario de Segovia. Las sinagogas, como Santa María la Blanca en Toledo, fueron transformándose en iglesias cristianas o desapareciendo ante las terribles presiones del siglo XV.

JUNTO a las sinagogas existían baños rituales de purificación, de los cuales, el mejor conservado es el de Besalú, en Gerona. Al estar las juderías situadas junto a las murallas, los castillos o los puentes, los judíos fueron, en ocasiones, los encargados de su defensa y protección, lo que da idea del importante papel que jugaron en la España medieval.

LA SOLUCIÓN FINAL: Conversión o expulsión.


EL año 1391 ve desatarse las crueles e injustas matanzas que asolan las juderías de Castilla, Cataluña y Valencia, en las que perecen miles de judíos. La presión antijudía se concreta con violencia en el siglo XV y se obliga a los judíos a llevar distintivos en la ropa. Las predicaciones de san Vicente Ferrer, la disputa de Tortosa entre judíos y cristianos y la Bula de Benedicto XIII, el papa Luna, contra los judíos, aceleran la destrucción del judaísmo español. Las predicaciones del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, fanatizan a las turbas que asaltan las juderías y dan muerte a miles de judíos. En 1476 se establece el Tribunal de la Inquisición en Sevilla. Siete años más tarde, fray Tomás de Torquemada es nombrado Inquisidor General. Las persecuciones habían producido una oleada de conversiones forzosas. La Inquisición actuó con dureza contra los conversos y acentuó la presión sobre los judíos: los hebreos eran obligados a escuchar las predicaciones de los dominicos en las sinagogas, tras lo cual se producían las conversiones.

LOS Reyes Católicos, ocupados en la guerra de Granada, habían aceptado la financiación ofrecida por don Isaac Abravanel y don Abraham Senior, Contador Mayor de Castilla y Rabino Mayor del reino para sufragar los gastos de la guerra, lo que no les impidió firmar el 31 de marzo de 1492 el Edicto de expulsión. Las súplicas de don Isaac Abravanel en favor de sus hermanos fueron rechazadas por los Reyes Católicos. La política real basada en la unidad dinástica, el poder real y la unidad religiosa se apoyó en la Inquisición y en fray Tomás de Torquemada para conseguir la conversión de los judíos. Todos aquellos que no aceptasen el bautismo deberían abandonar España en el plazo de cuatro meses dejando todos sus bienes. Unos 100.000 judíos abandonaron España. Se distribuyeron principalmente por Grecia, Turquía, Palestina, Egipto y Norte de Africa. Sus descendientes son los sefardíes, que conservan aún el idioma de Castilla. En su Diáspora por todo el Mediterráneo llevaron en su corazón dos nombres: Sefarad y Jerusalén.

Juderías, sinagogas y arte.


DE las antiguas juderías y calles de las ciudades medievales quedan pocos restos, diseminados por casi toda España. Repasaremos aquellas que todavía conservan huellas visibles en parte de sus barrios, estructura de sus calles o restos monumentales.

UNA de las juderías más importantes fue la de Cordoba, entre las murallas y la mezquita. La puerta de Almodóvar da paso a la antigua aljama cordobesa tras la que serpentean las estrechas callejas. En la calle Judíos se encuentra la sinagoga, una de las tres que quedan en España, y se accede a ella a través de un portón y un patio. Fue edificada en 1315 y tras la expulsión sirvió como hospital y cofradía de zapateros. En 1885 fue declarada Monumento Nacional. En la parte superior se encuentra la tribuna de las mujeres y conserva una decoración de atauriques con arcos polilobulados e inscripciones hebraicas en los muros.

DE la importante judería de Toledo aún se conserva un arquillo de la cerca y se sitúa entre Santo Tomé y la puerta del Cambrón. Sus calles retienen todavía en su ambiente el espíritu de los judíos que las habitaron. La que hoy es Casa Museo de El Greco fue en tiempos el palacio de Samuel ha-Leví, tesorero del rey Pedro I de Castilla y constructor de la sinagoga llamada del Tránsito. Frente a los muros del jardín se encuentra la sinagoga, con un exterior sencillo y sobrio que contrasta con la exuberante decoración del interior.

LA otra sinagoga que posee Toledo es la llamada Santa María la Blanca, edificada entre los siglos XII y XIII, asaltada por fanáticos y cristianizada tras las predicaciones de san Vicente Ferrer, aunque parece que recuperó su culto judío y lo mantuvo hasta la expulsión. En 1550 fueron construidas tres capillas que transformaron realmente la arquitectura del templo.

EL tercer monumento judío de Toledo es el Museo Sefardí, abierto en las dependencias contiguas a la sinagoga del Tránsito en 1971. Es un museo único en España y guarda en sus salas objetos de culto y hallazgos arqueológicos.

OTROS restos de juderías pueden encontrarse en Besalú, con un importante baño ritual, Gerona, Mallorca, Agreda, Hervás, con estructura urbana muy respetada, Ribadavia, Segovia, Tudela, Tarazona... y Sevilla, cuya judería está situada en el actual barrio de Santa Cruz.


LA religión marca todos los acontecimientos de la vida de un judío. Su principal aportación a la Historia de la Humanidad es la creencia en un solo Dios, monoteísmo. El Judaísmo dio origen al Cristianismo y al Islam.

Las juderías en la Historia: las ciudades.

SEVILLA.

Albergó una importantísima colonia hebrea que ya estaba firmemente asentada en tiempos visigóticos. Tuvo momentos de especial esplendor cuando, destruido el Califato, muchas familias destacadas de Córdoba la eligieron como refugio y nuevo habitáculo, en los inicios del siglo XI.
Ver también: «El caso de los judíos de Sevilla 1248-1492» y Necrópolis hebrea en Sevilla

TOLEDO.

Santuario y meta de los que buscan el recuerdo judío inmediato. Aquí podrán tenerlo con creces, tanto en los restos como en la historia.

LUCENA.

Es una visita obligada, una peregrinación triste. Porque habiendo sido en el pasado la ciudad judia por excelencia en la España musulmana, las presiones de los almohades de Texufín hicieron desaparecer de Lucena todo resto y todo rastro de sus judios.

CÓRDOBA.

Los judíos cordobeses estaban establecidos en la ciudad desde tiempos muy remotos. Hubo hebreos en la Córdoba romana y en la ciudad visigoda. Y en los siglos IX y X, en pleno auge del Califato, fue la metrópoli más próspera de Al Andalus.

GRANADA.

Recientes investigaciones parecen haber dado como resultado el hecho de que la fortaleza de la Alhambra pudiera haber sido el palacio-fortaleza que se hizo construir el ministro judío Yosef Ibn Nagrella, hijo de Samuel Ibn Nagrella, que sirvió al rey Bassis de la Taifa Granadina.

MÁLAGA.

Conquistada la ciudad poco antes que Granada por los Reyes Católicos, había conservado una importante comunidad judía bajo dominación árabe durante la Edad Media. No queda más que el recuerdo de aquella aljama, situada entre la calle de San Agustín, donde hoy se encuentra el museo de Bellas Artes, y la llamada Alcazabilla. Por el norte, estaría limitada por la plaza de la Aduana.

Religiones y costumbres.

PARA un judío, el ritual religioso comienza casi con el nacimiento: a los ocho días el niño es circuncidado según el pacto establecido entre Ha-Shem y Abraham. A los trece años, el muchacho celebra en la sinagoga su Bar-Mitzbá, ceremonia por la que es admitido como miembro de la comunidad con sus derechos y obligaciones. Las niñas celebran una ceremonia a los doce años pero de carácter privado (Bat-Mitzbá).


OTRA fiesta religiosa importante es sin duda el matrimonio, que consta de dos partes: el nissím o ceremonia y la Ketubá o contrato.


LA sinagoga es el templo judío. Está situada hacia Oriente, hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, y en ella tienen lugar las ceremonias religiosas. Las mujeres asisten a los oficios en una tribuna, separadas de los hombres. Aparte de las fiestas, el día sagrado es el sábado. En las ceremonias se lee la Torá y el oficio está dirigido por los rabinos ayudados por el cohen. La sinagoga no es sólo casa de oración, sino también centro de instrucción, ya que en ellas suelen funcionar las escuelas talmúdicas.

LA comida judía sigue un complicado ritual basado en la observancia de la Ley. En la Torá se especifica cuáles son los animales puros o impuros, los que no se deben comer, como la liebre o el cerdo. La prohibición de comer sangre obliga a desangrar a los animales en la carnicerías y también está prohibido mezclar la carne con la leche. Para cumplir con estos ritos existen restaurantes y tiendas de alimentación kasher.


LAS fiestas tienen gran importancia para los hebreos y conservan una significación religiosa. El Rosh ha Shaná; ( ) o día de Año Nuevo, cae en otoño, la sinagoga se viste de blanco y se hace sonar el shofar. Es una fiesta alegre que contrasta con la de Yom Kipur, el día del Perdón. En ella se guarda un ayuno de veinticuatro horas y se pide perdón a D-os y a los hombres por las faltas cometidas.


Otras fiestas menores son las de Shavuot, o Pentecostés, en la que se lee la Torá y se medita la Ley, la de Shukot o Tabernáculos, en la que se conmemora la estancia de los hebreros en el Sinaí y la de Hanuká o de las Luces, que recuerda la purificación del Segundo Templo tras la victoria de los Macabeos. La de Purím o Suertes es una fiesta profana con ambiente festivo. Otra fiesta es la del Año Nuevo de los Árboles o Tu B’Shevat, que se celebra el 15 de Shevat (aproximadamente febrero) y que marca el comienzo de la Primavera en Eretz Israel, cuando florecen los árboles frutales.


Pero la fiesta más importante para los judíos es sin duda la de Pesah o Pascua. En ella tiene lugar la celebración del Séder o cena pascual en la que se come el cordero, las hierbas amargas y el pan ácimo. Se recuerda en ella la salida de los hebreos de Egipto mandados por Moisés.

LOS sefardíes, descendientes hoy de aquellos judíos expulsados por los Reyes Católicos, conservan como un tesoro su idioma castellano, sus viejas tradiciones y los cantos y bailes transmitidos en la Diáspora. Los viejos romances judeo-españoles, las tradiciones sefardíes, se han visto enriquecidos por las músicas y costumbres de los países que les acogieron. Todo ello forma el sustrato único e irrenunciable de la cultura sefardí.

Personalidades hispanojudías.


LA aportación hispanojudía a la cultura ha sido de primera magnitud: poetas, gramáticos, sabios, médicos, astrólogos, lingüistas, filósofos, traductores trabajaron aislados en su comunidad o protegidos por emires y reyes. Utilizaron el árabe, el hebreo, el hispanojudío y las lenguas locales, sobre todo el castellano, en sus escritos.

LA producción cultural hispanojudía se movió en dos direcciones temáticas y estilísticas —con todas las salvedades que una afirmación de esta naturaleza comporta— en el Sur se cultivó la poesía y las disciplinas artísticas, y en el Norte la cábala y la filosofía.

INCLUSO en los tiempos difíciles grandes personalidades hebreas destacaron en las ciencias y en las artes. El filósofo, médico y poeta prolífico Yehudá Ha-Leví (Tudela 1086-Israel 1141) pasó por varias ciudades, entre ellas Córdoba y Toledo, donde fue protegido del rey Alfonso VI. Escribió en hebreo y árabe. Su poema de contenido religioso Himno de la Creación es uno de los más significativos. Creó un género nuevo, las siónidas muchas de estas poesías figuran en el ritual litúrgico de los judíos españoles. El exegeta bíblico Abraham ibn Ezra (Tudela 1092-Calahorra 1167) pasó varios años viviendo en Córdoba y Lucena y viajó por el norte de África y Europa. Profundo conocedor del árabe, tradujo al latín las obras de los sabios árabes para difundirlas por Europa. Como exegeta bíblico escribió Comentarios al Pentateuco, libro muy leído en la Edad Media y que fue objeto de otros comentarios; como lingüista hizo el primer intento por sistematizar una gramática hebrea, y como matemático desarrolló una labor divulgadora. El preceptista Moisés ibn Ezra (Granada 1060-1135) era de familia ilustre. Tuvo que emigrar y vivió en Zaragoza, Barcelona y Toledo, pero siempre añorante de Granada. Su Libro de la consideración y del recuerdo, escrito en árabe, es el único tratado de preceptiva poética de la literatura hebrea medieval. El viajero y comerciante Benjamín de Tudela (Tudela 1130-1175) escribió una detallada relación de sus viajes, con importantes datos sobre Babilonia y la geografía e historia de los países que recorrió. El astrólogo y médico Moisés Sefardí (Huesca 1062-1135) fue, además de médico de Alfonso I, rey de Aragón, un hombre de ciencia que desarrolló una gran actividad para que se privilegiaran los estudios del Cuadrivium, más científicos y verificables que los poéticos y literarios del Trivium. Elaboró unas tablas de astronomía, hoy perdidas, basadas en fuentes árabes y base de los estudios astronómicos posteriores. El cabalista Moisés de León (León 1240-1290) es el autor de Esplendor (Zóhar), la obra más importante de la cábala. Contrario a la filosofía aristotélica, y para frenar su influencia, escribió este comentario al Pentateuco, en el que se expone que, dado que es imposible conocer a Dios, éste se revela por medio de los diez sefirot, que son manifestaciones de su sustancia. De Sem Tob (Soria, ¿1300-?), a pesar de sus pocos datos biográficos, se sabe que vivió en Carrión, donde compuso sus Proverbios morales, un conjunto de reflexiones morales inspiradas en apotegmas hebreos escritos en castellano y en forma de poesía rimada. León Hebreo (Lisboa 1465-Italia 1521), asentado en Toledo, tras la expulsión fue a Nápoles. Escribió en hebreo, castellano e italiano. Su obra más importante es Diálogos de amor, escrita en italiano y de claro contenido neoplatónico. Influyó en los grandes escritores del Renacimiento, como Castiglione, Bembo y, sobre todo, en Spinoza y Cervantes.

PERO sobre todos se alza la figura de Maimónides. Filósofo, talmudista y médico, nació en Córdoba en 1138 y murió en Egipto en 1204. Aunque en 1148 aparentó una conversión al Islam, los acosos de los almohades le hicieron abandonar la España musulmana y huir a Fez; después fue a Palestina y por último a El Cairo, donde vivió casi hasta su muerte ganándose la vida con el ejercicio de la medicina y siendo el jefe de las comunidades judías en Egipto. En su época gozó de gran renombre y es el autor judío indiscutible en la cultura europea por su obra filosófica. Destacan en sus escritos la claridad expositiva y la sistematización. Sus obras de medicina fueron traducidas al árabe, al latín y al judeoespañol. Sus estudios talmúdicos le han hecho para el judaísmo la principal figura posbíblica (De Moisés a Moisés [Maimónides], no hubo otro Moisés, se afirmaba ya en su tiempo). La guía de perplejos es su obra filosófica por excelencia, en la que trata de establecer la armonía entre fe y razón.

Cronología de los judeo-españoles.


70 Toma y destrucción de Jerusalén por Tito.
132 Levantamiento de bar-Koziba (Bar Kochba, el hijo de la Estrella) en Jerusalén contra Roma.
135 Adriano repele la rebelión. Resistencia y suicidio colectivo de judíos en Masada. Los judíos son expulsados de Israel.
175 Redacción de la Mishná por Yehuda Ha-Nasi, como actualización de la Torá, en Galilea.
220 Lápida hebrea de Adra.
314 Concilio de Elvira (Granada). En él se dedica ya especial atención a las relaciones entre judíos e hispanos.
415 Invasión visigoda de la Península. Los arrianos visigodos protegen a los judíos.
589 III Concilio toledano. Conversión del rey Recaredo al catolicismo y restablecimiento de las normas represivas dictadas por el Concilio de Elvira.
612 Accede Sisebuto al trono visigodo, con voluntad de cumplir los preceptos del III Concilio toledano. Edicto de expulsión.
629 Los judíos son expulsados del reino franco de Dagoberto. El emperador Heraclio conquista Jerusalén.
633 IV Concilio toledano. Se insiste en la separación total entre judíos y cristianos.
675 Regreso de judíos a España bajo el reinado de Wamba.
694 XVII Concilio toledano. El rey Egica persigue a los judíos, acusándoles de conspirar con los musulmanes marroquíes.
711 Invasión musulmana de la Península. Comienza un período de auge judío en la España islámica. La invasión se produce al mando de Muza ben Nossair (musulmán) y Tarik, bereber al que se reconoce como judío de la tribu de Simeón.
845 Ramiro I de Asturias manda quemar a magos y nigromantes de sus reinos. Entre los condenados hay algunos judíos.
863 Muhammad I convoca en Córdoba un concilio ecuménico al que asisten cristianos judíos y musulmanes.
875 Judá Hebreo se establece en Barcelona bajo el reinado de Carlos el Calvo.
900 Primera referencia a la presencia de judíos en León.
905 Primeras noticias de la existencia de comunidades judías en el reino de Navarra.
958 Hasdai ben Shaprut de Córdoba cura de su obesidad a Sancho I el Craso, rey de León y de Navarra.
970 Muerte de Hasdai ben Shaprut, que ha escalado los más importantes cargos políticos de Al Andalus.
974 Carta puebla de Castrojeriz. En ella el conde Fernán González de Castilla otorga igualdad de derechos a cristianos y judíos.
993 Nace Samuel Hanaguid (Ibn Nagrella).
1002 Muerte del caudillo musulmán Almanzor y comienzo de la desintegración del Califato de Córdoba. Los judíos se esparcen por los reinos de Taifas.
1013 Matanza de judíos en Córdoba causada por la intervención judía en las luchas internas por el Califato.
1020 Concilio de León. Primeras leyes de este reino relativas a judíos. Nace Selomó ibn Gabirol.
1035 Asalto y matanza en la judería de Castrojeriz a la muerte de Sancho III el Mayor
1050 Hay noticias de la presencia en Barcelona de judíos que se dedican principalmente a la acuñación de moneda.
1056 Muere Samuel Hanaguid (Ibn Nagrella).
1058 Muerte de lbn Gabirol.
1066 Matanzas de judíos en el reino de Granada. El papa Alejandro II aconseja a los obispos castellanos que respeten la vida de los judíos.
1069 Florece el astrónomo Ben Yahia (Azarquiel) compilador de las Tablas Toledanas.
1070 Código dels Usatges, en el que se reglamenta la presencia de los judíos en el condado de Barcelona. Nueva matanza de judíos en Granada.
1075 Nace Yehudá Ha-Leví.

1085 Conquista de Toledo por Alfonso Vl. Comienza una intensa in migración de judíos desde Al Andalus a la España cristiana.
1086 Unos cuarenta mil judíos combaten junto a Alfonso VI contra los almorávides en la batalla de Zalaca.

1088 Los judíos ortodoxos del reino de Castilla persiguen a los judíos caraitas venidos de la zona musulmana y les obligan a establecerse sólo en las zonas fronterizas.
1090 Alfonso Vl de Castilla otorga la Carta inter Christianos et Judaeos, donde se regulan derechos y obligaciones de éstos en su reino.
1099 Primera Cruzada. Godofredo de Bouillon conquista Jerusalén.
1107 Yusuf ben Texufin y sus almorávides ponen sitio a la ciudad judía de Lucena.
1109 Matanzas en las juderías castellanas a raíz de la muerte del rey Alfonso VI.
1123 Los judíos burgaleses organizan un escuadrón de voluntarios para luchar por Castilla contra Sancho Aznar
1125 Yehudá Ha-Leví; escribe El Cuzarí.
1126 Fundación de la Escuela de Traductores de Toledo, de la que forman parte numerosos intelectuales judíos.
1127 Nacimiento de Benjamin de Tudela.
1130 Fecha fijada por Yehudá Ha-Leví para la llegada del Mesías. Surge uno falso en Córdoba: Moshé Dray.
1132 Auge intelectual de Abraham ibn Ezra.
1135 Nace Maimónides.

1139 Alfonso Vll de Castilla concede un fuero especial a los judíos de Guadalajara, equiparándoles a los caballeros de su reino.
1141 Muere Yehudá Ha-Leví.
1145 El rey de Navarra García Ramírez cede la sinagoga de Estella al obispo de Pamplona para que sea consagrada.
1148 Invasión almohade en Al Andalus y destrucción de la ciudad judía de Lucena. Emigración masiva de judíos a la zona cristiana de la Península.
1150 La Escuela de Traductores de Toledo se enriquece con la incorporación de Gerardo de Cremona.
1156 Los judíos toledanos intervienen en las pugnas políticas creadas por la minoría de edad de Alfonso VIII.
1162 Sublevación de judíos y musulmanes en Granada contra los invasores almohades. Fuerte represión ante esta resistencia.
1170 El rey Sancho de Navarra encomienda a los judíos la defensa de los castillos de Tudela y Funes. Fuero concedido por Fernando II a los judíos de Salamanca.
1177 El fuero de Palencia exime a los judíos de la jurisdicción real y les hace depender directamente del obispo y del cabildo.
1180 Matanza de judíos en Toledo, instigada por altos personajes de la corte castellana y por la probable leyenda de la judía Raquel. En el fondo de esta matanza está la derrota cristiana en Alarcos y la sospecha de que los judíos toledanos vendieron esclavos cristianos a los almohades en el mismo campo de batalla.
1190 Fuero de Cuenca. Hay en él una implícita igualdad de trato para judíos y cristianos pero se establece tajantemente la separación doméstica de ambos pueblos.
1196 Es quemada la judería de León por orden de Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón. Los judíos leoneses son sometidos a un régimen de esclavitud.
1200 En torno a esta fecha comienzan los estudios cabalísticos en los reinos cristianos peninsulares.
1204 Muerte de Maimónides en Fostat. Aparece la primera traducción hebrea de su Guía de Descarriados.
1208 Crecimiento máximo de la aljama de Palencia bajo la protección del obispo y del cabildo.
1212 Batalla de las Navas de Tolosa. Significa el fin del auge de los almohades y el comienzo de la gran reconquista castellana.
1213 Carta puebla de Tlascala (Toledo) en la que figuran considerables privilegios para la comunidad judía.
1215 IV Concilio de Letrán. En él se especifica que los judíos residentes en la Europa cristiana deben ostentar signos distintivos que les diferencien de los cristianos.
1219 Concordia del arzobispo de Toledo Ximénez de Rada con los judíos de su diócesis. Fernando III el Santo obtiene del papa Honorio III la supresión de las señales distintivas para los judíos del reino de Castilla.
1225 Primera referencia en escrituras públicas a la presencia de judíos en el principado de Asturias.
1228 El viernes santo hay un intento de saqueo de la aljama de Gerona. Los judíos son salvados en última instancia por las tropas de Jaime I el Conquistador
1230 Asalto a varias juderías del reino de León a consecuencia de la muerte del rey Alfonso Xl.
1232 Queda establecido el tribunal del Santo Oficio -la Inquisición- encomendado al cuidado de los frailes dominicos.
1233 El arzobispo de Santiago de Compostela decreta que los judíos gallegos cumplan los requisitos impuestos por el Concilio de Letrán (véase 1215).
1234 Los monjes franciscanos del sur de Francia queman públicamente los libros del filósofo judío Maimónides.
1235 Muerte del cabalista Ezra ben-Salomón. Conquista de Mallorca por Jaime I el Conquistador. La isla tiene un fuerte contingente de ciudadanos judíos que son absolutamente respetados por el rey catalanoaragonés.
1238 Toma de Valencia por Jaime I. El rey favorece a los judíos establecidos en la ciudad y presuntos colaboradores en la conquista. concediéndoles repartimientos.
1240 Los judíos comienzan a ocupar cargos públicos importantes en el reino de Castilla.
1247 Carta puebla de Carmona (Sevilla). Se establecen privilegios a los judíos que vinieran a habitar la ciudad.
1248 Conquista de Sevilla por Fernando III el Santo. Una de las condiciones de la capitulación es que la ciudad se entregue vacía de musulmanes.
1249 Jaime I de Aragón concede privilegios a los judíos de su reino para ejercer oficios gremiales.
1250 El papa Inocencio IV fuerza a los obispos castellanos a cumplir severamente la separación entre judíos y cristianos en sus diócesis.
1252 Muerte de Fernando III de Castilla. Su hijo y sucesor Alfonso X hace grabar sobre su tumba un epitafio en latín, castellano, árabe y hebreo.
1256 Una bula del papa Alejandro IV permite al rey Teobaldo II de Navarra prohibir a los judíos de su reino el ejercicio de la usura
1257 Jaime I de Aragón protege a la aljama de Lérida contra la quema de libros judaicos ordenada por el papa Gregorio IX.
1263 Jaime I de Aragón ordena que sean tachados de los libros hebreos aquellos pasajes que resulten peligrosos o contrarios a la fe cristiana. Se mantienen las controversias del cabalista Nahmánides de Gerona con el converso Pau Cristiá.
1265 Proceso contra Nahmánides.
1266 Se construye en Zaragoza un puente sobre el río Ebro con el producto del impuesto que pagan los judíos de la ciudad.
1267 Se concede autorización para el establecimiento de la Universidad rabínica de Barcelona. Nahmánides emigra a Israel.
1270 Muerte de Nahmánides en Akko.
1272 Alfonso X se hace cargo de la ciudad de Murcia. Conquistada por su suegro Jaime I de Aragón. Dispone que los judíos de la ciudad vivan apartados de los cristianos.
1273 Una cédula de Jaime I confirma los privilegios y las franquicias concedidas con ocasión de la conquista de las islas a los judíos que las habitaban.
1274 Ataque cristiano al burgo de San Cernín de Pamplona, con la colaboración de los judíos de la Navarrería.
1277 Destrucción de la Navarrería -con la aljama de Pamplona por soldados franceses, a consecuencia de los sucesos de 1275
1278 Nuevo saqueo del call de Gerona, provocado y ordenado por el obispo Pere de Castellnou. Los judíos son protegidos por el rey Pedro III.
1280 Prendimiento y ejecución del almojarife judío don Cag de la Maleha por orden del rey Alfonso X de Castilla
1281 Alfonso X impone tributo extraordinario de 12.000 maravedíses a las aljamas de Castilla y León.
1283 Pedro III de Aragón reduce las posibilidades de los judíos de su reino para el ejercicio de cargos públicos y el cobro de rentas reales.
1284 Pedro III pide tributos extraordinarios a los judíos de Aragón para fortificar las fronteras del reino frente al peligro francés
1285 Los almogávares, tropas mercenarias de Aragón, saquean el call de Gerona antes de entrar en batalla contra las tropas de Felipe de Francia. Pedro III ordena ahorcar a los responsables del saqueo.
1286 Moisés de León termina el Séfer ha Zohar, libro fundamental de la Cábala.
1288 Los judíos de Huesca contribuyen a la campaña de Alfonso III de Aragón en Sicilia con tributos extraordinarios.
1290 Expulsión de los judíos de Inglaterra.
1291 Repartimiento de Huete.
1293 Cortes de Valladolid. Leyes restrictivas contra judíos.
1294 Primera acusación conocida en España de crimen ritual por parte de judíos, en Zaragoza.
1295 Profecías de los rabinos castellanos consignan este año como el de la llegada del Mesías (es el 5055 de la era judía).
1297 Un edicto del rey Jaime II de Aragón pone a los judíos bajo la jurisdicción y el capricho de los obispos aragoneses y de la orden de los dominicos.
1301 El concejo de Toro consigue que los pleitos con los judíos se sometan a un juez designado por el rey y no a un juez propio.
1305 Las Cortes convocadas en Medina del Campo obtienen del rey Fernando IV de Castilla la promesa de que los judíos no ejerzan como cobradores de impuestos.
1306 Expulsión de judíos de los reinos de Francia.
1308 Vejaciones a los judíos navarros de Estella por el senescal de la ciudad.
1309 Acusación de crimen ritual en Mallorca. Severas medidas restrictivas contra los judíos.
1311 El Concilio de Vienne anula la orden de los templarios y trata de ayudar al pueblo judío.
1312 Ciertas irregularidades en los pagos de impuestos de las aljamas castellanas obligan a Fernando IV a reestructurar el sistema de cobros, en las cortes convocadas en Palencia.
1313 Un concilio convocado en Zamora y las Cortes de Dueñas dictan restricciones contra los judíos, impidiéndoles incluso el ejercicio de la medicina con pacientes cristianos.
1315 El obispo de Mallorca impone multas y reduce privilegios a la comunidad judía de la ciudad. Construcción de la sinagoga de Córdoba. que aún se conserva.
1319 Reedificación de la Navarrería de Pamplona y la aljama de la ciudad, por orden del rey Carlos IV tras su destrucción en 1277.
1320 Matanza de judíos a manos de tropas francesas en el norte de Aragón y Navarra. Comienza la llamada Guerra de los Pastores.
1321 Conversión de Abner de Burgos.
1322 El obispo de Zaragoza confisca en nombre de la Iglesia los bienes de los judíos de la ciudad.
1326 Los judíos del reino musulmán de Granada son obligados a llevar divisa que los distinga de los creyentes islámicos
1327 Asaltos a distintas juderías navarras en momentos en los que el reino se encuentra sin monarca después de la muerte de Carlos IV
1328 Alfonso IV de Aragón acoge en su reino a judíos emigrados de Navarra, en cuyo reino y sobre todo en Tudela se están produciendo graves persecuciones coincidentes con la muerte del rey Carlos IV y la crisis dinástica que ocasionó. Los cronistas hebreos cifran en más de 10.000 los judíos muertos en este pogrom, cifra que parece bastante excesiva.
1336 Los judíos de la Navarrería de Pamplona son reducidos a residir en una aljama tapiada.
1340 Las aljamas de Portugal llegan a un acuerdo a escala nacional para pagar en comunidad los tributos exigidos por la hacienda real.
1341 El ayuntamiento de la ciudad de Sevilla decreta que los judíos vendan sus productos y hagan sus transacciones comerciales únicamente dentro de las aljamas en que habitan.
1348 La Peste Negra. Las juderías navarras son especialmente afectadas por la epidemia. Hay asaltos y matanzas en las de la Corona de Aragón, sobre todo en las de Barcelona. Gerona y Tarragona, en Cataluña. y en las de Valencia y Sagunto. Cortes de Alcalá. Alfonso XI propone que los judíos dejen de ser banqueros para hacerse agricultores.
1350 Samuel Ha Leví es nombrado tesorero de Pedro I de Castilla.
1351 Cortes de Valladolid. Nuevas medidas restrictivas a judíos
1354 Conferencia convocada por las aljamas de Castilla. en la que se tratan los problemas comunes de todas ellas y sobre todo, el fenómeno de los malsines, conversos esquiroles
1355 Ataque a la judería de Toledo por las tropas del pretendiente al trono de Castilla, el bastardo Enrique de Trastámara se calculan 1.200 judíos muertos
1357 Construcción de la sinagoga del Tránsito en Toledo
1360 Matanza de judíos en Nájera. después de la batalla que mantienen ante la ciudad las tropas del rey Pedro I y las del pretendiente Enrique de Trastámara.
1361 Muere Samuel Ha Leví a manos de Pedro I de Castilla.
1366 Bertrand Duguesclin cerca Toledo. Los judíos de la aljama resisten valerosamente defendiendo la puerta del Cambrón, vecina a la judería. Varias juderías castellanas son esquilmadas por los mercenarios extranjeros que intervienen a favor de uno y otro de los contendientes de la guerra civil. Sufren especialmente las juderías de Briviesca. Aguilar de Campoo y Villadiego
1369 Un decreto real castellano ordena la confiscación de bienes de los judíos toledanos, a la vez que aumenta sus tributos.
1370 Un pogrom extermina la totalidad de los judíos de la ciudad belga de Bruselas. La reina Juana de Navarra protege a los judíos amenazados de su reino.
1371 Pedro IV de Aragón obliga a los judíos de Valencia a no habitar viviendas que se encuentren fuera del call que tienen asignado. Cortes de Toro. Nuevas medidas antijudías
1375 Fecha de composición del Atlas catalán de Abraham Cresques, judío mallorquín. Primeras quejas expresadas por los judíos a causa de las arbitrariedades racistas de Ferrant Martínez, llamado el arcediano de Écija. El papa Gregorio XI recuerda a la corona de Castilla su obligación de no proteger a sus súbditos judíos
1379 Juan I de Castilla pone a los judíos de su reino bajo la protección de sus monteros de Espinosa. Para el sustento de dicha fuerza los judíos tienen que pagar un impuesto de 12 maravedíes por Torá
1380 Comienzan matanzas generales de judíos en Francia. que se extienden hasta 1382.
1382 El infante don Juan de Aragón autoriza la construcción de una nueva sinagoga en Zaragoza.
1383 La aljama de Sevilla protesta ante el rey Juan I de Castilla por el trato recibido del arcediano de Écija. que está proclamando abiertamente el pogrom. Las cortes prohiben a los judíos residir en barrios cristianos.
1384 Las aljamas navarras, muy deterioradas, se unen para pagar en conjunto los tributos ordenados por la corona. La de Pamplona, en esta circunstancia, es especialmente pobre.
1385 Las tropas inglesas del duque de Lancaster toman Ribadavia, en Galicia. La judería de la ciudad es saqueada e incendiada, tras la defensa llevada a cabo por sus judíos.
1388 Don Pedro Tenorio, el obispo de Toledo, nombra gran rabino de la ciudad a su médico, Rabbi Hayen.
1389 Don Pedro Gómez Barroso, arzobispo de Sevilla. prohibe las actividades antijudias de Ferrant Martínez, el arcediano de Écija.
1390 Censo de judíos en Castilla. Se recuentan 3.600 cabezas de familia. Muere el arzobispo de Sevilla y queda como máxima autoridad en la diócesis el arcediano de Écija, que ordena inmediatamente la destrucción de las sinagogas y de todos los libros hebreos de la diócesis y el traslado de las lámparas santas judías a la catedral de Sevilla. Muere Juan I de Castilla en Alcalá de Henares. Conversión de Salomón Ha Levi (Pablo de Santa María) rabino mayor de Castilla y toda su familia.
1391 En el mes de junio comienza el gran pogrom contra los judíos en las ciudades españolas. Matanzas en Sevilla, Valencia y Barcelona.

1392 Juan I de Aragón funda la segunda aljama de Barcelona y permite la creación de una nueva universidad rabínica.
1393 Juan I de Aragón encarga al Rabbi Hasdai Crescas la restauración especial de la sinagoga de Valencia.
1395 Enrique III de Castilla castiga al arcediano de Écija por "alborotador del pueblo".
1401 Martín I prohibe la restauración del call de Barcelona. Carlos de Navarra vende los bienes de los judíos de su reino.
1404 Las cortes de Valladolid son las únicas de Castilla que se pronuncian a favor de los judíos perseguidos en el reino.
1406 Muerte de Enrique III de Castilla. Su médico, don Mayr, es acusado de haberla provocado: es sometido a tormento, durante el cual muere.
1408 Los judíos castellanos y aragoneses son obligados a no vivir fuera de las juderías y a llevar trajes distintivos especiales.
1412 Estatuto de convivencia restringida entre cristianos y judíos propuesto por la reina doña Catalina de Lancaster y posiblemente redactado y dirigido por el obispo burgalés don Pablo de Santa María judío converso. Comienzan las predicaciones del dominico Vicente Ferrer para conseguir la conversión en masa de los judíos peninsulares. En Segovia se acusa a los judíos de profanar la hostia. La sinagoga se convierte en iglesia, hoy del Corpus Christi. Se promulgan las leyes restrictivas de Ayllón y Cifuentes.
1413 Tienen lugar las llamadas Disputaciones de Tortosa: Josué Ha Lorquí, converso fanático, discute con rabinos de las aljamas aragonesas.
1415 Bula del papa Benedicto XIII o antipapa, según se mire, contra los judíos. La bula provoca conversiones en masa. Se consagran la sinagoga de Barbastro y varias sinagogas catalanas.
1424 Alfonso V de Aragón prohibe que los judíos se instalen en Barcelona. Les permite únicamente una residencia de paso, siempre que lleven distintivos especiales.
1429 Una epidemia diezma la judería de Zaragoza.
1432 Sínodo judío en Valladolid, bajo la presidencia de Rabbi Abraham Benveniste.
1434 Concilio de Basilea. El representante de Castilla en el concilio es Alfonso de Cartagena, converso, hijo del obispo burgalés Pablo de Santa María. Se recuerda su defensa de los privilegios eclesiales y sociales de Castilla.
1435 Muerte del obispo Pablo de Santa María, converso y arzobispo de Burgos.
1448 Una nueva epidemia afecta gravemente a las juderías aragonesas.
1449 Trece israelitas toledanos de familias principales son excluidos de la función pública que ejercían después de una matanza en la aljama. Saqueo y asesinatos en la judería de Ciudad Real.
1461 Aparece el Fortalitium Fidei del converso Fr Alonso de Espina, alegato contra los judíos. Estos escritos habrán de servir de consignas para el inquisidor Torquemada.

1467 Los conversos toledanos provocan un motín en la ciudad, a consecuencia del cual son duramente castigados.
1469 Protesta en las Cortes de Ocaña por las actividades usurarias de los judíos castellanos.
1473 Aparece el Almanaque Perpetuo, del judío salmantino Abraham Zacuto. Quema de judíos en Valladolid y persecución de conversos en Córdoba.
1474 El alcaide del Alcázar de Segovia, el converso Andrés Cabrera, logra a duras penas impedir una matanza masiva de judíos en la aljama de la ciudad.
1476 Una pretendida celebración de cultos judíos en el Viernes Santo provoca en Castilla una violenta reacción popular contra los conversos.
1478 Se autoriza el establecimiento de la Inquisición en Castilla.
1480 Las Cortes convocadas en Toledo acuerdan la prohibición de convivencia entre judíos y cristianos en Castilla. Son nombrados inquisidores generales de los reinos hispánicos Tomás de Torquemada en Castilla y Pedro de Arbués en Aragón.
1481 Se publica un edicto de gracia al que se acogen unos veinte mil conversos en Castilla para escapar a los tribunales de la lnquisición. La lnquisición comienza a actuar en Sevilla.
1482 Se instala en Guadalajara la primera imprenta judía. Se imprimen los Comentarios, de David Kimji.
1483 Se establece un tribunal del Santo Oficio en Ciudad Real. Por muerte de Arbués Torquemada es nombrado inquisidor general.
1484 Los regidores de Burgos acuerdan que ningún judío pueda comerciar en comestibles y vituallas.
1485 Se completa la expulsión de judíos de Andalucía.
1486 La ciudad de Vitoria acuerda medidas represivas contra los judíos de su aljama.
1487 Toma de Málaga por los Reyes Católicos. Don Abraham Senior, administrador real, logra rescatar a muchos judíos por veinte mil doblas jaquesas, embarcándoles con destino a África en dos galeras.
1491 Comienza el sitio de Granada. Don Abraham Senior y don Ishaq Abravanel abastecen económicamente a las huestes cristianas. Proceso del llamado Santo Niño de la Guardia.
1492 Enero: toma de Granada. Son dadas seguridades a los judíos de la ciudad. Edicto de Expulsión, decretado en los reinos de Castilla y de Aragón. Julio: Salida de España de los judíos no conversos.



Varias fuentes. Recopilación de A. Torres Sánchez.

La nación JUDÍA.

La nación JUDÍA.

HISTORIA. La nación judía es una rama de los abrahmidas, cuyo patriarca Abraham es, en sentir de algunos, el mismo que los clásicos llaman Orchano, pater Orchanus de Ovidio, en forma semítica Aborchanus, Aborhanus y Abrahanus. Los caldeos y asirios le consideraban como uno de sus reyes, especie con la cual tiene conexión la tradición bíblica, que le señala como originario de Or en la Caldea meridional. De ella paso Abraham por tierra de Aram a Palestina, ocupada entonces por befaítas y cananeos. Allí renovó alianzas con afines suyos (que vivían en la Pentápolis, ocupada hoy por el lago Asfaltites o Mar Muerto); probablemente los Ludim o Rutu de los egipcios, a cuyo linaje pertenecía, al parecer, su sobrino Lot, por ascendencia masculina o femenina. El Génesis refiere el sacrificio intentado de su hijo Isaac y la alianza establecida con Dios, significada en la circuncisión, de donde los asirios paganos coligieron que concluyó con la costumbre de los suyos de sacrificar los primogénitos, sustituyendo el sacrificio de sendos cabritos. También los damascenos le colocaban, al decir de Nicolás de Damasco, entre sus reyes fabulosos. Aunque originario de la parte de la Caldea situada en la otra parte del Éufrates, sus antepasados habían pasado ya este río, de donde tomaron el nombre de heber o eber, hibri o ibri, origen del de hebreos, los cuales se hallaban estrechamente emparentados con los hijos de Arfaxud, esto es, de la «Frontera de Accad.» Probablemente comenzaron los hebreos por remontar el río y se establecieron en Hawan, en el Padam-Aram, donde Abraham era adorado todavía como Dios en la Edad Media; después, pasando el Éufrates en mayor número por Tapsaco o Beregik, habían recorrido los desiertos de Siria, al Este del Anti Líbano, y se establecieron en Or o Am, morada actual de los anerues, en el país de Terach o Traconitila, en tierra de Damasco, y particularmente en la Palestina meridional, que los cananeos no habían ocupado todavía. Conocida es la historia de la invasión de Cdor-Lahomer en las tierras de Abraham y de sus aliados, y la persecución de los elamitas por el ilustre patriarca hasta redimir a Lot de su esclavitud; el anuncio del nacimiento de Isaac, la destrucción de las ciudades malditas y el casamiento de Isaac con su prima Rebeca, así como la relación de la contienda entre Esaú o Edom y Jacob. La historia de éste, según el Génesis, se desarrolla aún en gran parte en el Padam-Aram y en Siria.

Abraham había estado en Egipto verosímilmente, reinando ya la dinastía de los hicsos, gente de raza semítica, y bajo la misma dinastía entró primero José y después Jacob con sus demás hijos en el cultivado valle del Nilo. Establecidos los Beni-Jacob o Beni-Israel por los hittitas o hicsos en Memfis y en Lan, donde estaba el territorio llamado de Goschen, se asimilaron, salvo su fe, las costumbres de los egipcios, perdiendo quizá algunas condiciones nativas de su raza en la vida de la tienda, análogas al parecer a las que se perpetuaron en los árabes. Con todo, es evidente que allí se formó verdaderamente aquel pueblo, que de una familia numerosa se convirtió en el decurso de algunas generaciones en nación numerosísima, capaz de poner en cuidado a los poderosos faraones. Cuando éstos lograron arrojar de su país a los hicsos, se impusieron a los israelitas. Ramsés II empleó a éstos en labrar ladrillos para las obras, operación odiosa, que irritaba el orgullo de los antiguos pastores, acostumbrados a estimar como despreciable este linaje de ocupaciones. En tiempo de Meneplita o Amenofis, un hebreo educado en la cultura de Egipto, y a quien los clásicos han conservado el nombre de Osar-sif (sacerdote de Osiris), llamado propiamente Mo-sé (en egipcio salvado de las aguas), nombre que los hebreos escribieron Moséh (el que saca), como si tal significado predijese ya su obra, se puso al frente del movimiento nacional que tenía por [245] [245] objeto librar a los hebreos de la servidumbre egipcia, que no cesaba de cargar sobre ellos duras y cruelísimas persecuciones. Los clásicos refieren, bajo la autoridad de Manetón, con una cronología tan arbitraria que parece compendiar en la historia de Moisés hechos pertenecientes a la invasión hicsa, su triunfo y la restauración egipcia, que un adivino aconsejó a Amenofis que librara a su país de los leprosos y otros hombres impuros, con lo cual no se dio reposo en reunir a aquellos de sus vasallos atacados de aquella dolencia, y, como se contasen unos ochenta mil, los puso a trabajar en las canteras de Tura. Tal hecho atrajo la cólera de los dicses, porque había sacerdotes entre los condenados a aquella triste faena, y entonces el adivino escribió una profecía anunciando que, aliados los impuros con otras gentes, se apoderarían de Egipto. El rey, sin embargo, compadecido de aquellos infelices, les concedió para vivir la ciudad de Araris, donde se constituyeron en cuerpo de nación, bajo la dirección de un sacerdote de Heliópolis llamado Osar-sif o Moisés, quien después de darles leyes contrarias a las de los egipcios preparó para la guerra, y, aliándose con pastores refugiados en Siria, atacaron el Egipto y lo ocuparon sin esfuerzo, no sin forzar a Amenofis a huir con las imágenes de sus dioses, su ejército y parte de su pueblo. Los solimios o solimitas, que habían invadido el país con los impuros, multiplicaron en él sus vejaciones, hasta que Amenofis volvió con su hijo de Etiopía, y, atacando juntos a los pastores y a los impuros, los vencieron y persiguieron hasta la frontera de Siria. La narración del Génesis, más puntual y fidedigna, señala que, perseguidos hasta las orillas del Mar Rojo, por donde se propusieron pasar a Arabia por un sitio no lejano quizá de los lagos Amargos, milagrosamente se apartaron las aguas del mar para que pasasen a pie enjuto, sepultando después al ejército egipcio empeñado en darles alcance. Llegados los hebreos al Sinaí, promulgó Moisés los Mandamientos o artículos de la ley fundamental que recibió de Jaleeh o Jehová en lo alto de las montañas, rodeado de relámpagos que eran acompañados del terrible estampido de los truenos. Antes de esto habían tenido los de Israel un encuentro con los amalecitas en las aguas de Meriba y otro en Rafidim, saliendo en ambos vencedores. En el segundo aparece un héroe militar, Hosea o Josué, el vencedor, que había de suceder a Moisés en la dirección del pueblo. También se destacan en el Éxodo, como figuras principales, las de Aarón y Miriem (María).

Los emigrados se dirigieron desde el Sinaí hacia el Norte y recorrieron el desierto de Taran, en y Cades-Barnea, cerca de Canain, enviaron a que reconociesen el país a algunos exploradores. Los informes de éstos les movieron a retroceder hacia el Mar Rojo, y, durante treinta y ocho años, cuarenta contados los dos anteriores, anduvieron errantes por el desierto que se extiende entre Cades-Barnea y Etsiongaber. Hallábanse ya los hebreos divididos en ramas o tribus, las diez de Judá, Simeón, Benjamín, Dan, Rubén, Gad, Isacar, Neftalí, Zabulón y Aser, que procedían directamente de los hijos de Jacob, conservando los nombres de éstos las de Efraim y Manasés, que se referían a los hijos de José, y consagrada la de Leví al sacerdocio, por lo cual no tenía representación o existencia política separada como las otras. Cumplidos cuarenta años desde el tránsito por el Mar Rojo, el pueblo de Israel obtuvo permiso para entrar en la Tierra prometida. Para evitar nuevas contiendas con los egipcios, Moisés, dejando a un lado las regiones situadas al Occidente del Mar Muerto, donde aquellos tenían sus guarniciones, caminó por el país de Moub, donde derrotó sucesivamente a Sihón, rey de los amorreos, y a Og, rey de Bashán, ocupando el país de Gilead, donde se establecieron las tribus o partes de tribus, Rubén al Sur, entre el Arnón y el torrente de Arbot; Gad a lo largo del Jordán hasta Galilea; la mitad de Manasés en el reino de Bashán, y algunas familias de Judá cerca del nacimiento del río. Restaba atravesar el río para establecerse al otro lado. Moisés no lo pasó. Vio de lejos la Tierra prometida y murió, sin que su sepulcro haya sido conocido de nadie (Deuteronomio, XXIV, 6, Josué, XIII, 33). Josué Ben Nun pasó el Jordán algo más arriba de su desembocadura, tomó a Jericó, a Ai, a Bethel y a Lichem, donde estableció su residencia, y rechazó victoriosamente las coaliciones formadas por los cananeos del Sur, a las órdenes de Adoniselek, rey de Jabus, y por Jabín, rey de Hazop, con lo cual el pueblo de Israel se vio dueño de todo el país que se extiende a ambas márgenes del Jordán y desde Cades-Barnea hasta el nacimiento de dicho río. Repartido el territorio entre las tribus, cupo a Judá la parte meridional entre el Mar Muerto y la llanura de Gaza, teniendo al Norte a Dan y a Benjamín, en el centro de Efraim y parte de Manasés, y al Sudeste a Simeón. Por lo que toca a Isacar, Zabulón, Neftalí y Aser, se establecieron a lo largo de la costa, en la llanura de Jezreel y al Norte del Carmelo. Aunque guardaban su independencia, viviendo en medio e Israel, ciudades cananeas como Lais, Jebus y Gibed, Leví no tuvo parte en el reparto, porque le tocaba por herencia el Eterno, Dios de Israel. Era cada tribu gobernada independientemente de las otras once, y tenía autoridades propias civiles, regularmente constituidas. Las tribus se dividían en razas que se subdividían en casas, cuyas cabezas eran los ancianos o jeques, los cuales formaban un consejo que podía fallar con autoridad soberana. Constituían pequeñas Repúblicas, que podían aislarse o confederarse sin guardar otro vínculo que la comunidad de origen y de culto; pero Josué, que había dispuesto de la acción de todas para la conquista, procuró que sirviese de santuario común a la nación el lugar donde estuviese el Área de la Alianza, depositándola desde luego en Guilgal, enfrente de Jericó, de donde fue trasladada a Shilo y confiada a Efraim. A la muerte de Josué, Judá y Simeón vencieron en el Sur a la mayor parte de las tribus indígenas, salvo a los filisteos, pero en el centro y en el Norte los sidonios ofrecieron a los israelitas resistencia insuperable. Sin embargo, Jehová les protegía, y siempre que estaban angustiados, el Señor suscitaba en Israel un juez, sofet, que les defendía de sus enemigos y les afirmaba en su fe. No todos los que se honraron con este nombre merecieron tan buena reputación ni extendieron su autoridad sobre todas las tribus. Gedeón, llamado Jerobaal (quien teme a Baal), erigió un ídolo; Abimelec fue un tirano, y Jefté, en sus principios, un salteador de caminos. Samsón el danita se eleva considerablemente entre todos por la grandeza trágica de su carácter y por sus hazañas, y asimismo Débora, que en tiempo en que la mujer hebrea tenía una libertad no conocida en el harén de Salomón, juzgó bajo una palmera entre Rama y Bethel en la tribu de Benjamín, reuniendo al pie del Tabor los de esta tribu, los neftalíes, los zabulonitas, los hombres de Efraim y los manaseitas cirfordianos y amenazó a las ciudades de Tanave y Mejiddo, que en vano intentó salvar con poderoso ejército Habén, rey de Hasor, derrotado en las márgenes del Kison, y después fugitivo, hasta que le dio muerte Iael, la mujer de Heber Kemta. Al declinar este período ofrece aspecto particular la historia del mencionado Samsón el danita y de Jefté de Galaad.

El primero, comparado con Hércules, e interpretado su nombre con pretensiones alegóricas, como el símbolo del Sol, especie de Antar hebreo, promueve la pendencia de los danitas contra los vigorosos filisteos y sus conquistas sobre los cananeos de Lein; el segundo, perteneciente a los manaseos de la otra parte del Jordán, es un personaje hijo de sus obras, que, de bandido se forma general. Después de haber vencido varias veces a los ammonitas y amorreos, que amenazaron a Dan, Simeón y Judá, obtuvo un triunfo completo sobre los ammonitas, no sin haber ofrecido un voto, que recuerda la historia clásica de Ifigenia, el de sacrificar a Jehová la primera persona que se le presentase al volver a Mitspáh, donde tenía su casa, teniendo el dolor de que la víctima designada fuese su propia hija. Pero ni esto ni escarmientos anteriores impidieron que los filisteos, con sus terribles carros de guerra, después de someter en gran parte a Judá y a Simeón, dirigiesen sus armas contra las tribus centrales de Efraim, Benjamín y Simeón. Entonces el pueblo, estimando un remedio para todo él concentrar el poder político y el sacerdotal en una misma persona, eligió por juez general al gran sacerdote Elí, que defendió bien la patria al principio, pero que, ciego en su vejez y malquistado con el pueblo por la mala conducta de sus hijos, no pudo contener el empuje de los filisteos, que en Afek dieron muerte a cuatro mil israelitas en un solo combate. Veinte años después salvó a Israel el profeta de Jehová, Samuel, hijo de El Canah, quien, resuelto a sacudir el yugo de los filisteos, exhortó al pueblo a renunciar a los Baales y le convocó en Mitspáh para hacer penitencia por sus pecados. Samuel es el tipo del verdadero profeta, del hombre inspirado, cuya misión reconoce el pueblo; sin intervención oficial derrota a los filisteos y fija su residencia en Rama, su ciudad natal, cerca de Gibeah, en Benjamín. De su libro (X, 25) aparece, en sentir de algunos, que estableció en el Arca, o cerca del Arca el Sefer, un registro abierto sobre los hechos históricos, aprovechado después en los escritos bíblicos.

Siendo ya viejo, y a la sazón en que los ammonitas habían puesto sitio a Jabes de Galaad, Saúl, hijo de Kis, uno de los admiradores de Samuel, y que se creía animado como él por el espíritu divino, indignado de la cobardía de sus compatriotas, degolló un par de bueyes de su propiedad, los descuartizó y dividió en partes, y, enviándolos a las comarcas de Israel, amenazó con hacer lo mismo con los bueyes de los que no le siguiesen; y Samuel, dotado de buena presencia y de estatura que excedía lo alto de su cabeza sobre la de los de su pueblo, alentó a los israelitas, que libraron a Jabes. Ya habían testificado los hebreos su deseo de tener un rey como el de los pueblos que les rodeaban, y cualquiera que fuese la aversión de Samuel a cambiar el orden político establecido, según el cual sólo Jehová era el soberano, reunido el pueblo en Galgal proclamó a Saúl, el héroe benjaminita, rey de Israel. El nuevo monarca alistó como ejército permanente tres mil hombres, poniendo mil a las órdenes de Jonatán. Este tomó de los filisteos la ciudad de Gibea, y, resentido Samuel porque no le había aguardado para ofrecer en Galgal el sacrificio expiatorio, le miró mal desde entonces. Luego le maldijo por haber perdonado Saúl la vida de los amalecitas, y a su rey Agag, y aunque Saúl solicitó su perdón y dio muerte a Agag en el santuario de Galgal, Samuel se retiró a Rama y de allí pasó a Belén (Bethlehem), donde con el pretexto de celebrar un sacrificio consagró misteriosamente heredero del trono a David, hijo menor del Isai (Jessé). Llamado a la corte para consolar a Saúl en la melancolía de éste, se captó David su corazón y el de su hijo Jonatás, enviado a pelear contra los filisteos; sus victorias fueron celebradas en los decires populares, y las mujeres de Israel salían a recibirle danzando al son de címbalos y tambores y cantando:

Saúl ha muerto a mil
Y David a diez mil


Saúl comenzó a tener celos de su gloria, y en un acceso de cólera arrojó sobre él su lanza. Después, juzgando que para deshacerse de él le serviría de mucho el casarle con una hija suya, la desposó con Micol, quien, enamorada de David, le facilitó la fuga. El desterrado, refugiado en una cueva y convertido en jefe de banda, llevó a cabo acciones heroicas, semejantes a las de Antar y del Cid Ruy Díaz, cuyas historias legendarias han podido recibir alguna influencia de la maravillosa bíblica del monarca de Judá. Para obtener pan para él y su gente de parte de Abimelec, jefe de los sacerdotes, quien sólo tenía a su disposición panes consagrados, declaró que él y los suyos estaban puros de comercio con mujeres, y, como en las leyendas del Cid, éste se provee, ora de la espada de Mudarra, ora de Colada, que fuera del vencido conde de Barcelona, David exige a Abimelec que, le entregue la espada de Goliat, colocada en el templo como trofeo porque no tiene su par. Como el Cid vivió parte de su vida entre sarracenos y poniendo su brazo y sus guerreros al servicio de los reyes moros, David residió en la tierra de Akes, hijo de Maof, rey de Gat, príncipe filisteo, enriqueciéndole con el botín que ganaba a los amalecitas. Como éstos saquearan en una invasión en el Negeb a judaítas, calebitas y filisteos, David les sorprendió y arrancó las riquezas de que se habían posesionado; el hijo de Isai envió grandes regalos a Bethel y a Hebrón, donde tenía muchos amigos de Judá que le consideraban como el caudillo de la tribu. Casi al mismo tiempo Saúl salía con sus tres hijos, Jonatás, Malkisna y Abinadab, al encuentro de los filisteos, que se habían presentado sobre Jezrael, estableciendo su campamento en Gelboe enfrente de Sumen, ocupada por aquellos. Dada la batalla, quedó en el campo con sus tres hijos.

A la muerte de Saúl, David se hizo proclamar [246] rey de Judá en Hebrón, y aunque Abner, general del ejército vencido, reuniendo los dispersos aclamó heredero de Saúl a Ishbaal, hijo de éste, quien mantuvo la guerra con Judá durante siete años, lo abandonó su carácter altanero, siendo asesinado el rey de Benjamín por los suyos. Entonces los representantes de las tribus, aun de las más lejanas, como Aser, Zabulón y Neftalí, acudieron a Hebrón para reconocer por rey a David, quien fue consagrado ante los ancianos. Comprendiendo David que si Hebrón en el centro de Judá era buena corte para el reino de este nombre no lo era para las doce tribus, se propuso trasladarla a la fortaleza cananea de Jebus, rodeada al Levante, Sur y Poniente por el lecho del Cedrón y la garganta de Hinnón, y al Norte por una ligera depresión del terreno. Después de un asalto vigoroso la tomó su general Joab, realizando sus deseos. Dividía en dos la ciudad un barranco profundo que, como el valle del Darro en Granada, seguía la dirección de Norte a Sur, y separando las alturas de Sión de las colinas de Millo y del monte Moria formaba como dos ciudades, a las cuales impuso David el nombre en número dual Jerusalaim y también el de Jerusalén. David dejó para el pueblo la parte del monte Moria, fijó su residencia en Sión y fortificó a Millo. En cuanto a los jebuseos, les dio la parte baja de la ciudad, el cuartel de Bufel, procediendo poco más o menos de igual manera que los sarracenos en España con los mozárabes, y los cristianos con los mudéjares en la Reconquista. Viendo los filisteos la prepotencia de Israel, invadieron a Judá, amenazaron a Jerusalén y sitiaron a Betlehem; pero David los derrotó, los filisteos pidieron la paz, y Gat y las poblaciones de su comarca quedaron en poder de los hebreos. También Moab sucumbió ante sus armas, las cuales dirigió David al Norte hacia la Siria, derrotando o sometiendo sus reyes y apoderándose de Damasco. Como los idumeos aprovechasen su ausencia para invadir a Judá, David envió a sus generales Joab y Abisai, que los derrotaron en el valle de la Sal, al Mediodía del Mar Muerto. Su país fue ocupado militarmente, guarneciendo fuerzas judías los lugares importantes hasta Elath y Etsiongaber, en el extremo oriental del Mar Rojo. David constituyó un verdadero Imperio judío desde las márgenes del Éufrates al Egipto y a las costas del Mar Rojo. Entonces tomó su corte un color oriental que, recordando las de Egipto y Asiria, tenía condiciones particulares imitadas por los estados árabes hasta en la Edad Media. Hasta entonces, así Saúl como David, viviendo en casas particulares como grandes propietarios o ganaderos ricos, no habían organizado aparato de corte, como no lo organizaron tampoco los inmediatos sucesores de Mahoma, ni aun quizá los omeyas; pero desde aquel momento David, que había mandado trasladar el arca de Kiriat-Jearim a Sión, se hizo labrar por obreros fenicios un palacio de piedra de sillería y techos de madera de cedro, y escogió para guardia especial de su persona treinta gibbones o varones esforzados de los seiscientos que constituyeron su banda en su época de guerrillero. Además de esto instituyó guardia numerosa de carios asalariados o Créte Plete (filisteos de Creta) y de gittitas, naturales de Gat. Joab era su sarsaba o generalísimo. Benayah, hijo de Joiada, capitán de su guardia; Seraia su sofer o secretario, y Josafat ben Ahilud su mazqur, es, a saber, su canciller, y quizá su historiógrafo. Las discordias del harén, que reunió ya por miras políticas, ya por pasiones de que no supo librarse, le movieron a cometer pecados aumentados por los de los hijos de las diferentes mujeres, y produjeron, entre otras, la rebeldía de Absalón, que amargó sus últimos días; y la influencia de Betsabé, resuelta a desempeñar el papel de sultana valida durante los días de Salomón, reforzada por los consejos del profeta Natán, produjeron la proclamación de aquél en vida de su padre, en perjuicio de su hermano mayor Adonías.

El reinado de Salomón se consagró a la administración interior. Dividió su reino en doce regiones próximamente iguales para el fin de la recaudación de impuestos, sin atenerse a la población de las tribus; aliado con Hiram de Fenicia, los judíos se embarcaban en el Mediterráneo en buques fenicios; aliado con el rey de Egipto, cuya hija recibió en matrimonio, su escuadra salía de Etsiongaber, en el Mar Rojo, y quizá hacía la travesía de las Indias y de la Indochina. Además fundó a Tadmir o Palmira en el desierto, estación de las caravanas arameas que se dirigían de Fenicia o Egipto a las comarcas del Éufrates. Sumamente tolerante, y en ocasiones descreído en materias religiosas, honró a los dioses de las mujeres de su harén; sirvió a Astarté, divinidad de los sidonios; a Milleom, divinidad de los ammonitas; labró un templo a Camosh, dios de los moabitas, y a Moloch, que lo era de los ammonitas, en una montaña situada enfrente de Jerusalén (Reyes, I, XI, 1-13, 3º). Dejó, sin embargo, en Oriente una reputación imperecedera por su sabiduría. Expuso, o refirió, dice el libro de los Reyes (I, v. 9 y sigs.), tres mil cinco masales (proverbios o parábolas); compuso mil sires o cantos líricos; trató de todos los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que brota en las murallas, y señaló las cualidades de los cuadrúpedos, aves, reptiles y peces. Con el auxilio de operarios fenicios emprendió y acabó obras maravillosas, entre las cuales descollaban su palacio y el templo de Jerusalén. Según el autor del Eclesiastés, fue el más rico y el más poderoso de los hombres. A tenor del Evangelio de San Mateo (VI, 29; XII, 27), resumía todo el esplendor humano. Mahoma y las leyendas musulmanas le dan el carácter de poderoso encantador que redujo a los genios a que le sirvieran como esclavos. Aquella extraordinaria grandeza que, recogiendo tradiciones extrañas, debilitaba el vigor del sentimiento nacional, produjo inevitable decadencia.

Disgustada la tribu de Efraim por la fundación del templo de Jerusalén, lo cual parecía conceder a esta ciudad y su comarca cierta superioridad entre las demás, fue la primera en rebelarse, alentando Apjah, sacerdote de Silo, a Jeroboam, de la misma tribu, a despojar de su trono a Salomón en los últimos años de su vida. Aunque el rebelde hubo de retirarse a Egipto al lado de Sesonq, al suceder Roboam o Rehabeam a su padre (929 a. de J. C.), el pueblo llamó a Jeroboam, y, celebrada una junta en Sichem, el jefe de los insurrectos se encargó de presentar a Roboam sus quejas por las exacciones y tributos que había impuesto su padre. Como al cabo de tres días le despidiese el rey con amenazas, la deserción pareció general, señalándose particularmente a poco la resolución de las tribus del Norte y del Este, así como de los filisteos, moabitas y ammonitas, de reconocer la preeminencia de Efraim hasta proclamar monarca de Israel a Jeroboam. Convencido Roboam de la inutilidad de la lucha por los consejos del profeta Semaiah, quedó reducido al territorio de Judá, de Simeón, a algunas ciudades de Dan y de Benjamín y a la soberanía sobre Edom. En cuanto a la Siria y su capital, Damasco, quedaron definitivamente desmembradas de Israel y de Judá bajo monarca propio. No se ocultaba a Jeroboam que el estado del monarca legítimo, aunque más reducido en extensión, era más compacto, robustecido con las tradiciones administrativas de David y de Salomón, y con la organización religiosa de que era punto central el templo, que debía ejercer mucha atracción sobre los fieles. Para contrarrestarla introdujo el culto de Apis, cuyos ritos había aprendido el pueblo en Egipto, colocando sus imágenes, el becerro de oro, en Bethel y en Dan. Cinco años después el faraón Sesonq saqueó el templo y se paseó triunfalmente por Israel, volviendo a su corte cargado de tesoros. Después de la retirada de Sesonq continuaron las guerras entre Israel y Judá. Habiendo sido asesinado Nadab, hijo de Jeroboam, por Baeza, este príncipe israelita se arrojó sobre Judá, donde el hijo de Abijam y nieto de Jeroboam, a pesar de haber rechazado victoriosamente una invasión de etíopes y libios, no creyéndose bastante fuerte imploró el auxilio de Ben-Adab I, rey de Siria, quien promovió la guerra a Israel, forzando a Baeza a abandonar la conquista del reino judío. Sela, hijo de Baeza, fue muerto y reemplazado por Omri, quien fundó y fortificó a Samaria. Como no cesara de molestarle con sus ataques Abén-Adab, rey de Damasco, buscó la alianza de Fenicia y obtuvo de Hobal, rey de Tiro, la mano de Jezabel para Acab, su hijo y heredero. Este, influido por su mujer, no cuidó del culto nacional, facilitando la propagación de la religión de los fenicios, a pesar de las exhortaciones y conminaciones del profeta Elías, quien, después de hacer varios milagros, subió vivo al cielo en un carro de fuego (Reyes, I, 17-19; II, 1-2), dejando en su lugar a Elíseo para que continuase sus exhortaciones. Pero Acab derrotó a los sirios, y, hecha la paz, les auxilió contra los asirios. En la segunda guerra de éstos contra Damasco le ocurrió a Acab aprovechar la ocasión de recobrar la ciudad de Ramoth Gilead, detentada por los sirios; acudió al auxilio de Josafat, rey de Judá, estableciéndose alianza entre ambos por el casamiento de Atalía, hija del israelita, con Aláh, hijo de Josafat; pero fueron derrotados, quedando Acab en el campo y Josafat fugitivo. Mientras Ajasía, hijo de Acab, se retiro a curarse de sus heridas, Eliseo, presentándose ante los restos del ejército, hizo reconocer a Jehú, quien dio muerte a Ajasía y a su cuñado Jerom, que había sucedido a Josafat. Atalía, que había quedado en Judá después de dar muerte a todos los príncipes de la casa de su marido, a excepción de Johás, el gran sacerdote, usurpó el reino, se rodeó de una guardia fenicia y generalizó el culto de los Baalien. En aquella circunstancia estaban trocadas las condiciones religiosas de ambos pueblos hermanos: Jehová era honrado en Samaria; Baal en Jerusalén.

Pero Jonás fue proclamado por el gran sacerdote Josada, y Atalía muerta. Amenazando nuevamente los sirios, Jonás compró la paz a precio de oro, y Janucaz, hijo de Jehú, menos acepto que éste a Jehová, sufrió mucho de ellos. Sucedióle Johás, israelita, el cual, unido con Amatrías de Judá, echó de sus Estados a los sirios; pero Amatrías quiso someter a Johás y fue vencido y cautivado, y Johás entró victorioso en Jerusalén. Su hijo Jeroboam II conquistó al Norte los Estados que fueron de David y de Salomón. Amatrías, después de la retirada de Johás, atendió a organizar y fortalecer su reino; su hijo Ozias restableció su autoridad sobre Edom y asoció al gobierno a Jotán, que era su hijo y heredero. En tanto la corona pasaba en Israel de Jeroboam II a su hijo Zacarías, último de la raza de Jehú, el cual fue asesinado por el usurpador Shalum. Este fue también muerto a poco en Samaria por Menahem, hijo de Gadi, príncipe que hubo de comprar la paz de los asirios. Sucedióle su hijo Pecahia, el cual fue asesinado por Pecah, uno de sus generales, que, muy débil y muy pobre, se sometió a Ben Adar II, rey de Damasco, quien su vez había reconocido la soberanía de Asiria. Pecah, unido con el monarca sirio, se dirigió contra Judá, donde reinaba Acaz, que había sucedido a Jotán; los invasores le vencieron dos veces y llevaron muchos cautivos judíos; pero Acaz, dirigiéndose al rey de Asiria, Tuglat-habul-Asar, se declaró su vasallo, con lo cual el asirio invadió a Israel y se apoderó de la mayor parte de su territorio, mientras Pecah se encerraba en Samaria para someterse después. Pero asesinado Pecah por Hosea (729), e instalado este rey, la muerte de Tuglat pareció a propósito para una rebelión de los palestinos, en especial de Israel y Fenicia. Salmanasar acudió a domar la rebelión, y aunque los israelitas pidieron auxilio a Sabás, rey de Egipto, el asirio sitió a Tiro y a Samaria, y Sarinquín o Sargón, que había sucedido a Salmanasar, tomó a Samaria, la saqueó y se llevó cautivos a sus moradores, que condujo a Kalaf, a las márgenes del Habor y del Gozán, y a las ciudades de los medos. Muchos campesinos israelitas se desterraron antes que prestar obediencia al gobernador asirio, acogiéndose unos a Ezequias, rey de Judá, hijo de Acaz, y emigrando otros a Egipto.

A la caída del reino de Israel, Ezequías aspiró a restablecer el culto de Jehová en toda su pureza, destruyendo los ídolos introducidos y la famosa culebra de metal conservada desde los tiempos de Moisés, y a la cual prestaba el vulgo un culto idolátrico. Habiendo sucedido a Sargón en Asiria Sennaquerib, y estimando Merodach Baladán de Babilonia ocasión oportuna para sacudir el yugo de los asirios el principio del nuevo reinado, envió a este fin una embajada a Ezequías para que se rebelara, y entabló también negociaciones con Egipto. En vano intentó disuadir al rey de Judá el profeta Isaías, partidario de que Judá no se mezclara en contiendas internacionales. Ezequías hizo frente a los asirlos, que ocuparon el país, y sólo mediante crecido tributo perdonaron a Jerusalén. Mas viendo que numerosas fuerzas egipcias y etíopes le amenazaban, comprendió la conveniencia de no dejar a su espalda fortaleza en manos de amigos sospechosos, y pidió que se le entregase la ciudad para que la guarneciese, lo cual repugnó a Isaías como una profanación, y su resistencia triunfó de los asirios merced a la inesperada catástrofe que destruyó su numeroso ejército en los confines de Egipto y Palestina. Asaradón, hijo de Sennaquerib, castigó a los egipcios y sometió nuevamente a Judá, cuyo rey Manasseh, hijo de Ezequías, pervirtió el culto asociando divinidades asirias y babilonias, y asoció a Jehová como diosa paredria una reina del cielo. Bajo Amón, hijo de Manasseh, hicieron los arios su primera aparición brillante en la Historia bajo Iraortes y Hoxaves de Media, el último de los cuales sitió la capital de los asirios, pero sus progresos fueron detenidos por una invasión de escitas a que se refieren Zefanías y Jeremías, la cual atacó a Palestina en 626 a. de J. C., año decimotercio del reinado de Jonás, sucesor de Amón, aunque sin tocar a Judá. Este Jonás descubrió el Deuteronomio, que se había extraviado, y normalizó con su texto la jurisprudencia. fue derrotado por el egipcio Necho en la batalla de Megiddo, dando lugar a grandes lamentaciones de Jeremías, y sucediendo, bajo la dependencia egipcia, su hermano Jehoiaquim, el cual, si no abolió el Deuteronomio, incurrió en prevaricaciones de la índole de las usadas por Manasés. A los tres años regocijábase Israel viendo que su antigua enemiga Nínive era sitiada por medos y caldeos, y que Nabucodonosor de Babilonia, pasando el Éufrates, amenazaba a Carchenis (605-606); pero tomada esta ciudad (602), se dirigió a Judá, que cambió el yugo egipcio por el babilonio. Mas como intentara rebelarse después, Nabucodonosor en persona se presentó delante de Jerusalén (597), deportó a los ciudadanos principales y a Jechonías, hijo de Jehoiaquim, nombrando en su lugar a Zedequías ben Josías. Ni aun así cesaron las manifestaciones patrióticas, a que contribuyó el celo de Jeremías. Alentados los judíos por la esperanza del auxilio del faraón Ofra (Apries) en 589, se rebelaron abiertamente. Nabucodonosor llegó a sitiarlos, mas los soldados del faraón le obligaron a levantar el sitio. Grande fue la alegría en Jerusalén y la exaltación de Jeremías, hasta que los egipcios fueron rechazados y levantado el sitio. En vano resistió la ciudad un tiempo alentada por el profeta y por el rey. Fue entrada, asolada, y el templo reducido a ruinas. La pacificación hubo de lograrse con una deportación más numerosa, y aunque quedaron algunos campesinos y agricultores sin templo, sin sacerdotes y sin maestros, apenas observaban otros ritos de la religión verdadera que la observancia del Sábado y de la Circuncisión. Así terminó el reino de Judá en 526.

Después de duras pruebas de los judíos bajo los babilonios, al destruir Ciro en 583 el Imperio caldeo dio licencia a los desterrados para volver a su País. Sólo lo aceptaron y volvieron unos 45.000, aunque el texto histórico no señala si se comprendían en este número las mujeres y los niños. Los más prefirieron establecerse, mejor que en los lugares de su procedencia por provincias, en las cercanías de Jerusalén, y rechazaron en general la unión de los ammonitas, ashdoditas y samaritanos. Entonces se estableció una teocracia, organizada por Esra bajo la dependencia de gobernadores de Persia. Al principio no pudo plantear la ley en todo su vigor, pero habiendo llegado a Judea (445), en calidad de gobernador, el judío Nehemías Ben Hacaliya, Esdras estableció la observancia de la ley con el Deuteronomio, que constituye la Carta magna del judaísmo de aquella edad, aunque conforme con las demás prescripciones de los otros libros del Pentateuco. En tiempo de Nehemías fue el gran sacerdote Eliasib; sucediéronle Josada, Johanán y Jaddua, que ejercía sus funciones en tiempo de Alejandro Magno. Aunque Palestina fue conquistada por Alejandro Magno en 332, ninguna tribulación experimentó Jerusalén hasta que la tomó Tolomeo, y aunque en 315 pasó a Antígono la recordó Tolomeo, cuyos sucesores la tuvieron cerca de una centuria, rigiéndola bajo ellos los sumos sacerdotes Onías ben Jaddua, Simón I, Eleazar, Manasés, Onías II y Simón II, siendo esta época de considerable dispersión de los judíos por el mundo griego. A la muerte de Tolomeo IV (205), Autioco III logró incorporar la Palestina al reino de los selenidas. Este concedió algunos privilegios a los judíos; pero empobrecido su hijo Selenio IV en las guerras con los romanos, encargó a Heliodoro apoderarse del templo, contra lo cual protestó Onías III. Muerto Selenio envenenado (175), quiso hacer sacerdote a Jasón, hermano de Onías, el cual introdujo costumbres griegas, un gimnasio y un efebeo. Pero esto no impidió que le forzase a entregar exagerados tributos, con lo cual, partido Antioco para Egipto, fue expulsado Jasón. Antioco (168) envió a Apolonio con un ejército contra Jerusalén. El griego destruyó las murallas, abolió el culto judaico, confiscó y quemó las Toras, y en el templo medio arruinado hizo consagrar un altar a Júpiter Capitolino en 25 de keslén de 168 antes de J. C. El pueblo y los judíos más devotos abandonaron a Jerusalén, se refugiaron en Egipto o se ocultaron en el desierto o en cavernas. Cierto sacerdote, Matatías, de la familia de los hasmoneos, obligado por los soldados sirios a dar testimonio de su cambio de fe, mató al oficial sirio y destruyó el altar pagano. Después huyó a la montaña con sus hijos Juan Gaddi, Simón Tassi, Judas Macabeo, Eleazar Anarán, Jonatán Affo y otros secuaces. Luego recorrieron todos el país derribando altares, y sucedió a Matatías el famoso Judas Macabeo, que se alió con los romanos y restauró el culto. Muerto por los sirios dirigidos por Bacehides, sucediéronle sucesivamente su hermano más joven Jonatán y el mayor en edad Simón, quienes establecieron la independencia de la patria. Sucedió a Simón su hijo Hircano el Grande, que se indispuso con los fariseos que, con los saduceos, constituían las dos sectas principales del judaísmo. Pasó el nombramiento a sus hijos Aristobulo y Alejandro Janneo; después hizo esfuerzos la reina Alejandra por atraerse a los fariseos en favor de sus hijos, pero la lucha se mostró abiertamente bajo Hircano II, apoyado por los fariseos contra Aristobulo II, su hermano menor, y más valiente, por el cual estaban los saduceos. El último llamó en su auxilio la Pompeyo, con lo cual Hircano II, a quien gobernaba enteramente el idumeo Antípatro, tuvo la protección de Julio César, y Antonio Antígono, hijo de Aristobulo, acudió a los partos, que avanzaron sobre Jerusalén, llevándose a Hircano II y a Fazael prisioneros. Herodes, hijo de Antípatro, se escapó a Roma, donde por un decreto del Senado, por influencia de Antonio y de Octavio, fue proclamado rey de Judea. Bajo Herodes el Grande ocurrió el advenimiento del Mesías, y, a la muerte de su hijo Arquelao, Judea fue proclamada provincia romana. Bajo Poncio Pilatos, que la gobernaba por Roma, ocurrió la Pasión del Salvador del Mundo, y no pocas turbulencias por el propósito de Calígula en lo tocante de colocar su estatua en el templo de Jerusalén. Claudio, uniendo los gobiernos de Judea y de Galilea, los colocó bajo el cetro de Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, pero a su muerte sólo Galilea quedó bajo la autoridad de su hijo Agripa y de Beneino, pasando Judea al poder de los romanos, y siendo gobernada sucesivamente por Félix Sesto, Cuspio Fado y Gessio Floro (año 66 de J. C.). Sus desmanes produjeron una irritación tal que no pudo calmar Costio, gobernador de la Siria, que llegó a Jerusalén en su auxilio. Al contrario, al grito de guerra a Edom acudieron multitud de judíos que lo combatieron, habiendo de retirarse con los romanos el año 68 de J. C. Nerón envió un poderoso ejército a las órdenes de Vespasiano, a quien acompañaban su hijo Tito y Trajano, padre del emperador de este nombre. Defendían a los judíos Josefo, hijo de Matatías, el historiador de los judíos, y Juan de Gissala el Zelota. El primero sostuvo el sitio de la fortaleza de Jotapáter, en que murieron 4000 judíos; pero habiéndose rendido a los romanos, recibió el patronato de Vespasiano y el nombre de la familia romana Flavia. Suspendidas las hostilidades por los sucesos que dieron el Imperio a Vespasiano, Tito puso su ejército sobre el monte Moria y bloqueó las fortificaciones de la ciudad. Tomada ésta después de heroica resistencia, Vespasiano mandó que se dedicase el templo a la diosa de la Paz. Pero el año 115 se anunció una vasta insurrección por parte de los judíos, que se mostró formidable el año 131 (bajo Adriano), acaudillada por Barcosebas. Este reinó como príncipe o nasi en Jerusalén cuatro años, después de los cuales, reconquistada Jerusalén por el general romano Tito Anio Rubo (136 de J. C.), ordenó Flaviano la expulsión de los judíos de Palestina y su dispersión por el mundo.

Murieron en aquella guerra cerca de 580.000 judíos, siendo crecido el número de los que emigraron a Occidente.

Pero si fue grande el rigor con que castigó Adriano la rebelión de los judíos, ello es que, trasladados a países donde no constituían la masa de los pobladores, su condición fue bastante tolerable. Tal sucedió en el Norte de África y en toda la Europa meridional, donde, especialmente en España, se había aumentado mucho su número merced a la emigración decretada por Adriano. No ha de entenderse por esto que los judíos no volvieran a tener valimiento e importancia en el palacio de los césares, pues con Caracalla gozaron de gran privanza muchos de aquella raza, y sabido es que Alejandro Severo, al erigir un templo a todos los héroes y deidades, incluyó entre éstos a Abraham.

De la importancia creciente de la población judía en nuestra península durante la época del Imperio pueden testificar cumplidamente, además de algunas memorias sepulcrales, los cánones del concilio Iliberitano, en que, aprovechando la tregua que otorgaba a las persecuciones de la Iglesia la tolerancia de Constancio Cloro, se aplicaron insignes Padres de la Iglesia española a establecer y deslindar por completo la apetecida separación entre las comunidades hebreas y las cristianas.

Reunidos en aquella memorable asamblea (años 300 a 303 de J. C.) diecinueve obispos, veinticuatro presbíteros y número considerable de diáconos y legos, no olvidando el poner la mira en extirpar la herejía que amenazaba contaminar la grey cristiana, como tampoco el concluir con execrables prácticas supersticiosas, reliquias del gentilismo, mostraron especial propósito de combatir la influencia hebrea, poderosísima en todas sus diócesis.

Entre las prescripciones encaminadas a este fin merecen particular mención las contenidas en el canon XVI, prohibiendo todo consorcio y matrimonio entre cristiana y judío; la del XLIV, en que se amonesta a los dueños de las heredades para que no permitan que los frutos sean vendidos por los hebreos, y las disposiciones de los cánones L y LXXVII vedando, so pena de separación de la comunión cristiana, el que los clérigos o fieles legos coman con judíos, así como que el cristiano que tenga mujer propia cohabite con judía o gentil.

Reinando Honorio comenzaron a aparecer leyes opresoras contra los judíos, cuyo mal trato, según algunos escritores, produjo la conversión de los de Menorca. Afortunadamente para ellos, el indiferentismo de los godos arrianos y la perturbación guerrera que alteraba frecuentemente la península ibérica y la Galia durante los siglos V y VI hicieron que se inutilizasen en España aquellas muestras de la política imperial, con no poco provecho para la dominación de los visigodos, que tuvieron de su parte a los judíos en algunas de sus guerras.

Contrastaba esta política de los visigodos, imitada por los ostrogodos de Italia, con la seguida por los emperadores de Oriente, donde Justino excluía a los judíos (con los samaritanos y paganos) de todos los oficios y cargos públicos, y Justiniano, más tarde, declaraba que la plenitud de los derechos civiles sólo pertenecía a los fieles; por eso fue para la gente judía más duro el cambio que se produjo en su situación cuando la conversión de la nación visigoda al catolicismo. Reprodujéronse en esta época por los Padres del concilio III toledano algunas de las antiguas prohibiciones del concilio de Elvira, y fue imitada la severidad de las leyes de Justiniano. A semejanza de lo dispuesto en éstas, se excluyó de todo poder o jurisdicción sobre los cristianos a los individuos de la abominable secta judia; vedóseles el matrimonio con cristianas y la celebración de sus ritos y fiestas, señaladamente la Pascua, y sólo se les concedió aptitud para ser recaudadores de tributos y administradores de las rentas públicas.

Su situación, con ser mala, empeoró bastante en el reinado de Sisebuto (612-617), príncipe que pareció extremar el rigor contra ellos. Sin que llegara al término que indica Ambrosio de Morales y repiten otros escritores en lo tocante a imponer pena capital a los que rehusasen el bautismo, el ardor de su celo religioso llevóle a promover su conversión por medio de violencias y coacciones, medio indiscreto de proselitismo ya reprobado por San Gregorio el Magno, y que [248] en breve debía censurar el no menos grande San Isidoro.

Si las disposiciones y órdenes de Sisebuto produjeron el bautismo de multitud de judíos, fueron causa también de que abandonaran la península buen número de familias, por más que de éstas muchas de las que buscaron refugio en Francia volvían después huyendo de la dureza del rey Dagoberto, que les forzaba a escoger entre la muerte y el bautismo.

No disfrutaron de grande bienestar los judíos durante los reinados siguientes, aun cuando las violencias de Sisebuto no fuesen imitadas por todos sus sucesores; pero su situación no debió ser tampoco intolerable, dado que las leyes dictadas contra ellos no se observaban por completo, según lo muestran las repetidas disposiciones de Recesvinto. Con arreglo a las leyes del Fuero Juzgo, publicadas por este príncipe, hubo necesidad de prohibir que se aplicase el tormento a los cristianos a petición de los judíos, se inhabilitaba a éstos y a los conversos, aunque no a los hijos de los conversos si tuvieran buena fama, a servir de testigos contra el cristiano en todo pleito civil o criminal sin autorización especial del príncipe, quedándoles sólo este derecho entre sí y contra sus siervos gentiles y ellos sometidos al tribunal de los cristianos, con la cruelísima sanción para estas leyes de que el infractor fuese decapitado, quemado o apedreado, more mosaico, salvo el caso de que el rey quisiese guardar su vida, pues entonces era dado por siervo y sus bienes repartidos entre los demás israelitas.

Al propio tiempo se aplicaban los estatutos del VIII concilio toledano (653) a castigar la blasfemia, el vituperio y el abandono de la religión cristiana a los judíos convertidos, ordenándose en el siguiente, celebrado en noviembre de 855, que los judíos bautizados se fervorizasen con el trato de los cristianos y concurriesen a celebrar con los obispos las fiestas solemnes.

Rendida, al parecer, en fin, la contumacia de los israelitas merced al vigilante celo del rey, se dirigían a él con sus Memorias el año sexto de su reinado (650), y recordando el plácito o promesa hecha por fuerza a Chintila, de practicar con sinceridad la fe católica, protestaban el renovarlo ahora de su grado. Con esto parecieron sosegadas por algún tiempo las prevenciones contra los judíos, limitándose el concilio X celebrado este mismo año a ratificar la ley tantas veces promulgada, impidiendo vender esclavos cristianos a judíos y gentiles. Debían renacer las desconfianzas, y a la verdad con no escaso fundamento, al descubrir la parte tomada por ellos en la rebelión de la Galia gótica en tiempos de Wamba; pero, según testifican los cánones del XI concilio toledano, no fue así. En cambio los del XII, reunido por Ervigio, manifiestan que la obra de legislar contra los judíos, que parecía en suspenso, se continuó con actividad desusada bajo el reinado del sucesor de Wamba, al cual pertenecen, a lo menos en su última fórmula, la mayor parte de las contenidas en el tít. III, libro XII del Fuero Juzgo. Tan completo parecía el cuadro de la legislación judaica al bajar al sepulcro Ervigio, que su sucesor, dotado de especial afición a las tareas legislativas, y en cuyo reinado de trece años se reunieron hasta tres concilios nacionales, apenas puso la mano en el edificio de aquella legislación para algunos toques y pinceladas. Descúbrense con todo en el reinado de Egica dos períodos harto desemejantes y distintos, en lo que concierne a la consideración de la grey israelita. En el primero, y partiendo del supuesto de que en la península ibérica no había ya judíos que no estuviesen bautizados, no tuvo inconveniente en conceder honras y privilegios a los conversos de buena fe; en el segundo, suspicaz y receloso de los judíos, desarrolló algún tanto más las leyes de persecución dictadas por Sisebuto, Chintila y el mismo Ervigio.

Conciertan con la índole señalada en la primera tendencia, así el silencio que guarda sobre la perfidia de los judíos el concilio XV (688), como las generosas disposiciones del siguiente (693), pareciendo emanar de la segunda las sentidas frases del príncipe en el tomo regio, leído en el concilio XVII, donde acusándoles de conspirar con el acuerdo de las otras regiones transmarinas, pedía a los Padres que formaran las leyes que estimasen a propósito, así para su castigo como para su extirpación y para la salud del reino.

En este concilio dictáronse las disposiciones más duras para los judíos, ordenando que todos los de España fuesen dados por siervos y entregados a los siervos cristianos que tuviesen a elección del rey, privados de sus bienes, para que con la pobreza sintiesen más el trabajo, con absoluta prohibición de sus ritos dispersos además por orden del rey, y alejados de sus habituales residencias, y apartados de sus hijos de uno y otro sexo luego que llegaran éstos a la edad de siete años, al objeto de educarlos bajo la protección y tutela de varones virtuosos en las prácticas del catolicismo, y unirlos después en matrimonio a mujer u hombre cristiano.

Con estas consideraciones y ordenanzas podemos terminar el cuadro de la legislación visigoda sobre los israelitas, una de las extranjeras del pueblo de Israel que más influencia han ejercido sobre su vida, pues compiladas las leyes del Fuero Juzgo en tiempos de Egica, influyeron grandemente en la legislación relativa a los hebreos promulgada posteriormente en los estados cristianos de la península ibérica, merced al crédito que en casi todos conservaron las disposiciones del código visigodo.

Motivaron los apuntados excesos la emigración de infinidad de familias judías, que luego en tiempos de Witiza, debieron volver a España, ora llamados por este príncipe, ora atraídos, especialmente los conversos, merced a la política de mayor suavidad que inauguró al principio de su reinado, pues es lo cierto que el número de judíos era crecidísimo en la España goda cuando la invadieron los árabes. En aquella ocasión, fuese por enemiga hacia D. Rodrigo, o, como se concibe mejor, por estar en inteligencia con los muslimes, fueron los hebreos poderosos auxiliares de los conquistadores y sus favorecedores y aliados. «Cuando hallaban los conquistadores muchos judíos en una comarca, dice el texto del Ajbar Machmua, reuníanles en la capital y dejaban con ellos un destacamento de musulmanes, continuando su marcha el resto de las tropas.»

Lo mismo refiere Almacari al hablar de la conquista de Granada y Málaga, «cuyas alcazahas quedaron en poder de los judíos, según la costumbre que seguían desde su entrada en España.» Con igual procedimiento ocuparon los musulmanes a Córdoba, Sevilla, Beja y Toledo, de suerte que pudieron imaginar los cristianos que tenían a los judíos por señores.

Duró poco aquella pujanza de los hebreos en los negocios de la península ibérica, porque, llamados a Palestina por los engaños de un falso Mesías llamado Zonaras, volaron a engrosar las filas del imbuidor abandonando España, acción que fue castigada por Ambisa, que a la sazón gobernaba en la península por nombramiento del gualí de África, con la confiscación de todos los bienes de los que habían partido, y privando de su confianza a los que habían quedado. Al volver a España después de la derrota del impostor, vencido por Yerid, hermano de Omar II, intentaron en vano los judíos reconquistar la amistad de los árabes, padeciendo su yugo hasta el establecimiento en Córdoba del trono de los Omeyas, cuyos paniaguados y clientes estaban acostumbrados a una tolerancia religiosa poco conocida en África y España, y cuyo advenimiento a la península había sido deseado y aun predicho, según la leyenda, por los hebreos deferentes a la antigua dinastía, que representaba para ellos el principio de autoridad tan recomendado por los Gaonim.

Durante largo período, si se exceptúa un corto intervalo correspondiente a la sublevación del arrabal en tiempo de Alhacam I, vemos a los judíos adquiriendo suma consideración en la parte de España dominada por los muslimes, unidos entre sí firmemente o interesados por la causa del califato, que les prestaba no pequeño apoyo. Llegaron a constituir la principal población en algunas ciudades y villas que pertenecían, sin embargo, a los sarracenos y obedecían al gobierno de Córdoba, ocurriendo esto en Granada, Tarragona, Lucena.

Menos próspera era, en general, la situación de los judíos en los estados cristianos de la península. Continuábase en ellos en los primeros tiempos de la Restauración los rigores de la legislación visigoda. La convicción en que se hallaban la mayor parte de los cristianos de la responsabilidad que cabía a la grey de Israel en la pérdida de España por el favor prestado abiertamente a los agarenos, alejaba del ánimo de los vencidos de Guadalete la práctica de una política tolerante. Por otra parte, la pobreza de las comarcas en que comenzó la obra restauradora no brindaba grandes ventajas en el Norte de la península a los hebreos, bien hallados, al parecer, con la consideración de que gozaban en las ciudades dominadas por el islamismo. Quizá entre los moriscos y mozárabes que las sucesivas víctimas de la Reconquista ponían bajo la dominación de los reyes de Asturias se hallaban algunos hijos de los falsos conversos de tiempos anteriores, y aun judíos llegados últimamente de África; pero su corto número no daba lugar a sospecha ni fijaba la consideración de los pueblos ni de los legisladores. Si se exceptúa la lápida de Fuente Castro, que testifica la existencia de población judía en tierras de León hacia el año 823, menester es que pasen dos siglos y medio para hallar en la Carta Puebla de Castrojeriz, otorgada en 974, un testimonio de la existencia legal del pueblo judío en los dominios de Castilla y de León con garantías apreciables. Sin embargo, puede recibirse por probable que los judíos, que debían existir en cierto número en León, al ser conquistada por D. Alfonso el Católico, y permanecieron en la comarca conservando sus bienes, granjearon no escasa influencia al trasladar a ella la corte de D. Ordoño II. Como quiera que sea, la importancia de la población judaica en León a principios del siglo XI no es en manera alguna dudosa, comprobándose que tenían derecho para adquirir propiedades agrícolas y que se aplicaban a extender el cultivo de la vid. En particular, se demuestra la competencia reconocida a los hebreos en ciertos asuntos, y la autoridad y crédito de que gozaba su testimonio por el canon XXV del concilio de León de 1020, verdadera carta de repoblación para la ciudad donde se celebraba, y en el cual dispone D. Alfonso V que la casa edificada en solar ajeno sea justipreciada para venderse por dos cristianos y dos judíos, a quienes se encargó tasación de sus labores.

Por lo que toca a Navarra, todo parece mover a la persuasión de que los judíos fueron aún más tolerados (y quizá del tiempo anterior a la existencia del nuevo reino del Pirineo) que en los estados de León y Castilla. Sublevados a la continua los vascos durante la dominación de los visigodos, interrumpidas a menudo las comunicaciones de aquellas comarcas con el resto de la península, es harto creíble que no se cumplirían en su país estrictamente las disposiciones de la ley visigoda en cuanto a los judíos, los cuales debieron inspirar confianza a los soberanos, principalmente cuando al mediar el siglo X llegaba a Pamplona Josep Abén-Hasdai como embajador del califa Abderramán III de Córdoba, cerca de doña Toda, madre de Sancho el Craso, y años después le restituía en su reino, sano de su incómoda dolencia, logrando restablecerse en el trono de que lo despojara D. Ordoño el Malo, con el auxilio de importante cuerpo de tropas agarenas. Tan interesante debió parecer a Sancho de Navarra (el Mayor) el concurso de los judíos, que, al otorgar el fuero de Nájera, colocada en la frontera de sus Estados, no sólo les concedía iguales derechos que a los cristianos y las prerrogativas de infanzones, sino que señalaba en la villa poblada un asilo y refugio seguro a los judíos que emigrasen de los otros estados de la península ibérica. Por lo que toca a Cataluña, sometida a la influencia francesa hasta aquella época, los Judíos pudieron disfrutar de las libertades y privilegios que concedieron los soberanos carlovingios a los domiciliados en sus Estados. A favor de estos privilegios había crecido la riqueza e importancia de los judíos franceses, singularmente en la esfera comercial, como que sostenían la mayor parte del tráfico que el Occidente hacía con Venecia y con las comarcas de Levante.

Cayó, no obstante, en mucha parte aquel prestigio o influencia con la ruina del poderío carlovingio, la cual coincide con la elevación del poder feudal y el establecimiento de los normandos en Francia, época en que, perdida la fuerza y tradición de las antiguas leyes administrativas y del derecho de gentes, invadía la Francia pestilencial y devastadora anarquía. Con no libertarse en todo de tamañas calamidades los judíos de la Marca hispánica, ello es que su situación en Cataluña debió ser menos difícil e intolerable, siendo los mediadores entre el comercio de África y España con el resto [249] de Europa. En el territorio de dicha Marca descollaba la antigua Tarragona, llamada por los árabes ciudad de los Judíos; además de esto los moabitas eran bastante poderosos en Cataluña hacia 848 para facilitar la entrega de la capital a los sarracenos, e influían al principio del siglo XI, para que fuesen en auxilio de Muhamad de Córdoba Ramón Borrell, conde de Barcelona, y Armengol, conde de Urgel, quienes al frente de nueve mil catalanes inclinaron la victoria a favor de su protegido contra Suleimán en la batalla de Acbat-al-Bacar.

Restituido al poder Suleimán, los judíos fueron objeto en Córdoba de la venganza de los berberíes, teniendo que dispersarse los individuos de la Academia cordobesa y buscar refugio ora en Málaga, como lo hizo el famoso Abén Sagrela, ora en Zaragoza, Murcia y Valencia.

Desde este suceso vese ocupar grandes puestos al lado de los monarcas musulmanes a diferentes personajes judíos, pero en ninguna parte logró tan señalada importancia la población judía en esta época como la obtuvo en Lucena, tercera ciudad o capital de judíos en España según testimonio de los geógrafos árabes. Asilo probable de los judíos españoles en época relativamente remota, y probablemente una de aquéllas que con Granada, la antigua villa de los judíos y Carteya, daban ocasión a las prescripciones severas del concilio de Elvira, constituía Lucena en los siglos XI y XII población de suma importancia donde los judíos, al abrigo de fuertes muros y de anchos fosos, tenían un gobierno y administración nacional sin permitir a los muslimes que penetraran en el recinto mural, antes bien forzándolos a vivir en su arrabal exterior, donde tenían mezquita para la celebración de su culto. Dentro de la ciudad un Juez y rabb mayor, elegido por la aljama en uso de privilegio otorgado por el soberano, con el concurso, a lo que parece, de las comunidades esparcidas por la comarca, ejercía la triple jurisdicción civil, criminal y religiosa, sometiéndose a su autoridad los jueces menores (deyanes) y los sacerdotes (cohenim), puesta única limitación a las facultades de aquél en materia de juicios sobre la imposición de la pena de muerte, reservada a la autoridad de los califas y emires. Coincidió el período de mayor florecimiento de Lucena con la llegada a la península del almorávide Jusuf-ben-Taxfin, en cuyo tiempo arribaba a España el docto maestro de los rabassún, el africano Isaac Abén Jacob Alfessi, el cual hubo de acogerse a Lucena después de la ruina y prisión de su patrono Al-Motamid de Sevilla, y allí ocupó los cargos de rabb mayor y juez con aplauso de toda la aljama que veía concurrir a la nueva escuela rabanita los hebreos de toda la península, no sin notable ventaja para su riqueza y comercio.

Llegó la fama de su opulencia a los oídos del príncipe almorávide Yusuf, quien tomado motivo de las predicaciones de su alfaquí, que mencionaba cierta manera de compromiso pactado entre los judíos y Mahoma en cuanto a recibir la fe del Islam si en el espacio de cinco siglos no venía el Mesías por ellos anhelado, se dirigió a Lucena en 1107, conminando a sus moradores al cumplimiento del pacto que se decía contraído a nombre de los de su ley por los judíos de Medina. Sólo el oro entregado en abundancia hasta saciar la codicia de Yusuf-ben-Taxfín pudo contener el rudo golpe asestado contra la aljama huenense, y esto merced a la mediación de Abén Hamdín, cadí de Córdoba, muslime ilustrado y protector de los judíos.

Engrandecíase y prosperaba notablemente Lucena a pesar de este contratiempo, en particular después de la ruina del reino de Zaragoza, ocupado por los almorávides en 1110, cuando la aparición de su falso Mesías en Córdoba (1117) amenazó turbar de nuevo la tranquilidad de sus moradores. Muerto el impostor con los ilusos que le habían seguido, y sentado Aly ben Jacub en el trono de su padre, aprovechó las dotes administrativas de los hebreos, ora ocupándolos como almojarifes en la recaudación y gobierno de las rentas públicas, ora empleándolos como físicos en el servicio de su persona, ora, en fin, aprovechando su habilidad en cargos diplomáticos y en negociaciones con príncipes extranjeros.


Tuvieron la honra de intervenir en sus consejos como guazires Abo Selemoh Abén Almuallem, que logró el primer lugar en su privanza; Abraham, Abén Meir, Abén Kamnial, Abén Mohager y Selomoh Abo Farusal.

Merced a la lealtad con que respondieron a estos honores, tuvieron la inesperada suerte de evitar en 1125 que descargase contra ellos la saña engendrada en el ánimo del emir por la expedición de D. Alfonso el Batallador a Andalucía, la cual, al par que daba por resultado el destierro a África de numerosas familias de mozárabes españoles, que permanecieron después de la retirada de aquél en las comarcas dominadas por los almorávides, facilitaba la vuelta de los judíos a los lugares de que habían emigrado en las persecuciones anteriores, tomando en no escaso número a Córdoba, Sevilla, Málaga y Granada.

Por desgracia, este estado de cosas duró poco tiempo. Posesionado Abdelmumén de Marruecos, capital del reino de Beni Taxfin, y resuelto a concluir en sus Estados con los cristianos y los judíos, mandó comparecer a su presencia a los principales hebreos y les dijo: «Vuestra religión ha cumplido quinientos años, y no sale de vosotros apóstol ni profeta alguno. Vuestro tributo no nos hace falta: escoged entre el islamismo y la muerte.» Poco después los bárbaros hijos del desierto, a quienes nuestros historiadores llaman muzmutos, corrupto el nombre de los naturales de la tribu masamuda, perseguían en España a los fugitivos de África, y cayendo sobre las ricas aljamas y las comunidades mozárabes destruían las iglesias y sinagogas, respetadas en tiempos anteriores. Arruinóse en su mayor parte la ciudad de Lucena, emporio de la riqueza y del saber, despoblóse la campiña de Córdoba, vinieron a menos por algún tiempo Sevilla, Granada y Málaga. De todas las comarcas dominadas por los africanos huían las familias hebreas, forzadas a escoger entré el islamismo, la emigración y la muerte. Muchas se trasladaron a Egipto y Levante; las más se refugiaron en los estados cristianos de la península ibérica, buscando algunas su seguridad en Francia e Italia.

Brindaban asilo preferente a los desterrados los dominios de Alfonso VII de Castilla, cuya corte era centro de verdadera cultura, y el cual, teniendo bajo su feudo y protección a los reyes árabes de Valencia y Murcia, ofrecía las garantías de fuerza, instrucción y tolerancia que podían apetecer los emigrados. No se engañaron éstos; porque dejados aparte los intervalos brevísimos ya apuntados, difícilmente se estudiará otro período más favorable al desarrollo de la sociedad hebrea después de su dispersión en tiempo de Adriano, que los días de florecimiento, de bienestar y de verdadera influencia que logró en los estados cristianos de la península desde la muerte de D. Sancho el Mayor, apenas terminado el primer tercio del siglo XI, hasta el advenimiento de D. Enrique de Trastamara al trono de Castilla y León en la última mitad del siglo XIV.

Protegiéronlos en particular D. Alfonso el Sabio, quien al hacer el repartimiento de Sevilla les otorgó el terreno que ocupan las parroquias de San Bartolomé, Santa María la Blanca y Santa Cruz, dándoles además tres de las mezquitas que los árabes tenían para que las transformasen en sinagogas y heredamiento, no sólo a los que de antiguo habitaban en la ciudad, sino a los que hacía poco que habían llegado a ella; D. Alfonso XI, que si no les protegió en persona permitió que lo hiciese, y algunas veces con escándalo de los cristianos, D. Yusuf de Écija, gran privado suyo, y D. Pedro, que a ruegos de Samuel Leví quebrantó por ellos una ley de las Partidas que prohibía a los rabinos sacar cimiento de templo alguno, consintiéndoles reedificar los existentes.

No les fue D. Enrique II completamente contrario, por más que castigase duramente a los judíos de Toledo, pues, al hacerlo, más quiso penar a sus enemigos y aliados de su hermano que a los de la fe católica. Prueba esto la privanza que Yusuf Picón tuvo con este rey, privanza tan grande que concitó contra él envidias de propios y extraños, siendo apenas muerto D. Enrique, víctima de la de los primeros, que le asesinaron cuando se hallaba entregado al sueño.

Mostró verdaderamente despego por la gente israelita el monarca D. Juan I, y esto y su debilidad de carácter permitió sucesos como los que produjeron las violentas predicaciones de D. Ferrán Martínez, previsor del arzobispado de Sevilla y arcediano de Écija. Comenzó este personaje su campaña contra la grey judía en tiempos de D. Enrique II, por quien fue amonestado de igual suerte que luego lo fue por don Juan y por el arzobispo de Sevilla D. Pero Gómez Barroso, el cual llegó a amenazarle con su excomunión si continuaba sus predicaciones contra los judíos; pero muerto D. Gómez (1390), volvió con tal ardor a perseguir a los hebreos que fue la causa de las matanzas ocurridas en Sevilla en 15 de marzo y 16 de julio de 1391.

Haciéndose contagioso el tumulto, el cual venía a ser todo, según opinión de Ayala, «mas cobdicia de robar que devoción,» se propagó el incendio a Córdoba, donde murieron dos mil hebreos y no pocos bautizados; de allí pasó a Toledo, donde la plebe cristiana señaló para la matanza de los judíos el 17 de tamuz (20 de junio). Corrió la sangre israelita por las calles de la ciudad imperial a torrentes, no perdonando ni la edad ni el sexo. Sucediéronse las terribles matanzas en cerca de setenta comarcas, entra ellas las conocidas de Écija, Logroño, Burgos y Ocaña. En Escalona no quedó judío a vida.

Después de haber sembrado de horrores el suelo de Castilla, el motín hizo presa en los estados de Aragón. Tres semanas después de las matanzas de Toledo, no sin haber pasado la tormenta por Huete y Cuenca, se amotinaba el pueblo contra los judíos en Valencia, no dejando con vida en la capital ni un solo hebreo de los cinco mil que moraban en su judería. El espíritu de matanza pasó el mar y llegó a las Baleares, siendo testigo Palma de toda clase de desafueros, de los que fueron víctimas los judíos. Tres días más tarde (2 de agosto) ocurría otro aún más terrible en Barcelona, donde perecieron en número de once mil.

Aterrados con semejante golpe los judíos de Castilla y Aragón, no volvieron a levantar cabeza. En tanto los de Portugal conseguían, merced a la política de D. Moisés Navarro, (los bulas de los Pontífices clemente VI y Bonifacio IV para que los judíos no fuesen compelidos a recibir el bautismo. Merced al influjo saludable de tales bulas, que fueron publicadas en todos los pueblos e incluidas en la compilación de sus leyes, en breve se dio a conocer aquel reino como el asilo habitual para los hebreos fugitivos.

Entre los más ardientes perseguidores de la grey de Israel se distinguieron no pocos de los hebreos que habían abrazado la fe cristiana, según ocurrió con el insigne rabino Selemoh ha Leyi (1352-1435), bautizado con el nombre de Pablo de Santa María, llamado el Burgense, del nombre de la mitra que obtuvo, quien, como canciller de Castilla durante la minoridad de D. Juan II, formó un estatuto durísimo que publicó la reina regente doña, Catalina en 1412 con el título de Ordenanza sobre el encerramiento de los judíos o de los moros. A poco de publicado entraba en Castilla San Vicente Ferrer predicando contra los judíos, siendo muchísimas las juderías que, así por la persuasión del santo como por las amenazas y ataques del pueblo cristiano, que estimaba ser su deber apoyarle de tal suerte, se redujeron al cristianismo. Después recorrió con éxito parecido las comarcas de Zaragoza, Daroca, Tortosa y Valencia. Al mismo tiempo Pedro de Luna, o el Pontífice Benedicto XIII, alentado por las predicaciones de San Vicente, acudía a D. Fernando el Honesto al terminar el año 1412 para que se sirviese anunciar una conferencia entre los sabios más doctos del cristianismo y del judaísmo para que, persuadidos éstos de su error, se convirtiesen a la fe verdadera. Duraron las sesiones, celebradas con algunos intervalos, desde febrero de 1413 a 12 de noviembre de 1414, y aunque estaba encargado de combatir a los israelitas con las armas de sus propios libros y doctrinas el converso Jerónimo de Santa Fe, la disputa tuvo pocos resultados. Desquitóse el catolismo con una bula de once artículos prohibiéndoles conservar el Talmud, vedándoles ciertas profesiones e imponiéndoles la obligación de llevar divisas encarnadas y amarillas. Quedó sin efecto esta bula por la deposición de Benedicto en el concilio de Constanza (1415), pero no por eso debilitaron su celo ni Jerónimo de Santa Fe el Burgenae, escribiendo el primero contra sus antiguos correligionarios el Hebreomastix y el segundo el Scrutinium Scripturarum. Mas declarada la mayoría de D. Jaime II y celebrado el concilio de Basilea, los hebreos castellanos y aragoneses tuvieron algún respiró. [250] En 1432 se reunieron en Valladolid, corte a la sazón, y en la sinagoga mayor situada en el barrio de los judíos, los procuradores de las aljamas hebreas pertenecientes al territorio de Castilla, y formaron el ordenamiento de las aljamas hebreas cuyo texto en rabínico mezclado de castellano, tomado de un manuscrito que se guarda en la Biblioteca Nacional de París, ha sido publicado, traducido y comentado por el doctor D. Francisco Fernández y González en 1886. Interesantísimo para el Derecho político de los hebreos castellanos que se reunían en asamblea legislativa para promulgar estatutos que les eran peculiares, comprende cinco estatutos relativos al culto, a los Jueces, a las entregas, a los tributos y a los trajes. Al tiempo que terminaba sus sesiones el concilio de Basilea, expedía D. Juan II en Arévalo (1443) una Ordenanza autorizándoles para ejercer ciertas industrias y profesiones y suspendiendo los estatutos contra ellos, y en las Cortes celebradas en Zaragoza en el mismo año se les autorizaba para cobrar usuras. Verdad es que poco antes (1435) se había exagerado el celo forzando a los judíos de Mallorca en masa a recibir el cristianismo. Promoviéronse nuevas persecuciones a la muerte de D. Álvaro de Luna y en el reinado de D. Enrique IV, luchando en defensa de Israel D. Diego Arias Dávila contra el intransigente celo de Fr. Alonso de Spina, confesor del rey, rector de la Universidad de Salamanca y autor del Fortalitium Fidei, obra dirigida principalmente contra los judíos y mudéjares. En 1473, afligidos los hebreos por las persecuciones, propusieron a D. Enrique que los vendiera o cediera a la ciudad de Gibraltar, para el efecto de establecerse en ella, paso a que respondió el rey con altivez y energía.

Después ocurrió la muerte de éste, y, colocada en el trono de su hermano doña Isabel I, acudieron los Reyes Católicos en 1478, un año antes de que D. Fernando heredara la corona de Aragón, al Pontífice, para que les autorizara a juzgar a los herejes y malos cristianos con arreglo a las leyes de la Inquisición Romana, que desde el siglo XII era conocida en el Mediodía de Francia, en Aragón y en Cataluña. Sus primeros estatutos, publicados en 1480, constituyéndose con vigor inusitado, son de prevención de que la auxiliaran funcionarios públicos. En 1482 se constituyó su Consejo Supremo, de que fue primer presidente Fr. Tomás de Torquemada, prior de Santa Cruz de Segovia, investido también de las funciones de inquisidor general en Aragón, Cataluña y Valencia. Las Cortes de Aragón tuvieron que aceptar la nueva Inquisición en 1484, y el nombramiento de inquisidor general de aquel reino para San Pedro Arbues. En hebreos, y en particular D. Abraham con su almojarife, ayudaron sobremanera a los reyes en la conquista del reino de Granada, lo cual no impidió que, apenas conquistado, fulminasen contra ellos decreto de expulsión en 31 de marzo de 1492, previniendo que abandonasen sus Estados en el término de cuatro meses, a que se agregó después la prórroga de nueve días.

Aun después de la expulsión de los judíos decretada en España y Portugal fueron muchos los judíos ocultos que quedaron en ambas naciones, a pesar de los rigores del Santo Oficio. En los primeros años del reinado de Carlos V, emperador, se produjo en ambos reinos hermanos, entre los descendientes de Israel, un movimiento mesiánico por la llegada de Salomón Molco en el siglo XVII. Fernando Cardoso, famoso médico y poeta, familiar de la inquisición y uno de los poetas que escribiera a la muerte de Lope de Vega, viéndose descubierto a la sazón en que era de edad muy avanzada, desapareció de Madrid y llegó secretamente a Ámsterdam, donde escribió el libro De las excelencias de los hebreos. Los autos de fe celebrados en Palma en 1721, en Sevilla en 1722-24, comprenden condenación de judíos, y en 16 de diciembre de 1725 dictó sentencia la Inquisición de Granada contra el comerciante Juan Álvarez de Espinosa. A esta familia pertenecía al parecer D. Juan Álvarez de Mendizábal, nacido en Cádiz de una familia de origen hebreo establecida en Gibraltar. Todavía en este siglo se han recogido canciones en lengua mallorquina, que pueden verse en Rasserling (Los judíos de Navarra y Baleares, 1861), celebrando las víctimas de los últimos autos de fe celebrados en Mallorca, y es conocido el bando de D. Luis Bersón, duque de Grilla, en 22 de febrero de 1731, al tomar posesión de la isla de Mallorca, para que los hebreos residentes en Mahón entregasen las armas en término de cuatro horas.

Ahora nos resta exponer algunas indicaciones sobre la historia y suerte de los hebreos en otros países.

Los judíos forman de tiempo antiguo comunidades en India y China, y Menassehe. Israel los presenta establecidos en la América meridional, en valles poco frecuentados, entre riscos y ríos, no lejos de las posesiones españolas. Sus establecimientos más importantes en lo antiguo, fuera de Palestina, estuvieron, sin embargo, en Caldea, Persia y Arabia. En las dos primeras regiones se multiplicaron después del primer destierro, como muestran el Libro de Ester, y en particular la vieja Caldea, cuyo territorio designaron los judíos bajo el nombre de tierra de Babilonia, y que fue para ellos una nueva patria. Los partos y los sasánidas les otorgaron protección, y los primeros califas árabes les concedieron nueva independencia en su gobierno interior, que regía su patriarca o el Res Gluta, jefe del destierro. Así continuaron, aunque menguado un tanto el favor por los abbasidas y los alidas de Persia, hasta el siglo XII, en que volvieron a ser muy perseguídos. En Arabia constituyeron varios reinos anteislámicos, recogiendo sus principales amparadores Mahoma entre los hebreos de Medina, que constituían el núcleo de la ciudad. También formaron reinos más o menos importantes en la Abisinia, de los cuales algunos dnraban en el siglo XVI. En Crimea floreció desde siglo IX al XII el reino judío de los cazares o luzanes, que de paganos se hicieron israelitas por la enseñanza de un rabina. Sobre esta conversión, y acerca del tema de las razones expuestas por un cristiano, un muslim y el mencionado hebreo, para que el rey que los había llamado pudiese escoger, da culta versión el famoso diálogo de Judá ha Leví, poeta toledano del siglo XII, que dio a su escrito el título de Libro de Cuzari.

En Europa, además de España, son notables las comunidades de los judíos durante la Edad Media en Inglaterra, en Italia, en Francia y algunas de Alemania, en especial en las provincias renanas. En Inglaterra se hace primera mención de su existencia en 740, y después por las leyes de Eduardo el Confesor, que los declara propiedad del rey, como en Francia. Los judíos fueron protegidos por los descendientes de Guillermo el Conquistador, y en particular por Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Menasseh ben Israel, nacido en Lisboa en 1604 y educado en Ámsterdam, trabajó con Cromwel, su amigo, para que Inglaterra recibiese a los sefardíes o descendientes de los desterrados españoles, consiguiendo que la Universidad de Oxford confiriese a su hijo Samuel Israel el doctorado en Filosofía y Medicina. En 1753 fue votada en el Parlamento inglés, después de vivas impugnaciones, una ley concediendo los derechos de ciudadanía en Inglaterra o Irlanda a los que tuviesen de residencia tres años, con la única exclusión del patronato y admisión al Parlamento.

En 1832 se otorgó a los judíos el derecho de emitir votos para las elecciones de la Cámara de los Comunes, y aunque desde 1830 se intentó concederles la admisión en esta Cámara, y en 1851 Alderman Salomón tomó asiento, habló y votó, conocida cierta irregularidad en el juramento fue multado y tuvo que retirarse. En 1866 y 68 se han presentado proposiciones de ley para ajustar una forma de juramento compatible con la ley judía. Los judíos existían en Alemania desde el Imperio romano, pero su emancipación dura desde la Reforma, principalmente Berlín, más liberal que Austria en este punto.

Su verdadera emancipación parte del reinado de Federico el Grande, y es debida principalmente a la influencia personal de Moisés Mendelsohn (1786). Hoy existen en gran número en Austria y en Galilea, como asimismo en Rusia, donde han sufrido en la Edad Contemporánea varias persecuciones. En Italia, tolerados desde los tiempos de Julio César, gozaron los favores de Serón, y en la Edad Media fueron protegidos y amparados por los Papas. Uno de ellos, Amleto II, que floreció en el siglo XV, era hijo, según se dice, de un judío de Trastevere. En el siglo XVI los ampararon los Médicis, señaladamente Clemente VII, y las ciudades de Italia dieron asilo a muchos hebreos desterrados de la península ibérica.

En Francia fueron perseguidos y expulsados por los merovingios, logrando tolerancias y privilegios de los monarcas de la casa carlovingia. En la Edad Media se mantuvieron aljamas poderosas y cultas, visitadas con frecuencia por los judíos españoles. En 1394, reinando Felipe Augusto, fueron expulsados muchos hebreos; otros se acogieron al condado Venesino perteneciendo al Papa. En la época de la expulsión de España y Portugal se enriquecieron y poblaron con judíos españoles o sefardíes las aljamas de Marsella, Burdeos y otras. Los judíos pudieron volver a París en 1550. En 1780 se abolió la captación que pesaba sobre ellos, y en 1790 los judíos de Francia presentaron una petición a la Asamblea para que se les otorgara los derechos que disfrutaban los demás ciudadanos.

En 1806 Napoleón convocó el Sanhedrín o Synedrión, que fue precedido de la sesión de Asamblea general a que asistieron 111 delegados, presididos por Abraham Hurtado. El Sanhedrin comenzó sus sesiones en 9 de febrero de 1809, dando nueve decretos prohibiendo la poligamia y el divorcio. Las leyes de 1814, 1819 y 1823 fueron muy favorables a los judíos, que creían haber hallado en París la cuarta patria, considerando las tres primeras en Jerusalén, en Babilonia y en España. Allí han sido Ministros en este siglo Crémieux, Fotild, Gudchans, Horcon, Julio Oppert, Darmesteter y Meyer. Los judíos ocupan la Academia y los puestos militares. En Portugal, donde los judíos ayudaron en el siglo XIV el establecimiento de la dinastía de Avis, y ayudaron en el siglo XV al infante D. Enrique en su empresa de instituir escuelas de cosmógrafos para las navegaciones, habían encontrado un asilo los desterrados de España en 1492, acogiéndolos D. Juan II a trueque de un derecho de ocho cruzados por persona mayor, pagaderos en cuatro plazos. Después comenzó a tratarlos con violencia, y aunque le sucedía D. Manuel, de carácter más bondadoso, por complacer a los Reyes Católicos, que ya habían tratado con el rey de Navarra la expulsión de los hebreos, dictó el decreto de expulsión en 31 de octubre de 1497, el cual quedó cumplido, salvo número considerable de ocultaciones por parte de conversos judaizantes, a principios de octubre de 1498, época de la expulsión de los judíos de Navarra. Muchos de los judíos portugueses buscaron asilo en Marruecos, bastantes en Italia, otros se refugiaron en la India portuguesa y en el Brasil, pero los Países Bajos, y en especial Ámsterdam, constituyó su principal centro de reunión, donde, en unión con otros procedentes de las demás comarcas de la península ibérica, constituyeron la comunidad de judíos sefardíes, muy protegidos por Guillermo de Orange, no sin después obtener licencia de los Estados de Holanda para establecerse en sus colonias, y de la Compañía de las Indias Occidentales el colonizar en Cayena. Los judíos españoles se habían establecido preferentemente en Marruecos, Argelia y Túnez, por lo que toca a los estados africanos, en Palestina, en Asia, en la Rumelia, en la Bulgaria, en Francia y en Inglaterra.

El judío errante.

Literatura. Personaje legendario, condenado a la inmortalidad y al movimiento sin descanso, y que, según cuenta la tradición, no posee nunca más de cinco monedas de cobre de que disponer a la vez, pero que encuentra siempre esta mezquina suma en su bolsillo. La leyenda del Judío Errante no se halla en los Evangelios apócrifos, ni en los escritos de los Padres de la Iglesia. Sospechan muchos que se formó en Constantinopla en el siglo IV, época del descubrimiento de la verdadera cruz. De ella se conocen dos versiones principales: la de Oriente, citada en el siglo XIII por Mateo de París, monje de San Albano, que llama al Judío Errante Cartaphilus y le hace portero de Poncio Pilatos; y la de Occidente, más antigua en Europa que la primera, que le da el nombre de Ahseverus y dice que éste ejercía el oficio de zapatero en Jerusalén. Cuéntase, según esta última, que cuando Jesús, llevando sobre sus hombros el madero de la cruz, pasó por delante del taller de Ahseverus, los soldados que conducían a la víctima al Calvario, movidos a piedad, rogaron al artesano que lo dejara descansar algunos instantes en el zaguán de su casa. Ahseverus o Ahsevero no accedió a su súplica, y dirigiéndose a Jesús le [251] dijo: «¡Anda!» «También tú andarás,» le respondió con dulzura el sublime mártir; «recorrerás toda la Tierra hasta la consumación de los siglos, y cuando tu planta fatigada quiera detenerse, esa terrible palabra que has pronunciado te obligará a ponerte en marcha de nuevo.» Desde el día siguiente, Ahseverus, movido por una fuerza sobrenatural, debió, para cumplir el decreto divino, comenzar su interminable viaje. «Jamás se le ha visto reírse,» dice un escritor de 1618, y agrega: «Hay muchas personas de calidad que le han visto en Inglaterra, Francia, Alemania, Hungría, Persia, Suecia, Dinamarca, Escocia y otras comarcas, como también en Rostock, en Weimar, en Dantzig y en Koenigsberg. En el año 1575, dos embajadores de Holstein le vieron en Madrid; en 1599 se encontraba en Viena, y en 1601 en Lubeck. En el año 1616 se le vio en Livonia, en Cracovia y en Moscú, y muchas de las personas que le vieron llegaron a hablar con él. De una antiquísima canción popular del Brabante da al Judío Errante el nombre de Isaac Laqueden. Además de este trozo de poesía, que no brilla por la belleza de su forma ni por la corrección de su estilo, la citada leyenda ha inspirado multitud de obras en diversos países. Goethe, en su juventud (1774), pensó tomar la leyenda del judío Errante por asunto de una epopeya. En sus Memorias da a conocer el plan de este proyectado poema, diciendo: «Quería servirme de la leyenda como de un hilo conductor para representar el desarrollo progresivo de la religión y de las revoluciones de la Iglesia.» Otro célebre poeta alemán, Schubert, ha dejado un fragmento lírico relativo al eterno peregrino. Francia, además del Ahseverus de M. E. Avinet, que hace del Judío Errante la personificación el género humano después del advenimiento de Jesús, cuenta en su literatura la novela de Eugenio Sué, intitulada El Judío Errante, que es una obra de combate contra los Jesuitas, y una bellísima canción de Beranger, que se ha traducido al castellano. El Judío Errante es, con toda evidencia, el símbolo del pueblo judío desde el sacrificio del Calvario.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

Documentos sobre la expulsión de los JUDIOS de España.

Documentos sobre la expulsión de los JUDIOS de España.

Documento 1.


El día 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaban en Granada el edicto de expulsión de los judíos de la Corona de Castilla, mientras otro documento con ligeras variaciones era firmado sólo por Fernando para los judíos de la Corona de Aragón; ambos textos partían de un borrador elaborado pocos días antes por el inquisidor general. fray Tomás de Torquemada. Las argumentaciones oficiales de tan rigurosa medida eran fundamentalmente religiosas: "combatir la herética pravedad que los judíos extendían por toda la Corona, pues según es notorio y según somos informados de los inquisidores y de otras muchas personas religiosas, eclesiásticas y seglares, consta y parece el gran daño que a los cristianos se ha seguido y sigue de la participación, conversación, comunicación que han tenido y tienen con los judíos, los cuales se prueba que procuran siempre, por cuantas vías y maneras pueden, de subvertir y sustraer de nuestra santa fe católica a los fieles cristianos y los partar della y atraer y pervertir a su danada creencia y opinión". El edicto recordaba las medidas de expulsión y segregación tomadas anteriormente,"pero, como ello no basta para entero remedio para obviar y remediar como cese tan gran oprobio y ofensa de la fe y religión cristiana, porque cada día se halla y parece que los dichos judíos crecen en continuar su malo y danado propósito", era necesario, en defensa de la colectividad del reino, suprimir de raíz la comunidad judía, utilizando para la expulsión global el recurso argumental de "porque cuando algún grave y detestable crimen es cometido por algunos de algún colegio y universidad (colectividad), es razón que tal colegio y universidad sean disolvidos y aniquilados y los menores por los mayores, y los unos por los otros punidos y que aquellos que pervierten el buen y honesto vivir de las ciudades y villas y por contagio pueden danar a los otros sean expelidos de los pueblos, y aun por otras más leves causas que sean en dano de la república, cuanto más por el mayor de los crímenes y más peligroso y contagioso, como lo es éste". Seguidamente el edicto fijaba las condiciones de la expulsión. Se ordenaba salir con carácter definitivo y sin excepción a todos los judíos, los cuales no solamente eran expulsados de los reinos peninsulares, sino de todos los dominios de los reyes. El plazo para su marcha era de cuatro meses, es decir, hasta el 31 de julio, aunque un edicto posterior del inquisidor Torquemada lo prolongó en diez días para compensar el tiempo pasado en la promulgación y conocimiento del decreto. Se imponía la salida en ese plazo bajo pena de muerte y confiscación de bienes, dando los reyes su seguro real para que en esos cuatro meses negociasen los judíos toda su fortuna y se la llevasen en forma de letras de cambio, pues debían respetarse las leyes que prohibían la saca de oro, plata, monedas, armas y caballos. Aunque el edicto no hacía ninguna alusión a la posibilidad de conversión al cristianismo, ésta era una alternativa que se sobreentendía, y fueron especialmente muchos individuos de la elite hebrea los que abrazaron la religión cristiana para evitar la expulsión. Entre ellos figuró Abraham Senior, rabí mayor de Castilla, que recibió el bautismo el 15 de junio de 1492 con el padrinazgo de los mismos reyes, pasando desde entonces a llamarse Fernán Núñez Coronel y desempeñando después de su conversión los cargos de regidor de Segovia, miembro del Consejo Real y contador mayor del príncipe Juan. Las conversiones se dieron en un grado muy distinto según las zonas y las localidades, aunque probablemente fue mucho mayor el número de judíos que eligieron el camino del exilio que el de los que abjuraron de la ley mosaica para permanecer en la Sefarad de sus antepasados.

Las causas de la expulsión de los judíos han dado lugar a un intenso debate historiográfico en el que se han manejado Interpretaciones muy diversas, Se han aducido explicaciones basadas en la presión de la opinión popular antijudía, el odio del pueblo (Américo Castro), o en la animadversión hacia los judíos a causa de la práctica de la usura y de su acumulación de riquezas (Claudio Sánchez Albornoz). También se han esgrimido causas funda mentadas en alineamientos sociales: un episodio de la lucha de clases entre los tradicionales grupos privilegiados nobleza y clero y la burguesía incipiente de los judíos (Henry Kamen) o la expulsión como resultado de la alianza de las oligarquías urbanas antijudías con la Monarquía (Stephen Haliczer). Sin embargo, en aquella época, ni la opinión de las masas populares tenía gran incidencia en las decisiones de la alta política, ni la ecuación judíos = burguesía tiene fundamento, como tampoco la tiene el antagonismo nobleza judíos, pues muchos hebreos eran administradores de los estados de la aristocracia; asimismo las oligarquías ciudadanas tampoco tenían la impronta suficiente para imponer una decisión de tanta trascendencia sobre una monarquía autoritaria que, por otro lado, controlaba a los municipios a través de los corregidores. A pesar de la dificultad de establecer con precisión la razón última que llevó a los Reyes Católicos a la expulsión tal como reconoció recientemente un congreso de especialistas celebrado en Jerusalén en 1992 hay algunos puntos que parecen bastante asentados en el debate historiográfico actual. Uno seria el hecho de que la iniciativa de la expulsión partió de los inquisidores que pretendían, con tan radical medida, acabar con la "herética pravedad que conllevaba el contacto entre judíos y cristianos". En segundo lugar, en general, se reconoce un fondo político a esta decisión: constituir un paso más de la monarquía autoritaria de los Reyes Católicos en su afán por lograr una mayor cohesión social repetidamente resquebrajada, no lo olvidemos, por los tumultos antijudíos de la década de los años ochenta a partir de la unidad de la fe. En este sentido, Joseph Pérez ha afirmado que Isabel y Fernando esperan que la eliminación del judaísmo facilite la asimilación definitiva y la integración de los conversos en la sociedad española, mientras Luis Suárez ha sostenido que los reyes aspiraban a un máximo religioso concretado en la unidad de la fe católica que habría que interpretar como un elemento de la maduración del poder de la monarquía en la construcción del estado moderno español. Las cifras de la expulsión han constituido otro tema polémico. Las limitaciones de las fuentes, las conversiones y los retornos dificultan los intentos de precisar el volumen de judíos expulsados. Las cifras globales manejadas tienen un carácter tan dispar que José Hinojosa Montalvo no ha dudado en calificarlas como cifras de la discordia. Reproducimos a continuación algunos cálculos de reconocidos especialistas:


-- Yitzhar Baer ... 150.000 a 170.000
-- Haim Beinart ... 200.000
-- Bernard Vicent .. 100.000 a 150.000
-- Joseph Pérez ... 50.000 a 150.000
-- A. Domínguez Ortiz ... 100.000
-- Luis Suárez ... 100.000
-- Julio Valdeón ... 100.000
-- Ladero Quesada ... Más de 90.000
-- Jaime Contreras ... 70.000 a 90 000





Como puede observarse, las estimaciones defendidas por los historiadores hebreos son sensiblemente superiores a las cifras de expulsados salidas de las investigaciones de los estudiosos españoles, los cuales, en general, olvidándose de las apreciaciones de los cronistas coetáneos, han extrapolado los resultados de los análisis de padrones fiscales, relaciones fragmentarias de expulsados, contratos de embarque, etc., que ofrecen datos parciales pero documentados. La pérdida demográfica que significó la expulsión no fue excesivamente relevante aproximadamente un 2 por 100 del potencial poblacional conjunto de las coronas de Castilla y Aragón, si aceptamos la cifra de 100.000 judíos expulsados, pero cabe subrayar la desigual incidencia que tuvo en los distintos territorios. En la Corona de Aragón la población hebrea era mucho menor que en la Corona de Castilla y la expulsión sólo supuso una pérdida de 10.000 ó 12.000 habitantes.

En la Corona de Castilla, donde la población judía era más numerosa. las aljamas eran escasas en la zona norte y en Galicia, concentrándose la mayoría de ellas en las dos Castillas, Andalucía y Murcia. El camino del exilio condujo a los judíos castellanos y aragoneses mayoritariamente a Portugal y Navarra, reinos de donde después también serían expulsados, y en menor medida a Flandes, el norte de África, Italia y los territorios mediterráneos del imperio otomano, donde el sultán Bayaceto II dio instrucciones de acogerlos favorablemente. Pero para muchos de ellos el camino del destierro estuvo lleno de penalidades. como las que relata Salomón ben Verga en su crónica Sebet Yehuda: "Pero he ahí que por todas partes encontraron aflicciones, extensas y sombrías tinieblas, graves tribulaciones. rapacidad, quebranto, hambre y peste. Parte de ellos se metieron en el mar, buscando en las olas un sendero , también allí se mostró contraria a ellos la mano del Señor para confundirlos y exterminarlos pues muchos de los desterrados fueron vendidos por siervos y criados en todas las regiones de los pueblos y no pocos se sumergieron en el mar, hundiéndose al fin, como plomo". Las consecuencias económicas de la expulsión han sido muchas veces exageradas al interpretar que la marcha de los judíos eliminó de la vida social y económica hispana los únicos grupos que podían haber recogido el impulso del primer capitalismo. Las consideraciones ya apuntadas anteriormente sobre la situación económico-profesional de la comunidad hebrea a finales del siglo XV invalidan esta interpretación: sólo en las localidades donde los judíos eran numéricamente importan tes, los trastornos en el mundo artesanal y de los negocios fueron relevantes. Pero, además de las económicas, no hay que olvidar las repercusiones religiosas de la expulsión: el aumento del número de con versos y falsos conversos y la consolidación de la división social entre cristianos viejos y cristianos nuevos. Asimismo, la expulsión supuso la pérdida de destacadas personalidades del mundo cultural y científico, como Abraham Zacuto, ilustre astrónomo y cosmógrafo, Salomón ben Verga, escritor sevillano autor del emocionado relato antes citado sobre las vicisitudes de la expulsión o Judá Abrabanel, hijo del consejero de los Reyes Católicos Isaac Abravanel y autor de unos Dialoghi di Amore.

Documento 2.


La actividad que desarrolló la Inquisición sevillana contra los judaizantes llegó, a partir de 1480, a los más reprobables extremos. Solamente en 1481 fueron quemadas vivas unas 2.000 personas; otras tantas fueron quemadas en estatua, por haber muerto o huido, y 17.000 sufrieron penas más o menos graves. Los muertos fueron desenterrados y sus huesos incinerados. Los bienes de todos los que, vivos o muertos, habían sido declarados reos de muerte eran confiscados y sus hijos inhabilitados para oficios o beneficios. En Andalucía quedaron vacías más de 4.000 casas.

Se hizo ver a la reina que la desaparición o emigración de gentes tan activas haría decaer el comercio. Pero no por ello cedió Isabel. También sobre Roma llovieron las quejas, obligando a intervenir al papa Sixto IV, que lo hizo a principios de 1482 mediante una bula en la que recogía las principales quejas llegadas a sus oídos en contra de la Inquisición:

Según me cuentan han encarcelado a muchos injusta e indeliberadamente, sin atenerse a ordenación jurídica alguna; los han sometido a espantosas torturas, los han declarado injustamente herejes y han arrebatado sus bienes a los condenados al último suplicio.

La Inquisición atravesó, como consecuencia, una aguda crisis. A instancias del Papa, se imponía una reorganización que, de momento, dio un parón de cerca de un año a la persecución inquisitorial contra los conversos.

Pero de las últimas experiencias se había llegado a una conclusión clarísima: los conversos solían volver a sus antiguas prácticas, incitados, al parecer, por sus antiguos correligionarios. Había, pues, que expulsar del país a los judíos. En 1482 comienzan, además, las hostilidades contra el reino de Granada; en consecuencia, había nuevos motivos para sospechar de los judíos: del mismo modo que en tiempos pasados abrieron las puertas de las ciudades a los invasores árabes, también ahora podían espiar para los moros granadinos, colaborar con ellos a manera de quinta columna enemiga en medio de los cristianos. Además, como solía ocurrir siempre que ardía la guerra, los judíos aprovecharían las circunstancias para enriquecerse a costa de los cristianos. Todos estos problemas se sentían con más agudeza en Andalucía, por motivos bien evidentes. Así, pues, el 1 de enero de 1483 la Inquisición hizo pregonar en Sevilla un decreto que expulsaba a los judíos de las diócesis de Sevilla, Córdoba y Cádiz. Aquella primera expulsión vino a ser un ensayo general de lo que más tarde ocurrió. Los judíos ya no tenían motivos para esperar otra cosa. Constantemente vivían bajo la terrorífica amenaza:

A causa de nuestros pecados -escribían los judíos de Castilla, en 1487, a las comunidades de Roma y Lombardía-, sólo pocos quedamos de los muchos, y sufrimos muchas persecuciones y padecimientos, tanto que seremos aniquilados si Dios no nos guarda.

En Aragón se llevó a cabo otra expulsión parcial en 1486, que afectó a los judíos zaragozanos y a los de la diócesis de Albarracín (Teruel). El motivo inmediato lo ofreció el asesinato del Inquisidor Pedro de Arbúes, instigado por los judaizantes, que levantó a los cristianos al grito de Al fuego los conversos, que han muerto al inquisidor. Los judíos comenzaban a responder a la violencia con la violencia. A los crímenes ciertos, si los hubo, se unieron los que creó la imaginación popular. En un clima tan enrarecido, un último caso colmó el vaso ya rebosante.

El 17 de diciembre de 1490 dio comienzo el proceso contra dos judíos (Yucé Franco de Tembleque y Moshe Abenamías de Zamora) y seis conversos (Alonso, Lope, García, Juan Franco, Juan Ocaña y Benito García), vecinos de La Guardia, pueblo de Toledo por el que hoy atraviesa la autovía A-4 Madrid-Cádiz. Según parece, enfurecidos y aterrorizados a la vista de un auto de fe que habían presenciado en Toledo, realizaron un conjuro, fruto de la superstición y de las ideas mágicas tan extendidas en la época; mediante él querían conseguir que todos los cristianos rabiasen y se acabara su ley. Para ello, se apoderaron presuntamente del niño Juan Pasamontes, y el viernes santo repitieron en él la pasión de Cristo, crucificándole y sacándole, finalmente, el corazón. Otro de los ingredientes del conjuro, junto con el corazón, era una hostia consagrada que previamente habían comprado.

Desde luego que los acusados se confesaron culpables, y sometidos después al tormento se ratificaron en su confesión. Como tales, se les ejecutó en noviembre de 1491. Pero lo que menos importa en este caso es pararse a comprobar la veracidad de las acusaciones que sobre ellos pesaron. Lo que realmente importa es constatar la sensación que este hecho, verdadero o no, produjo en el pueblo cristiano, el clima de pasión que rodeó al suceso, el odio insuperable que despertó y la insufrible tensión nacida de la convivencia (Azcona).


Durante el plazo concedido para salir del país, los judíos y sus bienes quedaban amparados por el seguro real, de modo que nadie podía dañarlos ni despojarlos violentamente. Sin embargo, no era necesario recurrir a la violencia para obtener los mismos resultados.

Se les ofrecía la alternativa del destierro o la conversión. Algunos fueron los que optaron por el bautismo pero la mayoría no abandonó su fe. En estas circunstancias, el pueblo israelita dio un alto ejemplo de fidelidad a sus convicciones religiosas y de solidaridad con sus hermanos. Después de un siglo de constante persecución, la sociedad judía se había reducido, sí, pero al mismo tiempo se había depurado, librándose de indecisos e indiferentes. Además, el miedo a caer bajo la jurisdicción inquisitorial una vez convertidos era un motivo de disuasión más que suficiente.

A pesar de ello, la sociedad cristiana intentó un supremo esfuerzo de captación. Se llevó a cabo una campaña de predicación intensiva para convertirlos sin resultados apreciables. Se les prometió condonarles las deudas si las tenían, en caso de convertirse, como de hecho se hizo posteriormente, por ejemplo, con los conversos del condado de Luna. Los bautismos de judíos importantes se rodearon del mayor esplendor y pompa posibles, con miras claramente propagandísticas. De los cuatro personajes más destacados de la comunidad judía, tres de ellos se convirtieron: el rabí Abraham; también el rabino mayor de las aljamas, Abraham Seneor, y su yerno el rabino Mayr. El 15 de junio de 1942 recibieron solemnemente el bautismo en Guadalupe. El nuncio y el gran cardenal de España apadrinaron al primero.

Los reyes a los otros dos, que recibieron, respectivamente, los nombres de Fernando Pérez Coronel y Fernando Núñez Coronel. Todos ellos pasaron, inmediatamente, a ocupar puestos de relieve en el reino.

El cuarto judío notable, Isaac ben Yudah Abravanel, permaneció fiel a su religión. Él fue quien se puso, como un nuevo Moisés, al frente de su pueblo, para conducirlo por el éxodo que pronto iban a emprender. E incluso dio la cara en la corte, tratando de parar el golpe que sobre su pueblo se cernía:

Hablé por tres veces al monarca, como pude, y le imploré diciendo: -Favor, oh rey. )Por qué obras de este modo con tus súbditos? Impónnos fuertes gravámenes; regalos de oro y plata y cuanto posee un hombre de la casa de Israel lo dará por su tierra natal. Imploré a mis amigos, que gozaban de favor real para que intercediesen por mi pueblo, y los principales celebraron consulta para hablar al soberano con todas sus fuerzas que retirara las órdenes de cólera y furor y abandonara su proyecto de exterminio de los judíos. También la Reina, que estaba a su derecha para corromperlo, le inclinó poderosa persuasión a ejecutar su obra empezada y acabarla. Trabajamos con ahínco, pero no tuvimos éxito. No tuve tranquilidad, ni descanso. Mas la desgracia llegó.

Los judíos, antes de marchar, debían vender sus bienes inmuebles y los muebles que no podían transportar.

Aparte de la baja que experimentaron los precios como consecuencia del repentino exceso de oferta, la avidez de los compradores agravó muchísimo más la situación. En algunos sitios se prohibió a los cristianos que compraran los bienes de los judíos y en otros se establecieron guardias para que no pudieran salir de las aljamas hasta el día de la marcha. Sus haciendas, pues, se malbarataron, casi se abandonaron a cambio de cuatro cuartos.

Bien es verdad que el decreto real les permitía dar poderes a otras personas para que liquidaran sus propiedades con menos prisa, pero, como al mismo tiempo necesitaban dinero para el viaje, muchos optaron por vender entonces.

Podían sacar los judíos cuanto pudieran llevar consigo, menos aquellos artículos que prohibían sacar del país las leyes aduaneras. Así pues, debían dejar aquí sus caballos (con lo que el viaje se hacía más difícil) y también el oro, la plata y la moneda acuñada. Los contraventores podían ser castigados con la confiscación de bienes o la muerte, según el volumen del contrabando. En este caso se urgió a las autoridades aduaneras para que aplicasen las penas establecidas con el mayor rigor.

Sólo había un medio para conservar los bienes: entregar a los banqueros los dineros y metales preciosos, recibiendo de ellos los justificantes pertinentes, es decir, letras de cambio, que podrían hacer efectivas una vez que se encontrasen fuera de España. Los banqueros italianos, en especial los genoveses, se prestaron a llevar a cabo estas operaciones, gravándolas, como era de prever con fortísimos intereses.

También ocurrió que los cristianos que debían dinero a los judíos se negaron a saldar sus deudas, no sólo los capitales que habían recibido en préstamo a título particular sino también los impuestos que los cobradores judíos habían adelantado al fisco y debían cobrar después a cada contribuyente con los correspondientes intereses.

Cumplido el plazo fijado, los judíos salieron de sus casas. Todos los testigos de la amarga despedida mencionan las tristes escenas que tuvieron lugar cuando abandonaban los lugares donde habían estado afincados desde muchas generaciones atrás. En seguida emprendieron la marcha hacia los puntos en que debían concentrarse antes de salir al extranjero.

Según los cálculos más objetivos, de los 200.000 individuos que formaban la comunidad judía de Aragón y Castilla, más de 150.000 eligieron el destierro:

Salieron -cuenta el cronista Bernáldez- de las tierras de sus nacimientos, chicos y grandes, viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes, cada uno a los puertos que habían de ir, e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos, y siempre por do iban los convidaban al baptismo y algunos, con la cuita, se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabies los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y así salieron de Castilla.

La mayor parte de los judíos de Castilla intentaron pasar a Portugal. Por donde iban no faltaban gentes que trataban de aprovecharse de su infortunio, sin excluir a las autoridades. Hubo salteadores que cayeron sobre ellos para robarles. En las tierras de la Orden de San Juan les cobraron derechos abusivos.

En Portugal no fue mejor el trato que recibieron. Se fijaron cuatro puntos de entrada a lo largo de la frontera. Cada persona debía pagar ocho cruzados para obtener un permiso de residencia de ocho meses, transcurridos los cuales deberían pasar a África en naves portuguesas, pagando el pasaje que se les fijara. Los niños de pecho y los obreros manuales que quisieran establecerse en el país sólo debían pagar cuatro cruzados. Pero estos últimos fueron obligados, además, a recibir el bautismo. Los que no tuvieron dinero para pagar aquel arancel o el pasaje, así como los que penetraron en el país clandestinamente, fueron vendidos como esclavos o enviados a las islas de Los Lagartos. Si malo fue el trato que les dieron en España peor aún fue el que recibieron en Portugal, que hizo clamar al obispo de Silves, Jerónimo Osorio, contra aquella fuerza inicua contra ley y contra religión.

Desde Portugal, muchos salieron hacia las costas de África, donde se unieron a los que habían llegado directamente de España. Los que quedaron en Portugal fueron expulsados, finalmente, en 1496. He aquí el motivo: El rey Juan II murió en 1495. Lo sucedió su primo Manuel, que se empeñó en casar con Isabel. hija de los Reyes Católicos. Isabel, viuda de Alfonso, príncipe heredero de Portugal, estaba convencida de que la muerte de su primer esposo había sido castigo de Dios por haber amparado a los judíos y conversos perseguidos. Por eso, exigió, como condición para su nuevo matrimonio, que salieran del reino todos los refugiados. Y así se hizo.

Parte de los expulsados de España intentaron pasar directamente a África. Hubo armadores que, después de recibir el importe de los pasajes, no cumplieron sus contratos; un numeroso grupo salió de Cádiz hacia Orán en una flota de 25 naves dirigidas por Pedro Fernández Cabrón. Parte de ellos fueron arrojados por el mar en las costas de Málaga y Cartagena donde muchos de ellos se convirtieron.

Los demás fueron a parar al puerto de Arcila (Marruecos), después que los soldados que les custodiaban les robaran lo que llevaban encima y violaran a sus mujeres e hijas. Allí se les unieron los fugitivos de Portugal y luego se dispersaron hacia distintos puntos de Marruecos, buscando correligionarios que les ayudaran.

Por los caminos los moros repitieron con ellos los anteriores vejámenes; muchos fueron abiertos en canal, porque al no hallarles oro ni en los equipajes ni entre las vestiduras, cabía la posibilidad de que se lo hubieran tragado. Aterrorizados, muchos volvieron a Arcila con la esperanza de poder regresar a España.

Hubo otros muchos grupos, en especial aragoneses, que embarcaron en los puertos del Mediterráneo y se establecieron en Génova, Nápoles, Turquía, los Balcanes y otras tierras del Próximo y Medio Oriente. Parte llegaron también a Francia Inglaterra, los Países Bajos y Alemania.

Abatidos por tantos sufrimientos, muchos de ellos prefirieron volver a la Península. En noviembre de 1492 los reyes les permitieron entrar en el país con la condición de que se bautizaran al llegar o trajeran certificado de haber sido bautizados antes de pasar la frontera. En este caso se les permitía recuperar los bienes vendidos por el mismo precio que habían recibido de los compradores. El cura de Los Palacios (Sevilla) bautizó a muchos de los que volvían desnudos, descalzos y llenos de piojos, muertos de hambre y muy mal aventurados, que era dolor de los ver.

Después de la expulsión, los reyes ordenaron llevar a cabo una estricta investigación. Se descubrió que algunos judíos habían logrado sacar oro y plata, sobornando a las autoridades. Los reyes, al saberlo, anularon las letras de cambio; así pues, los banqueros entregaron a la Corona los bienes que habían recibido de los judíos, reservándose el 20 por 100 de cuanto tenían en depósito.

La injusticia se evidencia en el hecho de que pagaron justos por pecadores; sin embargo, los reyes tranquilizaron sus conciencias pensando que no habían tratado con individuos particulares, sino con la comunidad judía como tal. Los complicados en el contrabando fueron castigados. Pero, al mismo tiempo, pasaron a poder de la Corona bienes cuantiosos. Las propiedades de las aljamas, que eran bienes comunes a los miembros de ellas, habían sido declaradas inalienables. La Corona se las apropió.

También se apoderaron de los decomisos de artículos prohibidos hechos por las autoridades aduaneras. Los judíos que habían enviado capitales al extranjero y luego se quedaron en España fueron obligados a pagar una cantidad semejante a la evadida. Las deudas no pagadas a los judíos también fueron cobradas por las autoridades.

En 1496 volvieron los inspectores reales a rastrillar el país, pidiendo cuentas a los que se habían hecho cargo de los bienes de los judíos. Todavía fue posible reunir más de 2.000.000 de maravedís, más de lo que había costado financiar el descubrimiento de América.

Los grandes señores laicos y eclesiásticos no dejaron pasar de largo aquella extraordinaria ocasión. Unos y otros escribieron a los reyes, quejándose del perjuicio que se les había causado privándolos de unos vecinos tan industriosos, que tanto aportaban a la prosperidad de sus señoríos. Innumerables son las cédulas en que los reyes distribuyeron parte de los bienes confiscados entre los nobles y las iglesias, acatando la pérdida de vasallos y de renta que perdió.

En 1499 la cuestión judía había quedado resuelta. El punto final lo puso un decreto por el que se determinó que cualquier judío que, en adelante, fuese capturado en los reinos peninsulares sería condenado a muerte.

Aquella generación de judíos quedó marcada para siempre con el trauma de la expulsión. Todavía sus descendientes, dondequiera que se encuentren, conservan la lengua de sus padres, un antiguo y pintoresco castellano, sus tradiciones, costumbres, leyendas, canciones y romances. Muchas familias guardan hasta el día de hoy, como oro en paño, las llaves de las casas que sus antepasados dejaron en España, como símbolo de un amor a su segunda patria española, que no pudo borrar siquiera el odio de que fueron víctimas. Estos sefardíes o sefarditas (así llamados por el nombre de "Sefarad+, que daban a España) conservaron también el orgullo de su origen hispánico y de su cultura peculiar, hasta el punto de que el imperio turco reconoció siempre su nacionalidad española. Incluso llegaron a crearse roces y antagonismos entre estos sefarditas y otras comunidades judías de distinta procedencia.

Los que se convirtieron, entre 1391 y 1499, se fundieron paulatinamente con la población española, llegando a ocupar, como se ha dicho, altos puestos políticos y eclesiásticos. La expulsión no hizo desaparecer de España el grupo étnico judío. El antisemitismo hispánico nunca se presentó como segregacionismo racial, aunque sí lo hizo en el aspecto social y en el religioso. Por eso, una vez que se rompieron estas barreras y que los judíos aceptaron, de grado o por la fuerza, integrarse plenamente en la comunidad política y religiosa, no se tuvieron en cuenta sus peculiaridades raciales. Sus familias entroncaron con las de más rancio abolengo e incluso con la alta nobleza; sus apellidos típicos, conservados hoy día, nada dicen sobre su origen a quienes los escuchan y es posible que ni siquiera quienes los llevan hayan sospechado nunca que descienden de linajes judíos.

Documento 3.

El Decreto de Expulsión de 1492.

Por Jaime Contreras Catedrático de Historia Moderna.
Universidad de Alcalá de Henares


No sabemos todavía muy bien por qué, los historiadores continuarán durante mucho tiempo debatiéndolo, pero ocurrió que el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos emitieron el famoso Edicto de Expulsión que ponía fin a la presencia centenaria de judíos en territorios de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón. Sabemos que el texto del famoso documento llevaba varios días redactado y reposaba, incómoda y molestamente, en la mesa de despacho de los reyes. Allí había sido depositado una vez que el inquisidor fray Tomás de Torquemada lo hubiera redactado, arguyendo las mismas razones que explicaban, una decena de años anteriormente, el establecimiento del Santo Oficio de la Inquisición.

El documento que declaraba la obligación de los judíos de abandonar los reinos hispánicos afirmaba que en, el plazo de tres meses, todos los habitantes judíos de las aljamas que no hubieran salido serían castigados con penas rigurosísimas porque, desde entonces, la práctica de su religión sería considerada como un crimen gravísimo y detestable. Se añadía también que, durante el plazo establecido, los judíos no sólo deberían atender a poner a buen recaudo sus bienes, transformándolos en mercancías exportables o en letras de cambio. También deberían considerar la conveniencia de aceptar la posible alternativa que al exilio ofrecían los reyes: la conversión al cristianismo y la integración, como súbditos cristianos, en la sociedad mayoritaria. Se añadía también que si, una vez abandonados los territorios del Reino de Castilla y los reinos de la Corona de Aragón, algún judío deseaba volver a sus lugares de origen, pasado un tiempo prudencial podría libremente hacerlo; recuperaría sus bienes abandonados y sería recibido benévolamente en la sociedad cristiana, sociedad en la que debería insertarse, obviamente.

El edicto en cuestión obligaba al exilio y permitía la conversión. Judíos hubo que se exiliaron y judíos también que, con más frecuencia de la percibida hasta ahora, optaron en el último momento por acudir a las pilas bautismales, tornarse cristianos e iniciar un proceso, largo y dificultoso, de asimilación en la sociedad de la mayoría. No fue, en cualquier caso, una decisión fácil, porque si el exilio significaba el desarraigo de la tierra, la conversión suponía también profundos desgarros personales, sentidos en lo más íntimo de la mentalidad y la conciencia.

El drama afectaba por partida doble a aquella comunidad. Uno de los problemas historiográficos más controvertidos es el del número de los judíos que se alejaron de los reinos hispánicos; otro problema, también singular, busca encontrar las razones verdaderas que puedan explicar el móvil de aquella decisión: la de expulsarlos.

Hoy parece abrirse camino la idea de que la tantas veces invocada tolerancia medieval, aquella España de las tres comunidades conviviendo entre sí armónicamente, más parece responder a deseos de nuestro propio presente que a la realidad que sostenía las relaciones entre las tres grandes culturas peninsulares: cristiana, árabe y judía.

Repasando la historia de los siglos XIV y XV en los reinos hispánicos, el espectáculo de luchas y conflictos políticos, cambios dinásticos, movimientos culturales y religiosos, divisiones y partidismos internos, parece cubrir totalmente aquellos tiempos. Época difícil y problemática que contribuyó sin duda a que, en medio del conflicto generalizado, las relaciones entre la mayoría cristiana y, en este caso, la minoría judía se agriaran hasta romperse el frágil equilibrio entre cristianos y judíos, configurando, para estos últimos, una situación precisa de marginación, No pueden olvidarse tampoco los efectos negativos que para las propias comunidades judías de Castilla y Aragón tuvieron las profundas disensiones que se abrieron entre sectores diversos de las aljamas. Se ha hablado con frecuencia de un progresivo materialismo averroísta cercenando los viejos principios de la tradición talmúdica, y también se conocen los constantes conflictos entre diversas escuelas cabalísticas que, sin duda ninguna, transmiten la imagen de una comunidad judía escindida entre sectores establecidos y otros marginados y excluidos.

No faltaron persecuciones durísimas, como las de 1391, y actitudes de proselitismo descarado de párrocos, obispos y justicias cristianos. Todo ello de una manera continuada a lo largo de más de un siglo. El resultado, inequívocamente, fue que, en vísperas de la expulsión de 1492, cuando los reinos hispánicos despertaban a los tiempos modernos, del tronco originario judío surgieron tres grandes problemas que en aquellos momentos condicionaron tanto la decisión de establecer el Tribunal de la Fe como la de decretar el Edicto de Expulsión.

Estos tres problemas fueron: el de la minoría judía, cada vez más deteriorada y disminuida; el problema herético que afectaba a los judaizantes, esos cristianos convertidos que seguían judaizando, y el tercer problema, el de los conversos, un tipo cultural de singulares características que, en su mayor parte, intentó asimilarse social mente en el cuadro de valores de la mayoría de cristianos y cuyas implicaciones con la herejía apenas existieron sino en una pequeña franja de individuos de muy reciente conversión.

A la altura de 1492, la gran cuestión es: cuántos judíos, cuántos conversos, )cuántos judaizantes? Existen algunos indicios que permiten reconstruir parcialmente la situación de aquellos momentos.

Nadie puede dudar hoy que el siglo XV fue una centuria negra para las comunidades judías de los reinos hispánicos. Las persecuciones y la política antihebrea de la sociedad cristiana modificaron el mapa de la geografía judía peninsular. Abandonaron las grandes ciudades, donde fueron brutalmente reprimidos, y se refugiaron en pequeñas aglomeraciones rurales, perdiendo en tan drástico cambio gran parte de sus efectivos, que, pasando por el bautismo, optaron por instalarse en la sociedad cristiana. Las grandes aljamas medievales desaparecieron: la de Toledo, la de Burgos, la de Sevilla. En la Corona de Aragón, el vacío no fue menos espectacular: en vísperas de la expulsión, apenas existían judíos en Barcelona, en Valencia o en Mallorca, y tal vez fuera Zaragoza la única excepción. Por contra, aparecieron diseminadas en gran número juderías por zonas rurales, cuyos efectivos apenas llegaron, en el mejor de los casos, a superar comunidades de más de cien familias.

Cambio drástico que produjo efectos singulares. El primero de ellos fue la pérdida de influencia política y social como minoría, en relación con la mayoría de cristianos y por referencia a la vinculación institucional que les ligaba a la monarquía. Pueden, sin duda, señalarse excepciones a esa regla, pero no son más que espejismos que no pueden empañar una imagen de decadencia política y de crisis económica y social.

Sin duda, también aquella comunidad sufrió el trauma de ver cómo perdía efectivos constantemente, hasta el punto de ser mucho más numerosos los que habían decidido traspasar la frontera del judaísmo para arribar a la orilla cristiana. He aquí, pues, cómo los conversos se constituyeron en un singular problema, tanto por referencia al grupo languideciente del que salían como por las reticencias de los cristianos (viejos ya) que los recibían.

Se ha hablado de unos 250.000 convertidos del judaísmo, una cantidad sin duda notable que muestra una realidad incontrovertible: dos de cada tres judíos, en aquella centuria del siglo XV, se tornaron cristianos. De ellos, digámoslo también, la herejía judaizante, de ser cierta, tan sólo afectaba a un pequeño y reducidísimo grupo.

En vísperas de la expulsión, la población judía se hallaba extremadamente debilitada. Es verdad que no podemos dar cifras fiables, porque tampoco tenemos recuentos precisos, pero la historiografía más moderna y las técnicas depuradas de la demografía histórica han llegado a perfilar algunas cifras que hablan de 50.000 individuos judíos en la Corona de Castilla y unos 20.000 en la Corona de Aragón. Unos sumandos claramente diferenciados que elevan la cantidad de judíos en los reinos hispánicos en torno a los 70.000, cifra que ya indica por sí misma el proceso decadente del que venimos hablando. Se ha dicho que esa cifra debe retocarse al alza debido a varios factores, pero en cualquier caso la cifra jamás puede ascender a más de 90.000 judíos, que habitaban los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, de donde fueron también expulsados en 1498. Sobre este contingente de personas recayeron las exigencias de la expulsión: exilio o conversión.

A aquellas alturas, la minoría judía optó, sin duda y mayoritariamente, por la expulsión, aunque tampoco pueden despreciarse numerosos casos que describen la afluencia de judíos hacia las aguas del bautismo. Conocemos de algunas aljamas que conjuntamente y en bloque decidieron permanecer en sus hogares como cristianos, y también de grupos que, habiendo salido ya de sus pueblos, en el camino hacia el exilio, antes de cruzar la frontera, se hicieron tornadizos, es decir, decidieron la conversión in extremis... allí, el miedo, la ansiedad y la extorsíón jugaron todas sus bazas.

El judaísmo hispano quedó, en su nueva diáspora, dividido y disperso, por cuanto fueron muchos y diferentes los lugares de destino. Sin duda, los más afortunados fueron los que encaminaron sus destinos hacia tierras de Italia, en muchas de cuyas ciudades se instalaron, unos de forma definitiva, otros de paso para comunidades del Imperio otomano. Otros, poco numerosos, eligieron zonas del centro y Norte europeos, Inglaterra y Flandes principalmente. En unas y otras zonas, aquellos exiliados de España debían aunque con cierta tolerancia simular ser cristianos por cuanto el judaísmo estaba también prohibido.

Pero los mayores contingentes de exiliados, principalmente procedentes de tierras de Castilla, optaron por dirigirse hacia Portugal y Navarra, aun cuando la situación de estos reinos evolucionaba hacia opciones tan intransigentes y duras como las que se vivían en Castilla y Aragón. Efectivamente, unos pocos años después, en 1497, el Reino de Portugal obligaba a la conversión forzosa de todos aquellos judíos llegados de España. Finalmente, aquel exilio del judaísmo hispánico tomó camino también, aunque fueron muy pocos sus efectivos, hacia el Norte de África, ubicándose en Marruecos y en otras ciudades, como Orán, donde llegó a constituirse una singular comunidad judía, singular porque durante el largo período en que aquella plaza reconoció la soberanía de la monarquía católica, aquellos judíos los de la aljama de Orán fueron los únicos que siguieron reconociéndose como súbditos de Su Majestad.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

Edicto de expulsión de los JUDIOS de España, de 31-03-1492.

Edicto de expulsión de los JUDIOS de España, de 31-03-1492.

Los Reyes Fernando e Isabel, por la gracia de Dios, Reyes de Castilla, León, Aragón y otros dominios de la corona- al príncipe Juan, los duques, marqueses, condes, ordenes religiosas y sus Maestres,... señores de los Castillos, caballeros y a todos los judíos hombres y mujeres de cualquier edad y a quienquiera esta carta le concierna, salud y gracia para él.

Bien es sabido que en nuestros dominios, existen algunos malos cristianos que han judaizado y han cometido apostasía contra la santa fe Católica, siendo causa la mayoría por las relaciones entre judíos y cristianos. Por lo tanto, en el año de 1480, ordenamos que los judíos fueran separados de las ciudades y provincias de nuestros dominios y que les fueran adjudicados sectores separados, esperando que con esta separación la situación existente sería remediada, y nosotros ordenamos que se estableciera la Inquisición en estos dominios; y en el término de 12 años ha funcionado y la Inquisición ha encontrado muchas personas culpables además, estamos informados por la Inquisición y otros el gran daño que persiste a los cristianos al relacionarse con los judíos, y a su vez estos judíos tratan de todas maneras a subvertir la Santa Fe Católica y están tratando de obstaculizar cristianos creyentes de acercarse a sus creencias.

Estos Judíos han instruido a esos cristianos en las ceremonias y creencias de sus leyes, circuncidando a sus hijos y dándoles libros para sus rezos, y declarando a ellos los días de ayuno, y reuniéndoles para enseñarles las historias de sus leyes, informándoles cuando son las festividades de Pascua y como seguirla, dándoles el pan sin levadura y las carnes preparadas ceremonialmente, y dando instrucción de las cosas que deben abstenerse con relación a alimentos y otras cosas requiriendo el seguimiento de las leyes de Moisés, haciéndoles saber a pleno conocimiento que no existe otra ley o verdad fuera de esta. Y así lo hace claro basados en sus confesiones de estos judíos lo mismo a los cuales han pervertido que ha sido resultado en un gran daño y detrimento a la santa fe Católica, y como nosotros conocíamos el verdadero remedio de estos daños y las dificultades yacían en el interferir de toda comunicación entre los mencionados Judíos y los Cristianos y enviándolos fuera de todos nuestros dominios, nosotros nos contentamos en ordenar si ya dichos Judíos de todas las ciudades y villas y lugares de Andalucía donde aparentemente ellos habían efectuado el mayor daño, y creyendo que esto seria suficiente de modo que en esos y otras ciudades y villas y lugares en nuestros reinos y nuestras posesiones seria efectivo y cesarían a cometer lo mencionado. Y porque hemos sido informados que nada de esto, ni es el caso ni las justicias hechas para algunos de los mencionados judíos encontrándolos muy culpables por lo por los susodichos crímenes y transgresiones contra la santa fe Católica han sido un remedio completo obviar y corregir estos delitos y ofensas. Y a la fe Cristiana y religión cada día parece que los Judíos incrementan en continuar su maldad y daño objetivo a donde residan y conversen; y porque no existe lugar donde ofender de mas a nuestra santa creencia, como a los cuales Dios ha protegido hasta el día de hoy y a aquellos que han sido influenciados, deber de la Santa Madre Iglesia reparar y reducir esta situación al estado anterior, debido a lo frágil del ser humano, pudiese ocurrir que podemos sucumbir a la diabólica tentación que continuamente combate contra nosotros, de modo que, si siendo la causa principal los llamados judíos si no son convertidos deberán ser expulsados de el Reino.

Debido a que cuando un crimen detestable y poderoso es cometido por algunos miembros de algún grupo es razonable el grupo debe ser absuelto o aniquilado y los menores por los mayores serán castigados uno por el otro y aquellos que permiten a los buenos y honestos en las ciudades y en las villas y por su contacto puedan perjudicar a otros deberán ser expulsados del grupo de gentes y a pesar de menores razones serán perjudiciales a la República y los mas por la mayoría de sus crímenes seria peligroso y contagioso de modo que el Consejo de hombres eminentes y caballeros de nuestro reinado y de otras personas de conciencia y conocimiento de nuestro supremo concejo y después de muchísima deliberación se acordó en dictar que todos los Judíos y Judías deben abandonar nuestros reinados y que no sea permitido nunca regresar.

Nosotros ordenamos además en este edicto que los Judíos y Judías cualquiera edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos e hijas, sirvientes y familiares pequeños o grandes de todas las edades al fin de Julio de este año y que no se atrevan a regresar a nuestras tierras y que no tomen un paso adelante a traspasar de la manera que si algún Judío que no acepte este edicto si acaso es encontrado en estos dominios o regresa será culpado a muerte y confiscación de sus bienes.

Y hemos ordenado que ninguna persona en nuestro reinado sin importar su estado social incluyendo nobles que escondan o guarden o defiendan a un Judío o Judía ya sea públicamente o secretamente desde fines de Julio y meses subsiguientes en sus hogares o en otro sitio en nuestra región con riesgos de perder como castigo todos sus feudos y fortificaciones, privilegios y bienes hereditarios.

Hágase que los Judíos puedan deshacerse de sus hogares y todas sus pertenencias en el plazo estipulado por lo tanto nosotros proveemos nuestro compromiso de la protección y la seguridad de modo que al final del mes de Julio ellos puedan vender e intercambiar sus propiedades y muebles y cualquier otro articulo y disponer de ellos libremente a su criterio que durante este plazo nadie debe hacerles ningún daño, herirlos o injusticias a estas personas o a sus bienes lo cual seria injustificado y el que transgrediese esto incurrirá en el castigo los que violen nuestra seguridad Real.

Damos y otorgamos permiso a los anteriormente referidos Judíos y Judías a llevar consigo fuera de nuestras regiones sus bienes y pertenencias por mar o por tierra exceptuando oro y plata, o moneda acuñada u otro articulo prohibido por las leyes del reinado.

De modo que ordenamos a todos los concejales, magistrados, caballeros, guardias, oficiales, buenos hombres de la ciudad de Burgos y otras ciudades y villas de nuestro reino y dominios, y a todos nuestros vasallos y personas, que respeten y obedezcan con esta carta y con todo lo que contiene en ella, y que den la clase de asistencia y ayuda necesaria para su ejecución, sujeta a castigo por nuestra gracia soberana y por la confiscación de todos los bienes y propiedades para nuestra casa real y que esta sea notificada a todos y que ninguno pretenda ignorarla, ordenamos que este edicto sea proclamado en todas las plazas y los sitios de reunión de todas las ciudades y en las ciudades principales y villas de las diócesis, y sea hecho por el heraldo en presencia de el escribano público, y que ninguno o nadie haga lo contrario de lo que ha sido definido, sujeto al castigo de nuestra gracia soberana y la anulación de sus cargos y confiscación de sus bienes al que haga lo contrario.

Y ordenamos que se evidencie y pruebe a la corte con un testimonio firmado especificando la manera en que el edicto fue llevado a cabo.

Dado en esta ciudad de Granada el Treinta y uno día de marzo del año de nuestro señor Jesucristo de 1492.

Firmado Yo, el Rey, Yo la Reina, y Juan de la Colonia secretario del Rey y la Reina quien lo ha escrito por orden de sus Majestades.

Brevísima relación de la DESTRUCCIÓN de las INDIAS.

Brevísima relación de la DESTRUCCIÓN de las INDIAS.

... escrita por Fray Bartolomé de las Casas.



Brevísima relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552.

ARGUMENTO DEL PRESENTE EPÍTOME.



Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, y después, en el proceso adelante hasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido, que parece haber añublado1 y puesto silencio y bastantes a poner olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en ella se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, y el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una manera de éxtasis y suspensión de ánimos, fué rogado e importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que no contentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó presentar esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima relación.

FIN DEL ARGUMENTO.




PRÓLOGO.

Del obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas, don Felipe, nuestro señor Muy alto e muy poderoso señor:

Como la Providencia Divina tenga ordenado en su mundo que para direción y común utilidad del linaje humano se constituyesen, en los reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y, por consiguiente, sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos2 y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la noticia de ellos. Los cuales, si les constasen, con sumo estudio y vigilante solercia3 extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina Escriptura de los proverbios de Salomón. Rex qui sedet in solio iudicit, dissipatomne malum intuitu suo. Porque de la innata y natural virtud del rey, así se supone, conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere, lo pueda sufrir.

Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males e daños, perdición e jacturas4 (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse por hombres hacer) de aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor decir, de aquel vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla para que se los rigiesen e gobernasen, convirtiesen e prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he visto cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad con instancia importuna que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron, prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en las cuales, si se permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden), son inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas e cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas e muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.

Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena me las pidió e presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos5 de gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros, crece cada hora importunando por diversas vías e varios fingidos colores, que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley natural e divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados mortales, dignos de terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de los estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.

Suplico a Vuestra Alteza lo resciba e lea con la clemencia e real benignidad que suele las obras de sus criados y servidores que puramente, por sólo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la codicia e ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar.

Cosa es esta (muy alto señor) convenientísima e necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla, espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga bienaventurado. Amén.




BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS.


Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión6 e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.

Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.



DE LA ISLA ESPAÑOLA.


En la isla Española, que fué la primera, como dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron los grandes estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les daban de su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía (que siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo e lo que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer.

De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños); los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: "Andad con cartas." Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.

Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.



LOS REINOS QUE HABÍA EN LA ISLA ESPAÑOLA.


Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, a los cuales cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número, puesto que algunos señores de algunas apartadas provincias no reconocían superior dellos alguno. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia de Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, donde sale aquel señalado y subido en quilates oro que por acá tiene gran fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex; tenía señores tan grandes por vasallos, que juntaba uno dellos dieciséis mil hombre de pelea para servir a Guarionex, e yo conocí a algunos dellos. Este rey Guarionex era muy obediente y virtuoso, y naturalmente pacífico, y devoto a los reyes de Castilla, y dió ciertos años su gente, por su mandado, cada persona que tenía casa, lo hueco de un cascabel lleno de oro, y después, no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio e dió llena mitad, porque los indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de coger o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fué la primera población de los cristianos, hasta la ciudad de Sancto Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La labranza que decía que haría sé yo que la podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año de tres cuentos de castellanos, y aun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.

El pago que dieron a este rey y señor, tan bueno y tan grande, fué deshonrarlo por la mujer, violándosela un capitán mal cristiano: él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado de su reino y estado a una provincia que se decía de los Ciguayos, donde era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron menos los cristianos no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía, donde hicieron grandes matanzas, hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas y grillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en la mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan grandes injusticias.

El otro reino se decía del Marién, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la Vega, hacia el Norte, y más grande que el reino de Portugal, aunque cierto harto más felice y digno de ser poblado, y de muchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guacanagarí (última aguda), debajo del cual había muchos y muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocí muchos, y a la tierra deste fué primero a parar el Almirante viejo que descubrió las Indias; al cual recibió la primera vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta humanidad y caridad, y a todos los cristianos que con él iban, y les hizo tan suave y gracioso recibimiento y socorro y aviamiento7 (perdiéndosele allí aun la nao en que iba el Almirante), que en su misma patria y de sus mismos padres no lo pudiera recibir mejor. Esto sé por relación y palabras del mismo Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos, destruído y privado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros señores súbditos suyos murieron en la tiranía y servidumbre que abajo será dicha.

El tercero reino y señorío fué la Maguana, tierra también admirable, sanísima y fertilísima, donde agora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey del se llamó Caonabó. Éste en esfuerzo y estado y gravedad y cerimonias de su servicio, excedió a todos los otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo después en un navío para traello a Castilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad y injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíos y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió el dicho Caonabó cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión tan injusta de su hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los cristianos en los otros reinos hacían, especialmente desde que supieron que el rey su hermano era muerto, pusiéronse en armas para ir a cometer y vengarse de los cristianos; van los cristianos a ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios) y hacen tanto estragos y matanzas que asolaron y despoblaron la mitad de todo aquel reino.

El cuarto reino es el que se llamó de Xaraguá; éste era como el meollo o médula o como la corte de toda aquella isla; excedía a la lengua y habla ser más polida; en la policía y crianza más ordenada y compuesta; en la muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque había muchos y en gran cantidad señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte, y después de muerto el rey Behechio quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el gobernador que gobernaba esta isla con sesenta de caballo y más trecientos peones, que los de caballos solos bastaban para asolar a toda la isla y la tierra firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros, de los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño, e metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a la señora Anacaona, por hacerle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos cristianos, o por piedad o por codicia, tomar algunos niños para ampararlos no los matasen, e poníanlos a las ancas de los caballos: venía otro español por detrás e pasábalo con su lanza. Otrosí, estaba el niño en el suelo, le cortaban las piernas con el espada. Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldad, pasáronse a una isla pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador condenó a todos estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron de la carnicería.

El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanamá. A ésta ahorcaron; e fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar e atormentar por diversas y nuevas maneras de muertes e tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron. Y porque son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido, que en mucha escritura no podrían caber (porque en verdad que creo que por mucho que dijese no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi conciencia que tengo por cierto que para hacer todas las injusticias y maldades dichas e las otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos para robarlos e matarlos y los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en perpetuo cautiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron muertas e asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra los cristianos un solo pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que solamente son reservados a Dios, como son los deseos de venganza, odio y rancor que podían tener aquellas gentes contra tan capitales enemigos como les fueron los cristianos, éstos creo que cayeron en muy pocas personas de los indios, y eran poco más impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos tengo, que de niños o muchachos de diez o doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede decir del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.

Después de acabadas las guerras e muertes en ellas, todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos, haciéndoles curas de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fué enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable, e las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían sustancia; secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en breve todas las criaturas. Y por estar los maridos apartados, que nunca vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación; murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, e así se acabaron tanta e tales multitudes de gentes de aquella isla; e así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban ciento y doscientas leguas (y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, acuestas de los indios), porque siempre usaron dellos como de bestias para cargar. Tenían mataduras en los hombros y espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias; decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir e que fuese para espantar los hombres.

Y es de notar que la perdición destas islas y tierras se comenzaron a perder y destruir desde que allá se supo la muerte de la serenísima reina doña Isabel, que fué el año de mil e quinientos e cuatro, porque hasta entonces sólo en esta isla se habían destruído algunas provincias por guerras injustas, pero no de todo, y éstas por la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos e manos los ejemplos desto.

Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las Indias donde han ido y pasado cristianos, siempre hicieron en los indios todas las crueldades susodichas, e matanzas, e tiranías, e opresiones abominables en aquellas inocentes gentes; e añadían muchas más e mayores y más nuevas maneras de tormentos, e más crueles siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpe caer y derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.



DE LAS DOS ISLAS DE SANT JUAN Y JAMAICA.


Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añadieron muchas señaladas e grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.



DE LA ISLA DE CUBA.


El año de mil e quinientos y once pasaron a 1a isla de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy señaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha de toda su gente e díjoles: "Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los señores fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?" Dijeron: "No; sino porque son de su natura crueles e malos." Dice él: "No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e nos matan." Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y dijo: "Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal." Dijeron todos a voces: "¡Bien es, bien es!" Bailáronle delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey: "Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río." Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que allí estaba.

Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.

Una vez, saliéndonos a recebir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños. Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver.

Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de la provincia de la Habana, porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán; e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte e un señores y caciques, e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, e los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo quitarlos de la hoguera, pero al fin se escaparon.

Después de que todos los indios de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta manera infinita gente.

Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el alma.

En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.

Después acordaron de ir a montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha y es una gran lástima e compasión verla yermada y hecha toda una soledad.



DE LA TIERRA FIRME.


El año de mil e quinientos e catorce pasó a la tierra firme un infelice gobernador, crudelísimo tirano, sin alguna piedad ni aun prudencia, como un instrumento del furor divino, muy de propósito para poblar en aquella tierra con mucha gente de españoles. Y aunque algunos tiranos habían ido a la tierra firme e habían robado y matado y escandalizado mucha gente, pero había sido a la costa de la mar, salteando y robando lo que podían; mas éste excedió a todos los otros que antes dél habían ido, y a los de todas las islas, e sus hechos nefarios a todas las abominaciones pasadas, no sólo a la costa de la mar, pero grandes tierras y reinos despobló y mató, echando inmensas gentes que en ellos había a los infiernos. Éste despobló desde muchas leguas arriba del Darién hasta el reino e provincias de Nicaragua, inclusive, que son más de quinientas leguas y la mejor y más felice e poblada tierra que se cree haber en el mundo. Donde había muy muchos grandes señores, infinitas y grandes poblaciones, grandísimas riquezas de oro; porque hasta aquel tiempo en ninguna parte había perecido sobre tierra tanto; porque aunque de la isla Española se había henchido casi España de oro, e de más fino oro, pero había sido sacado con los indios de las entrañas de la tierra, de las minas dichas, donde, como se dijo, murieron.

Este gobernador y su gente inventó nuevas maneras de crueldades y de dar tormentos a los indios, porque descubriesen y les diesen oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado dél para robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas, que vido por sus ojos un religioso de Sanct Francisco, que con él iba, que se llamaba fray Francisco de San Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos, y echándolos a perros bravos, y atormentándolos con diversos tormentos.

Y porque la ceguedad perniciosísima que siempre han tenido hasta hoy los que han regido las Indias en disponer y ordenar la conversión y salvación de aquellas gentes, la cual siempre han pospuesto (con verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto que por palabra hayan mostrado y colorado o disimulado otra cosa, ha llegado a tanta profundidad que haya imaginado e practicado e mandado que se le hagan a los indios requerimientos que vengan a la fee, a dar la obediencia a los reyes de Castilla, si no, que les harán guerra a fuego y a sangre, e los matarán y captivarán, etc. Como si el hijo de Dios, que murió por cada uno dellos, hobiera en su ley mandado cuando dijo: Euntes docete omnes gentes, que se hiciesen requerimientos a los infieles pacíficos e quietos e que tienen sus tierras propias, e si no la recibiesen luego, sin otra predicación y doctrina, e si no se diesen a sí mesmos al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron, especialmente cuya gente y mensajeros son tan crueles, tan desapiadados e tan horribles tiranos, perdiesen por el mesmo caso la hacienda y las tierras, la libertad, las mujeres y hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y estulta e digna de todo vituperio y escarnio e infierno.

Así que, como llevase aquel triste y malaventurado gobernador instrucción que hiciese los dichos requerimientos, para más justificarlos, siendo ellos de sí mesmos absurdos, irracionables e injustísimos, mandaba, o los ladrones que enviaba lo hacían cuando acordaban de ir a saltear e robar algún pueblo de que tenían noticia tener oro, estando los indios en sus pueblos e casas seguros, íbanse de noche los tristes españoles salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella noche entre sí mesmos apregonaban o leían el dicho requerimiento, deciendo: "Caciques e indios desta tierra firme de tal pueblo, hacemos os saber que hay un Dios y un Papa y un rey de Castilla que es señor de estas tierras; venid luego a le dar la obediencia, etc. Y si no, sabed que os haremos guerra, e mataremos e captivaremos, etc." Y al cuarto del alba, estando los inocentes durmiendo con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas, que comúnmente eran de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres y muchos de los demás, antes que acordasen; mataban los que querían, e los que tomaban a vida mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o de más oro de lo que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos por esclavos; iban después, acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las casas. Desta manera y en estas obras se ocupó aquel hombre perdido, con todos los malos cristianos que llevó, desde el año de catorce hasta el año de veinte y uno o veinte y dos, enviando en aquellas entradas cinco e seis y más criados, por los cuales le daban tantas partes (allende de la que le cabía por capitán general) de todo el oro y perlas e joyas que robaban e de los esclavos que hacían. Lo mesmo hacían los oficiales del rey, enviando cada uno los más mozos o criados que podía, y el obispo primero de aquel reino enviaba también sus criados, por tener su parte en aquella granjería. Más oro robaron en aquel tiempo que aquel reino (a lo que yo puedo juzgar), de un millón de castellanos, y creo que me acorto, e no se hallará que enviaron al rey sino tres mil castellanos de todo aquello robado; y más gentes destruyeron de ochocientas mil ánimas. Los otros tiranos gobernadores que allí sucedieron hasta el año de treinta y tres, mataron e consintieron matar, con la tiránica servidumbre que a las guerras sucedió los que restaban.

Entre infinitas maldades que éste hizo e consintió hacer el tiempo que gobernó fué que, dándole un cacique o señor, de su voluntad o por miedo (como más es verdad), nueve mil castellanos, no contentos con esto prendieron al dicho señor e átanlo a un palo sentado en el suelo, y extendidos los pies pónenle fuego a ellos porque diese más oro, y él envió a su casa e trajeron otros tres mil castellanos; tórnanle a dar tormentos, y él, no dando más oro porque no lo tenía, o porque no lo quería dar, tuviéronle de aquella manera hasta que los tuétanos le saltaron por las plantas e así murió. Y destos fueron infinitas veces las que a señores mataron y atormentaron por sacarles oro.

Otra vez, yendo a saltear cierta capitanía de españoles, llegaron a un monte donde estaba recogida y escondida, por huir de tan pestilenciales e horribles obras de los cristianos, mucha gente, y dando de súbito sobre ella tomaron setenta o ochenta doncellas e mujeres, muertos muchos que pudieron matar. Otro día juntáronse muchos indios e iban tras los cristianos peleando por el ansia de sus mujeres e hijas; e viéndose los cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada, sino meten las espadas por las barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de todas ochenta, una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas del dolor, daban gritos y decían: "¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a las iras matáis?" Ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo: matar las mujeres señal es de abominables e crueles hombres bestiales.

A diez o quince leguas de Panamá estaba un gran señor que se llamaba Paris, e muy rico en oro; fueron allá los cristianos e rescibiólos como si fueran hermanos suyos e presentó al capitán cincuenta mil castellanos de su voluntad. El capitán y los cristianos parescióles que quien daba aquella cantidad de su gracia que debía tener mucho tesoro (que era el fin e consuelo de sus trabajos); disimularon e dicen que quieren partir; e tornan al cuarto de alba e dan sobre seguro en el pueblo, quémanlo con fuego que pusieron, mataron y quemaron mucha gente, e robaron cincuenta o sesenta mil castellanos otros; y el cacique o señor escapóse, que no le mataron o prendieron. Juntó presto la más gente que pudo e a cabo de dos o tres días alcanzó los cristianos que llevaban sus ciento y treinta o cuarenta mil castellanos, e da en ellos varonilmente, e mata cincuenta cristianos, e tómales todo el oro, escapándose los otros huyendo e bien heridos. Después tornan muchos cristianos sobre el dicho cacique y asoláronlo a él y a infinita de su gente, e los demás pusieron e mataron en la ordinaria servidumbre. Por manera que no hay hoy vestigio ni señal de que haya habido allí pueblo ni hombre nacido, teniendo treinta leguas llenas de gente de señorío. Destas no tienen cuento las matanzas y perdiciones que aquel mísero hombre con su compañía en aquellos reinos (que despobló) hizo.



DE LA PROVINCIA DE NICARAGUA.


El año de mil e quinientos y veinte y dos o veinte y tres pasó este tirano a sojuzgar la felicísima provincia de Nicaragua, el cual entró en ella en triste hora. Desta provincia ¿quién podrá encarecer la felicidad, sanidad, amenidad y prosperidad e frecuencia y población de gente suya? Era cosa verdaderamente de admiración ver cuán poblada de pueblos, que cuasi duraban tres y cuatro leguas en luengo, llenos de admirables frutales que causaba ser inmensa la gente. A estas gentes (porque era la tierra llana y rasa, que no podían esconderse en los montes, y deleitosa, que con mucha angustia e dificultad, osaban dejarla, por lo cual sufrían e sufrieron grandes persecuciones, y cuanto les era posible toleraban las tiranías y servidumbre de los cristianos, e porque de su natura era gente muy mansa e pacífica) hízoles aquel tirano, con sus tiranos compañeros que fueron con él (todos los que a todo el otro reino le habían ayudado a destruir), tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos captiverios e sinjusticias, que no podría lengua humana decirlo. Enviaba cincuenta de caballo e hacía alancear toda una provincia mayor que el condado de Rusellón, que no dejaba hombre, ni mujer, ni viejo, ni niño a vida, por muy liviana cosa: así como porque no venían tan presto a su llamada o no le traían tantas cargas de maíz, que es el trigo de allá, o tantos indios para que sirviesen a él o a otro de los de su compañía; porque como era la tierra llana no podía huir de los caballos ninguno, ni de su ira infernal.

Enviaba españoles a hacer entradas, que es ir a saltear indios a otras provincias, e dejaba llevar a los salteadores cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les servían. Los cuales echaban en cadenas porque no les dejasen las cargas de tres arrobas que les echaban a cuestas. Y acaesció vez, de muchas que esto hizo, que de cuatro mil indios no volvieron seis vivos a sus casas, que todos los dejaban muertos por los caminos. E cuando algunos cansaban y se despeaban de las grandes cargas y enfermaban de hambre e trabajo y flaqueza, por no desensartarlos de las cadenas les cortaban por la collera la cabeza e caía la cabeza a un cabo y el cuerpo a otro. Véase qué sentirían los otros. E así, cuando se ordenaban semejantes romerías, como tenían experiencia los indios de que ninguno volvía, cuando salían iban llorando e suspirando los indios y diciendo: "Aquellos son los caminos por donde íbamos a servir a los cristianos y, aunque trabajábamos mucho, en fin volvíamonos a cabo de algún tiempo a nuestras casas e a nuestras mujeres e hijos; pero agora vamos sin esperanza de nunca jamás volver ni verlos ni de tener más vida."

Una vez, porque quiso hacer nuevo repartimiento de los indios, porque se le antojó (e aun dicen que por quitar los indios a quien no quería bien e dallos a quien le parescía) fue causa que los indios no sembrasen una sementera, e como no hubo para los cristianos, tomaron a los indios cuanto maíz tenían para mantener a sí e a sus hijos, por lo cual murieron de hambre más de veinte o treinta mil ánimas e acaesció mujer matar su hijo para comerlo de hambre.

Como los pueblos que tenían eran todos una muy graciosa huerta cada uno, como se dijo, aposentáronse en ellos los cristianos, cada uno en el pueblo que le repartían (o, como dicen ellos, le encomendaban), y hacía en él sus labranzas, manteniéndose de las comidas pobres de los indios, e así les tomaron sus particulares tierras y heredades de que se mantenían. Por manera que tenían los españoles dentro de sus mesmas casas todos los indios señores viejos, mujeres e niños, e a todos hacen que les sirvan noches y días, sin holganza; hasta los niños, cuan presto pueden tenerse en los pies, los ocupaban en lo que cada uno puede hacer e más de lo que puede, y así los han consumido y consumen hoy los pocos que han restado, no teniendo ni dejándoles tener casa ni cosa propia; en lo cual aun exceden a las injusticias en este género que en la Española se hacían.

Han fatigado, e opreso, e sido causa de su acelerada muerte de muchas gentes en esta provincia, haciéndoles llevar la tablazón e madera, de treinta leguas al puerto, para hacer navíos, y enviarlos a buscar miel y cera por los montes, donde los comen los tigres; y han cargado e cargan hoy las mujeres preñadas y paridas como a bestias.

La pestilencia más horrible que principalmente ha asolado aquella provincia, ha sido la licencia que aquel gobernador dio a los españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de los pueblos. Pedía cuatro o cinco meses, o cada vez que cada uno alcanzaba la gracia o licencia del dicho gobernador, al cacique, cincuenta esclavos, con amenazas que si no los daban lo habían de quemar vivo o echar a los perros bravos. Como los indios comúnmente no tienen esclavos, cuando mucho un cacique tiene dos, o tres, o cuatro, iban los señores por su pueblo e tomaban lo primero todos los huérfanos, e después pedía a quien tenía dos hijos uno, e a quien tres, dos; e desta manera cumplía el cacique el número que el tirano le pedía, con grandes alaridos y llantos del pueblo, porque son las gentes que más parece que aman a sus hijos. Como esto se hacía tantas veces, asolaron desde el año de veinte y tres hasta el año de treinta y tres todo aquel reino, porque anduvieron seis o siete años de cinco o seis navíos al tracto, llevando todas aquellas muchedumbres de indios a vender por esclavos a Panamá e al Perú, donde todos son muertos, porque es averiguado y experimentado millares de veces que, sacando los indios de sus tierras naturales, luego mueren más fácilmente. Porque siempre no les dan de comer e no les quitan nada de los trabajos, como no los vendan ni los otros los compren sino para trabajar. Desta manera han sacado de aquella provincia indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo, más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo (como se dijo) una de las más pobladas del mundo.



DE LA NUEVA ESPAÑA.

En el año de mil e quinientos y diez y siete se descubrió la Nueva España8, y en el descubrimiento se hicieron grandes escándalos en los indios y algunas muertes por los que la descubrieron. En el año de mil e quinientos e diez y ocho la fueron a robar e a matar los que se llaman cristianos, aunque ellos dicen que van a poblar. Y desde este año de diez y ocho hasta el día de hoy, que estamos en el año de mil e quinientos y cuarenta e dos, ha rebosado y llegado a su colmo toda la iniquidad, toda la injusticia, toda la violencia y tiranía que los cristianos han hecho en las Indias, porque del todo han perdido todo temor a Dios y al rey e se han olvidado de sí mesmos. Porque son tantos y tales los estragos e crueldades, matanzas e destruiciones, despoblaciones, robos, violencias e tiranías, y en tantos y tales reinos de la gran tierra firme, que todas las cosas que hemos dicho son nada en comparación de las que se hicieron; pero aunque las dijéramos todas, que son infinitas las que dejamos de decir, no son comparables ni en número ni en gravedad a las que desde el dicho año de mil e quinientos y cuarenta y dos, e hoy, en este día del mes de septiembre, se hacen e cometen las más graves e abominables. Porque sea verdad la regla que arriba pusimos, que siempre desde el principio han ido cresciendo en mayores desafueros y obras infernales.

Así que, desde la entrada de la Nueva España, que fué a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles hicieron continuamente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico e a su alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes e harto más felices que España. Estas tierras todas eran las más pobladas e llenas de gentes que Toledo e Sevilla, y Valladolid, y Zaragoza juntamente con Barcelona, porque no hay ni hubo jamás tanta población en estas ciudades, cuando más pobladas estuvieron, que Dios puso e que había en todas las dichas leguas, que para andarlas en torno se han de andar más de mil e ochocientas leguas. Más han muerto los españoles dentro de los doce años dichos en las dichas cuatrocientas y cincuenta leguas, a cuchillo y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres e niños, y mozos, y viejos, de cuatro cuentos de ánimas, mientras que duraron (como dicho es) lo que ellos llaman conquistas, siendo invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por la ley de Dios, pero por todas las leyes humanas, como lo son e muy peores que las que hace el turco para destruir la iglesia cristiana. Y esto sin los que han muerto e matan cada día en la susodicha tiránica servidumbre, vejaciones y opresiones cotidianas.

Particularmente, no podrá bastar lengua ni noticia e industria humana a referir los hechos espantables que en distintas parte, e juntos en un tiempo en unas, e varios en varias, por aquellos huestes públicos y capitales enemigos del linaje humano, se han hecho dentro de aquel dicho circuito, e aun algunos hechos según las circunstancias e calidades que los agravian, en verdad que cumplidamente apenas con mucha diligencia e tiempo y escriptura no se pueda explicar. Pero alguna cosa de algunas partes diré con protestación e juramento de que no pienso que explicaré una de mil partes.

Entre otras matanzas hicieron ésta en una ciudad grande, de más de treinta mil vecinos, que se llama Cholula: que saliendo a recibir todos los señores de la tierra e comarca, e primero todos los sacerdotes con el sacerdote mayor a los cristianos en procesión y con grande acatamiento e reverencia, y llevándolos en medio a aposentar a la ciudad, y a las casas de aposentos del señor o señores della principales, acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como ellos dicen) para poner y sembrar su temor e braveza en todos los rincones de aquellas tierras. Porque siempre fué esta su determinación en todas las tierras que los españoles han entrado, conviene a saber: hacer una cruel e señalada matanza porque tiemblen dellos aquellas ovejas mansas.

Así que enviaron para esto primero a llamar todos los señores e nobles de la ciudad e de todos los lugares a ella subjectos, con el señor principal, e así como venían y entraban a hablar al capitán de los españoles, luego eran presos sin que nadie los sintiese, que pudiese llevar las nuevas. Habíanles pedido cinco o seis mil indios que les llevasen las cargas; vinieron todos luego e métenlos en el patio de las casas. Ver a estos indios cuando se aparejan para llevar las cargas de los españoles es haber dellos una gran compasión y lástima, porque vienen desnudos, en cueros, solamente cubiertas sus vergüenzas e con unas redecillas en el hombro con su pobre comida; pónense todos en cuclillas, como unos corderos muy mansos. Todos ayuntados e juntos en el patio con otras gentes que a vueltas estaban, pónense a las puertas del patio españoles armados que guardasen y todos los demás echan mano a sus espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno ni ninguno pudo escaparse que no fuese trucidado9. A cabo de dos o tres días saltan muchos indios vivos, llenos de sangre, que se habían escondido e amparado debajo de los muertos (como eran tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo misericordia, que no los matasen. De los cuales ninguna misericordia ni compasión hubieron, antes así como salían los hacían pedazos.

A todos los señores, que eran más de ciento y que tenían atados, mandó el capitán quemar e sacar vivos en palos hincados en la sierra. Pero un señor, e quizá era el principal y rey de aquella tierra, pudo soltarse e recogióse con otros veinte o treinta o cuarenta hombres al templo grande que allí tenían, el cual era como fortaleza que llamaban Duu, e allí se defendió gran rato del día. Pero los españoles, a quien no se les ampara nada, mayormente en estas gentes desarmadas, pusieron fuego al templo e allí los quemaron dando voces: "¡Oh, malos hombres! ¿Qué os hemos hecho?, ¿porqué nos matáis? ¡Andad, que a Méjico iréis, donde nuestro universal señor Motenzuma de vosotros nos hará venganza!" Dícese que estando metiendo a espada los cinco o seis mil hombres en el patio, estaba cantando el capitán de los españoles: "Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía; gritos dan niños y viejos, y él de nada se dolía."

Otra gran matanza hicieron en la ciudad de Tepeaca, que era mucho mayor e de más vecinos y gente que la dicha, donde mataron a espada infinita gente, con grandes particularidades de crueldad.

De Cholula caminaron hacia Méjico, y enviándoles el gran rey Motenzuma millares de presentes, e señores y gentes, e fiestas al camino, e a la entrada de la calzada de Méjico, que es a dos leguas, envióles a su mesmo hermano acompañado de muchos grandes señores e grandes presentes de oro y plata e ropas; y a la entrada de la ciudad, saliendo él mesmo en persona en unas andas de oro con toda su gran corte a recebirlos, y acompañándolos hasta los palacios en que los había mandado aposentar, aquel mismo día, según me dijeron algunos de los que allí se hallaron, con cierta disimulación, estando seguro, prendieron al gran rey Motenzuma y pusieron ochenta hombres que le guardasen, e después echáronlo en grillos.

Pero dejado todo esto, en que había grandes y muchas cosas que contar, sólo quiero decir una señalada que allí aquellos tiranos hicieron. Yéndose el capitán de los españoles al puerto de la mar a prender a otro cierto capitán que venía contra él, y dejado cierto capitán, creo que con ciento pocos más hombres que guardasen al rey Motenzuma, acordaron aquellos españoles de cometer otra cosa señalada, para acrecentar su miedo en toda la tierra; industria (como dije) de que muchas veces han usado. Los indios y gente e señores de toda la ciudad y corte de Motenzuma no se ocupaban en otra cosa sino en dar placer a su señor preso. Y entre otras fiestas que le hacían era en las tardes hacer por todos los barrios e plazas de la ciudad los bailes y danzas que acostumbran y que llaman ellos mitotes, como en las islas llaman areítos, donde sacan todas sus galas e riquezas, y con ellas se emplean todos, porque es la principal manera de regocijo y fiestas; y los más nobles y caballeros y de sangre real, según sus grados, hacían sus bailes e fiestas más cercanas a las casas donde estaba preso su señor. En la más propincua parte a los dichos palacios estaban sobre dos mil hijos de señores, que era toda la flor y nata de la nobleza de todo el imperio de Motenzuma. A éstos fue el capitán de los españoles con una cuadrilla dellos, y envió otras cuadrillas a todas las otras partes de la ciudad donde hacían las dichas fiestas, disimulados como que iban a verlas, e mandó que a cierta hora todos diesen en ellos. Fué él, y estado embebidos y seguros en sus bailes, dicen "¡Santiago y a ellos!" e comienzan con las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados e a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida; lo mesmo hicieron los otros en las otras plazas.

Fué una cosa esta que a todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto, e hinchó de amargura y dolor, y de aquí a que se acabe el mundo, o ellos del todo se acaben, no dejarán de lamentar y cantar en sus areítos y bailes, como en romances (que acá decimos), aquella calamidad e pérdida de la sucesión de toda su nobleza, de que se preciaban de tantos años atrás.

Vista por los indios cosa tan injusta e crueldad tan nunca vista, en tantos inocentes sin culpa perpetrada, los que habían sufrido con tolerancia la prisión no menos injusta de su universal señor, porque él mesmo se lo mandaba que no acometiesen ni guerreasen a los cristianos, entonces pónense en armas toda la ciudad y vienen sobre ellos, y heridos muchos de los españoles apenas se pudieron escapar. Ponen un puñal a los pechos al preso Motenzuma que se pusiese a los corredores y mandase que los indios no combatiesen la casa, sino que se pusiesen en paz. Ellos no curaron entonces de obedecerle en nada, antes platicaban de elegir otro señor y capitán que guiase sus batallas; y porque ya volvía el capitán, que había ido al puerto, con victoria, y traía muchos más cristianos y venía cerca, cesaron el combate obra de tres o cuatro días, hasta que entró en la ciudad. Él entrado, ayuntaba infinita gente de toda la tierra, combaten a todos juntos de tal manera y tantos días, que temiendo todos morir acordaron una noche salir de la ciudad10. Sabido por los indios mataron gran cantidad de cristianos en los puentes de la laguna, con justísima y sancta guerra, por las causas justísimas que tuvieron, como dicho es. Las cuales, cualquiera que fuere hombre razonable y justo, las justificara. Suscedió después el combate de la ciudad, reformados los cristianos, donde hicieron estragos en los indios admirables y extraños, matando infinitas gentes y quemando vivos muchos y grandes señores.

Después de las tiranías grandísimas y abominables que éstos hicieron en la ciudad de Méjico y en las ciudades y tierra mucha (que por aquellos alrededores diez y quince y veinte leguas de Méjico, donde fueron muertas infinitas gentes), pasó adelante esta su tiránica pestilencia y fué a cundir e inficionar y asolar a la provincia de Pánuco, que era una cosa admirable la multitud de las gentes que tenía y los estragos y matanzas que allí hicieron. Después destruyeron por la mesma manera la provincia de Tututepeque y después la provincia de Ipilcingo, y después la de Colima, que cada una es más tierra que el reino de León y que el de Castilla. Contar los estragos y muertes y crueldades que en cada una hicieron sería sin duda cosa dificilísima y imposible de decir, e trabajosa de escuchar.

Es aquí de notar que el título con que entraban e por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y despoblar aquellas tierras que tanta alegría y gozo debieran de causar a los que fueran verdaderos cristianos, con su tan grande e infinita población, era decir que viniesen a subjectarse e obedecer al rey de España, donde no, que los había de matar e hacer esclavos. Y los que no venían tan presto a cumplir tan irracionables y estultos mensajes e a ponerse en las manos de tan inicuos e crueles y bestiales hombres, llamábanles rebeldes y alzados contra el servicio de Su Majestad. Y así lo escrebían acá al rey nuestro señor e la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes está expreso e más claro que otro de sus primeros principios, conviene a saber: que ninguno es ni puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito.

Considérese por los cristianos e que saben algo de Dios e de razón, e aun de las leyes humanas, qué tales pueden parar los corazones de cualquiera gente que vive en sus tierras segura e no sabe que deba nada a nadie, e que tiene sus naturales señores, las nuevas que les dijesen así de súpito: daos a obedescer a un rey estraño, que nunca vistes ni oístes, e si no, sabed que luego os hemos de hacer pedazos; especialmente viendo por experiencia que así luego lo hacen. Y lo que más espantable es, que a los que de hecho obedecen ponen en aspérrima servidumbre, donde son increíbles trabajos e tormentos más largos y que duran más que los que les dan metiéndolos a espada, al cabo perecen ellos e sus mujeres y hijos e toda su generación. E ya que con los dichos temores y amenazas aquellas gentes o otras cualesquiera en el mundo vengan a obedecer e reconoscer el señorío de rey extraño, no veen los ciegos e turbados de ambición e diabólica cudicia que no por eso adquieren una punta de derecho como verdaderamente sean temores y miedos, aquellos cadentes inconstantísimos viros, que de derecho natural e humano y divino es todo aire cuanto se hace para que valga, si no es el reatu e obligación que les queda a los fuegos infernales, e aun a las ofensas y daños que hacen a los reyes de Castilla destruyéndoles aquellos sus reinos e aniquilándole (en cuanto en ellos es) todo el derecho que tienen a todas las Indias; y estos son e no otros los servicios que los españoles han hecho a los dichos señores reyes en aquellas tierras, e hoy hacen.

Con este tan justo y aprobado título envió aqueste capitán tirano otros dos tiranos capitanes muy más crueles e feroces, peores e de menos piedad e misericordia que él, a los grandes y florentísimos e felicísimos reinos, de gentes plenísimamente llenos e poblados, conviene a saber, el reino de Guatimala, que está a la mar del Sur, y el otro de Naco y Honduras o Guaimura, que está a la mar del Norte, frontero el uno del otro e que confinaban e partían términos ambos a dos, trecientas leguas de Méjico. El uno despachó por la tierra y el otro en navíos por la mar, con mucha gente de caballo y de pie cada uno.

Digo verdad que de lo que ambos hicieron en mal, y señaladamente del que fué al reino de Guatimala, porque el otro presto mala muerte murió, que podría expresar e collegir tantas maldades, tantos estragos, tantas muertes, tantas despoblaciones, tantas y tan fieras injusticias que espantasen los siglos presentes y venideros e hinchese dellas un gran libro. Porque éste excedió a todos los pasados y presentes, así en la cantidad e número de las abominaciones que hizo, como de las gentes que destruyó e tierras que hizo desiertas, porque todas fueron infinitas.

El que fué por la mar y en navíos hizo grandes robos y escándalos y aventamientos de gentes en los pueblos de la costa, saliéndole a rescibir algunos con presentes en el reino de Yucatán, que está en el camino del reino susodicho de Naco y Guaimura, donde iba. Después de llegado a ellos envió capitanes y mucha gente por toda aquella tierra que robaban y mataban y destruían cuantos pueblos y gentes había. Y especialmente uno que se alzó con trecientos hombres y se metió la tierra adentro hacia Guatimala, fué destruyendo y quemando cuantos pueblos hallaba y robando y matando las gentes dellos. Y fué haciendo esto de industria más de ciento y veinte leguas, porque si enviasen tras él hallasen los que fuesen la tierra despoblada y alzada y los matasen los indios en venganza de los daños y destruiciones que dejaban fechos. Desde a pocos días mataron al capitán principal que le envió y a quien éste se alzó, y después suscedieron otros muchos tiranos crudelísimos que con matanzas e crueldades espantosas y con hacer esclavos e venderlos a los navíos que les traían vino e vestidos y otras cosas; e con la tiránica servidumbre ordinaria, desde el año de mil y quinientos e veinte y cuatro hasta el año de mil e quinientos e treinta y cinco asolaron aquellas provincias e reino de Naco y Honduras, que verdaderamente parescían un paraíso de deleites y estaban más pobladas que la más frecuentada y poblada tierra que puede ser en el mundo; y agora pasamos e venimos por ellas y las vimos tan despobladas y destruídas que cualquiera persona, por dura que fuera, se le abrieran las entrañas de dolor. Más han muerto, en estos once años, de dos cuentos de ánimas y no han dejado, en más de cient leguas en cuadra, dos mil personas, y éstas cada día las matan en la dicha servidumbre.

Volviendo la péndola11 a hablar del grande tirano capitán que fué a los reinos de Guatimala, el cual, como está dicho, excedió a todos los pasados e iguala con todos los que hoy hay, desde las provincias comarcanas a Méjico, que por el camino que él fué (según él mesmo escribió en una carta al principal que le envió) están del reino de Guatimala cuatrocientas leguas, fué haciendo matanzas y robos, quemando y robando e destruyendo donde llegaba toda la tierra con el título susodicho, conviene a saber, diciéndoles que se sujetasen a ellos, hombres tan inhumanos, injustos y crueles, en nombre del rey de España, incógnito e nunca jamás dellos oído. El cual estimaban ser muy más injusto e cruel que ellos; e aun sin dejarlos deliberar, cuasi tan presto como el mensaje, llegaban matando y quemando sobre ellos.



DE LA PROVINCIA E REINO DE GUATIMALA

Llegado al dicho reino hizo en la entrada dél mucha matanza de gente; y no obstante esto, salióle a rescebir en unas andas e con trompetas y atabales e muchas fiestas el señor principal con otros muchos señores de la ciudad de Altatlán, cabeza de todo el reino, donde le sirvieron de todo lo que tenían, en especial dándoles de comer cumplidamente e todo lo que más pudieron. Aposentáronse fuera de la ciudad los españoles aquella noche, porque les paresció que era fuerte y que dentro pudieran tener peligro. Y otro día llama al señor principal e otros muchos señores, e venidos como mansas ovejas, préndelos todos e dice que le den tantas cargas de oro. Responden que no lo tienen, porque aquella tierra no es de oro. Mándalos luego quemar vivos, sin otra culpa ni otro proceso ni sentencia.

Desque vieron los señores de todas aquellas provincias que habían quemado aquellos señor y señores supremos, no más de porque no daban oro, huyeron todos de sus pueblos metiéndose en los montes, e mandaron a toda su gente que fuesen a los españoles y les sirviesen como a señores, pero que no les descubriesen diciéndoles dónde estaban. Viénense toda la gente de la tierra a decir que querían ser suyos e servirles como a señores. Respondía este piadoso capitán que no los querían rescebir, antes los habían de matar a todos si no descubrían dónde estaban los señores. Decían los indios que ellos no sabían dellos, que se sirviesen dellos y de sus mujeres e hijos y que en sus casas los hallarían; allí los podían matar o hacer dellos lo que quisiesen; y esto dijeron y ofrescieron e hicieron los indios muchas veces. Y cosa fué esta maravillosa, que iban los españoles a los pueblos donde hallaban las pobres gentes trabajando en sus oficios con sus mujeres y hijos seguros e allí los alanceaban e hacían pedazos. Y a pueblo muy grande e poderoso vinieron (que estaban descuidados más que otros e seguros con su inocencia) y entraron los españoles y en obra de dos horas casi lo asolaron, metiendo a espada los niños e mujeres e viejos con cuantos matar pudieron que huyendo no se escaparon.

Desque los indios vieron que con tanta humildad, ofertas, paciencia y sufrimiento no podían quebrantar ni ablandar corazones tan inhumanos e bestiales, e que tan sin apariencia ni color de razón, e tan contra ella los hacían pedazos; viendo que así como así habían de morir, acordaron de convocarse e juntarse todos y morir en la guerra, vengándose como pudiesen de tan crueles e infernales enemigos, puesto que bien sabían que siendo no sólo inermes, pero desnudos, a pie y flacos, contra gente tan feroz a caballo e tan armada, no podían prevalecer, sino a1 cabo ser destruídos. Entonces inventaron unos hoyos en medio de los caminos donde cayesen los caballos y se hincasen por las tripas unas estacas agudas y tostadas de que estaban los hoyos llenos, cubiertos por encima de céspedes e yerbas que no parecía que hubiese nada. Una o dos veces cayeron caballos en ellos no más, porque los españoles se supieron dellos guardar, pero para vengarse hicieron ley los españoles que todos cuantos indios de todo género y edad tomasen a vida, echasen dentro en los hoyos. Y así las mujeres preñadas e paridas e niños y viejos e cuantos podían tomar echaban en los hoyos hasta que los henchían, traspasados por las estacas, que era una gran lástima ver, especialmente las mujeres con sus niños. Todos los demás mataban a lanzadas y a cuchilladas, echábanlos a perros bravos que los despedazaban e comían, e cuando algún señor topaban, por honra quemábanlo en vivas llamas. Estuvieron en estas carnicerías tan inhumanas cerca de siete años, desde el año de veinte y cuatro hasta el año de treinta o treinta y uno: júzguese aquí cuánto sería el número de la gente que consumirían.

De infinitas obras horribles que en este reino hizo este infelice malaventurado tirano e sus hermanos (porque eran sus capitanes no menos infelices e insensibles que él, con los demás que le ayudaban) fué una harto notable: que fué a la provincia de Cuzcatán, donde agora o cerca de allí es la villa de Sant Salvador, que es una tierra felicísima con toda la costa de la mar del Sur, que dura cuarenta y cincuenta leguas, y en la ciudad de Cuzcatán, que era la cabeza de la provincia, le hicieron grandísimo rescebimiento sobre veinte o treinta mil indios le estaban esperando cargados de gallinas e comida. Llegado y rescebido el presente mandó que cada español tomase de aquel gran número de gente todos los indios que quisiese, para los días que allí estuviesen servirse dellos e que tuviesen cargo de traerles lo que hubiesen menester. Cada uno tomó ciento o cincuenta o los que le parescía que bastaban para ser muy bien servido, y los inocentes corderos sufrieron la división e servían con todas sus fuerzas, que no faltaba sino adorarlos.

Entre tanto este capitán pidió a los señores que le trujesen mucho oro, porque a aquello principalmente venían. Los indios responden que les place darles todo el oro que tienen, e ayuntan muy gran cantidad de hachas de cobre (que tienen, con que se sirven), dorado, que parece oro porque tiene alguno. Mándales poner el toque, y desque vido que eran cobre dijo a los españoles: “Dad al diablo tal tierra; vámonos, pues que no hay oro; e cada uno los indios que tiene que le sirven échelos en cadena e mandaré herrárselos por esclavos”. Hácenlo así e hiérranlos con el hierro del rey por esclavos a todos los que pudieron atar, e yo vide el hijo del señor principal de aquella ciudad herrado.

Vista por los indios que se soltaron y los demás de toda la tierra tan gran maldad, comienzan a juntarse e a ponerse en armas. Los españoles hacen en ellos grandes estragos y matanzas e tórnanse a Guatimala, donde edificaron una ciudad que agora con justo juicio, con tres diluvios juntamente, uno de agua e otro de tierra e otro de piedras más gruesas que diez y veinte bueyes, destruyó la justicia divinal. Donde muertos todos los señores e los hombres que podían hacer guerra, pusieron todos los demás en la sobredicha infernal servidumbre, e con pedirles esclavos de tributo y dándoles los hijos e hijas, porque otros esclavos no los tienen, y ellos enviando navíos cargados dellos a vender al Perú, e con otras matanzas y estragos que sin los dichos hicieron, han destruído y asolado un reino de cient leguas en cuadra y más, de los más felices en fertilidad e población que puede ser en el mundo. Y este tirano mesmo escribió que era más poblado que el reino de Méjico e dijo verdad: más ha muerto él y sus hermanos, con los demás, de cuatro y de cinco cuentos de ánimas en quince o dieciséis años, desde el año de veinte y cuatro hasta el de cuarenta, e hoy matan y destruyen los que quedan, e así matarán los demás.

Tenía éste esta costumbre: que cuando iba a hacer guerra a algunos pueblos o provincias, llevaba de los ya sojuzgados indios cuantos podía que hiciesen guerra a los otros; e como no les daba de comer a diez y a veinte mil hombres que llevaba, consentíales que comiesen a los indios que tomaban. Y así había en su real solemnísima carnecería de carne humana, donde en su presencia se mataban los niños y se asaban, y mataban el hombre por solas las manos y pies, que tenían por los mejores bocados. Y con estas inhumanidades, oyéndolas todas las otras gentes de las otras tierras, no sabían dónde se meter de espanto.

Mató infinitas gentes con hacer navíos; llevaba de la mar del Norte a la del Sur, ciento y treinta leguas, los indios cargados con anclas de tres y cuatro quintales, que se les metían las uñas dellas por las espaldas y lomos; y llevó desta manera mucha artillería en los hombros de los tristres desnudos: e yo vide muchos cargados de artillería por los caminos, angustiados. Descasaba y robaba los casados, tomándoles las mujeres y las hijas, y dábalas a los marineros y soldados por tenerlos contentos para llevarlos en sus armadas; henchía los navíos de indios, donde todos perecían de sed y hambre. Y es verdad que si hobiese de decir, en particular, sus crueldades, hiciesen un gran libro que al mundo espantase.

Dos armadas hizo de muchos navíos cada una con las cuales abrasó, como si fuera fuego del cielo, todas aquellas tierras. ¡Oh, cuántos huérfanos hizo, cuántos robó de sus hijos, cuántos privó de sus mujeres, cuántas mujeres dejó sin maridos, de cuántos adulterios y estupros e violencias fué causa! ¡Cuántos privó de su libertad, cuántas angustias e calamidades padecieron muchas gentes por él! ¡Cuántas lágrimas hizo derramar, cuántos sospiros, cuántos gemidos, cuántas soledades en esta vida e de cuántos damnación eterna en la otra causó, no sólo de indios, que fueron infinitos, pero de los infelices cristianos de cuyo consorcio se favoreció en tan grandes insultos, gravísimos pecados e abominaciones tan execrables! Y plega a Dios que dél haya habido misericordia e se contente con tan mala fin como al cabo le dió.



DE LA NUEVA ESPAÑA Y PÁNUCO Y JALISCO

Hechas las grandes crueldades y matanzas dichas y las que se dejaron de decir en las provincias de la Nueva España y en las de Pánuco, sucedió en la de Pánuco otro tirano insensible, cruel, el año de mil e quinientos e veinte y cinco, que haciendo muchas crueldades y herrando muchos y gran número de esclavos de las maneras susodichas, siendo todos hombres libres, y enviando cargados muchos navíos a las islas Cuba y Española, donde mejor venderlos podía, acabó de asolar toda aquella provincia; e acaesció allí dar por una yegua ochenta indios, ánimas racionales. De aquí fué proveído para gobernar la ciudad de Méjico y toda la Nueva España con otros grandes tiranos por oidores y él por presidente. El cual con ellos cometieron tan grandes males, tantos pecados, tantas crueldades, robos e abominaciones que no se podrían creer. Con las cuales pusieron toda aquella tierra en tan última despoblación, que si Dios no les atajara con la resistencia de los religiosos de Sant Francisco e luego con la nueva provisión de una Audiencia Real buena y amiga de toda virtud, en dos años dejaran la Nueva España como está la isla Española. Hobo hombre de aquellos, de la compañía deste, que para cercar de pared una gran huerta suya traía ocho mil indios, trabajando sin pagarles nada ni darles de comer, que de hambre se caían muertos súpitamente, y él no se daba por ello nada.

Desque tuvo nueva el principal desto, que dije que acabó de asolar a Pánuco, que venía la dicha buena Real Audiencia, inventó de ir la tierra adentro a descubrir dónde tiranizase, y sacó por fuerza de la provincia de Méjico quince o veinte mil hombres para que le llevasen, e a los españoles que con él iban, las cargas, de los cuales no volvieron doscientos, que todos fué causa que muriesen por allá. Llegó a la provincia de Mechuacam, que es cuarenta leguas de Méjico, otra tal y tan felice e tan llena de gente como la de Méjico, saliéndole a recebir el rey e señor della con procesión de infinita gente e haciéndole mil servicios y regalos; prendió luego al dicho rey, porque tenía fama de muy rico de oro y plata, e porque le diese muchos tesoros comienza a dalle estos tormentos el tirano: pónelo en un cepo por los pies y el cuerpo estendido, e atado por las manos a un madero; puesto un brasero junto a los pies, e un muchacho, con un hisopillo mojado en aceite, de cuando en cuando se los rociaba para tostarle bien los cueros; de una parte estaba un hombre cruel, que con una ballesta armada apuntábale al corazón; de otra, otro con un muy terrible perro bravo echándoselo, que en un credo lo despedazara, e así lo atormentaron porque descubriese los tesoros que pretendía, hasta que, avisado cierto religioso de Sant Francisco, se lo quitó de las manos; de los cuales tormentos al fin murió. Y desta manera atormentaron e mataron a muchos señores e caciques en aquellas provincias, porque diesen oro y plata.

Cierto tirano en este tiempo, yendo por visitador más de las bolsas y haciendas para robarlas de los indios que no de las ánimas o personas, halló que ciertos indios tenían escondidos sus ídolos, como nunca los hobiesen enseñado los tristes españoles otro mejor Dios: prendió los señores hasta que le dieron los ídolos creyendo que eran de oro o de plata, por lo cual cruel e injustamente los castigó. Y porque no quedase defraudado de su fin, que era robar, constriñó a los dichos caciques que le comprasen los ídolos, y se los compraron por el oro o plata que pudieron hallar, para adorarlos como solían por Dios. Estas son las obras y ejemplos que hacen y honra que procuran a Dios en las Indias los malaventurados españoles.

Pasó este gran tirano capitán, de la de Mechuacam a la provincia de Jalisco, que estaba entera e llena como una colmena de gente poblatísima e felicísima, porque es de las fértiles y admirables de las Indias; pueblo tenía que casi duraba siete leguas su población. Entrando en ella salen los señores y gente con presentes y alegría, como suelen todos los indios, a rescibir. Comenzó a hacer las crueldades y maldades que solía, e que todos allá tienen de costumbre, e muchas más, por conseguir el fin que tienen por dios, que es el oro. Quemaba los pueblos, prendía los caciques, dábales tormentos, hacía cuantos tomaba esclavos. Llevaba infinitos atados en cadenas; las mujeres paridas, yendo cargadas con cargas que de los malos cristianos llevaban, no pudiendo llevar las criaturas por el trabajo e flaqueza de hambre, arrojábanlas por los caminos, donde infinitas perecieron.

Un mal cristiano, tomando por fuerza una doncella para pecar con ella, arremetió la madre para se la quitar, saca un puñal o espada y córtala una mano a la madre, y a la doncella, porque no quiso consentir, matóla a puñaladas.

Entre otros muchos hizo herrar por esclavos injustamente, siendo libres (como todos lo son), cuatro mil e quinientos hombres e mujeres y niños de un año, a las tetas de las madres, y de dos, y tres, e cuatro e cinco años, aun saliéndole a rescibir de paz, sin otros infinitos que no se contaron.

Acabadas infinitas guerras inicuas e infernales y matanzas en ellas que hizo, puso toda aquella tierra en la ordinaria e pestilencial servidumbre tiránica que todos los tiranos cristianos de las Indias suelen y pretenden poner aquellas gentes. En la cual consintió hacer a sus mesmos mayordomos e a todos los demás crueldades y tormentos nunca oídos, por sacar a los indios oro y tributos. Mayordomo suyo mató muchos indios ahorcándolos y quemándolos vivos, y echándolos a perros bravos, e cortándoles pies y manos y cabezas e lenguas, estando los indios de paz, sin otra causa alguna más de por amedrentarlos para que le sirviesen e diesen oro y tributos, viéndolo e sabiéndolo el mesmo egregio tirano, sin muchos azotes y palos y bofetadas y otras especies de crueldades que en ellos hacían cada día y cada hora ejercitaban.

Dícese de él que ochocientos pueblos destruyó y abrasó en aquel reino de Jalisco, por lo cual fué causa que de desesperados (viéndose todos los demás tan cruelmente perecer) se alzasen y fuesen a los montes y matasen muy justa y dignamente algunos españoles. Y después, con las injusticias y agravios de otros modernos tiranos que por allí pasaron para destruir otras provincias, que ellos llaman descubrir, se juntaron muchos indios, haciéndose fuertes en ciertos peñones, en los cuales agora de nuevo han hecho en ellos tan grandes crueldades que cuasi han acabado de despoblar e asolar toda aquella gran tierra, matando infinitas gentes. Y los tristes ciegos, dejados de Dios venir a reprobado sentido, no viendo la justísima causa, y causas muchas llenas de toda justicia, que los indios tienen por ley natural, divina y humana de los hacer pedazos, si fuerzas e armas tuviesen, y echarlos de sus tierras, e la injustísima e llena de toda iniquidad, condenada por todas las leyes, que ellos tienen para, sobre tantos insultos y tiranías e grandes e inexpiables pecados que han cometido en ellos, moverles de nuevo guerra, piensan y dicen y escriben que las victorias que han de los inocentes indios asolándolos, todas se las da Dios, porque sus guerras inicuas tienen justicia, como se gocen y glorien y hagan gracias a Dios de sus tiranías como lo hacían aquellos tiranos ladrones de quien dice el profeta Zacharías, capítulo 11: Pasce pecora ocisionis, quoe qui occidebant non dolebant sed dicebant, benedictus deus quod divites facti sumus.



DEL REINO DE YUCATÁN

El año de mil e quinientos y veinte y seis fué otro infelice hombre proveído por gobernador del reino de Yucatán, por las mentiras y falsedades que dijo y ofrescimientos que hizo al rey, como los otros tiranos han hecho hasta agora, porque les den oficios y cargos con que puedan robar. Este reino de Yucatán estaba lleno de infinitas gentes, porque es la tierra de gran manera sana y abundante de comidas e frutas mucho (aún más que la de la de Méjico), e señaladamente abunda de miel y cera más que ninguna parte de las Indias de lo que hasta agora se ha visto. Tiene cerca de trecientas leguas de boja o en torno el dicho reino. La gente dél era señalada entre todas las de las Indias, así en prudencia y policía como en carecer de vicios y pecados más que otra, e muy aparejada e digna de ser traída al conoscimiento de su Dios, y donde se pudieran hacer grandes ciudades de españoles y vivieran como en un paraíso terrenal (si fueran dignos della); pero no lo fueron por su gran codicia e insensibilidad e grandes pecados, como no han sido dignos de las otras partes que Dios les había en aquellas Indias demostrado.

Comenzó este tirano con trecientos hombres, que llevó consigo a hacer crueles guerras a aquellas gentes buenas, inocentes, que estaban en sus casas sin ofender a nadie, donde mató y destruyó infinitas gentes. Y porque la tierra no tiene oro, porque si lo tuviera, por sacarlo en las minas los acabara; pero por hacer oro de los cuerpos y de las ánimas de aquellos por quien Jesucristo murió, hace abarrisco12 todos los que no mataba, esclavos, e a muchos navíos que venían al olor y fama de los esclavos enviaba llenos de gentes, vendidas por vino, y aceite, y vinagre, y por tocino, e por vestidos, y por caballos e por lo que él y ellos habían menester, según su juicio y estima.

Daba a escoger entre cincuenta y cien doncellas, una de mejor parecer que otra, cada uno la que escogese, por una arroba de vino, o de aceite, o vinagre, o por un tocino, e lo mesmo un muchacho bien dispuesto, entre ciento o doscientos escogido, por otro tanto. Y acaesció dar un muchacho, que parescía hijo de un príncipe, por un queso, e cient personas por un caballo. En estas obras estuvo desde el año de veinte y seis hasta el año de treinta y tres, que fueron siete, asolando y despoblando aquellas tierras e matando sin piedad aquellas gentes, hasta que oyeron allí las nuevas de las riquezas del Perú, que se le fué la gente española que tenía y cesó por algunos días aquel infierno; pero después tornaron sus ministros a hacer otras grandes maldades, robos y captiverios y ofensas grandes de Dios, e hoy no cesan de hacerlas e cuasi tienen despobladas todas aquellas trecientas leguas, que estaban (como se dijo) tan llenas y pobladas.

No bastaría a creer nadie ni tampoco a decirse los particulares casos de crueldades que allí se han hecho. Sólo diré dos o tres que me ocurrieron. Como andaban los tristes españoles con perros bravos buscando e aperreando los indios, mujeres y hombres, una india enferma, viendo que no podía huir de los perros, que no la hiciesen pedazos como hacían a los otros, tomó una soga y atose al pie un niño que tenía de un año y ahorcóse de una viga, e no lo hizo tan presto que no llegaran los perros y despedazaron el niño, aunque antes que acabase de morir lo bautizó un fraile.

Cuando se salían los españoles de aquel reino dijo uno a un hijo de un señor de cierto pueblo o provincia que se fuese con él; dijo el niño que no quería dejar su tierra. Responde el español: "Vete conmigo; si no, cortarte he las orejas." Dice el muchacho que no. Saca un puñal e córtale una oreja y después la otra. Y diciéndole el muchacho que no quería dejar su tierra, córtale las narices, riendo y como si le diera un repelón no más.

Este hombre perdido se loó e jactó delante de un venerable religioso, desvergonzadamente, diciendo que trabajaba cuanto podía por empreñar muchas mujeres indias, para que, viéndolas preñadas, por esclavas le diesen más precio de dinero por ellas.

En este reino o en una provincia de la Nueva España, yendo cierto español con sus perros a caza de venados o de conejos, un día, no hallando qué cazar, parescióle que tenían hambre los perros, y toma un muchacho chiquito a su madre e con un puñal córtale a tarazones los brazos y las piernas, dando a cada perro su parte; y después de comidos aquellos tarazones échales todo el corpecito en el suelo a todos juntos. Véase aquí cuánta es la insensibilidad de los españoles en aquellas tierras e cómo los ha traído Dios in reprobus sensus, y en qué estima tienen a aquellas gentes, criadas a la imagen de Dios e redimidas por su sangre. Pues peores cosas veremos abajo.

Dejadas infinitas e inauditas crueldades que hicieron los que se llaman cristianos en este reino, que no basta juicio a pensarlas, sólo con esto quiero concluirlo: que salidos todos los tiranos infernales dél con el ansia, que los tiene ciegos, de las riquezas del Perú, movióse el padre fray Jacobo con cuatro religiosos de su orden de Sanct Francisco a ir aquel reino a apaciguar y predicar e traer a Jesucristo el rebusco de aquellas gentes que restaban de la vendimia infernal y matanzas tiránicas que los españoles en siete años habían perpetrado; e creo que fueron estos religiosos el año de treinta y cuatro, enviándoles delante ciertos indios de la provincia de Méjico por mensajeros, si tenían por bien que entrasen los dichos religiosos en sus tierras a darles noticia de un solo Dios, que era Dios y Señor verdadero de todo el mundo. Entraron en consejo e hicieron muchos ayuntamientos, tomadas primero muchas informaciones, qué hombres eran aquellos que se decían padres e frailes, y qué era lo que pretendían y en qué diferían de los cristianos, de quien tantos agravios e injusticias habían recebido. Finalmente, acordaron de rescibirlos con que solos ellos y no españoles allá entrasen. Los religiosos se lo prometieron, porque así lo llevaban concedido por el visorrey de la Nueva España e cometido que les prometiesen que no entrarían más allí españoles, sino religiosos, ni les sería hecho por los cristianos algún agravio.

Predicáronles el evangelio de Cristo como suelen, y la intención sancta de los reyes de España para con ellos; e tanto amor y sabor tomaron con la doctrina y ejemplo de los frailes e tanto se holgaron de las nuevas de los reyes de Castilla (de los cuales en todos los siete años pasados nunca los españoles les dieron noticia que había otro rey, sino aquél que allí los tiranizaba y destruía), que a cabo de cuarenta días que los frailes habían entrado e predicado, los señores de la tierra les trujeron y entregaron todos sus ídolos que los quemasen, y después desto sus hijos para que los enseñasen, que los quieren más que las lumbres de sus ojos, e les hicieron iglesias y templos e casas, e los convidaban de otras provincias a que fuesen a predicarles e darles noticia de Dios y de aquel que decían que era gran rey de Castilla. Y persuadidos de los frailes hicieron una cosa que nunca en las Indias hasta hoy se hizo, y todas las que fingen por algunos de los tiranos que allá han destruído aquellos reinos y grandes tierras son falsedad y mentira. Doce o quince señores de muchos vasallos y tierras, cada uno por sí, juntando sus pueblos, e tomando sus votos e consentimiento, se subjectaron de su propia voluntad al señorío de los reyes de Castilla, rescibiendo al Emperador, como rey de España, por señor supremo e universal; e hicieron ciertas señales como firmas, las cuales tengo en mi poder con el testimonio de los dichos frailes.

Estando en este aprovechamiento de la fee, e con grandísima alegría y esperanza los frailes de traer a Jesucristo todas las gentes de aquel reino que de las muertes y guerras injustas pasadas habían quedado, que aún no eran pocas, entraron por cierta parte dieciocho españoles tiranos, de caballo, e doce de pie, que eran treinta, e traen muchas cargas de ídolos tomados de otras provincias a los indios; y el capitán de los dichos treinta españoles llama a un señor de la tierra por donde entraban e dícele que tomase de aquellas cargas de ídolos y los repartiese por toda su tierra, vendiendo cada ídolo por un indio o india para hacerlo esclavo, amenazándolo que si no lo hacía que le había de hacer guerra. El dicho señor, por temor forzado, destribuyó los ídolos por toda su tierra e mandó a todos sus vasallos que los tomasen para adorarlos, e le diesen indios e indias para dar a los españoles para hacer esclavos. Los indios, de miedo, quien tenía dos hijos daba uno, e quien tenía tres daba dos, e por esta manera complían con aquel tan sacrílego comercio, y el señor o cacique contentaba los españoles si fueran cristianos.

Uno destos ladrones impíos infernales llamado Juan García, estando enfermo y propinco a la muerte, tenía debajo de su cama dos cargas de ídolos, y mandaba a una india que le servía que mirasen bien que aquellos ídolos que allí estaban no los diese a trueque de gallinas, porque eran muy buenos, sino cada uno por un esclavo; y, finalmente, con este testamento y en este cuidado ocupado murió el desdichado; ¿y quién duda que no esté en los infiernos sepultado?

Véase y considérese agora aquí cuál es el aprovechamiento y religión y ejemplos de cristiandad de los españoles que van a las Indias; qué honra procuran a Dios; cómo trabajan que sea conoscido y adorado de aquellas gentes; qué cuidado tienen de que por aquellas ánimas se siembre y crezca e dilate su sancta fee, e júzguese si fué menor pecado este que el de Jeroboán: qui peccare fecit Israel, haciendo los dos becerros de oro para que el pueblo adorase, o si fué igual al de Judas, o que más escándalo causase. Estas, pues, son las obras de los españoles que van a las Indias, que verdaderamente muchas e infinitas veces, por la codicia que tienen de oro, han vendido y venden hoy en este día e niegan y reniegan a Jesucristo.

Visto por los indios que no había salido verdad lo que los religiosos les habían prometido (que no habían de entrar españoles en aquellas provincias, e que los mesmos españoles les traían ídolos de otras tierras a vender, habiendo ellos entregado todos sus dioses a los frailes para que los quemasen por adorar un verdadero Dios), alborótase e indígnase toda la tierra contra los frailes e vanse a ellos diciendo: "¿Por qué nos habéis mentido, engañándonos que no habían de entrar en esta tierra cristianos? ¿Y por qué nos habéis quemado nuestros dioses, pues nos traen a vender otros dioses de otras provincias vuestros cristianos? ¿Por ventura no eran mejores nuestros dioses que los de las otras naciones?"

Los religiosos los aplacaron lo mejor que pudieron, no teniendo qué responder. Vanse a buscar los treinta españoles e dícenles los daños que habían hecho; requiérenles que se vayan: no quisieron, antes hicieron entender a los indios que los mesmos frailes los habían hecho venir aquí, que fue malicia consumada. Finalmente, acuerdan matar los indios a los frailes; huyen los frailes una noche, por ciertos indios que los avisaron, y después de idos, cayendo los indios en la inocencia e virtud de los frailes e maldad de los españoles, enviaron mensajeros cincuenta leguas tras ellos rogándoles que se tornasen e pidiéndoles perdón de la alteración que les causaron. Los religiosos, como siervos de Dios y celosos de aquellas ánimas, creyéndoles, tornáronse a la tierra e fueron rescebidos como ángeles, haciéndoles los indios mil servicios y estuvieron cuatro o cinco meses después. Y porque nunca aquellos cristianos quisieron irse de la tierra, ni pudo el visorrey con cuanto hizo sacarlos, porque está lejos de la Nueva España (aunque los hizo apregonar por traidores), e porque no cesaban de hacer sus acostumbrados insultos y agravios a los indios, paresciendo a los religiosos que tarde que temprano con tan malas obras los indios se resabiarían e que quizá caerían sobre ellos, especialmente que no podían predicar a los indios con quietud dellos e suya, e sin continuos sobresaltos por las obras malas de los españoles, acordaron de desmamparar aquel reino, e así quedó sin lumbre y socorro de doctrina, y aquellas ánimas en la oscuridad de ignorancia e miseria que estaban, quitándoles al mejor tiempo el remedio y regadío de la noticia e conoscimiento de Dios que iban ya tomando avidísimamente, como si quitásemos el agua a las plantas recién puestas de pocos días; y esto por la inexpiable culpa e maldad consumada de aquellos españoles.



DE LA PROVINCIA DE SANCTA MARTA

La provincia de Sancta Marta era tierra donde los indios tenían muy mucho oro, porque la tierra es rica y las comarcas, e tenían industria de cogerlo. Y por esta causa, desde el año de mil y cuatrocientos y noventa y ocho hasta hoy, año de mil e quinientos e cuarenta y dos, otra cosa no han hecho infinitos tiranos españoles sino ir a ella con navíos y saltear e matar y robar aquellas gentes por robarles el oro que tenían y tornábanse en los navíos que iban en diversas e muchas veces, en las cuales hicieron grandes estragos y matanzas e señaladas crueldades, y esto comúnmente a la costa de la mar e algunas leguas la tierra dentro, hasta el año de mil e quinientos e veinte y tres. El año de mil e quinientos e veinte y tres fueron tiranos españoles a estar de asiento allá; y porque la tierra, como dicho es, era rica, suscedieron diversos capitanes, unos más crueles que otros, que cada uno parecía que tenía hecha profesión de hacer más exorbitantes crueldades y maldades que el otro, porque saliese verdad la regla que arriba pusimos.

El año de mil e quinientos e veinte y nueve, fué un gran tirano muy de propósito y con mucha gente, sin temor alguno de Dios ni compasión de humano linaje, el cual hizo con ella tan grandes estragos, matanzas e impiedades, que a todos los pasados excedió: robó él y ellos muchos tesoros en obra de seis o siete años que vivió. Después de muerto sin confesión, y aun huyendo de la residencia que tenía, suscedieron otros tiranos matadores y robadores, que fueron a consumir las gentes que de las manos y cruel cuchillo de los pasados restaban. Extendiéronse tanto por la tierra dentro, vastando y asolando grandes e muchas provincias, matando y captivando las gentes dellas, por las maneras susodichas de las otras, dando grandes tormentos a señores y a vasallos, porque descubriesen el oro y los pueblos que lo tenían, excediendo como es dicho en las obras y número e calidad a todos los pasados; tanto que desde el año dicho, de mil e quinientos y veinte y nueve hasta hoy, han despoblado por aquella parte más de cuatrocientas leguas de tierra que estaba así poblada como las otras.

Verdaderamente afirmo que si en particular hobiera de referir las maldades, matanzas, despoblaciones, injusticias, violencias, estragos y grandes pecados que los españoles en estos reinos de Sancta Marta han hecho y cometido contra Dios, e contra el rey, e aquellas innocentes naciones, yo haría una muy larga historia; pero esto quedarse ha para su tiempo si Dios diere la vida. Sólo quiero aquí decir unas pocas de palabras de las que escribe agora al Rey nuestro señor el obispo de aquella provincia, y es la hecha de la carta a veinte de mayo del año de mil e quinientos e cuarenta y uno, el cual entre otras palabras dice así:

"Digo, sagrado César, que el medio para remediar esta tierra es que vuestra Majestad la saque ya de poder de padrastros y le dé marido que la tracte como es razón y ella merece; y éste, con toda brevedad, porque de otra manera, según la aquejan e fatigan estos tiranos que tienen encargamiento della, tengo por cierto que muy aína dejará de ser, etcétera." Y más abajo dice: "Donde conoscerá vuestra Majestad claramente cómo los que gobiernan por estas partes merescen ser desgobernados para que las repúblicas se aliviasen. Y si esto no se hace, a mi ver, no tienen cura sus enfermedades. Y conoscerá también cómo en estas partes no hay cristianos, sino demonios; ni hay servidores de Dios ni de rey, sino traidores a su ley y a su rey. Porque en verdad quel mayor inconveniente que yo hallo para traer los indios de guerra y hacerlos de paz, y a los de paz al conoscimiento de nuestra fee, es el áspero e cruel tractamiento que los de paz resciben de los cristianos. Por lo cual están tan escabrosos e tan avispados que ninguna cosa les puede ser más odiosa ni aborrecible que el nombre de cristianos. A los cuales ellos en toda esta tierra llaman en su lengua yares, que quiere decir demonios: e sin duda ellos tienen razón, porque las obras que acá obran ni son de cristianos ni de hombres que tienen uso de razón, sino de demonios, de donde nace que como los indios veen este obrar mal e tan sin piedad generalmente, así en las cabezas como en los miembros, piensan que los cristianos lo tiene por ley y es autor dello su Dios y su rey. Y trabajar de persuadirles otra cosa es querer agotar la mar y darles materia de reír y hacer burla y escarnio de Jesucristo y su ley. Y como los indios de guerra vean este tratamiento que se hace a los de paz, tienen por mejor morir de una vez que no de muchas en poder de españoles. Sélo esto, invictísimo César, por experiencia etcétera." Dice más abajo, en un capítulo: "Vuestra Majestad tiene más servidores por acá de los que piensa, porque no hay soldados de cuantos acá están que no osen decir públicamente que si saltea o roba, o destruye, o mata, o quema los vasallos de vuestra Majestad porque le den oro, sirve a vuestra Majestad, a título que dice que de allí le viene su parte a vuestra Majestad. Y, por tanto, sería bien, cristianísimo César, que vuestra Majestad diese a entender, castigando algunos rigurosamente, que no rescibe servicio en cosa que Dios es deservido."

Todas las susodichas son formales palabras del dicho obispo de Sancta Marta, por las cuales se verá claramente lo que hoy se hace en todas aquellas desdichadas tierras y contra aquellas inocentes gentes. Llama indios de guerra los que están y se han podido salvar, huyendo de las matanzas de los infelices españoles, por los montes. Y los de paz llama los que, después de muertas infinitas gentes, ponen en la tiránica y horrible servidumbre arriba dicha, donde al cabo los acaban de asolar y matar, como parece por las dichas palabras del obispo; y en verdad que explica harto poco lo que aquéllos padecen.

Suelen decir los indios de aquella tierra, cuando los fatigan llevándolos con cargas por las sierras, si caen y desmayan de flaqueza e trabajo, porque allí les dan de coces y palos e les quiebran los dientes con los pomos de las espadas porque se levanten y anden sin resollar: "Andá, que sois malos; no puedo más; mátame aquí, que aquí quiero quedar muerto." Y esto dícenlo con grandes sospiros y apretamiento del pecho mostrando grande angustia y dolor. ¡Oh, quién pudiese dar a entender de cient partes una de las afliciones e calamidades que aquellas innocentes gentes por los infelices españoles padecen! Dios sea, aquel que lo dé a entender a los que lo puedan y deben remediar.



DE LA PROVINCIA DE CARTAGENA

Esta provincia de Cartagena está más abajo cincuenta leguas de la de Sancta Marta, hacia el Poniente, e junto con ella la del Cenú hasta el golfo de Urabá, que ternán sus cient leguas de costa de mar, e mucha tierra la tierra dentro, hacia el Mediodía. Estas provincias han sido tractadas, angustiadas, muertas, despobladas y asoladas, desde el año de mil e cuatrocientos y noventa y ocho o nueve hasta hoy, como las de Sancta Marta, y hechas en ellas muy señadas crueldades y muertes y robos por los españoles, que por acabar presto esta breve suma no quiero decir en particular, y por referir las maldades que en otras agora se hacen.



DE LA COSTA DE LAS PERLAS Y DE PARIA Y LA ISLA DE LA TRINIDAD

Desde la costa de Paria hasta el golfo de Venezuela, exclusive, que habrá docientas leguas, han sido grandes e señaladas las destruiciones que los españoles han hecho en aquellas gentes, salteándolos y tomándolos los más que podían a vida para venderlos por esclavos. Muchas veces, tomándolos sobre seguro y amistad que los españoles habían con ellos tratado, no guardándoles fee ni verdad, rescibiéndolos en sus casas como a padres y a hijos, dándoles y sirviéndoles con cuanto tenían y podían. No se podrían, cierto, fácilmente decir ni encarecer, particularizadamente, cuáles y cuántas han sido las injusticias, injurias, agravios y desafueros que las gentes de aquella costa de los españoles han recebido desde el año de mil e quinientos y diez hasta hoy. Dos o tres quiero decir solamente, por las cuales se juzguen otras innumerables en número y fealdad que fueron dignas de todo tormento y fuego.

En la isla de la Trinidad, que es mucho mayor que Sicilia e más felice, questá pegada con la tierra firme por la parte de Paria, e que la gente della es de la buena y virtuosa en su género que hay en todas las Indias, yendo a ella un salteador el año de mil e quinientos e dieciséis con otros sesenta o setenta acostumbrados ladrones, publicaron a los indios que se venían a morar y vivir a aquella isla con ellos. Los indios rescibiéronlos como si fueran sus entrañas e sus hijos, sirviéndoles señores e súbditos con grandísima afección y alegría, trayéndoles cada día de comer tanto que les sobraba para que comieran otros tantos; porque esta es común condición e liberalidad de todos los indios de aquel Nuevo Mundo: dar excesivamente lo que han menester los españoles e cuanto tienen. Hácenles una gran casa de madera en que morasen todos, porque así la quisieron los españoles, que fuese una no más, para hacer lo que pretendía hacer e hicieron.

Al tiempo que ponían la paja sobre las varas o madera e habían cobrido obra de dos estados, porque los de dentro no viesen a los de fuera, so color de dar priesa a que se acabase la casa, metieron mucha gente dentro della, e repartiéronse los españoles, algunos fuera, alrededor de la casa con sus armas, para los que se saliesen, y otros dentro. Los cuales echan mano a las espadas e comienzan a amenazar a los indios desnudos que no se moviesen, si no, que los matarían, e comenzaron a atar, y otros que saltaron para huir, hicieron pedazos con las espadas. Algunos que salieron heridos y sanos e otros del pueblo que no habían entrado, tomaron sus arcos e flechas e recógense a otra casa del pueblo para se defender, donde entraron ciento o doscientos dellos e defendiendo la puerta; pegan los españoles fuego a la casa e quémanlos todos vivos. Y con su presa, que sería de ciento y ochenta o docientos hombres que pudieron atar, vanse a su navío y alzan las velas e van a la isla de San Juan, donde venden la mitad por esclavos, e después a la Española, donde vendieron la otra.

Reprendiendo yo al capitán desta tan insigne traición e maldad, a la sazón en la mesma isla de Sant Juan, me respondió: "Andá señor, que así me lo mandaron e me lo dieron por instrucción los que me enviaron, que cuando no pudiese tomarlos por guerra que los tomase por paz." Y en verdad que me dijo que en toda su vida había hallado padre ni madre, sino en la isla de la Trinidad, según las buenas obras que los indios le habían hecho esto dijo para mayor confusión suya e agravamiento de su pecados. Destas han hecho en aquella tierra firme infinitas, tomándolos e captivándolos sobre seguro. Véase qué obras son estas y si aquellos indios ansí tomados si serán justamente hechos esclavos.

Otra vez acordando los frailes de Sancto Domingo, nuestra orden, de ir a predicar e convertir aquellas gentes que carescían de remedio e lumbre de doctrina para salvar sus ánimas, como lo están hoy las Indias, enviaron un religioso presentado en teología de gran virtud y sanctidad, con un fraile lego su compañero, para que viese la tierra y tractase la gente e buscase lugar apto para hacer monasterios. Llegados los religiosos, recibiéronlos los indios como ángeles del cielo y óyenlos con gran afección y atención e alegría las palabras que pudieron entonces darles a entender, más por señas que por habla, porque no sabían la lengua. Acaesció venir por allí un navío, después de ido el que allí los dejó; y los españoles dél, usando de su infernal costumbre, traen por engaño, sin saberlo los religiosos, al señor de aquella tierra, que se llamaba don Alonso, o que los frailes le habían puesto este nombre, o otros españoles, porque los indios son amigos e codiciosos de tener nombre de cristiano e luego lo piden que se lo den, aun antes que sepan nada para ser bautizados. Así que engañan al dicho don Alonso para que entrase en el navío con su mujer e otras ciertas personas, y que les harían allá fiesta. Finalmente, que entraron diez y siete personas con el señor y su mujer, con confianza que los religiosos estaban en su tierra y que los españoles por ellos no harían alguna maldad, porque de otra manera no se fiaran dellos. Entrados los indios en el navío, alzan las velas los traidores e viénense a la isla Española y véndenlos por esclavos.

Toda la tierra, como veen su señor y señora llevados, vienen a los frailes e quiérenlos matar. Los frailes, viendo tan gran maldad, queríanse morir de angustia, y es de creer que dieran antes sus vidas que fuera tal injusticia hecha, especialmente porque era poner impedimento a que nunca aquellas ánimas pudiesen oír ni creer la palabra de Dios. Apaciguáronlos lo mejor que pudieron y dijéronles que con el primer navío que por allí pasase escribirían a la isla Española, y que harían que les tornasen su señor y los demás que con él estaban. Trujo Dios por allí luego un navío para más confirmación de la damnación de los que gobernaban, y escribieron a los religiosos de la Española: en él claman, protestan una y muchas veces; nunca quisieron los oidores hacerles justicia, porque entre ellos mesmos estaban repartidos parte de los indios que ansí tan injusta y malamente habían prendido los tiranos.

Los dos religiosos, que habían prometido a los indios de la tierra que dentro de cuatro meses venía su señor don Alonso con los demás, viendo que ni en cuatro ni en ocho vinieron, aparejáronse para morir y dar la vida a quien la habían ya antes que partiesen ofrecido. Y así los indios tomaron venganza dellos justamente matándolos, aunque innocentes, porque estimaron que ellos habían sido causa de aquella traición; y porque vieron que no salió verdad lo que dentro de los cuatro meses les certificaron e prometieron; y porque hasta entonces ni aun hasta agora no supieron ni saben hoy que haya diferencia de los frailes a los tiranos y ladrones y salteadores españoles por toda aquella tierra. Los bienaventurados frailes padescieron injustamente, por la cual injusticia ninguna duda hay que, según nuestra fee sancta, sean verdaderos mártires e reinen hoy con Dios en los cielos, bienaventurados, como quiera que allí fuesen enviados por la obediencia y llevasen intención de predicar e dilatar la sancta fee e salvar todas aquellas ánimas, e padescer cualesquiera trabajos y muerte que se les ofresciese por Jesucristo crucificado.

Otra vez, por las grandes tiranías y obras nefandas de los cristianos malos, mataron los indios otros dos frailes de Sancto Domingo, e uno de Sant Francisco, de que yo soy testigo, porque me escapé de la mesma muerte por milagro divino, donde había harto que decir para espantar los hombres según la gravedad e horribilidad del caso. Pero por ser largo no lo quiero aquí decir hasta su tiempo, y el día del juicio será más claro, cuando Dios tomare venganza de tan horribles e abominables insuItos como hacen en las Indias los que tienen nombre de cristianos.

Otra vez, en estas provincias, al cabo que dicen de la Codera, estaba un pueblo cuyo señor se llamaba Higueroto, nombre propio de la persona o común de los señores dél. Este era tan bueno e su gente tan virtuosa, que cuantos españoles por allí en los navíos venían hallaban reparo, comida, descanso y todo consuelo y refrigerio, e muchos libró de la muerte que venían huyendo de otras provincias donde habían salteado y hecho muchas tiranías e males, muertos de hambre, que los reparaba y enviaba salvos a la isla de las Perlas, donde había población de cristianos, que los pudiera matar sin que nadie los supiera y no lo hizo; e, finalmente, llamaban todos los cristianos a aquel pueblo de Higueroto el mesón y casa de todos.

Un malaventurado tirano acordó de hacer allí salto, como estaban aquellas gentes tan seguras. Y fue allí con un navío e convidó a mucha gente que entrase en el navío, como solía entrar y fiarse en los otros. Entrados muchos hombres e mujeres y niños alzó las velas e vínose a la isla de Sant Juan, donde los vendió todos por esclavos, e yo llegué entonces a la dicha isla e vide al dicho tirano, y supe allí lo que había hecho. Dejó destruído todo aquel pueblo, y a todos los tiranos españoles que por aquella costa robaban e salteaban les pesó y abominaron este tan espantoso hecho, por perder el abrigo y mesón que allí tenían como si estuvieran en sus casas.

Digo que dejo de decir inmensas maldades e casos espantosos que desta manera por aquellas tierras se han hecho e hoy en este día hacen. Han traído a la isla Española y a la de Sant Juan, de toda aquella costa, que estaba poblatísima, más de dos cuentos de ánimas salteadas, que todas también las han muerto en las dichas islas, echándolos a las minas y en los otros trabajos, allende de las multitudes que en ellas, como arriba decimos, había. Y es una gran lástima y quebramiento de corazón de ver aquella costa de tierra felicísima toda desierta y despoblada.

Es esta averiguada verdad, que nunca traen navío cargado de indios, así robados y salteados, como he dicho, que no echan a la mar muertos la tercia parte de los que meten dentro, con los que matan por tomarlos en sus tierras. La causa es porque como para conseguir su fin es menester mucha gente para sacar más dineros por más esclavos, e no llevan comida ni agua sino poca, por no gastar los tiranos que se llaman armadores, no basta apenas sino poco más de para los españoles que van en el navío para saltear y así falta para los tristes, por lo cual mueren de hambre y sed, y el remedio es dar con ellos en la mar. Y en verdad que me dijo hombre dellos que desde las islas de los. Lucayos, donde se hicieron grandes estragos desta manera, hasta la isla Española, que son sesenta o setenta leguas, fuera un navío sin aguja y sin carta de marear, guiándose solamente por el rastro de los indios que quedaban en la mar echados del navío muertos.

Después, desque los desembarcaran en la isla donde los llevan a vender, es para quebrar el corazón de cualquiera que alguna señal de piedad tuviere, verlos desnudos y hambrientos, que se caían de desmayados de hambre niños y viejos, hombres y mujeres. Después, como a unos corderos los apartan padres de hijos e mujeres de maridos, haciendo manadas dellos de a diez y de a veinte personas y echan suertes sobrellos, para que lleven sus partes los infelices armadores, que son los que ponen su parte de dineros para hacer el armada de dos y de tres navíos, e para los tiranos salteadores que van a tomarlos y saltearlos en sus casas. Y cuando cae la suerte en la manada donde hay algún viejo o enfermo, dice el tirano a quien cabe: "Este viejo dadlo al diablo. ¿Para qué me lo dais, para que lo entierre? Este enfermo ¿para qué lo tengo que llevar, para curarlo?" Véase aquí en qué estiman los españoles a los indios e si cumplen el precepto divino del amor del prójimo, donde pende la Ley y los Profetas.

La tiranía que los españoles ejercitan contra los indios en el sacar o pescar de las perlas es una de las crueles e condenadas cosas que pueden ser en el mundo. No hay vida infernal y desesperada en este siglo que se le pueda comparar, aunque la de sacar el oro en las minas sea en su género gravísima y pésima. Métenlos en la mar en tres y en cuatro e cinco brazas de hondo, desde la mañana hasta que se pone el sol; están siempre debajo del agua nadando, sin resuello, arrancando las ostras donde se crían las perlas. Salen con unas redecillas llenas dellas a lo alto y a resollar, donde está un verdugo español en una canoa o barquillo, e si se tardan en descansar les da de puñadas y por los cabellos los echa al agua para que tornen a pescar. La comida es pescado, y del pescado que tienen las perlas, y pan cazabi, e algunos maíz (que son los panes de allá): el uno de muy poca sustancia y el otro muy trabajoso de hacer, de los cuales nunca se hartan. Las camas que les dan a la noche es echarlos en un cepo en el suelo, porque no se les vayan. Muchas veces, zabúllense en la mar a su pesquería o ejercicio de las perlas y nunca tornan a salir (porque los tiburones e marrajos, que son dos especies de bestias marinas crudelísimas que tragan un hombre entero, los comen y matan).

Véase aquí si guardan los españoles, que en esta granjería de perlas andan desta manera, los preceptos divinos del amor de Dios y del prójimo, poniendo en peligro de muerte temporal y también del ánima, porque mueren sin fee e sin sacramentos, a sus prójimos por su propia codicia. Y lo otro, dándoles tan horrible vida hasta que los acaban e consumen en breves días. Porque vivir los hombres debajo del agua sin resuello es imposible mucho tiempo, señaladamente que la frialdad continua del agua los penetra, y así todos comúnmente mueren de echar sangre por la boca, por el apretamiento del pecho que hacen por causa de estar tanto tiempo e tan continuo sin resuello, y de cámaras que causa la frialdad. Conviértense los cabellos, siendo ellos de su natura negros, quemados como pelos de lobos marinos, y sáleles por la espalda salitre, que no parecen sino monstruos en naturaleza de hombres de otra especie.

En este incomportable trabajo, o por mejor decir ejercicio del infierno, acabaron de consumir a todos los indios lucayos que había en las islas cuando cayeron los españoles en esta granjería; e valía cada uno cincuenta y cient castellanos, y los vendían públicamente, aun habiendo sido prohibido por las justicias mesmas, aunque injustas por otra parte, porque los lucayos eran grandes nadadores. Han muerto también allí otros muchos sinnúmero de otras provincias y partes.



DEL RIO YUYAPARI

Por la provincia de Paria sube un río que se llama Yuyapari, más de docientas leguas la tierra arriba; por él subió un triste tirano muchas leguas el año de mil e quinientos e veinte y nueve con cuatrocientos o más hombres, e hizo matanzas grandísimas, quemando vivos y metiendo a espada infinitos innocentes que estaban en sus tierras y casas sin hacer mal a nadie, descuidados, e dejó abrasada e asombrada y ahuyentada muy gran cantidad de tierra. Y, en fin, él murió mala muerte y desbaratóse su armada; y después, otros tiranos sucedieron en aquellos males e tiranías, e hoy andan por allí destruyendo e matando e infernando las ánimas que el Hijo de Dios redimió con su sangre.



DEL REINO DE VENEZUELA

En el año de mil e quinientos e veinte y seis, con engaños y persuasiones dañosas que se hicieron al Rey nuestro señor, como siempre se ha trabajado de le encubrir la verdad de los daños y perdiciones que Dios y las ánimas y su estado rescibían en aquellas Indias, dió e concedió un gran reino, mucho mayor que toda España, que es el de Venezuela, con la gobernación e jurisdición total, a los mercaderes de Alemania, con cierta capitulación e concierto o asiento que con ellos se hizo. Estos, entrados con trecientos hombres o más en aquellas tierras, hallaron aquellas gentes mansísimas ovejas, como y mucho más que los otros las suelen hallar en todas las partes de las Indias antes que les hagan daño los españoles. Entraron en ellas, más pienso, sin comparación, cruelmente que ninguno de los otros tiranos que hemos dicho, e más irracional e furiosamente que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos y leones. Porque con mayor ansia y ceguedad rabiosa de avaricia y, más exquisitas maneras e industrias para haber y robar plata y oro que todos los de antes, pospuesto todo temor a Dios y al rey e vergüenza de las gentes, olvidados que eran hombres mortales, como más libertados, poseyendo toda la jurisdicción de la tierra, tuvieron.

Han asolado, destruído y despoblado estos demonios encarnados más de cuatrocientas leguas de tierras felicísimas, y en ellas grandes y admirables provincias, valles de cuarenta leguas, regiones amenísimas, poblaciones muy grandes, riquísimas de gentes y oro. Han muerto y despedazado totalmente grandes y diversas naciones, muchas lenguas que no han dejado persona que las hable, si no son algunos que se habrán metido en las cavernas y entrañas de la tierra huyendo de tan extraño e pestilencial cuchillo. Más han muerto y destruído y echado a los infiernos de aquellas innocentes generaciones, por estrañas y varias y nuevas maneras de cruel iniquidad e impiedad (a lo que creo) de cuatro y cinco cuentos de ánimas; e hoy, en este día, no cesan actualmente de las echar. De infinitas e inmensas injusticias, insultos y estragos que han hecho e hoy hacen, quiero decir tres o cuatro no más, por los cuales se podrán juzgar los que, para efectuar las grandes destruiciones y despoblaciones que arriba decimos, pueden haber hecho.

Prendieron al señor supremo de toda aquella provincia sin causa ninguna, más de por sacalle oro dándole tormentos; soltóse y huyó, e fuése a los montes y alborotóse, e amedrentóse toda la gente de la tierra, escondiéndose por los montes y breñas; hacen entradas los españoles contra ellos para irlos a buscar; hállanlos; hacen crueles matanzas, e todos los que toman a vida véndenlos en públicas almonedas13 por esclavos. En muchas provincias, y en todas donde quiera que llegaban, antes que prendiesen al universal señor, los salían a rescibir con cantares y bailes e con muchos presentes de oro en gran cantidad; el pago que les daban, por sembrar su temor en toda aquella tierra, hacíalos meter a espada e hacerlos pedazos.

Una vez, saliéndoles a rescibir de la manera dicha, hace el capitán, alemán tirano, meter en una gran casa de paja mucha cantidad de gente y hácelos hacer pedazos. Y porque la casa tenía unas vigas en lo alto, subiéronse en ellas mucha gente huyendo de las sangrientas manos de aquellos hombres o bestias sin piedad y de sus espadas: mandó el infernal hombre pegar fuego a la casa, donde todos los que quedaron fueron quemados vivos. Despoblóse por esta causa gran número de pueblos, huyéndose toda la gente por las montañas, donde pensaban salvarse.

Llegaron a otra gran providencia, en los confines de la provincia e reino de Sancta Marta; hallaron los indios en sus casas, en sus pueblos y haciendas, pacíficos e ocupados. Estuvieron mucho tiempo con ellos comiéndoles sus haciendas e los indios sirviéndoles como si las vidas y salvación les hobieran de dar, e sufriéndoles sus continuas opresiones e importunidades ordinarias, que son intolerables, y que come más un tragón español en un día que bastaría para un mes en una casa donde haya diez personas de indios. Diéronles en este tiempo mucha suma de oro, de su propia voluntad, con otras innumerables buenas obras que les hicieron. A1 cabo que ya se quisieron los tiranos ir, acordaron de pagarles las posadas por esta manera. Mandó el tirano alemán, gobernador (y también, a lo que creemos, hereje, porque ni oía misa ni la dejaba de oír a muchos, con otros indicios de luterano que se le conoscieron), que prendiesen a todos los indios con sus mujeres e hijos que pudieron, e métenlos en un corral grande o cerca de palos que para ellos se hizo, e hízoles saber que el que quisiese salir y ser libre que se había de rescatar de voluntad del inicuo gobernador, dando tanto oro por sí e tanto por su mujer e por cada hijo. Y por más los apretar mandó que no les metiesen alguna comida hasta que les trujesen el oro que les pedía por su rescate. Enviaron muchos a sus casas por oro y rescatábanse según podían; soltábamos e íbanse a sus labranzas y casas a hacer su comida: enviaba el tirano ciertos ladrones salteadores españoles que tornasen a prender los tristes indios rescatados una vez; traíanlos al corral, dábanles el tormento de la hambre y sed hasta que otra vez se rescatasen. Hobo destos muchos que dos o tres veces fueron presos y rescatados; otros que no podían ni tenían tanto, porque le habían dado todo el oro que poseían, los dejó en el corral perecer hasta que murieron de hambre.

Desta dejó perdida y asolada y despoblada una provincia riquísima de gente y oro que tiene un valle de cuarenta leguas, y en ella quemó pueblo que tenía mil casas.

Acordó este tirano infernal de ir la tierra dentro, con codicia e ansia de descubrir por aquella parte el infierno del Perú. Para este infelice viaje llevó él y los demás infinitos indios cargados con cargas de tres y cuatro arrobas, ensartados en cadenas. Cansábase alguno o desmayaba de hambre y del trabajo e flaqueza. Cortábanle luego la cabeza por la collera de la cadena, por no pararse a desensartar los otros que iban en los colleras de más afuera, e caía la cabeza a una parte y el cuerpo a otra e repartían la carga de éste sobre las que llevaban los otros. Decir las provincias que asoló, las ciudades e lugares que quemó, porque son todas las casas de paja; las gentes que mató, las crueldades que en particulares matanzas que hizo perpetró en este camino, no es cosa creíble, pero espantable y verdadera. Fueron por allí después, por aquellos caminos, otros tiranos que sucedieron de la mesma Venezuela, e otros de la provincia de Sancta Marta, con la mesma sancta intención de descubrir aquella casa sancta del oro del Perú, y hallaron toda la tierra más de docientas leguas tan quemada y despoblada y desierta, siendo poblatísima e felicísima como es dicho, que ellos mesmos, aunque tiranos e crueles, se admiraron y espantaron de ver el rastro por donde aquél había ido, de tan lamentable perdición.

Todas estas cosas están probadas con muchos testigos por el fiscal del Consejo de las Indias, e la probanza está en el mesmo Consejo, e nunca quemaron vivos a ningunos destos tan nefandos tiranos. Y no es nada lo que está probado con los grandes estragos y males que aquellos han hecho, porque todos los ministros de la justicia que hasta hoy han tenido en las Indias, por su grande y mortífera ceguedad no se han ocupado en examinar los delictos y perdiciones e matanzas que han hecho e hoy hacen todos los tiranos de las Indias, sino en cuanto dicen que por haber fulano y fulano hecho crueldades a los indios ha perdido el rey de sus rentas tantos mil castellanos; y para argüir esto poca probanza y harto general e confusa les basta. Y aun esto no saben averiguar, ni hacer, ni encarecer como deben, porque si hiciesen lo que deben a Dios y al rey hallarían que los dichos tiranos alemanes más han robado al rey de tres millones de castellanos de oro. Porque aquellas provincias de Venezuela, con las que más han estragado, asolado y despoblado más de cuatrocientas leguas (como dije), es la tierra más rica y más próspera de oro y era de población que hay en el mundo. Y más renta le han estorbado y echado a perder, que tuvieran los reyes de España de aquel reino, de dos millones, en diez y seis años que ha que los tiranos enemigos de Dios y del rey las comenzaron a destruir. Y estos daños, de aquí a la fin del mundo no hay esperanza de ser recobrados, si no hiciese Dios por milagro resuscitar tantos cuentos de ánimas muertas. Estos son los daños temporales del rey: sería bien considerar qué tales y qué tantos son los daños, deshonras, blasfemias, infamias de Dios y de su ley, y con qué se recompensarán tan innumerables ánimas como están ardiendo en los infiernos por la codicia e inhumanidad de aquestos tiranos animales o alemanes.

Con sólo esto quiero su infidelidad e ferocidad concluir: que desde que en la tierra entraron hasta hoy, conviene a saber, estos diez y seis años, han enviado muchos navíos cargados e llenos de indios por la mar a vender a Sancta Marta e a la isla Española e Jamaica y la isla de Sant Juan por esclavos, más de un cuento de indios, e hoy en este día los envían, año de mil e quinientos e cuarenta y dos, viendo y disimulando el Audiencia real de la isla Española, antes favoresciéndolo, como todas las otras infinitas tiranías e perdiciones (que se han hecho en toda aquella costa de tierra firme, que son más de cuatrocientas leguas que han estado e hoy están estas de Venezuela y Sancta Marta debajo de su jurisdición) que pudieran estorbar e remediar. Todos estos indios no ha habido más causa para los hacer esclavos de sola perversa, ciega e obstinada voluntad, por cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos como todos los otros siempre en todas las Indias han hecho, tomando aquellos corderos y ovejas de sus casas e a sus mujeres e hijos por las maneras crueles y nefarias ya dichas, y echarles el hierro del rey para venderlos por esclavos.



DE LAS PROVINCIAS DE LA TIERRA FIRME POR LA PARTE QUE SE LLAMA LA FLORIDA (*)

A estas provincias han ido tres tiranos en diversos tiempos, desde el año de mil e quinientos y diez o de once, a hacer las obras que los otros e los dos dellos en las otras partes de las Indias han cometido, por subir a estados desproporcionados de su merescimiento, con la sangre e perdición de aquellos sus prójimos. Y todos tres han muerto mala muerte, con destrución de sus personas e casas que habían edificado de sangre de hombres en otro tiempo pasado, como yo soy testigo de todos tres, y su memoria está ya raída de la haz de la tierra, como si no hubieran por esta vida pasado. Dejaron toda la tierra escandalizada e puesta en la infamia y horror de su nombre con algunas matanzas que hicieron, pero no muchas, porque los mató Dios antes que más hiciesen, porque les tenía guardado para allí el castigo de los males que yo sé e vide que en otras partes de las Indias habían perpetrado.

El cuarto tirano fué agora postreramente, el año de mil y quinientos e treinta y ocho, muy de propósito e con mucho aparejo; ha tres años que no saben dél ni parece: somos ciertos que luego en entrando hizo crueldades y luego desapareció, e que si es vivo él y su gente, que en estos tres años ha destruído grandes e muchas gentes si por donde fué las halló, porque es de los marcados y experimentados e de los que más daños y males y destruiciones de muchas provincias e reinos con otros sus compañeros ha hecho. Pero más creemos que le ha dado Dios el fin que a los otros ha dado.

Después de tres o cuatro años de escrito lo susodicho, salieron de la tierra Florida el resto de los tiranos que fué con aqueste tirano mayor que muerto dejaron; de los cuales supimos las inauditas crueldades y maldades que allí en vida, principalmente dél y después de su infelice muerte los inhumanos hombres en aquellos innocentes y a nadie dañosos indios perpetraron; porque no saliese falso lo que arriba yo había adivinado. Y son tantas, que afirmaron la regla que arriba al principio pusimos: que cuanto más procedían en descubrir y destrozar y perder gentes y tierras, tanto más señaladas crueldades e iniquidades contra Dios y sus prójimos perpetraban. Estamos enhastiados de contar tantas e tan execrables y horribles e sangrientas obras, no de hombres, sino de bestias fieras, e por eso no he querido detenerme en contar más de las siguientes.

Hallaron grandes poblaciones de gentes muy bien dispuestas, cuerdas, políticas y bien ordenadas. Hacían en ellos grandes matanzas (como suelen) para entrañar su miedo en los corazones de aquellas gentes. Afligíanlos y matábanlos con echarles cargas como a bestias. Cuando alguno cansaba o desmayaba, por no desensartar de la cadena donde los llevaban en colleras otros que estaban antes de aquél, cortábanle la cabeza por el pescuezo e caía el cuerpo a una parte y la cabeza a otra, como de otras partes arriba contamos.

Entrando en un pueblo donde los rescibieron con alegría e les dieron de comer hasta hartar e más de seiscientos indios para acémilas de sus cargas e servicio de sus caballos, salidos de los tiranos, vuelve un capitán deudo del tirano mayor a robar todo el pueblo estando seguros, e mató a lanzadas al señor rey de la tierra e hizo otras crueldades. En otro pueblo grande, porque les pareció que estaban un poco los vecinos dél más recatados por las infames y horribles obras que habían oído dellos, metieron a espada y lanza chicos y grandes, niños y viejos, súbditos y señores, que no perdonaron a nadie.

A mucho número de indios, en especial a más de docientos juntos (según se dice), que enviaron a llamar de cierto pueblo, o ellos vinieron de su voluntad, hizo cortar el tirano mayor desde las narices con los labios hasta la barba todas las caras, dejándolas rasas; y así, con aquella lástima y dolor e amargura, corriendo sangre, los enviaron a que llevasen las nuevas de las obras y milagros que hacían aquellos predicadores de la santa fe católica bautizados. Júzguese agora qué tales estarán aquellas gentes, cuánto amor ternán a los cristianos y cómo creerán ser el Dios que tienen bueno e justo, y la ley e religión que profesan y de que se jactan, inmaculada. Grandísimas y estrañísimas son las maldades que allí cometieron aquellos infelices hombres, hijos de perdición. Y así, el más infelice capitán murió como malaventurado, sin confesión, e no dudamos sino que fué sepultado en los infiernos, si quizá Dios ocultamente no 1e proveyó, según su divina misericordia e no según los deméritos dél, por tan execrables maldades.



DEL RÍO DE LA PLATA (*)

Desde el año de mil e quinientos y veinte y dos o veinte y tres han ido al Río de la Plata, donde hay grandes reinos e provincias, y de gentes muy dispuestas e razonables, tres o cuatro veces capitanes. En general, sabemos que han hecho muertes e daños; en particular, como está muy a trasmano de lo que más se tracta de las Indias, no sabemos cosas que decir señaladas. Ninguna duda empero tenemos que no hayan hecho y hagan hoy las mesmas obras que en las otras partes se han hecho y hacen. Porque son los mesmos españoles y entre ellos hay de los que se han hallado en las otras, y porque van a ser ricos e grandes señores como los otros, y esto es imposible que pueda ser, sino con perdición e matanzas y robos e diminución de los indios, según la orden e vía perversa que aquéllos como los otros llevaron.

Después que lo dicho se escribió, supimos muy con verdad que han destruído y despoblado grandes provincias y reinos de aquella tierra, haciendo extrañas matanzas y crueldades en aquellas desventuradas gentes, con las cuales se han señalado como los otros y más que otros, porque han tenido más lugar por estar más lejos de España, y han vivido más sin orden e justicia, aunque en todas las Indias no la hubo, como parece por todo lo arriba relatado.

Entre otras infinitas se han leído en el Consejo de las Indias las que se dirán abajo. Un tirano gobernador dió mandamiento a cierta gente suya que fuese a ciertos pueblos de indios e que si no les diesen de comer los matasen a todos. Fueron con esta auctoridad, y porque los indios como a enemigos suyos no se lo quisieron dar, más por miedo de verlos y por huírlos que por falta de liberalidad, metieron a espada sobre cinco mil ánimas.

Ítem, viniéronse a poner en sus manos y a ofrecerse a su servicio cierto número de gentes de paz, que por ventura ellos enviaron a llamar, y porque o no vinieron tan presto o porque como suelen y es costumbre dellos vulgada, quisieron en ellos su horrible miedo y espanto arraigar, mandó el gobernador que los entregasen a todos en manos de otros indios que aquéllos tenían por sus enemigos. Los cuales, llorando y clamando rogaban que los matasen ellos e no los diesen a sus enemigos; y no queriendo salir de la casa donde estaban, los hicieron pedazos, clamando y diciendo: «Venimos a serviros de paz e matáisnos; nuestra sangre quede por estas paredes en testimonio de nuestra injusta muerte y vuestra crueldad.» Obra fué ésta, cierto, señalada e digna de considerar e mucho más de lamentar.



DE LOS GRANDES REINOS Y GRANDES PROVINCIAS DEL PERÚ

En el año de mil e quinientos e treinta y uno fué otro tirano grande con cierta gente a los reinos del Perú, donde entrando con el título e intención e con los principios que los otros todos pasados (porque era uno de los que se habían más ejercitado e más tiempo en todas las crueldades y estragos que en la tierra firme desde el año de mil e quinientos y diez se habían hecho), cresció en crueldades y matanzas y robos, sin fee ni verdad, destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes dellos e siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas tierras, que bien somos ciertos que nadie bastará a referirlos y encarecerlos, hasta que los veamos y conozcamos claros el día del Juicio; y de algunos que quería referir la deformidad y calidades y circunstancias que los afean y agravian, verdaderamente yo no podré ni sabré encarecer.

En su infelice entrada mató y destruyó algunos pueblos e les robó mucha cantidad de oro. En una isla que está cerca de las mesmas provincias, que se llama Pugna, muy poblada e graciosa, e rescibiéndole el señor y gente della como a ángeles del cielo, y después de seis meses habiéndoles comido todos sus bastimentos, y de nuevo descubriéndoles los trojes del trigo que tenían para sí e sus mujeres e hijos los tiempos de seca y estériles, y ofreciéndoselas con muchas lágrimas que las gastasen e comiesen a su voluntad, el pago que les dieron a la fin fué que los metieron a espada y alancearon mucha cantidad de gentes dellas, y los que pudieron tomar a vida hicieron esclavos con grandes y señaladas crueldades otras que en ellas hicieron, dejando casi despoblada la dicha isla.

De allí vanse a la provincia de Tumbala, ques en la tierra firme, e matan y destruyen cuantos pudieron. Y porque de sus espantosas y horribles obras huían todas las gentes, decían que se alzaban e que eran rebeldes al rey. Tenía este tirano esta industria: que a los que pedía y otros que venían a dalles presentes de oro y plata y de lo que tenían, decíales que trujesen más, hasta que él vía que o no tenían más o no traían más, y entonces decía que los rescebía por vasallos de los reyes de España y abrazábalos y hacía tocar dos trompetas que tenía, dándoles a entender que desde en adelante no les habían de tomar más ni hacerles mal alguno, teniendo por lícito todo lo que les robaba y le daban por miedo de las abominables nuevas que de él oían antes que él los recibiese so el amparo y protectión del rey; como si después de rescebidos debajo de la protección real no los oprimiesen, robasen, asolasen y destruyesen y él no los hubiera así destruído.

Pocos días después, viniendo el rey universal y emperador de aquellos reinos, que se llamó Atabaliba, con mucha gente desnuda y con sus armas de burla, no sabiendo cómo cortaban las espadas y herían las lanzas y cómo corrían los caballos, e quién eran los españoles (que si los demonios tuvieren oro, los acometerán para se lo robar), llegó al lugar donde ellos estaban, diciendo: "¿Dónde están esos españoles? Salgan acá, que no me mudaré de aquí hasta que me satisfagan de mis vasallos que me han muerto, y pueblos que me han despoblado, e riquezas que me han robado". Salieron a él, matáronle infinitas gentes, prendiéronle su persona, que venía en unas andas, y después de preso tractan con él que se rescatase: promete de dar cuatro millones de castellanos y da quince, y ellos prométenle de soltarle; pero al fin, no guardándole la fee ni verdad (como nunca en las Indias con los indios por los españoles se ha guardado), levántanle que por su mandado se juntaba gente, y él responde que en toda la tierra no se movía una hoja de un árbol sin su voluntad: que si gente se juntase creyesen que él la mandaba juntar, y que presto estaba, que lo matasen. No obstante todo esto, lo condenaron a quemar vivo, aunque después rogaron algunos al capitán que lo ahogasen, y ahogado lo quemaron. Sabido por él, dijo: "Por qué me quemáis, qué os he hecho? ¿No me prometistes de soltar dándoos el oro? ¿No os di más de lo que os prometí? Pues que así lo queréis, envíame a vuestro rey de España", e otras muchas cosas que dijo para gran confusión y detestación de la gran injusticia de los españoles; y en fin lo quemaron.

Considérese aquí la justicia e título desta guerra; la prisión deste señor e la sentencia y ejecución de su muerte, y la cosciencia con que tienen aquellos tiranos tan grandes tesoros como en aquellos reinos a aquel rey tan grande e a otros infinitos señores e particulares robaron.

De infinitas hazañas señaladas en maldad y crueldad, en estirpación de aquellas gentes, cometidas por los que se llaman cristianos, quiero aquí referir algunas pocas que un fraile de Sant Francisco a los principios vido, y las firmó de su nombre enviando traslados por aquellas partes y otros a estos reinos de Castilla, e yo tengo en mi poder un traslado con su propia firma, en el cual dice así:

"Yo, fray Marcos de Niza, de la orden de Sant Francisco, comisario sobre los frailes de la mesma orden en las provincias del Perú, que fué de los primeros religiosos que con los primeros cristianos entraron en las dichas provincias, digo dando testimonio verdadero de algunas cosas que yo con mis ojos vi en aquella tierra, mayormente cerca del tractamiento y conquistas hechas a los naturales. Primeramente, yo soy testigo de vista y por experiencia cierta conoscí y alcancé que aquellos indios del Perú es la gente más benévola que entre indios se ha visto, y allegada e amiga a los cristianos. Y vi que aquéllos daban a los españoles en abundancia oro y plata e piedras preciosas y todo cuanto les pedían que ellos tenían, e todo buen servicio, e nunca los indios salieron de guerra sino de paz, mientras no les dieron ocasión con los malos tractamientos e crueldades, antes los rescebían con toda benevolencia y honor en los pueblos a los españoles, dándoles comidas e cuantos esclavos y esclavas pedían para servicio.

"Ítem, soy testigo e doy testimonio que sin dar causa ni ocasión aquellos indios a los españoles, luego que entraron en sus tierras, después de haber dado el mayor cacique Atabaliba más de dos millones de oro a los españoles, y habiéndoles dado toda la tierra en su poder sin resistencia, luego quemaron al dicho Atabaliba, que era señor de toda la tierra, y en pos dél quemaron vivo a su capitán general Cochilimaca, el cual había venido de paz al gobernador con otros principales. Asimesmo, después déstos dende a pocos días quemaron a Chamba, otro señor muy principal de la provincia de Quito, sin culpa ni haber hecho por qué.

"Asimesmo quemaron a Chapera, señor de los canarios, injustamente. Asimesmo a Luis, gran señor de los que había en Quito, quemaron los pies e le dieron otros muchos tormentos porque dijese dónde estaba el oro de Atabaliba, del cual tesoro (como pareció) no sabía él nada. Asimesmo quemaron en Quito a Cozopanga, gobernador que era de todas las provincias de Quito. El cual, por ciertos requerimientos que le hizo Sebastián de Benalcázar, capitán del gobernador, vino de paz, y porque no dió tanto oro como le pedían, lo quemaron con otros muchos caciques e principales. Y a lo que yo pude entender su intento de los españoles era que no quedase señor en toda la tierra.

"Ítem, que los españoles recogieron mucho número de indios y los encerraron en tres casas grandes, cuantos en ellas cupieron, e pegáronles fuego y quemáronlos a todos sin hacer la menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaesció allí que un clérigo que se llama Ocaña sacó un muchacho del fuego en que se quemaba, y vino allí otro español y tomóselo de las manos y lo echó en medio de las llamas, donde se hizo ceniza con los demás. El cual dicho español que así había echado en el fuego al indio, aquel mesmo día, volviendo al real, cayó súbitamente muerto en el camino e yo fuí de parecer que no lo enterrasen.

"Ítem, yo afirmo que yo mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios e indias sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo, y en tantos lugares y partes que sería largo de contar. E yo vi que los españoles les echaban perros a los indios para que los hiciesen pedazos, e los vi así aperrear a muy muchos. Asimesmo vi yo quemar tantas casas e pueblos, que no sabría decir el número según eran muchos. Asimesmo es verdad que tomaban niños de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, e otros desafueros y crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otras innumerables que vi que serían largas de contar.

"Ítem, vi que llamaban a los caciques e principales indios que viniesen de paz seguramente e prometiéndoles seguro, y en llegando luego los quemaban. Y en mi presencia quemaron dos: el uno en Andón y el otro en Tumbala, e no fuí parte para se lo estorbar que no los quemasen, con cuanto les prediqué. E según Dios e mi conciencia, en cuanto yo puedo alcanzar, no por otra causa sino por estos malos tractamientos, como claro parece a todos, se alzaron y levantaron los indios del Perú, y con mucha causa que se les ha dado. Porque ninguna verdad les han tractado, ni palabra guardado, sino que contra toda razón e injusticia, tiranamente los han destruído con toda la tierra, haciéndoles tales obras que han determinado antes de morir que semejantes obras sufrir.

"Ítem, digo que por la relación de los indios hay mucho más oro escondido que manifestado, el cual, por las injusticias e crueldades que los españoles hicieron no lo han querido descubrir, ni lo descubrirán mientras rescibieren tales tractamientos, antes querrán morir como los pasados. En lo cual Dios Nuestro Señor ha sido mucho ofendido e su Majestad muy deservido y defraudado en perder tal tierra que podía dar buenamente de comer a toda Castilla, la cual será harto dificultosa y costosa, a mi ver, de la recuperar".

Todas estas son sus palabras del dicho religioso, formales, y vienen también firmadas del obispo de Méjico, dando testimonio de que todo esto afirmaba el dicho padre fray Marcos.

Hase de considerar aquí lo que este Padre dice que vido, porque fué cincuenta o cien leguas de tierra, y ha nueve o diez años, porque era a los principios, e había muy pocos que al sonido del oro fueran cuatro y cinco mil españoles y se extendieron por muchos y grandes reinos y provincias más de quinientas y setecientas leguas, que las tienen todas asoladas, perpetrando las dichas obras y otras más fieras y crueles. Verdaderamente, desde entonces acá hasta hoy más de mil veces más se ha destruído y asolado de ánimas que las que han contado, y con menos temor de Dios y del rey e piedad, han destruído grandísima parte del linaje humano. Más faltan y han muerto de aquellos reinos hasta hoy (e que hoy también los matan) en obra de diez años, de cuatro cuentos de ánimas.

Pocos días ha que acañaverearon y mataron una gran reina, mujer del Inga, el que quedó por rey de aquellos reinos, al cual los cristianos, por sus tiranías, poniendo las manos en él, lo hicieron alzar y está alzado. Y tomaron a la reina su mujer y contra toda justicia y razón la mataron (y aun dicen que estaba preñada) solamente por dar dolor a su marido.

Si se hubiesen de contar las particulares crueldades y matanzas que los cristianos en aquellos reinos del Perú han cometido e cada día hoy cometen, sin dubda ninguna serían espantables y tantas que todo lo que hemos dicho de las otras partes se escureciese y paresciese poco, según la cantidad y gravedad dellas.



DEL NUEVO REINO DE GRANADA

El año de mil y quinientos y treinta y nueve concurrieron muchos tiranos yendo a buscar desde Venezuela y desde Sancta Marta y desde Cartagena el Perú, e otros que del mesmo Perú descendían a calar y penetrar aquellas tierras, e hallaron a las espaldas de Sancta Marta y Cartagena, trecientas leguas la tierra dentro, unas felicísimas e admirables provincias llenas de infinitas gentes mansuetísimas y buenas como las otras y riquísimas también de oro y piedras preciosas, las que se dicen esmeraldas. A las cuales provincias pusieron por nombre el Nuevo Reino de Granada, porque el tirano que llegó primero a esas tierras era natural del reino que acá está de Granada. Y porque muchos inicuos e crueles hombres de los que allí concurrieron de todas partes eran insignes carniceros y derramadores de la sangre humana, muy acostumbrados y experimentados en los grandes pecados susodichos en muchas partes de las Indias, por eso han sido tales y tantas sus endemoniadas obras y las circunstancias y calidades que las afean e agravian, que han excedido a muy muchas y aun a todas las que los otros y ellos en las otras provincias han hecho y cometido.

De infinitas que en estos tres años han perpetrado e que agora en este día no cesan de hacer, diré algunas muy brevemente de muchas: que un gobernador (porque no le quiso admitir el que en el dicho Nuevo Reino de Granada robaba y mataba para que él robase e matase) hizo una probanza contra él de muchos testigos, sobre los estragos e desafueros y matanzas que ha hecho e hace, la cual se leyó y está en el Consejo de las Indias.

Dicen en la dicha probanza los testigos, que estando todo aquel reino de paz e sirviendo a los españoles, dándoles de comer de sus trabajos los indios continuamente y haciéndoles labranzas y haciendas e trayéndoles mucho oro y piedras preciosas, esmeraldas y cuanto tenían y podían, repartidos los pueblos y señores y gentes dellos por los españoles (que es todo lo que pretenden por medio para alcanzar su fin último, que es el oro) y puestos todos en la tiranía y servidumbre acostumbrada, el tirano capitán principal que aquella tierra mandaba prendió al señor y rey de todo aquel reino e túvolo preso seis o siete meses pidiéndole oro y esmeraldas, sin otra causa ni razón alguna. El dicho rey, que se llamaba Bogotá, por miedo que le pusieron, dijo que él daría una casa de oro que le pedían, esperando de soltarse de las manos de quien así lo afligía, y envió indios a que le trajesen oro, y por veces trajeron mucha cantidad de oro e piedras, pero porque no daba la casa de oro decían los españoles que lo matase, pues no cumplía lo que había prometido. El tirano dijo que se lo pidiesen por justicia ante él mesmo; pidiéronlo así por demanda, acusando al dicho rey de la tierra; él dió sentencia condenándolo a tormentos si no dierse la casa de oro. Danle el tormento del tracto de cuerda; echábanle sebo ardiendo en la barriga, pónenle a cada pie una herradura hincada en un palo, y el pescuezo atado a otro palo, y dos hombres que le tenían las manos, e así le pegaban fuego a los pies, y entraba el tirano de rato en rato y decía que así lo había de matar poco a poco a tormentos si no le daba el oro. Y así lo cumplió e mató al dicho señor con los tormentos. Y estando atormentándolo mostró Dios señal de que detestaba aquellas crueldades en quemarse todo el pueblo donde las perpetraban. Todos los otros españoles, por imitar a su buen capitán y porque no saben otra cosa sino despedazar aquellas gentes, hicieron lo mesmo, atormentando con diversos y fieros tormentos cada uno al cacique y señor del pueblo o pueblos que tenían encomendados, estándoles sirviéndoles dichos señores con todas sus gentes y dándoles oro y esmeraldas cuanto podían y tenían. Y sólo los atormentaban porque les diesen más oro y piedras de lo que les daban. Y así quemaron y despedazaron todos los señores de aquella tierra. Por miedo de las crueldades egregias que uno de los tiranos particulares en los indios hacía, se fueron a los montes huyendo de tanta inhumanidad un gran señor que se llamaba Daitama, con mucha gente de la suya. Porque esto tienen por remedio y refugio (si les valiese). Y a esto llaman los españoles levantamientos y rebelión. Sabido por el capitán principal tirano, envía gente al dicho hombre cruel (por cuya ferocidad los indios que estaban pacíficos e sufriendo tan grandes tiranías y maldades se habían ido a los montes), el cual fué a buscarlos, y porque no basta a esconderse en las entrañas de la tierra, hallaron gran cantidad de gente y mataron y despedazaron más de quinientas ánimas, hombres y mujeres e niños, porque a ningún género perdonaban. Y aun dicen los testigos que el mesmo señor Daitama había, antes que la gente le matasen, venido al dicho cruel hombre y le había traído cuatro o cinco mil castellanos, e no obstante esto hizo el estrago susodicho.

Otra vez, viniendo a servir mucha cantidad de gente a los españoles y estando sirviendo con la humildad e simplicidad que suelen, seguros, vino el capitán una noche a la ciudad donde los indios servían, y mandó que a todos aquellos indios los metiesen a espada, estando de ellos durmiendo y dellos cenando y descansando de los trabajos del día. Esto hizo porque le pareció que era bien hacer aquel estrago para entrañar su temor en todas las gentes de aquella tierra.

Otra vez mandó el capitán tomar juramento a todos los españoles cuántos caciques y principales y gente común cada uno tenía en el servicio de su casa, e que luego los trajesen a la plaza, e allí les mandó cortar a todos las cabezas, donde mataron cuatrocientas a quinientas ánimas. Y dicen los testigos que desta manera pensaba apaciguar la tierra.

De cierto tirano particular dicen los testigos que hizo grandes crueldades, matando y cortando muchas manos y narices a hombres y mujeres y destruyendo muchas gentes.

Otra vez envió el capitán al mesmo cruel hombre con ciertos españoles a la provincia de Bogotá a hacer pesquisa de quién era el señor que había sucedido en aquel señorío, después que mató a tormentos al señor universal, y anduvo por muchas leguas de tierra prendiendo cuantos indios podía haber, e porque no le decían quién era el señor que había sucedido, a unos cortaba las manos y a otros hacía echar a los perros bravos que los despedazaban, así hombres como mujeres, y desta manera mató y destruyó muchos indios e indias. Y un día, al cuarto del alba, fué a dar sobre unos caciques o capitanes y gente mucha de indios que estaban de paz y seguros, que los había asegurado y dado la fe de que no recibirían mal ni daño, por la cual seguridad se salieron de los montes donde estaban escondidos a poblar a lo raso, donde tenían su pueblo, y así estando descuidados y con confianza de la fe que les habían dado, prendió mucha cantidad de gente, mujeres y hombres, y les mandaba poner la mano tendida en el suelo, y él memso, con un alfanje, les cortaba las manos e decíales que aquel castigo les hacía porque no le querían decir dónde estaba el señor nuevo que en aquel reino había suscedido.

Otra vez, porque no le dieron un cofre lleno de oro los indios, que les pidió este cruel capitán, envió gente a hacer guerra, donde mataron infinitas ánimas, e cortaron manos e narices a mujeres y a hombres que no se podrían contar, y a otros echaron a perros bravos, que los comían y despedazaban.

Otra vez, viendo los indios de una provincia de aquel reino que habían quemado los españoles tres o cuatro señores principales, de miedo se fueron a un peñón fuerte para defender de enemigos que tanto carescían de entrañas de hombres, y serían en el peñón y habría (según dicen los testigos) cuatro o cinco mil indios. Envía el capitán susodicho a un grande y señalado tirano (que a muchos de los que de aquellas partes tienen cargo de asolar, hace ventaja) con cierta gente de españoles para que castigase, dizque los indios alzados que huían de tan gran prestilencia y carnecería, como si hubieran hecho alguna sin justicia y a ellos perteneciera hacer el castigo y tomar la venganza, siendo dignos ellos de todo crudelísimo tormento sin misericordia, pues tan ajenos son de ella y de piedad con aquellos innocentes. Idos los españoles al peñón, súbenlo por fuerza, como los indios sean desnudos y sin armas, y llamando los españoles a los indios de paz y que los aseguraban que no les harían mal alguno, que no peleasen, luego los indios cesaron: manda el crudelísimo hombre a los españoles que tomasen todas las fuerzas del peñón, e tomadas, que diesen en los indios. Dan los tigres y leones en las ovejas mansas y desbarrigan y matan a espada tantos, que se pararon a descansar: tantos eran los que habían hecho pedazos. Después de haber descansado un rato mandó el capitán que matasen y desempeñasen del peñón abajo, que era muy alto, toda la gente que viva quedaba. Y así la desempeñaron toda, e dicen los testigos que veían nubada de indios echados del peñón abajo de setencientos hombres juntos, que caían donde se hacían pedazos.

Y por consumar del todo su gran crueldad rebuscaron todos los indios que se habían escondido entre las matas, y mandó que a todos les diesen estocadas y así los mataron y echaron de las peñas abajo. Aún no quiso contentarse con las cosas tan crueles ya dichas; pero quiso señalarse más y aumentar la horribilidad de sus pecados en que mandó que todos los indios e indias que los particulares habían tomado vivos (porque cada uno en aquellos estragos suele escoger alguno indios e indias y muchachos para servirse) los metiesen en una casa de paja (escogidos y dejados los que mejor le parecieron para su servicio) y les pegasen fuego, e así los quemaron vivos, que serían obra de cuarenta o cincuenta. Otros mandó echar a los perros bravos, que los despedazaron y comieron.

Otra vez, este mesmo tirano fué a cierto pueblo que se llamaba Cota y tomó muchos indios e hizo despedazar a los perros quince o veinte señores e principales, y cortó mucha cantidad de manos de mujeres y hombres, y las ató en unas cuerdas, las puso colgadas de un palo a la luenga, porque viesen los otros indios lo que había hecho a aquéllos, en que habría setenta pares de manos; y cortó muchas narices a mujeres y a niños.

Las hazañas y crueldades deste hombre, enemigo de Dios, no las podría alguno explicar, porque son inumerables e nunca tales oídas ni vistas que ha hecho en aquella tierra y en la provincia de Guatimala, y dondequiera que ha estado. Porque ha muchos años que anda por aquellas tierras haciendo aquestas obras y abrasando y destruyendo aquellas gentes y tierras.

Dicen más los testigos en aquella probanza: que han sido tantas, y tales, y tan grandes las crueldades y muertes que se han hecho y se hacen hoy en el dicho Nuevo Reino de Granada por sus personas los capitanes, y consentido hacer a todos aquellos tiranos y destruidores del género humano que con él estaban, que tienen toda la tierra asolada y perdida, e que si su Majestad con tiempo no lo manda remediar (según la matanza en los indios se hace solamente por sacarles el oro que no tienen, porque todo lo que tenían lo han dado) que se acabará en poco de tiempo que no haya indios ningunos para sostener la tierra y quedará toda yerma y despoblada.

Débese aquí de notar la cruel y pestilencial tiranía de aquellos infelices tiranos, cuán recia y vehemente e diabólica ha sido, que en obra de dos años o tres que ha que aquel Reino se descubrió, que (según todos los que en él han estado y los testigos de la dicha probanza dicen) estaba el más poblado de gente que podía ser tierra en el mundo, lo hayan todo muerto y despoblado tan sin piedad y temor de Dios y del rey, que digan que si en breve su Majestad no estorba aquellas infernales obras, no quedará hombre vivo ninguno. Y así lo creo yo, porque muchas y grandes tierras en aquellas partes he visto por mis mismos ojos, que en muy breves días las han destruído y del todo despoblado.

Hay otras provincias grandes que confinan con las partes del dicho Nuevo Reino de Granada, que se llaman Popayán y Cali, e otras tres o cuatro que tienen más de quinientas leguas, las han asolado y destruído por las manera que esas otras, robando y matando, con tormentos y con los desafueros susodichos, las gentes dellas que eran infinitas. Porque la tierra es felicísima, y dicen los que agora vienen de allá que es una lástima grande y dolor ver tantos y tan grandes pueblos quemados y asolados como vían pasando por ellas, que donde había pueblo de mil e dos mil vecinos no hallaban cincuenta, e otros totalmente abrasados y despoblados. Y por muchas partes hallaban ciento y docientas leguas e trecientas todas despobladas, quemadas y destruidas grandes poblaciones. Y, finalmente, porque desde los reinos del Perú, por la parte de la provincia del Quito, penetraron grandes y crueles tiranos hacia el dicho Nuevo Reino de Granada y Popayán e Cali, por la parte de Cartagena y Urabá, y de Cartagena otros malaventurados tiranos fueron a salir al Quito, y después otros por la parte del río de Sant Juan, que es a la costa del Sur (todos los cuales se vinieron a juntar), han extirpado y despoblado más de seiscientas leguas de tierras, echando aquellas tan inmensas ánimas a los infiernos; haciendo lo mesmo el día de hoy a las gentes míseras, aunque inocentes, que quedan.

Y que porque sea verdadera la regla que al principio dije, que siempre fué creciendo la tiranía e violencias e injusticias de los españoles contra aquellas ovejas mansas, en crudeza, inhumanidad y maldad, lo que agora en las dichas provincias se hace entre otras cosas dignísimas de todo fuego y tormento, es lo siguiente:

Después de las muertes y estragos de las guerras, ponen, como es dicho, las gentes en la horrible servidumbre arriba dicha, y encomiendan a los diablos a uno docientos e a otro trecientos indios. El diablo comendero diz que hace llamar cient indios ante sí: luego vienen como unos corderos; venidos, hace cortar las cabezas a treinta o cuarenta dellos e diz a los otros: "Los mesmo os tengo de hacer si no me servís bien o si os vais sin mi licencia."

Considérese agora, por Dios, por los que esto leyeren, qué obra es ésta e si excede a toda crueldad e injusticia que pueda ser pensada; y si les cuadra bien a los tales cristianos llamarlos diablos, e si sería más encomendar los indios a los diablos del infierno que es encomendarlos a los cristianos de las Indias.

Pues otra obra diré que no sé cuál sea más cruel, e más infernal, e más llena de ferocidad de fieras bestias, o ella o la que agora se dijo. Ya está dicho que tienen los españoles de las Indias enseñados y amaestrados perros bravísimos y ferocísimos para matar y despedazar los indios. Sepan todos los que son verdaderos cristianos y aun los que no lo son si se oyó en el mundo tal obra, que para mantener los dichos perros traen muchos indios en cadenas por los caminos, que andan como si fuesen manadas de puercos, y matan dellos, y tienen carnecería pública de carne humana, e dícense unos a otros: "Préstame un cuarto de un bellaco desos para dar de comer a mis perros hasta que yo mate otro", como si prestasen cuartos de puerco o de carnero. Hay otros que se van a caza las mañanas con sus perros, e volviéndose a comer, preguntados cómo les ha ido, responden: "Bien me ha ido, porque obra de quince o veinte bellacos dejo muertos con mis perros." Todas estas cosas e otras diabólicas vienen agora probadas en procesos que han hecho unos tiranos contra otros. ¿Qué puede ser más fea ni fiera ni inhumana cosa?

Con eso quiero acabar hasta que vengan nuevas de más egregias en maldad (si más que éstas pueden ser) cosas, o hasta que volvamos allá a verlas de nuevo, como cuarenta y dos años ha que los veemos por los ojos sin cesar, protestando en Dios y en mi consciencia que, según creo y tengo por cierto, que tantas son las maldiciones, daños, destruiciones, despoblaciones, estragos, muertes y muy grandes crueldades horribles y especies feísimas dellas, violencias, injusticias, y robos y matanzas que en aquellas gentes y tierras se han hecho ( y aún se hacen hoy en todas aquellas partes de las Indias), que en todas cuantas cosas he dicho y cuanto lo he encarescido, no he dicho ni encarescido, en calidad ni en cantidad, de diez mil partes (de lo que se ha hecho y se hace hoy) una.

Y para que más compasión cualquiera cristiano haya de aquellas inocentes naciones y de su perdición y condenación más se duela, y más culpe y abomine y deteste la codicia y ambición y crueldad de los españoles, tengan todos por verdadera esta verdad, con las que arriba he afirmado: que después que se descubrieron las Indias hasta hoy, nunca en ninguna parte dellas los indios hicieron mal a cristiano, sin que primero hubiesen rescebido males y robos e traiciones dellos. Antes siempre los estimaban por inmortales y venidos del cielo, e como a tales los rescebían, hasta que sus obras testificaban quién eran y qué pretendían.

Otra cosa es bien añadir: que hasta hoy, desde sus principios, no se ha tenido más cuidado por los españoles de procurar que les fuese predicada la fe de Jesucristo a aquellas gentes, que si fueran perros o otras bestias; antes han prohibido de principal intento a los religiosos, con muchas aflictiones y persecuciones que les han causado, que no les predicasen, porque les parecía que era impedimento para adquirir el oro e riquezas que les prometían sus codicias. Y hoy en todas las Indias no hay más conoscimiento de Dios, si es de palo, o de cielo, o de la tierra, que hoy ha cient años entre aquellas gentes, si no es en la Nueva España, donde han andado religiosos, que es un rinconcillo muy chico de las Indias; e así han perescido y perescen todos sin fee y sin sacramentos.

He inducido yo, fray Bartolomé de las Casas o Casaus, fraile de Sancto Domingo, que por la misericordia de Dios ando en esta corte de España procurando echar el infierno de las Indias, y que aquellas infinitas muchedumbres de ánimas redemidas por la sangre de Jesucristo no parezcan sin remedio para siempre, sino que conozcan a su criador y se salven, y por compasión que he de mi patria, que es Castilla, no la destruya Dios por tan grandes pecados contra su fee y honra cometidos y en los prójimos, por algunas personas notables, celosas de la honra de Dios e compasivas de las aflictiones y calamidades ajenas que residen en esta corte, aunque yo me lo tenía en propósito y no lo había puesto por obra por mis cuntinuas ocupaciones. Acabéla en Valencia, a ocho de diciembre de mil e quinientos y cuarenta y dos años, cuando tienen la fuerza y están en su colmo actualmente todas las violencias, opresiones, tiranías, matanzas, robos y destrucciones, estragos, despoblaciones, angustias y calamidades susodichas, en todas las partes donde hay cristianos de las Indias. Puesto que en unas partes son más fieras y abominables que en otras, Méjico y su comarca está un poco menos malo, o donde al menos no se osa hacer públicamente, porque allí, y no en otra parte, hay alguna justicia (aunque muy poca), porque allí también los matan con infernales tributos. Tengo grande esperanza que porque el emperador y rey de España, nuestro señor don Carlos, quinto deste nombre, va entendiendo las maldades y traiciones que en aquellas gentes e tierras, contra la voluntad de Dios y suya, se hacen y han hecho (porque hasta agora se le ha encubierto siempre la verdad industriosamente), que ha de extirpar tantos males y ha de remediar aquel Nuevo Mundo que Dios le ha dado, como amador y cultor que es de justicia, cuya gloriosa y felice vida e imperial estado Dios todopoderoso, para remedio de toda su universal Iglesia e final salvación propia de su real ánimo, por largos tiempos Dios prospere. Amén.

Después de escripto lo susodicho, fueron publicadas ciertas leyes y ordenanzas que Su Majestad por aquel tiempo hizo en la ciudad de Barcelona, año de mil e quinientos y cuarenta y dos, por el mes de noviembre; en la villa de Madrid, el año siguiente. Por las cuales se puso la orden que por entonces pareció convenir, para que cesasen tantas maldades y pecados que contra Dios y los prójimos y en total acabamiento y perdición de aquel orbe convenía. Hizo las dichas leyes Su Majestad después de muchos ayuntamientos de personas de gran autoridad, letras y consciencia, y disputas y conferencias en la villa de Valladolid, y, finalmente, con acuerdo y parecer de todos los más, que dieron por escrito sus votos e más cercanos se hallaron de las reglas de la ley de Jesucristo, como verdaderos cristianos, y también libres de la corrupción y ensuciamiento de los tesoros robados de las Indias. Los cuales ensuciaron las manos e más las ánimas de muchos que entonces las mandaban, de donde procedió la ceguedad suya para que las destruyesen, sin tener escrúpulo algunos dello.

Publicadas estas leyes, hicieron los hacedores de los tiranos que entonces estaban en la Corte muchos traslados dellas (como a todos les pesaba, porque parecía que se les cerraban las puertas de participar lo robado y tiranizado) y enviáronlos a diversas partes de las Indias. Los que allá tenían cargo de las robar, acabar y consumir con sus tiranías, como nunca tuvieron jamás orden, sino toda la desorden que pudiera poner Lucifer, cuando vieron los traslados, antes que fuesen los jueces nuevos que los habían de ejecutar, conosciendo (a lo que se dice y se cree) de los que acá hasta entonces los habían en sus pecados e violencias sustentado, que lo debían hacer, alborotáronse de tal manera, que cuando fueron los buenos jueces a la ejecutar, acordaron de (como habían perdido a Dios el amor y temor) perder la vergüenza y obediencia a su rey. Y así cumplir con su insaciable codicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos, como todos los otros siempre en todas acordaron de tomar por renombre traidores, siendo crudelísimos y desenfrenados tiranos; señaladamente en los reinos del Perú, donde hoy, que estamos en el año de mil e quinientos y cuarenta y seis, se cometen tan horribles y espantables y nefarias obras cuales nunca se hicieron ni en las Indias ni en el mundo, no sólo en los indios, los cuales ya todos o cuasi todos los tienen muertos, e aquellas tierras dellos despobladas, pero en sí mesmo unos a otros, con justo juicio de Dios: que pues no ha habido justicia del rey que los castigue, viniese del cielo, permitiendo que unos fuesen de otros verdugos.

Con el favor de aquel levantamiento de aquéllos, en todas las otras partes de aquel mundo no han querido cumplir las leyes, e con color de suplicar dellas están tan alzados como los otros. Porque se les hace de mal dejar los estados y haciendas usurpadas que tienen, e abrir mano de los indios que tienen en perpetuo captiverio. Donde han cesado de matar con espadas de presto, mátanlos con servicios personales e otras vejaciones injustas e intolerables su poco a poco. Y hasta agora no es poderoso el rey para lo estorbar, porque todos, chicos y grandes, andan a robar, unos más, otros menos; unos pública e abierta, otros secreta y paliadamente. Y con color de que sirven al Rey deshonran a Dios y roban y destruyen al Rey.


Fué impresa la presente obra en la muy noble e muy leal ciudad de Sevilla, en casa de Sebastián Trujillo, impresor de libros. A nuestra señora de Gracia. Año de MDLII.





1. nublado
2. daño
3. habilidad
4. pérdidas
5. millones
6. complexión
7. abastecimiento
8. Virreinato con capital en México. Sus límites comenzaban al sur en Panamá y terminaban al norte en los actuales estados norteamericanos de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y Colorado.
9. Despedazar, matar con crueldad e inhumanidad.
10. La llamada "Noche Triste".
11. pluma
12. atropelladamente
13. subastas

El Santo Grial.

El Santo Grial.

Los judíos celebran en ’Jueves Santo’ el sacrificio del cordero pascual. Jesucristo se reunió con sus discípulos para compartir con ellos la celebración, y tuvo lugar la llamada Ultima Cena. Tomando pan ácimo y un cáliz, Jesucristo lo bendijo y lo entregó a sus discípulos en señal de su entrega total, en cuerpo y sangre.

Mil doscientos años después, la Europa medieval vivía su momento más espiritual y de mayor fervor religioso. Miles de caballeros y plebeyos se unían a las Cruzadas que periódicamente acudían a Tierra Santa para reforzar los efectivos cristianos y defender los llamados reinos latinos.

Innumerables reliquias se atesoraban en casi todos los templos de la cristiandad. Huesos de santos, espinas de la corona de Cristo, pedazos de su cruz, el Santo Sudario y la Sábana Santa, redomas con leche de la virgen o dientes de Santa Oria.

Repentinamente, surgían nuevas leyendas, un nuevo objeto de devoción:

"El Santo Cáliz con que Cristo celebró la Ultima Cena habría sido utilizado también por José de Arimatea para recoger la sangre del Salvador en el Gólgota.

Cuando el discípulo fue encerrado con la acusación de haber robado el cuerpo de Cristo, se le apareció Cristo en la cárcel y le entregó el Grial, el cáliz de la Pasión."


Según la leyenda, José de Arimatea fue uno de los trece discípulos que San Felipe envió a Inglaterra. Establecido con su familia en Glastonbury, o en Avalon según otras fuentes, fundó la primera iglesia consagrada a la Virgen donde depositó el Grial para atender a las necesidades de la Eucaristía.

La leyenda se sitúa en terrenos míticos donde no puede seguirse el rastro de la reliquia de una forma objetiva. Realmente, Glastonbury fue una abadía fundada en el siglo VII sobre un antiguo emplazamiento de culto céltico. Se dijo que allí habían sido enterrados el Rey Arturo y su mujer Ginebra, cuyas tumbas serían encontradas en torno a 1190.

Si Glastonbury ha estado siempre unido al misterio y la leyenda, qué se puede decir de Avalon, la mítica isla donde los campos se cultivaban solos y los árboles daban sus frutos sin necesidad de cuidados. Es la tierra de Guingamor, de Bangon y Morgana, donde el Rey Arturo sería sanado de sus heridas para regresar luego a salvar a los bretones.


De cualquier forma, la versión no es única. Desde que José de Arimatea partió de Jerusalén con el cáliz, otras historias le confieren diferentes destinos.

Un castillo del monte Muntsalvach (algunos identifican con Montserrat, y otros con el francés Mont Saint Michel) habría sido testigo de los prodigios del cáliz. Allí el guardián del Grial, llamado Rey Pescador, se hizo una herida en el muslo con la lanza que el soldado Longinos utilizó para atravesar el costado de Cristo.

La leyenda aquí se amplía con otros elementos mágicos: la lanza y una bandeja igualmente sagrada. Incurable, la herida provocaba los sufrimientos del guardián y la esterilidad de la tierra mientras la herida no pudiera cicatrizar.


Las historias de los caballeros de la Mesa Redonda abundaron en el mito, narrando cómo la santa reliquia se les había aparecido en una de sus reuniones cubierta por un velo, y prendados de su valor, los caballeros partieron en su busca abandonando el círculo que los había mantenido unidos.


Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach y algunos otros autores medievales aportaron a la búsqueda del Grial un significado espiritual que a su tradición heredada de muchos mitos precristianos terminó por unirle el sentido religioso de la unión mística con Dios.



Posteriormente, se quisó ver en el Santo Grial un significado "genético" con la transmisión de la sangre de Cristo ("sang real") a través de María Magdalena. Los judíos ortodoxos, como Jesús de Nazaret, estaban obligados a casarse, y se especula que esta María podría haber sido su esposa. Ella habría emigrado a Francia y trasmitido su herencia a ciertas dinastías.


Cuando se popularizó la leyenda del Santo Grial, por todas partes aparecieron multitud de cálices que pretendían ser el único verdadero, y todos ellos se rodearon de sus propias historias justificando su origen y su santidad.


En España, la Catedral de Valencia posee el Grial de mayor devoción.

Según esta tradición, el cáliz habría sido conservado por Pedro y posteriores papas de la Iglesia que durante algo más de dos siglos lo utilizaron para consagrar la Eucaristía.


En la persecución que el emperador Valeriano desencadenó contra los cristianos, el papa Sixto II antes de ser martirizado hacia el 258, se lo habría confiado a su diácono Lorenzo.

El discípulo (del ya mártir Sixto II) envió, acompañado por una carta, el cáliz a Huesca.

El obispo Auduberto, para proteger el cáliz de la invasión musulmana, escondió la reliquia en una cueva que habitaba el ermitaño Juan de Atarés, y donde posteriormente sería fundado el monasterio de San Juan de la Peña.

Desde allí en 1399, Martín el Humano, Rey de Aragón, que lo custodió en la Aljafería de Zaragoza hasta que Alfonso el Magnánimo lo llevó primero a su Palacio del Real y posteriormente a la Catedral de Valencia en 1437. Desde 1914, el cáliz valenciano recibe el culto en la Capilla del Santo Cáliz.


Esta pieza fue fabricada en ágata o cornalina oriental de color rojo, con un pie de concha del mismo color, y vara y dos asas de oro primorosamente labradas. Las incrustaciones de perlas y piedras preciosas fueron añadidas ya en la Edad Media. Los arqueólogos sitúan su origen en Palestina o Egipto, en una época que podría estar comprendida entre los siglos IV a.C. y I d.C.


Otras leyendas situan el Grial entre Italianos, Britanicos, cátaros del Languedoc:

Los italianos disponen de todo tipo de explicaciones para demostrar la autenticidad de su "Sacro Catino" conservado en Génova desde que los cruzados lo trajeron de Tierra Santa.

Los británicos defienden que la bandeja de cristal de piedra que veneran como Grial fue encontrado en una excavación de Glastonbury.

Otra leyenda de menor difusión, sitúa el Grial en poder de los cátaros del Languedoc. Los mismos cruzados que destruyeron sus creencias a sangre y fuego, estaban seguros de la existencia de un tesoro en el que se incluía la preciada reliquia.

Cuatro días antes de que los representantes del catolicismo conquistaran la fortaleza de Montsegur, donde se decía que el cáliz era custodiado, un grupo de cátaros lo evacuaron llevándose el grial entre otras piezas de valor, y nunca más volvió a saberse de él.


En los presuntos Griales que se conservan, su historia particular explica de una u otra forma cualquier posible objeción a su autenticidad. Así, la duda que podría plantear el que un humilde carpintero de Nazaret dispusiera para su cena de una pieza de tanto valor como ésta, se salva citando algunas fuentes según las cuales el "hombre de familia" que prestó a Cristo la estancia para su celebración sería un acaudalado noble llamado Chusa.

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Los Borbones

Los Borbones

FELIPE V.

(1700-1724) 1º reinado
(1724-1746) 2º reinado


Felipe V, duque de Anjou, también conocido como el Animoso, nació el 19 de diciembre de 1683 en Versalles. Su abuelo fue el rey francés Luis XIV y sus padres el Gran Delfín de Francia, Luis y María Ana Victoria de Baviera.

Heredó el trono español al morir Carlos II (último monarca de la casa de Austria o Habsburgo en España) sin descendencia y nombrarlo éste como heredero a su muerte en 1700, convirtiéndose así en el primer Borbón de la línea dinástica española con la condición de que la nueva dinastía no podría jamás unirse con la francesa. En 1701 juró como rey de España ante las Cortes castellanas.

Este nombramiento no agradó a los Austrias que veían con derechos más legítimos para el trono al archiduque Carlos, lo que provocó un enfrentamiento entre el rey de Francia, Luis XIV, el emperador de Austria y los países aliados de ambos bandos. Esta llamada guerra de Sucesión de España terminó con los Tratados de Utrech en 1713 y con el de Rastadt al año siguiente, en los que se reconocía a Felipe como rey de España pero a cambio se perdieron los territorios europeos en Italia que pasaron y en los Países Bajos que pasaron al Imperio y a Saboya respectivamente, se cedía Menorca y Gibraltar a Gran Bretaña y se entregó a Portugal la colonia del Sacramento.

Hasta mediados de la segunda década del XVIII, la política de Felipe V estuvo muy marcada por la influencia francesa a través de Orry y de la princesa de los Ursinos. Bajo su reinado se inició la renovación de la cultura en España, en ciencias, literatura, filosofía, arte, política, religión y economía. En 1712 aún no acabada la guerra de Sucesión, se fundó la Biblioteca Nacional; un año después, se creaba la Academia de la Lengua y, más tarde, las de Medicina, Historia... todas ellas a imitación de las Academias francesas

En política interior se ocupó de la creación de secretarías y de intendencias así como de llevar a cabo una centralización y unificación administrativa con los Decretos de Nueva Planta, aboliendo los fueros aragoneses y valencianos

Tras la muerte de su primera esposa, María Luisa de Saboya, Felipe contrajo de nuevo matrimonio en 1714 con Isabel de Farnesio, que le dio siete hijos: entre ellos el que sería Carlos III, y Felipe, duque de Parma. El nuevo matrimonio supuso un cambio del influjo francés por el italiano, realizando a partir de entonces una política que solicitaba una revisión de lo pactado en Utrech y la recuperación de los territorios italianos. El Cardenal Alberoni dirigió en un primer momento esta política reivindicatoria, pero la Cuádruple Alianza integrada por Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y el Imperio, puso fin a estos intentos. Se fracasó asimismo en los intentos por recuperar Menorca y Gibraltar.

En enero de 1724, Felipe V abdicó de forma inesperada en su hijo Luis, primogénito de su primer matrimonio con María Luisa de Saboya, pero tras la temprana muerte de Luis I, en agosto del mismo año, Felipe volvió a reinar España.

Este segundo reinado de Felipe V supuso un cambio en la política anterior a su abdicación, con miras más españolas que italianizantes y rodeándose de ministros españoles. Entre ellos, José Patiño, político, diplomático y economista; José del Campillo, hacendista; y, luego, el marqués de la Ensenada, gran político y magnífico planificador de la economía.

La alianza familiar con Francia a través de los Pactos de Familia hizo que el ejército español ayudara al francés en las guerras de Sucesión polaca y austriaca, y posibilitó que el hijo mayor de Isabel de Farnesio, Carlos, se convirtiera en rey de Nápoles y Sicilia, llegando a ser también más tarde rey de España como Carlos III; y el otro, Felipe, en duque de Parma, Plasencia y Guastalla.

El 9 de julio de 1746, Felipe V murió en Madrid, sucediéndole en el trono su hijo Fernando VI. Por expreso deseo del monarca, su cuerpo fue enterrado en el palacio de la Granja de San Ildefonso.



LUIS I.

(1724)


Luis I, el Bien Amado, primer Borbón nacido en España, vio la luz el 25 de agosto de 1707 en el palacio del Buen Retiro. Hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya. A los siete años de edad quedó huérfano de madre y una rígida tutela a cargo de la princesa de Ursinos y del desamor de su madrasta, Isabel de Farnesio, hicieron que su infancia fuera triste y desgraciada.

En 1709 fue proclamado príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia.

Felipe V abdicó inesperadamente, en enero de 1724, en su hijo Luis, cuando éste contaba con diecisiete años, inexperto y no preparado para reinar.

A pesar de que su padre seguía sus movimientos desde el Palacio de la Granja de San Ildefonso, Luis se rodeó durante su escaso reinado de una serie de tutores que intentaban separarlo de la influencia paterna dando un giro a su política, despreocupándose de la recuperación de las posesiones italianas perdidas en la guerra de sucesión y centrándose más en América y el Atlántico.

Pero la política de Luis I quedó inédita, ya que el 31 de agosto murió de viruelas, a los siete meses de subir al trono. Felipe V asumió entonces por segunda vez el gobierno de la corona española.

Su cuerpo recibió sepultura en el Panteón de los Reyes del monasterio de El Escorial.


FERNANDO VI.

(1746 - 1759)


Fernando VI, el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en Madrid, tercer hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya.

Fue jurado príncipe de Asturias en 1724. Cinco años más tarde se casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de la archiduquesa Mariana de Austria.

En 1746 heredó el trono español a la muerte de su padre. Fernando no era un hombre de gran talento, pero tenia las cualidades necesarias para ser un buen monarca: rectitud de carácter, sentido de dignidad y saber escoger a sus colaboradores. Su política fue la de sus ministros, muy eficaces y con programas reformistas de gobierno como el marqués de la Ensenada, -partidario de la alianza francesa-, que ejerció varias secretarías; José de Carvajal, -partidario de la unión con Inglaterra-, como secretario de Estado; o el jesuita Francisco Rávago como confesor real.

Su reinado se caracterizó por el mantenimiento de la paz y la neutralidad frente a Francia e Inglaterra, mientras ambas intentaban la alianza con España. Esta situación fue aprovechada por el marqués de la Ensenada para proseguir los esfuerzos de reconstrucción interna iniciados en el reinado de Felipe V. En 1754 este equipo de gobierno desapareció con la muerte de Carvajal y con el alejamiento motivado del marqués de la Ensenada, y la desposesión del confesionario regio del padre Rávago.

El gobierno posterior, encabezado por Ricardo Wall, más anglófilo, se encaminó hacia la ruptura de la neutralidad anterior.

En el interior del país se fomentó la construcción naval para la Armada, la construcción de caminos, canales y puertos.

Fernando VI siguió en la línea de fomento de la cultura iniciada por sus antecesores, con medidas que posibilitaron la penetración de la Ilustración y la ruptura definitiva del aislamiento en que estuvo sumida España desde 1559. Prueba de ello, fue, entre otras, la fundación de la Academia de San Fernando de Bellas Artes en 1752.

La política americana era muy productiva en sus aportaciones al tesoro del reino. Pero este equilibrio se vio amenazado debido a una expedición de portugueses que se asentaron en la colonia de Sacramento, al norte del río de la Plata, poniendo en peligro el comercio y la seguridad de la zona. Para solucionar este problema con Portugal, Carvajal negoció un cambio de posesiones para llegar a un acuerdo pacífico, reflejado en el Tratado de Madrid de 1750, según el cual los portugueses cedían la colonia del Sacramento, pero a cambio se cedían territorios cercanos donde estaban asentadas varias reducciones jesuíticas de los indios guaraníes que tenían que ser deportados a otros lugares y eran hostiles a ser dominados por Portugal, estableciendo los límites geográficos de ambos países en aquellas colonias.. Las resistencias de los indios y ciertos informes de algunos jesuitas con este motivo de las reducciones prestarían argumentos contrarios a la Compañía de Jesús a la hora de su expulsión. Ensenada acudió a Carlos, futuro Carlos III, para que protestase ante su hermanastro cancelándose el tratado de límites, pero esta maniobra supuso la caída de Ensenada.

Por otra parte, el regalismo alcanzó pleno éxito en el Concordato de 1753 con los Estados Pontificios, beneficioso para el control de la Iglesia puesto que atribuía al rey el patronato universal.

El último año de su vida, y a consecuencia de la muerte de Carvajal, de la reina y el destierro de Ensenada sumieron al rey en la locura, siendo recluido en Villaviciosa de Odón, Madrid. Con una España sin rey y una administración paralizada, la monarquía siguió funcionando hasta que llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para hacerse cargo del trono una vez que falleció FernandoVI, sin descendientes, el 10 de agosto de 1759, con cuarenta y cinco años de edad y trece de reinado.


CARLOS III

(1759 - 1788)

El 20 de enero de 1716, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en el viejo, inmenso y destartalado Alcázar, nacía el niño que con el paso de los años iba a ser investido como rey de España con el nombre de Carlos III. Fruto del matrimonio de Felipe V con su segunda esposa, la parmesana Isabel de Farnesio, mujer de fuerte personalidad y opinión política propia, el nuevo infante venía al mundo con pocas posibilidades de ser proclamado rey de la vasta Monarquía hispana. Su infancia transcurrió dentro de los cánones establecidos por la familia real española para la educación de los infantes. Hasta la edad de los siete años fue confiado al cuidado de las mujeres, siendo su aya la experimentada María Antonia de Salcedo, persona a la que siempre guardó gratamente en su recuerdo. Después tomaron el relevo los hombres, comandados por el duque de San Pedro y un total de catorce personas que iban a conformar el cuarto del infante. El niño "muy rubio, hermoso y blanco" del que nos habla su primer biógrafo coetáneo, el conde de Fernán Núñez, gozó durante su primera infancia de buena salud, amplios cuidados y una enseñanza rutinaria dentro de lo que se estilaba en la corte española. Además de las primeras letras, Carlos recibiría una educación variada propia de quien el día de mañana podía ser un futuro gobernante. Así, la formación religiosa, humanística, idiomática, militar y técnica se combinaría durante años con la cortesana del baile, la música o la equitación para ir forjando la personalidad de un joven de buen y mesurado carácter, solícito a las sugerencias paternas y educado en la convicción de la evidente supremacía de la religión católica. También fue en su más tierna infancia cuando Carlos se aficionó a la caza y a la pesca, pasiones, especialmente la primera, que nunca abandonaría a lo largo de su vida.

Pronto el infante Carlos empezó a entrar en los planes de la diplomacia española y en las cábalas de Isabel de Farnesio, estas últimas destinadas a dar a su primogénito una posición acorde con su rango real. En la política internacional de los gobiernos felipinos, alentada por el irredentismo italiano que anidaba en la Corte madrileña desde que las cláusulas más lesivas del Tratado de Utrecht (1714) habían dejado a España fuera de la península transalpina, Carlos iba a revelarse como una pieza importante. Tras numerosas vicisitudes bélicas y diplomáticas en el complicado cuadro europeo, se presentó la ocasión propicia para que Carlos pudiera alcanzar un sillón de mando en Italia. La misma tuvo lugar con la muerte sin descendencia, en 1731, del duque Antonio de Farnesio, precisamente el día en que Carlos cumplía quince años, lo que propició que el joven infante fuera encauzado hacia los caminos de Italia. Primero se asentaría en los pequeños pero históricos ducados de Toscana, Parma, Plasencia, donde permanecería muy poco tiempo, pues los acontecimientos bélicos derivados de la cuestión sucesoria de Polonia lo condujeron finalmente a ser proclamado rey de las Dos Sicilias el 3 de julio de 1735 en Palermo, contando tan solo con diecinueve años de edad.

Nápoles no fue para Carlos un destino intermedio en espera del gran reino de España. Allí vivió un cuarto de siglo, allí emprendió una política reformista en un complicado país dominado por las clases privilegiadas y allí constituyó, con su amada esposa María Amalia, una familia numerosa de trece hijos, siete mujeres y seis varones. Durante su reinado napolitano, Carlos configuró definitivamente su carácter y su modelo de reinar, siempre ayudado por su consejero personal Bernardo Tanucci y siempre tutelado por sus padres desde Madrid. En términos generales aprendió a ser un rey moderado en la acción de gobierno, un soberano que supo animar una política reformista que sin acabar con todos los problemas que sufría el abigarrado pueblo napolitano y sin menoscabar los poderes esenciales de la nobleza, al menos sí consiguió que el reino se consolidara como tal, que fuera cada vez más italiano y que tuviera una cierta consideración en el concierto internacional.

Cuando ya pensaba que su destino último era Nápoles, la muerte sin descendencia de su hermanastro Fernando VI lo condujo de vuelta a su patria de nacimiento. Carlos cumplió así con unos designios testamentarios que en buena parte él consideraba dictados por la Divina Providencia. Dejando como rey de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y siendo despedido con afecto por el pueblo, embarcó rumbo a Barcelona, donde el calor popular vino a demostrar que las heridas de la Guerra de Sucesión cada vez estaban más cicatrizadas.

El rey que Madrid recibió el 9 de diciembre de 1759, en medio de una incesante lluvia, era un monarca experimentado y maduro, como gobernante y como persona, lo cual representaba una cierta novedad en la historia de España. En estos primeros tiempos madrileños, Carlos vivió una experiencia familiar agradable y otra amarga. La primera se produjo por la designación de su primogénito, el futuro Carlos IV, como heredero de la corona española, sobre lo cual existían algunas dudas dado que había nacido fuera de España. El segundo, fue la desaparición de su esposa, que con la salud quebradiza y con cierta nostalgia napolitana no pudo superar el año de estancia en España. Esta muerte afectó seriamente a Carlos, que ya no volvería a desposarse nunca más pese a algunas insistencias cortesanas.

El monarca que España iba a tener en los próximos treinta años mantendría una misma tónica de comportamiento en su vida personal. Según todos los datos recogidos por sus biógrafos, era una persona tranquila y reflexiva, que sabía combinar la calma y la frialdad con la firmeza y la seguridad en sí mismo. Cumplidor con el deber, fiel a sus amigos íntimos, conservador de cosas y personas, era poco dado a la aventura y no estaba exento de un cierto humor irónico. Dotado de un alto sentido cívico en su acción de gobierno, tenía en la religión la base de su comportamiento moral, lo que le llevaba a sustentar un acusado sentido hacia los otros y una cierta exigencia sobre su propio comportarse, que concebía siempre como un modelo para los demás, fueran sus hijos, sus servidores o sus vasallos.

En cuanto a su apariencia personal, bien puede decirse que no era nada agraciado. Bajo de estatura, delgado y enjuto, de cara alargada, labio inferior prominente, ojos pequeños ligeramente achinados, su enorme nariz resultaba el rasgo más distintivo de toda su figura. A todo ello había que añadir un progresivo ennegrecimiento de su piel a causa de la actividad física de la caza, práctica cinegética que continuadamente realizaba no solo por motivos placenteros, sino como una especie de terapia que él consideraba un preventivo para no caer en el desvarío mental de su padre y de su hermanastro. El retrato con armadura pintado por Rafael Meng confirma los rasgos físicos del Carlos maduro y la pintura de Goya, presentándolo en traje de caza, con una leve sonrisa en los labios entre burlona y bondadosa, lo ha inmortalizado como un rey campechano y poco preocupado por la elegancia en el vestir.

A pesar de residir en la Corte (no realizó ningún viaje fuera de los Sitios Reales), era un mal cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época. No le divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era metódica y rutinaria, algo sosa para lo que su posición privilegiada le hubiera permitido. Se despertaba a las seis de la mañana, rezaba un cuarto de hora, se lavaba, vestía y tomaba el chocolate siempre en la misma jícara mientras conversaba con los médicos. Después oía misa, pasaba a ver a sus hijos y a las ocho de la mañana despachaba asuntos políticos en privado hasta las once, hora en la que se dedicaba a recibir las visitas de sus ministros o del cuerpo diplomático. Tras comer en público con rutina y frugalidad - en verano dormía la siesta pero no en invierno - invariablemente salía por las tardes a cazar hasta que anochecía. Vuelto a palacio departía con la familia, volvía a ocuparse de los asuntos políticos y a veces jugaba un rato a las cartas antes de cenar, casi siempre el mismo tipo de alimentos. Después venía el rezo y el descanso. A diferencia de otras cortes europeas del momento, la carolina se comportó siempre con una evidente austeridad. Quizá esta vida rutinaria fue en parte la que le permitió ser un rey con excelente salud, pues salvo el sarampión de pequeño no tuvo importantes achaques hasta semanas antes de su muerte.

Carlos fue un rey muy devoto, con un sentido providencialista de la vida ciertamente acusado. Su pensamiento, su lenguaje y sus actos estuvieron siempre impregnados por la religión católica. Aunque no puede decirse que fuera un beato, resultó desde luego un creyente fervoroso, con gran devoción por la Inmaculada Concepción y por San Jenaro (patrón de Nápoles). De misa y rezo diarios, era un hombre preocupado por actuar según los dictados de la Iglesia para conseguir así la eterna salvación de su alma, asunto que consideraba de prioritario interés en su vida. Esta profunda religiosidad, sin embargo, no fue obstáculo para dejar bien sentado que, en el concierto temporal, el soberano era el único al que todos los súbditos debían obedecer, incluidos los eclesiásticos.

Estaba profundamente convencido de la necesidad de practicar su oficio de rey absoluto al modo y manera que reclamaban los tiempos. Cualquier opinión acerca de que era un mero testaferro de sus ministros deber ser condenada al saco de los asertos sin fundamentos. Él era quien elegía a sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y si bien tenía querencia por mantenerlos durante largo tiempo en sus responsabilidades, no dudaba tampoco en cambiarlos cuando la coyuntura política así se lo daba a entender. Lo que sí hacía era trasladarles la tarea concreta de gobierno. Una labor para la que requería ministros fieles y eficaces, técnicamente dotados y con claridad política suficiente como para comprender que todo el poder que detentaban procedía directa y exclusivamente de su real persona. Escuchaba mucho y a muchos, era difícil de engañar y los asuntos realmente importantes los decidía personalmente. Su correspondencia con Tanucci y los testimonios de grandes personajes del siglo atestiguan que podía pasarse una parte del día cazando, pero que los principales asuntos de Estado solía llevarlos en primera persona y con conocimiento de causa. Carlos siempre mantuvo el timón de la nave española y siempre fue él quien fijó su rumbo. Así lo pudieron constatar personajes políticos de la talla de Wall, Grimaldi, Esquilache, Campomanes, Floridablanca o Aranda, entre otros.

Comandando estos hombres, y con la experiencia siempre presente de lo que había acometido ya en Italia, trazó un plan reformista heredado en gran parte de sus antecesores, un plan que buscaba favorecer el cambio gradual y pacífico de aquellos aspectos de la vida nacional que impedían que España funcionara adecuadamente en un contexto internacional en el que la lucha por el dominio y conservación de las colonias resultaba un objetivo prioritario de buena parte de las grandes potencias europeas, en especial de Inglaterra, que fue la mayor enemiga de Carlos debido a sus aspiraciones sobre los territorios españoles en América. Una política de cambios moderados y graduales en la economía, en la sociedad o en la cultura, que no tenía como meta última la de finiquitar el sistema imperante, que Carlos consideraba básicamente adecuado, sino dar a la Monarquía un mejor tono que le permitiera ser más competitiva en el marco internacional y mejorar su vida interna, fines ambos que eran vasos comunicantes en el pensamiento carolino. Así pues, Carlos fue un actor principalísimo, el "nervio de la reforma", en la continuidad del regeneracionismo inaugurado por su dinastía desde las primeras décadas del siglo: no se inventó la reforma de España, pero estuvo sinceramente al frente de la misma durante la mayor parte de su reinado. Sin ser un intelectual, su educación le llevó a la profunda creencia de que el más alto sentido del deber de un monarca era engrandecer la Monarquía y mejorar la vida de su pueblo. Y ese profundo convencimiento lo animaría a liderar una renovación del país a través de una práctica a medio camino entre el idealismo moderado y el pragmatismo político.

Como es natural, la edad fue mermando en Carlos sus ímpetus de gobierno. En los últimos años de su vida, su progresiva pérdida de facultades lo condujeron a delegar cada vez más la tarea de gobernar en manos del conde de Floridablanca, que llegó a convertirse en su verdadero primer ministro. Tras cincuenta años de reinado, entre Nápoles y España, aunque no perdía el hilo de las cuestiones fundamentales, el rey fue comprendiendo que ya no era el de antes. De hecho, en el crepúsculo de su vida, se encontró bastante solo. Ya no tenía esposa, la mayoría de sus hermanos habían muerto, las relaciones con su otrora fraternal hermano Luis eran precarias, las que mantenía con su hijo Carlos, el futuro heredero, no eran demasiado fluidas, y sin duda resultaban tensas las existentes con su hijo Fernando, rey de Nápoles. Además, en 1783, había muerto su viejo amigo Tanucci y cinco años más tarde el mazazo de la muerte de su querido hijo Gabriel y de su esposa fue el principio del fin para Carlos: "Murió Gabriel, poco puedo yo vivir", anunció con cierta premonición. Y, en efecto, Carlos no se equivocaba. Aquel iba a ser su último invierno. Tras una breve enfermedad, el 14 de diciembre de 1788, fallecía sin aspavienteos, sin espectáculo, con sobriedad, y sin locura alguna, lo que debió ser para él un íntimo alivio.

Desde luego, el reformismo moderado que siempre practicó en política no sirvió para arreglar definitivamente los profundos problemas que albergaban los dos reinos que tuvo que gobernar. No fueron pocas, incluso, las contradicciones existentes en la política carolina en parte propiciadas por el carácter y el ideario real y en parte por un mundo cambiante que se debatía entre lo nuevo y lo viejo, entre la fuerza de las innovaciones y el peso de la tradición. En el caso de España, no todas las enfermedades estaban sanadas cuando desapareció, pero, como ocurrió en Nápoles treinta años antes, bien puede decirse que su salud era mejor que al principio de su reinado. Al menos, en España pudo cumplir con lo que fue una de sus promesas más queridas: que nadie extirpara del cuerpo de la Monarquía ninguna de sus partes. En el complicado intento de mantener y renovar una Monarquía instalada en el Viejo y el Nuevo Mundo, bien puede afirmarse que Carlos III se apuntó más logros en su haber que deficiencias en su debe.


CARLOS IV.

(1788 - 1808)

Nació el 11 de noviembre de 1748 en Nápoles. Hijo de Carlos III y María Amalia de Sajonia.

Heredó la corona de España a la muerte de su padre, siendo rey desde 1788 a 1808.

El 4 de septiembre de 1765, se celebró en Parma, la boda por poderes entre Carlos Antonio, Carlos IV y María Luisa de Parma.

Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por la política que ejercieron los ministros Floridablanca y el Conde de Aranda, pero a partir de 1793 la dirección del país la tomó el valido del rey, Godoy.

Con Floridablanca como primer ministro afrontó los difíciles días de la Revolución Francesa que atacaba al poder monárquico e intentó mantener los derechos de Luis XVI, pero el temor a una guerra y las presiones de sus enemigos personales, hicieron que el rey decidiera su sustitución por Aranda, defensor de una nueva visión de los acontecimientos y tendente a una convivencia indecisa con la nueva Francia a la que intentó acercarse aprovechando su imagen exterior, pero, contra la que defendía a España de un contagio revolucionario. Toda Europa se alió contra Francia, mientras Aranda pretendía una solución pacifica. Francia se defendió de los ataques comenzando así, en 1793, la Guerra contra la Convención, en la que España participó aliada con Inglaterra.

La guerra supuso la caída de Aranda y la sustitución por Godoy, quien ante los avances territoriales de la República francesa en la Península, y las capitulaciones de ciertos estados europeos ante lo inevitable, optó por abandonar la alianza con Inglaterra y por una paz que cuesta a España media isla de Santo Domingo y la promesa de no tomar represalias contra los afrancesados del País Vasco.

Desde este momento España se vio cada vez más atada a la política francesa lo que fue más evidente con la llegada al poder en Francia de Napoleón y sus ideas expansionistas el enfrentamiento franco-inglés y las consecuentes represalias contra Portugal a las que Godoy contribuyó y que desembocaron en la Guerra de las Naranjas, en 1801, contra Portugal y en el Tratado de Fontainebleau de 1807 mediante el cual España y Francia ocuparían Portugal, que quedaría dividida en tres partes.

Los ejércitos franceses de Junot entraron en Lisboa y la familia real portuguesa huyó a Brasil mientras en España quedaron tropas francesas, en tránsito teórico hacia Portugal, para evitar un desembarco inglés. El desprestigio de Godoy se acrecentó, el príncipe Fernando se alzó contra el gobierno de su padre, al que solicitó que abdicase, produciéndose así el Motín de Aranjuez de marzo de 1808 en el que Carlos IV abdicó y Godoy fue encarcelado.

Carlos pidió a Napoleón que mediara para recuperar el trono que su propio hijo le había usurpado. En Bayona, donde estaba exiliado Carlos IV, y ante el gobernante francés, se reunieron padre e hijo. Napoleón intercedió para que Fernando abdicase de nuevo en su padre, con el que tenía pactada otra abdicación a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte, con la que ambos abdicaron de sus derechos al Trono español, que pasó a manos de José I Bonaparte. Era el 2 de mayo de 1808; la guerra contra la presencia francesa en España había empezado, era la Guerra de Independencia.

Carlos IV estuvo exiliado durante once años y después se fue a Italia en donde, el 19 de enero de 1819, a los setenta años de edad, murió en Nápoles.


FERNANDO VII.

(1808) 1º reinado
(1813 - 1833) 2º reinado


Fernando VII, el Deseado, nació en El Escorial el 14 de octubre de 1784. Era el tercer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma.

Con la subida al Trono de su padre, en 1788, Fernando era reconocido como príncipe de Asturias por las Cortes.

El canónigo Escoiquiz, principal artífice de la Conspiración de El Escorial, fue durante varios años su preceptor quien le inculcó la desconfianza y un feroz odio a sus padres y a Godoy por manipularlos a su antojo. Su carácter se hizo frío, reservado e impasible a cualquier sentimiento.

En 1802 se casó con María Antonia de Nápoles. Con el tiempo, su esposa le tomó afecto y le hizo afirmar su personalidad. Tras el fallecimiento de la princesa, en 1806, Escoiquiz recuperó toda su influencia sobre Fernando, alentándole en sus conspiraciones, hasta que fue descubierto dando lugar al conocido proceso de El Escorial. Un par de meses más tarde, el Motín de Aranjuez provocó que Godoy fuese destituido y Carlos IV abdicara en su hijo. Así, Fernando VII comenzó a reinar el 19 de marzo de 1808 con la aclamación popular, que no veía en él a un mal hijo sino a una víctima más de Godoy.

En 1808, Napoleón Bonaparte convocó a Fernando VII en Bayona, donde estaba Carlos IV exiliado, para que renunciase a la Corona española. Napoleón nombró rey de España a su hermano José, que reinaría en España como José I hasta 1813, mientras tenía lugar la Guerra de la Independencia.

Durante la Guerra de la Independencia, el Consejo de Regencia reunió, en 1810, las Cortes en Cádiz y se declaró «único y legítimo rey de la nación española a don Fernando VII de Borbón», así como nula y sin efecto la cesión de la Corona a favor de Napoleón. Las derrotas de las tropas francesas, a manos de los españoles, llevaron a la firma del Tratado de Valençay el 11 de diciembre de 1813 por el que la Corona española era restaurada en la persona de Fernando.

Fernando VII regresó a España en 1814. Un grupo de diputados absolutistas le presentó el denominado Manifiesto de los Persas, en el que le aconsejaban la restauración del sistema absolutista y la derogación de la Constitución elaborada en las Cortes de Cádiz de 1812.

En los primeros años de su gobierno tuvo lugar una depuración de afrancesados y liberales. Los pronunciamientos liberales del Ejército obligaron al Rey a jurar la Constitución, poniendo en marcha el llamado Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823) donde se continuó la obra reformista iniciada en 1810: abolición de los privilegios de clase, señoríos, mayorazgos y la Inquisición, se preparó el Código Penal y volvió a estar vigente la Constitución de 1812.

Desde 1822, toda esta política reformista tuvo su respuesta en una contrarrevolución surgida en la Corte, la denominada Regencia de Urgell, apoyada por elementos campesinos y, en el exterior, con la Santa Alianza que, desde el centro de Europa, defendía los derechos de los monarcas absolutos. Al año siguiente se iniciaría la llamada Década Ominosa que consolida el absolutismo como forma de gobierno, coincidiendo con la independencia de la mayoría de las colonias americanas.

El 7 de abril de 1823 entraron en España las tropas francesas mandadas por el Duque de Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, a los que se sumaron tropas realistas españolas. Sin apenas oposición, el absolutismo fue restaurado.

La última etapa del reinado de Fernando VII fue de nuevo absolutista. Se suprimió nuevamente la Constitución y se restablecieron las instituciones existentes en enero de 1820, salvo la Inquisición. Los años finales del reinado se centraron en la cuestión sucesoria: a pesar de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, sólo su última mujer le dio descendientes, dos niñas.

Desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta 1830, cuando el Rey, en su cuarto matrimonio, con María Cristina de Borbón, esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel. En la Corte se formó entonces un grupo que defendía la candidatura al Trono del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, y negaba la legalidad de la Pragmática, publicada en 1830.

En 1832, durante una grave enfermedad del Rey, cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde para que Fernando VII firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la Ley Sálica. Con la mejoría de salud del Rey, el Gobierno, dirigido por Francisco Cea Bermúdez, puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que a la muerte del Rey, el 29 de septiembre de 1833, quedaba, como heredera, su primogénita Isabel, que reinaría con el nombre de Isabel II.


ISABEL II (1833-1868)

(Madrid, 1830 - París, 1904)



Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes destinos», fue reina de España entre 1833 y 1868, fecha en la que fue destronada por la llamada «Revolución Gloriosa». Su reinado ocupa uno de los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX, caracterizado por los profundos procesos de cambio político que trae consigo la Revolución liberal: el liberalismo político y la consolidación del nuevo Estado de impronta liberal y parlamentaria, junto a las transformaciones socio-económicas que alumbran en España la sociedad y la economía contemporánea.

No cabe duda de que la historia personal de Isabel II, que ocupa 74 años de existencia, está marcada desde su nacimiento por el hecho de ser mujer y por una asombrosa precocidad impuesta por los avatares y las circunstancias que la obligaron a asumir muy tempranamente las responsabilidades que su condición conllevaba: Reina a los tres años, una mayoría de edad forzada por la situación política que dio paso a su reinado personal con tan sólo trece años, un matrimonio obligado e inadecuado a los dieciséis que desembocó en separación apenas transcurridos unos meses y, por último, su destronamiento a los treinta y ocho años, la trágica divisoria en su vida que da paso a los largos años del exilio y el alejamiento de España. Es una historia azarosa, como la época a la que ella dio nombre, que la haría pasar de una imagen positiva al comienzo de su reinado a otra terriblemente negativa a su término. Pasó de gozar de una gran popularidad y cariño entre su pueblo, de ser la enseña de los liberales frente al absolutismo y una especie de símbolo de la libertad y el progreso, a ser condenada y repudiada como la representación misma de la frivolidad, la lujuria y la crueldad, la «deshonra de España», que intentará barrer la revolución de 1868.

El nacimiento de Isabel II: Un trono cuestionado

Isabel II nació el 10 de octubre de 1830, recibiendo en el bautismo los nombres de María Isabel Luisa. El historiador José Luis Comellas la describe como «Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en el que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería o con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes». Hija primogénita del último matrimonio del rey Fernando VII con María Cristina de Borbón, con la que había contraído matrimonio en 1829 tras enviudar de su tercera esposa, María Josefa de Sajonia, su nacimiento plantea el problema sucesorio pues sus derechos dinásticos son cuestionados por su condición de mujer. El heredero al trono había sido hasta ese momento su tío Carlos María Isidro y, tras tres matrimonios de Fernando VII sin descendencia, parecía que era él el llamado a sucederle. Sin embargo, el nuevo matrimonio del rey y el embarazo de la reina abren una nueva posibilidad de sucesión. En marzo de 1830, seis meses antes de su nacimiento, el rey publica la Pragmática Sanción de Carlos IV aprobada por las Cortes de 1789, que dejaba sin efecto el Auto Acordado de 1713 que, a imitación de la Ley Sálica francesa, excluía la sucesión femenina al trono. Se restablecía así el derecho sucesorio tradicional castellano, recogido en Las Partidas, según el cual podían acceder al trono las mujeres en caso de morir el monarca sin descendientes varones.

En virtud de esta disposición, el 14 de octubre de 1830 un Real Decreto hacía pública la voluntad de Fernando al nombrar a su hija princesa de Asturias «por ser mi heredera y legítima sucesora a mi corona mientras Dios no me conceda un hijo varón». Una situación que no se modificará al dar a luz la reina María Cristina a otra niña, la infanta Luisa Fernanda. El evidente deterioro físico del rey hacía improbable que pudiese tener nueva descendencia por lo que quedaba abierto el pleito sucesorio con el rechazo del hermano de Fernando a aceptar la sucesión de su sobrina y el comienzo de toda una intriga palaciega que culminará en el verano de 1832 en los sucesos de La Granja. Aprovechando el deterioro de la salud del monarca, una camarilla de cortesanos y políticos, próximos a Carlos María Isidro, logró con presiones y bajo la amenaza de una guerra civil que Fernando derogase la Pragmática, anulando de nuevo la sucesión femenina.

Sin embargo, el rey se recuperó, restableció otra vez la Pragmática e Isabel fue ratificada por unas Cortes como Princesa de Asturias el 20 de junio de 1833. Pocos meses después moría su padre, dejando a su hija el trono español bajo la regencia de María Cristina. La negativa de Carlos a aceptar, como reina, a su sobrina, desató la primera guerra carlista.

La época de las regencias (1833-1843)

La minoría de edad de Isabel II estuvo ocupada por una doble regencia: la que ostentó su madre María Cristina, reina gobernadora hasta 1840, y la del general Baldomero Espartero hasta 1843. La regencia de María Cristina estuvo marcada por la guerra carlista que la obligó a buscar el apoyo de los liberales moderados frente al pretendiente Carlos. La primera consecuencia de esa transacción fue la concesión del Estatuto Real (1834), una carta otorgada en la que la Corona se reservaba amplios poderes en la vida política. En el contexto de la guerra civil, el triunfo del liberalismo se produjo en 1836 tras el golpe de Estado de los sargentos de La Granja y la llegada al poder de Mendizábal con la desamortización de 1836 y la promulgación de la Constitución de 1837, de carácter progresista. El proceso desamortizador comportó la supresión de órdenes religiosas, la nacionalización de sus bienes y su venta en pública subasta. La Constitución afirmaba el principio de soberanía nacional y la práctica parlamentaria basada en el sufragio censitario y un sistema bicameral: Congreso de los Diputados y Senado. Con ambas reformas, se dio un decisivo impulso hacia el desarrollo capitalista y el liberalismo político, ampliándose la base burguesa del régimen. Sin embargo, la hostilidad de la regente hacia los liberales progresistas y su preferencia por los moderados dieron lugar a un creciente malestar social que alimentó el pronunciamiento de 1840. Con el fin de la guerra y la firma del Convenio de Vergara en agosto de 1839, María Cristina se vio forzada a renunciar a la regencia y se exilió en Francia, dejando abandonadas a sus hijas bajo la tutela de Argüelles y de la condesa de Espoz y Mina. Espartero, héroe de la guerra carlista y jefe del Partido Progresista, asumió entonces la regencia. Durante su mandato, se consolidan las dos corrientes en las que se dividió la «familia» liberal: el Partido Moderado (conservador) y el Partido Progresista (liberal avanzado). Se sofocó un golpe palaciego orquestado por la propia María Cristina y que, al fracasar, significó la ejecución de algunos cabecillas, entre ellos los míticos Montes de Oca y Diego de León. Pero los desaciertos del regente, y de forma especial su poca acertada actuación en la insurrección de Barcelona, originaron su caída en 1843 y la proclamación anticipada de la mayoría de edad de Isabel cuando acababa de cumplir trece años.

En estos primeros años -coinciden todos los biógrafos- dos aspectos fundamentales marcaron la vida de la reina, condicionando su personalidad y trayectoria posterior: la falta de un ambiente familiar y de afectividad materna y la ausencia de una instrucción adecuada y de preparación política para una persona destinada a tan alto fin. Abandonada tempranamente por su madre, que prefería dedicarse a la nueva familia que formó con el duque de Riansares, su relación con ella estuvo marcada, más que por el cariño materno, por la manipulación y el control que María Cristina ejerció siempre sobre Isabel. En el terreno de la instrucción que recibió, se comprueba una educación escasa, descuidada y sujeta a los vaivenes políticos que, como ocurrió en 1841, produjeron el relevo radical del personal de palacio, entre ellos la aya y el preceptor de Isabel. Su nuevo preceptor será Argüelles que, si bien denominó a Isabel la «alumna de la Libertad», no demostró un excesivo celo en la preparación real, deficiente en lo intelectual y en lo político. Si a esa precariedad en su formación unimos lo prematuro de su mayoría de edad, podremos explicarnos fácilmente la manipulación interesada y partidista a la que fue sometida por su familia, las camarillas cortesanas y determinados políticos, así como sus dificultades para cumplir de forma eficaz las funciones políticas que el sistema constitucional le confería. Como la misma Isabel reconocía en una de las conversaciones que mantuvo en 1902 con Pérez Galdós, el poder le llegó muy pronto y con él la adulación, las manipulaciones y conspiraciones propias de la Corte: «¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo?... Póngase en mi caso...» («La reina Isabel», en Memoranda, p. 22)

El reinado personal de Isabel II: el triunfo del liberalismo moderado

El mismo día del comienzo del reinado efectivo de Isabel II, el Gobierno de Joaquín María López dimitió. Como sustituto fue nombrado Salustiano Olózaga, jefe del Partido Progresista que, acusado de haber forzado a la reina niña para que firmase la disolución de las Cortes contra su voluntad, era destituido a los nueve días. El suceso, como ha señalado Burdiel, debe inscribirse en la lucha de los moderados y María Cristina para hacerse con el poder. Una vez conseguido éste, el Partido Moderado, bajo el liderazgo del general Narváez, dominó la escena política durante los diez años siguientes, dando nombre a la «Década Moderada». En este período se elaboraron la Constitución de 1845, que proclamaba la soberanía compartida y anulaba algunas conquistas del liberalismo progresista, y unas leyes orgánicas de carácter muy restrictivo que sentaron las bases del poder moderado y de la organización política y administrativa del Estado liberal. Se realizó la reforma de la Hacienda y, por el Concordato de 1851, se logró el reconocimiento de la Iglesia a la monarquía isabelina, que aceptó la desamortización efectuada hasta entonces, exigiendo como contrapartida compensaciones económicas y que se paralizase el proceso de venta de bienes nacionales pendientes.

En los inicios de la década una de las cuestiones más controvertidas fue la del matrimonio real que, convertido en razón de Estado con claras implicaciones en las cortes europeas, dio origen a largas y complejas negociaciones diplomáticas para elegir al futuro rey consorte. El 10 de octubre de 1846, el mismo día de su decimosexto cumpleaños, se celebra el enlace de la reina con su primo Francisco de Asís de Borbón, una elección completamente desacertada pero que, como ha puesto de relieve la historiadora Isabel Burdiel, acabó siendo la única candidatura viable dada la presión internacional, sobre todo francesa. El matrimonio fracasó en los primeros meses, abocando a Isabel a la infelicidad que intentó compensar con una intensa y criticada vida amorosa en brazos de varios amantes y favoritos. La reina tuvo once hijos, de los que sólo cuatro llegaron a la edad adulta: Isabel, Alfonso, Pilar y Eulalia. Como ha señalado la profesora Burdiel, desde el comienzo del matrimonio y auspiciada por el rey consorte, se percibió en el ambiente palaciego la influencia de los sectores más conservadores y clericales dando origen a una oscurantista camarilla que, encabezada por los confesores reales, los padres Claret y Fulgencio, y personajes tan estrambóticos como sor Patrocinio, la «monja de las llagas», mediatizaron la actuación real.

El Gobierno moderado se ejerció de forma restrictiva y exclusivista, obligando a los progresistas, marginados del poder a recurrir a la vía insurreccional y a los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar frecuentemente combinado con algaradas callejeras, para forzar un cambio político y acceder al Gobierno. Esta fase se cerró con el Gobierno «tecnócrata» de Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo una amplia labor administrativa y hacendística y el del conde de San Luis. En estos años, la actuación ministerial había sido cada vez más autoritaria y la corrupción se había generalizado con los negocios fáciles y el enriquecimiento rápido de las camarillas próximas al poder y a la soberana.

La revolución de 1854 y el Bienio Progresista.

Los problemas derivados de la corrupción y del gobierno de la camarilla, a los que se unía el descontento de los progresistas excluidos del poder, alentaron las críticas de la clase política y favorecieron la actuación revolucionaria. A finales del mes de junio tiene lugar el pronunciamiento de los generales O´Donnell y Dulce. La llamada «Vicalvarada» tenía en principio unos objetivos muy limitados que básicamente se orientaban a corregir las desviaciones políticas y corrupciones de los últimos tiempos y a un mero cambio de Gobierno sin abandonar los presupuestos políticos moderados. Pero la intervención de los progresistas abrió una fase de levantamiento popular que llevó a los sublevados a ampliar su programa. El Manifiesto del Manzanares del 7 de julio de 1854, redactado por Cánovas del Castillo, exigía reformas políticas y unas Cortes Constituyentes para hacer posible una auténtica «regeneración liberal». Se inauguraba una nueva etapa progresista, parca en lo político por su corta duración, un bienio escaso, pero densa en realizaciones de carácter económico. La reina entregó el poder a Espartero y O’Donnell, representantes de la coalición que alentó la revolución, pero la continuidad y estabilidad de este Gobierno mixto era difícil. Se expulsó de España a la reina madre, objeto de las iras populares porque, además de su influencia sobre Isabel, María Cristina y su esposo, el duque de Riansares, habían estado implicados en muchos de los negocios fraudulentos y corruptelas económicas de esos años. Se elaboró una nueva Constitución de inspiración progresista que afirmaba explícitamente la soberanía nacional -la Non nata de 1856- y se aprobaron importantes leyes económicas, fundamentales para el desarrollo del capitalismo español como las leyes de ferrocarriles (1855), bancarias y de sociedades (1856). Se retomó también la desamortización con la promulgación de la Ley de Madoz (1855), que afectaba a los bienes civiles y eclesiásticos, lo que provocó la ruptura de relaciones diplomáticas con el Vaticano.

Transcurridos dos años desde la revolución, la reina, en palabras de Germán Rueda, se decide a reinar. Recurre a O’Donnell para desplazar a los progresistas del poder y restablecer la Constitución de 1845 suavizada con un Acta adicional. Pero, a continuación, será Narváez quien gobierne durante el bienio 1856-1858. Bajo su mandato se restablecen los parámetros políticos de la etapa moderada anterior con la anulación del Acta adicional y se aprueba la Ley Moyano (1857) que ordena y centraliza la instrucción pública de toda la nación. Se abre entonces un período de alternancia entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista, liderado por el general O’Donnell. Entre 1858 y 1863, será de nuevo este general el protagonista de la vida política con su Unión Liberal, dando paso a un período con cierta calma política caracterizado por una gran prosperidad económica y una intensa actividad en política exterior con la guerra de África (1859-60), la anexión de Santo Domingo (1860-1865) y la intervención en México (1861-1862).

La revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II.

Con la caída de O’Donnell en 1863 entramos en la última etapa del reinado de Isabel II marcada claramente por la descomposición del sistema político y la deslegitimación de la Corona. Se sucedieron gobiernos siempre de corte moderado mientras el exclusivismo y el carácter represivo del régimen se acentuaban a medida que la oposición aumentaba y partía cada vez de mayores frentes. Por otra parte, la vida amorosa de la reina y los escándalos de palacio, aireados o utilizados por su propio esposo, Francisco de Asís, y miembros de la camarilla y del Gobierno, contribuyeron notablemente a desprestigiar la imagen de la monarquía. El ambiente político se enrareció todavía mucho más a partir de 1865, con la destitución de Castelar como catedrático de la Universidad y la represión contra los estudiantes en la llamada «Noche de San Daniel», ordenada por Luis González Bravo. El sistema moderado se hundía y arrastraba consigo a la monarquía. Ante el deterioro de la situación política, los progresistas y los demócratas se retraen de la vida política inclinándose una vez más por la vía insurreccional. Un nuevo Gobierno de la Unión Liberal intentó, en último término, atraer de nuevo a los progresistas con una tímida reforma política que ampliaba el censo electoral pero no lo consiguió, como demostraron los intentos de pronunciamiento de Prim en enero de 1866 y del Cuartel de San Gil en el mes de junio de ese mismo año. El retorno de Narváez aceleró los preparativos de la conspiración que se consolidó con la firma del Pacto de Ostende de agosto de 1866, que agrupó también a los demócratas y más tarde, al morir O’Donnell en 1867, a la Unión Liberal. Ya no se trataba de luchar sólo por un relevo gubernamental sino que se exigía el destronamiento de la reina. La conspiración pronto rebasó los círculos militares y contó con una extensa trama civil a través de los clubes y asociaciones progresistas y demócratas. La coincidencia con una coyuntura de crisis económica y de subsistencias y el endurecimiento del régimen dirigido de nuevo por González Bravo, contribuyeron a crear un contexto favorable a la revolución. El 18 de septiembre de 1868, la Armada, surta en la bahía de Cádiz, se pronuncia al grito de «¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!». Tras el triunfo de la revolución, Isabel II, que se encontraba de vacaciones en Guipúzcoa, era destronada y marchaba al exilio en Francia, iniciándose en España un período de seis años, conocido como el Sexenio Democrático, en el que se ensayarán diversas alternativas políticas: una nueva monarquía con Amadeo de Saboya y la Primera República.

Los largos años del exilio.

Al conocerse la derrota de las tropas leales en Alcolea, la reina, acompañada por su esposo e hijos, pasaba la frontera francesa siendo acogida por el emperador Napoleón III. Se alojó primero en el castillo de Enrique IV, en Pau, para trasladarse después al palacio de Basilewsky, que más tarde recibirá el nombre de palacio de Castilla, en París. Comenzaban los largos años del exilio, situación en la que permanecerá hasta el final de su vida. Durante treinta años más, Isabel vivirá en París separada de su esposo y retirada de la política activa sin gozar ya de ningún tipo de protagonismo público, tras abdicar en 1870 de sus derechos al trono en favor de su hijo Alfonso, el futuro Alfonso XII. No volvió a España salvo breves y esporádicas estancias pues, tras la restauración de 1874, Cánovas, art ífice del proceso, y su propio hijo, Alfonso XII, consideraron que era preferible para la estabilidad de la monarquía que ella permaneciese fuera del país.

En la mañana del 9 de abril de 1904, en su residencia parisina, fallecía Isabel II por unas complicaciones bronco-pulmonares producidas por una gripe. Sus restos fueron trasladados al Escorial para darles más tarde sepultura en el Panteón de los Reyes. Moría una reina y, como epitafio, podemos citar las hermosas palabras que Pérez Galdós, que la entrevistó poco antes de su muerte, dejó escritas sobre ella:

«El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política; pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano».

Cronología.

1830 Se promulga la Pragmática Sanción que deroga la Ley Sálica.
Nacimiento de Isabel II.
1832 Sucesos de La Granja.
1833 Isabel es nombrada princesa de Asturias.
Muere Fernando VII. Se inicia la regencia de María Cristina como Reina Gobernadora.
El infante Carlos María Isidro es proclamado rey por sus partidarios. Comienza la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
1834 Publicación del Estatuto Real (abril).
1835 Nombramiento de Mendizábal como ministro de Hacienda.
Decreto suspendiendo órdenes religiosas masculinas.
1836 Decreto de desamortización de bienes de las órdenes religiosas (febrero).
Motín de La Granja y restablecimiento de la Constitución de 1812 (12 de agosto).
1837 Abolición del régimen señorial y el diezmo. Nuevos decretos desamortizadores.
Constitución de 1837.
1839 Convenio de Vergara (31 de agosto).
1840 Fin de la Guerra Carlista.
Ley de Ayuntamientos.
Fin de la regencia de María Cristina (octubre).
1841 Regencia de Espartero.
1842 Protesta en Barcelona contra la reforma arancelaria y bombardeo de la ciudad.
1843 Levantamiento contra Espartero y fin de su Regencia.
Isabel II es proclamada mayor de edad con trece años (noviembre).
Dimisión de Olózaga acusado de haber presionado a la reina para disolver las Cortes.
1844 Se inicia la Década Moderada de Narváez.
1845 Constitución Moderada.
1846 Boda de Isabel II con Francisco de Asís.
1851 Concordato con la Santa Sede.
1852 Intento de reforma constitucional de Bravo Murillo.
Atentado contra Isabel II del cura Martín Merino.
1854 Vicalvarada y Manifiesto del Manzanares (junio y julio): Bienio Progresista.
Se funda la Unión Liberal de O’Donnell.
1855 Ley de Desamortización general de Pascual Madoz.
Ley general de Ferrocarriles.
1856 Constitución Non nata.
Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias.
Narváez sustituye a O’Donnell.
1858 O´Donnell forma gobierno con la Unión Liberal.
1859 Guerra de Marruecos.
Nace el príncipe Alfonso.
1860 Victoria del general Prim sobre los marroquíes en Castillejos.
1863 Gobierno de Narváez.
1865 Matanza de la Noche de San Daniel (abril).
Nuevo gobierno O’Donnell.
1866 Pronunciamientos de Prim y del cuartel de San Gil (enero y junio).
Pacto de Ostende (agosto).
1867 Muerte en Biarritz de O’Donnell.
1868 Muerte de Narváez.
Revolución de septiembre («La Gloriosa»): Destronamiento y exilio de Isabel II.
Gobierno Provisional.
1870 Abdicación de Isabel II en su hijo, el príncipe Alfonso (junio).
1904 Muerte de Isabel II (abril).


ALFONSO XII.

(1875 - 1885)


Alfonso XII, el Pacificador, nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857, fruto del matrimonio de la reina Isabel II y Francisco de Asís. Tras el triunfo de la Revolución de 1868, se vio obligado a exiliarse a París, junto al resto de la Familia Real. Durante esos años de exilio pudo completar su formación académica y militar en París, Viena y la Academia Militar de Sandhurst (Inglaterra).

En el año 1870, su madre abdicó en su favor. Las dificultades internas de la I República, la prolongación de la guerra con Cuba y el inicio de la tercera guerra carlista hicieron que aumentara el número de partidarios de la causa alfonsina. Tras el golpe de estado del general Pavía, que acabó con la I República, Cánovas del Castillo se preocupó de conseguir el apoyo del ejército para llevar a cabo la restauración de la monarquía borbónica. En diciembre de 1874, Cánovas hizo firmar a Alfonso el llamado manifiesto de Sandhurst, por el que el futuro monarca se declaraba partidario de la monarquía parlamentaria. El 29 de ese mismo mes, desde Sagunto, el general Martínez Campos proclamó a Alfonso XII como nuevo Rey de España. A la espera de la llegada del rey Cánovas se hizo cargo del gobierno.

Alfonso XII llegó a Barcelona en enero de 1875 y tres días después a Madrid. Con la restauración monárquica se consolidó un sistema político fundamentalmente bipartidista. El partido conservador, liderado por Cánovas del Castillo y apoyado por la aristocracia y las clases medias moderadas, se repartía el poder político con el partido liberal, liderado por Sagasta y apoyado por industriales y comerciantes. En realidad, al margen de esta realidad política, la vida del país estaba dominada por la oligarquía política y el caciquismo de la aristocracia rural.

Se casó en enero de 1878 con su prima María de las Mercedes de Orleans, sobrina de Isabel II y nieta del Rey Luis Felipe de Francia. Pero la reina murió seis meses después y al año siguiente Alfonso se volvió a casar con María Cristina de Habsburgo-Lorena, Archiduquesa de Austria. De esta unión nacieron tres hijos: María de las Mercedes, María Teresa y el futuro Alfonso XIII seis meses después de la muerte de su padre.

Durante su reinado se puso fin a la tercera guerra carlista; se zanjó satisfactoriamente para la monarquía el conflicto con Cuba; se aprobó una nueva Constitución en 1876, sustituyendo a la de 1869, y se tomaron una serie de medidas conducentes a una centralización jurídico-administrativa. En cualquier caso, en el contexto de las relaciones internacionales del continente europeo.

En este reinado, España se mantuvo en la neutralidad, argumentando Cánovas que España se hallaba en plena Restauración y acababa de salir de la guerra civil carlista y no era conveniente comprometer más recursos en una política exterior más activa.

El 25 de noviembre de 1885, moría Alfonso XII en El Pardo como consecuencia de una tuberculosis. Fue enterrado en el Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial. Su hijo y heredero al trono nacería seis meses después de su muerte.


ALFONSO XIII.(1886 - 1931).



Alfonso XIII, el Africano, nació el 17 de mayo de 1886 en el Palacio Real de Madrid. Hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena.

Desde su nacimiento fue Su Majestad el Rey, llegando incluso a presidir, con sólo tres años, actos solemnes sentado en el trono con su madre, la cual ejerció como regente hasta 1902, fecha en la Alfonso empezó a reinar de manera efectiva.

Fue educado para ser rey y soldado bajo la fe católica y una conciencia liberal. El contacto con la realidad política del país le hizo ver el alejamiento entre la España oficial y la España real sometiendo a un crítico examen de conciencia todos los aspectos de la vida nacional en su deseo de regenerar a España tras el desastre de 1898. Como la constitución de 1876 se lo permitía, tendió a intervenir personalmente en la política.

En 1906 se casó con Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg, con la que tuvo seis hijos. Alfonso, Jaime, Beatriz, Cristina, Juan, al que nombró sucesor de los derechos dinásticos, y Gonzalo.

Alfonso XIII, afrontó problemas derivados de gobiernos anteriores, así como los que trajo el nuevo siglo como es el caso de las guerras de Marruecos, el surgimiento de los nacionalismos vasco y catalán, el problema social, el radicalismo de las organizaciones obreras y las fracturas en el sistema político, entre otros.

El inicio del reinado coincidió con un cambio generacional decisivo en la situación de los partidos dinásticos. Por un lado el dirigente Conservador, Cánovas, fue sustituido por Antonio Maura y el Liberal Sagasta por José Canalejas.

El quedarse España como neutral durante la I Guerra Mundial abrió mercados y favoreció el crecimiento económico, pero también la agitación social. La crisis de 1917, en que se unieron el nacionalismo catalán, el sindicalismo militar, las huelgas revolucionarias y, aumentó la descomposición del régimen político. A esto se unió que, al año siguiente también fracasó un gobierno nacional formado por miembros de los dos principales partidos. El reajuste económico posterior a la Guerra Mundial aumentó las dificultades internas. Revueltas sociales y problemas regionales, unidos a los fracasos militares en Marruecos, acrecentaron la debilidad de los gobiernos, incapaces de hacer frente a estas situaciones.

En 1923, el golpe militar de Miguel Primo de Rivera fue la solución de fuerza adoptada ante la crisis. El rey aceptó el hecho. Esta dictadura fue bien recibida por muchos sectores sociales en los primeros años. En 1925, con el desembarco de Alhucemas, se terminó con la guerra de Marruecos. Se produjo un restablecimiento del orden social así como un mayor desarrollo de las obras públicas. Más tarde, en 1930, y después del fracaso de Primo de Rivera, Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional, pero los partidos republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda lucharon unidos contra la monarquía. Las elecciones municipales del 13 de abril de 1931 dieron el triunfo en la mayoría de las ciudades a socialistas y republicanos. Fue entonces, cuando el monarca, para evitar una lucha civil abandonó el país, proclamándose la II República el 14 de abril de 1931.

Alfonso XIII vivió en el exilio aún diez años. Sus últimos años los pasó en Roma, donde murió y fue enterrado en 1941. Sus restos fueron trasladados en 1980 al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial (Madrid).

Los últimos años de su vida los pasó en Roma, donde murió el 28 de febrero de 1941 a la edad de cincuenta y cuatro años. Fue enterrado allí y junto a su cuerpo se depositó un saco con tierra de todas las provincias españolas. Posteriormente, en 1980, sus restos fueron trasladados al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial donde reposan en la actualidad.


JUAN DE BORBÓN., conde de Barcelona.

(No llegó a reinar)


Juan de Borbón y Battemberg, Juan III, Conde Barcelona, nació el 20 de junio de 1913 en el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Fue el quinto hijo del Rey Alfonso XIII y de Doña Victoria Eugenia de Battemberg.

Sus estudios se vieron interrumpidos por la proclamación de la República en 1931 prosiguiendo su formación de guardia marina en el Reino Unido. Se casó en 1935, en Roma, con Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, Princesa de las dos Sicilias, estableciendo su residencia en la ciudad portuguesa de Estoril. El matrimonio Borbón y Borbón tuvo cuatro hijos: la Infanta y duquesa de Badajos, María del Pilar; el actual rey de España, don Juan Carlos I; la Infanta y Duquesa de Soria, Margarita y el Infante Alfonso de Borbón y Borbón, fallecido en accidente en 1956.

Don Juan De Borbón, Infante de España y Conde Barcelona, fue el heredero de los derechos dinásticos de la Casa de Borbón por la renuncia de sus hermanos Alfonso y Jaime y la abdicación de su padre, Alfonso XIII, en enero de 1941. Por ello y basándose en su posición publicó en 1945, desde Lausana, y en 1947 desde la ciudad portuguesa de Estoril, un manifiesto en el que reclamaba la restauración de la monarquía borbónica en España. Dos años más tarde, y desde Estoril, reiteró la publicación del citado manifiesto.

El régimen del caudillo le mantuvo apartado de los círculos de poder, no siendo reconocidos sus derechos dinásticos al no ser nombrado él como sucesor de Franco en la jefatura del Estado sino su hijo Don Juan Carlos. Este nombramiento supuso un distanciamiento sólo temporal entre Don Juan de Borbón y su hijo.

Tras la muerte del caudillo franquista y la subida al trono de don Juan Carlos, Príncipe de España, Don Juan de Borbón renunció a sus derechos a la Corona Española en favor de su hijo con un emotivo discurso pronunciado en el Palacio de La Zarzuela el 14 de mayo de 1977, dejando constar de manera oficial su renuncia a reinar en España como Juan III en favor de su hijo y de su patria, una nueva España que empezaba a reconstruir una democracia.

En 1978 el Rey Don Juan Carlos le nombró Almirante Honorario de la Armada. El 4 de diciembre de 1988 recibió el título honorífico, por parte del Gobierno, de Capitán General de la Armada.

Don Juan vivió sus últimos años con el orgullo de ver a su hijo hacer lo que él siempre propugnó.

Don Juan no llegó a restablecerse de su enfermedad, un cáncer de laringe contra el que luchaba desde 1980 y que le llevó a la muerte el 1 de abril de 1993.

Recibió el reconocimiento de la sociedad y los honores fúnebres propios de la dignidad de Rey, inhumándose sus restos mortales en el Panteón de Reyes del Monasterio del Escorial.


JUAN CARLOS I.

(1975 - hasta la actualidad).

Juan Carlos Víctor María de Borbón y Borbón, Juan Carlos I, el Rey Paciente, nació en Roma el 5 de enero de 1938. Segundo Hijo de Don Juan de Borbón y Battenberg -Conde Barcelona, hijo y heredero de los derechos dinásticos de Alfonso XIII- y Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans.

Cuando nació Juan Carlos I, España estaba sumida de lleno en la guerra civil que culminaría con la victoria del general Francisco Franco Bahamonde y la instauración de una dictadura en el país que distanciaba mucho una posible restauración monárquica. En 1948, Don Juan de Borbón llegó a un acuerdo con el general Franco para que su hijo don Juan Carlos cursara el Bachillerato en Madrid, llegando ese mismo año el futuro Rey por primera vez a España para iniciar sus estudios.

Acabados los estudios de Bachillerato tuvo lugar el segundo encuentro entre Franco y Don Juan en la que acordaron que don Juan Carlos comenzara su preparación militar en los Ejércitos de Tierra. Mar y Aire.

La tercera entrevista entre el padre del futuro del Rey y el Jefe del Estado español se produjo en 1960 en la que planearon sus estudios universitarios.

El 14 de mayo de 1962, Juan Carlos de Borbón contrajo matrimonio en la catedral ateniense de San Dionisio con Sofía Schleswig Holstein Sondenburg, hija de Pablo I de Grecia y de Federica de Hannover. El matrimonio ha tenido tres hijos: las infantas Elena y Cristina y el príncipe y heredero de la Corona, Felipe.

En julio de 1969 Franco designó a Juan Carlos I como sucesor a la Jefatura del Estado y las Cortes ratificaron el nombramiento y le proclamaron Príncipe de España. Desde entonces, y hasta la muerte de Franco, asumió interinamente las funciones del Jefe del Estado.

El 20 de noviembre de 1975 moría Francisco Franco. Tras ésta, Don Juan Carlos fue ascendido a Capitán General de los tres Ejércitos y dos días después, proclamado Rey ante las Cortes orgánicas y el Consejo del Reino.

La presidencia del Gobierno siguió en manos de Carlos Arias Navarro durante los primeros meses de su reinado. Pero en 1976 el rey, dando muestras de su orientación democrática, nombró para el cargo de presidente del gobierno a Adolfo Suárez al ver dificultoso que Arias encabezara un proyecto de transición pacífica.

Así, el nuevo presidente, Suárez, y el rey fueron los encargados de el encargado de llevar a cabo la difícil tarea de la transición de la dictadura a la democracia; paso que se vio facilitado también por la ley de Reforma Política, la victoria en las elecciones de 1977 de U.C.D. -coalición liderada por Suárez- y de una forma definitiva con la aprobación por parte del pueblo español de una nueva Constitución el 6 de diciembre de 1978.

En enero de 1981 el presidente del gobierno presentó su dimisión y el 23 de febrero cuando la Cortes se reunieron para designar al que sería el sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo tuvo lugar un intento de golpe de Estado protagonizado por el Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero. La intervención rápida y decisiva del Rey y la ausencia de apoyo por parte de amplios sectores del ejército provocaron el fracaso de la intentona golpista.

En 1982, con mayoría absoluta, se hacía al frente del gobierno español el P.S.O.E., siendo nombrado como presidente de España el líder de éste, Felipe González.

Después de haber gobernado cuatro legislaturas seguidas y tras un gran desgaste político propiciado por numerosos casos de corrupción, el Partido Socialista (P.S.O.E.) fue derrotado por el Partido Popular (P.P.) en marzo de 1996, que logró formar gobierno por primera vez con el apoyo de los partidos nacionalistas. José María Aznar, líder del P.P., se convertía en el cuarto presidente del Gobierno de la democracia española. Las elecciones generales de marzo de 2000 volvieron a dar la victoria a José María Aznar, aunque esta vez con mayoría absoluta.

La política exterior del reinado de Juan Carlos I se caracteriza por la recuperación del prestigio internacional de España mediante el ingreso en los organismos multinacionales más representativos como el Consejo de Europa en Estrasburgo (1977), la O.T.A.N. (1982) o el ingreso en la C.E.E. en 1986.

También cabe destacar, a partir de la década de los 80, el importante papel de España en las relaciones con América, protagonismo especialmente reflejado en las Cumbres Iberoamericanas, llegando a situarse entre los países más importantes del mundo en el marco de las relaciones internacionales.

La importancia de España en el exterior va unida también al prestigio internacional alcanzado por el propio Rey don Juan Carlos, quien, después de más de 25 años al frente de la Corona, ha conseguido llevar a cabo la transición pacífica de la dictadura a la democracia, superar un intento de golpe de Estado y consolidar una Monarquía parlamentaria de marcado carácter democrático.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

LOS AMOS DEL MUNDO.

LOS AMOS DEL MUNDO.

El Club de Bilderberg.

Cada mes de mayo una caravana de limusinas negras se dirige hasta el hotel escogido por la organización. En su interior, un centenar de banqueros, jefes de gobierno, economistas, presidentes de multinacionales, académicos y responsables de los medios de comunicación. Todos ellos se encierran durante un intenso fin de semana pocos días antes de la reunión del G8. El sistema de seguridad para proteger a este grupo es tan elitista como sus miembros. Entre ellos, varios agentes de la CIA.

La prensa está prohibida. Nadie informa sobre lo que allí se debate, no hay fotos oficiales. Las reuniones anuales de esta selecta asociación, conocida como Club Bilderberg, se celebran desde 1954 en “una atmósfera de estricto secretismo”. Así las define la mismísima Enciclopedia Británica. Ellos se defienden de las acusaciones de “oscurantismo” alegando que no son “un club secreto, sino privado”.

La última edición de la cumbre de Bilderberg se celebró entre el 15 y el 18 de 2003 en el Hotel Trianon Park de Versalles. La prensa convencional apenas si ha publicado unas líneas sobre el encuentro, a pesar de que la combinación de invitados es más que llamativa y “noticiable”. Para empezar, ¿qué hacen bajo el mismo techo los directivos de France Telecom, la Coca-Cola, The Wall Street Journal, el consejero de Relaciones Públicas de Tony Blair, la Banca Morgan, el gobernador del Banco de Francia y el primer ministro de Dinamarca?

La cosa no queda ahí. Entre los políticos desplazados hasta Versalles también se hallaban relevantes miembros de la Administración Bush como Richard Perle y Paul Wolfowitz; el ex presidente francés Valery Giscard D’Estaing (artífice del proyecto de Constitución Europea), Anna Lindh (la ministra de Asuntos Exteriores sueca asesinada el pasado septiembre), Klaus Schwab (presidente del Foro de Davos) y José M. Durao (primer ministro portugués).

Otras multinacionales y empresas congregadas en Bilderberg 2003 fueron la Danone, la Danish Oil and Gas Corporation y la Heineken N.V.. Entre los representantes de los medios de comunicación, estaban Juan Luis Cebrián (Prisa) y periodistas de Die Zeit, La Republica, Le Figaro y The New York Times.

Poco se sabe de las conclusiones a las que llegaron los citados en Versalles. Sólo algunas filtraciones publicadas por la prensa independiente dejan entrever cierto malestar a causa de la invasión de Irak. Donald Rumsfeld, un ilustre bilderberger, había asegurado el año anterior que no habría guerra. Durante esta edición se hizo sentir la división entre ambos lados del Atlántico a causa del conflicto iraquí. Ello es motivo de disgusto para los padres de Bilderberg, quienes, precisamente, crearon el grupo con el fin de fortalecer el vínculo transatlántico.

"Sumos SACERDOTES del capitalismo".

El príncipe Bernardo de Holanda fue el primero en imaginar “una entidad destinada a fortalecer la unidad atlántica, a frenar el expansionismo soviético y a fomentar la cooperación y el desarrollo económico de los países del área occidental”. Para constituirla, el padre de la actual reina de Holanda contó con el apoyo de la Banca Rothschild, de Rockefeller y de Henry Kissinger, quienes desde el principio forman parte del núcleo fuerte del grupo, al que algunos han bautizado como “los sumos sacerdotes del capitalismo”.

Según los expertos en Bilderberg, el Club funciona según el sistema de círculos concéntricos. Concretamente, esta asociación cuenta con un comité directivo –el Steering Comitte- compuesto por unas cuarenta personas. Éstas escogen a los invitados de la edición del año en curso según la agenda temática prevista. La norma más o menos establecida es que cada uno de los miembros del comité directivo invite a otras dos personas. En total, unas ciento cincuenta personas como máximo.

Los miembros del Steering Comitte debaten sobre los asuntos más discretos. Después, el centenar largo de asistentes celebra otras reuniones de carácter más general. En ninguno de los casos, las conclusiones se harán públicas, aunque en los últimos años se emiten unas notas de prensa finales en las que se enuncian los temas tratados durante el intenso fin de semana. Uno de los más repetidos es el de la energía nuclear. Recientemente, la biotecnología es otro de los asuntos estrella.


También en las última ediciones, la secretaría del Grupo Bilderberg hace pública una lista con casi todos los participantes. Estos no figuran agrupados por delegaciones, sino por orden alfabético, algo que muchos consideran una prueba más de que a la hora de decidir sobre los asuntos internacionales los países cuentan menos que las multinacionales.

En cualquier caso, en la lista oficial no están todos los asistentes, sino que siempre hay algún espontáneo, como Colin Powell, secretario de Estado de EE.UU., quien el pasado mes de mayo recaló en Versalles para informar sobre los progresos en el Irak ocupado. Asimismo, algunos bilderbergers solicitan que sus nombres permanezcan en el anonimato.

En los últimos años algunos medios de comunicación independientes trabajan durante los meses previos a la cumbre para descubrir el lugar del encuentro. Después montan guardia y fotografían cualquier movimiento en los entornos del hotel escogido. Esas imágenes pueden verse en la internet. Otra fuente importante para saber qué se decide en Bilderberg son las filtraciones de los invitados, realmente escasas gracias a la cuidada selección del Steering Committee.

En internet también se encuentran documentos con los nombres de los bilderbergers de las diferentes ediciones. Entre estos aparecen los diferentes secretarios de la OTAN, Giovanni Agnelli (presidente de la Fiat, uno de los principales bilderbergers hasta que falleció hace ahora un año), el norteamericano Steve Case (AOL Time Warner), Karl Otto Pöhl (ex presidente del Bundesbank) y James Wolfensohn (presidente del Banco Mundial.

La nómina de bilderbergers es sorprendente. Por ello, la revista The Economist escribió hace unos años que “cuando alguien hace escala en Bilderberg, ya llegó”. La frase tiene sentido si se tiene en cuenta que Bill Clinton y Tony Blair asistieron a las cumbres poco antes de convertirse en los gobernantes de sus respectivos países. También son sonadas las gestiones de Kissinger y Agnelli para convencer a Berlusconi de la importancia de que el bilderberger Renato Ruggiero fuese nombrado ministro de Exteriores. El último secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, también ha asistido a las reuniones del Club.

Otras supuestas maniobras de los bilderbergers han sido denunciadas tanto por publicaciones de izquierdas como por otras de derechas. Los izquierdistas de Big Issue aseguraban que en la reunión celebrada en Sintra (Portugal) en 1999 se decidió dar carta blanca a Rusia para bombardear Chechenia. Los partidarios de Margaret Thatcher también acusan al Club de haber presionado para conseguir apartarla de la política por oponerse al euro. Curiosamente, el Club de Bilderberg es acusado tanto de nazi como de antisemita, de conservador como de “socialista”.


EN ESPAÑA.

España ha sido una vez sede de un encuentro del Club. En 1989, Felipe González dio la bienvenida al grupo en el balneario pontevedrés de La Toja. En aquella ocasión estuvieron presentes el ex secretario general de la OTAN Lord Carrington, el ministro de asuntos exteriores austriaco, Franz Vranitzky, Jesús de Polanco y Miguel Boyer.

Entre los españoles que han pasado por Bilderberg en alguna de sus ediciones se encuentran Manuel FRAGA, el financiero Jaime de Carvajal y Urquijo (director de Ford España), Rodrigo Rato (vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía), Pedro Solbes (comisario europeo para asuntos monetarios), Matías Rodríguez de Iriarte (vicepresidente del BSCH), Joaquín Almunia (ex secretario general del PSOE), Ramón de Miguel (secretario de Estado para Asuntos Exteriores) y Francisco González (presidente del BBVA).


La elección de las sedes de los encuentros no son aleatorias. Del mismo modo en que no es casual que el Club se reúna poco antes que el G8, es significativo que la edición del 2001 tuviese lugar en la ciudad sueca de Goteborg, donde pocos días después se celebró la cumbre semestral de la Unión Europea. Entre los países que más veces han acogido a los bilderbergers destaca Suecia, Estados Unidos y Canadá. El próximo mes de mayo BILDERBERG celebrará su 50 aniversario.



Los grandes de BILDERBERG.

La composición del Club de Bilderberg es muy variada. Se calcula que un tercio de sus miembros pertenece al mundo de la política y el resto al de las finazas, los medios de comunicación y la industria.

Donald Rumsfeld.

Secretario de Defensa de Estados Unidos con importantes conexiones empresariales. Quien en otro tiempo negociara con Sadam Hussein coincide con otros importantes miembros de la administración Bush en los encuentros de Bilderberg. Richard Perle y Paul Wolfowitz son algunos de ellos.


Reina Sofía.

Reina de España. La esposa del rey Juan Carlos I cuenta con una fundación que lleva su nombre. Esta institución colabora con el proyecto de Muhammad Yunus y sus microcréditos, por el cual se conceden préstamos a muy bajo interés a personas de zonas desfavorecidas. En Bilderberg también se dan cita otros miembros de las casas reales europeas.


Alan Greenspan

Gobernador del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos y ex director de la banca Morgan. La influencia de este organismo en la economía mundial es obvia. También lo es la suya personal, ya que Greenspan ha estado siempre vinculado a los últimos dirigentes conservadores de EE.UU. Entre ellos, Nixon y Reagan.


Juan Luis Cebrián, Consejero delegado del Grupo PRISA y presidente de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE). Quien fuese director de El País es uno de los Bilderbergers más constantes. También son habituales del encuentro los directores de The Washington Post, The Wall Street Journal, La Republica, The Financial Times.


Henry Kissinger.

Ex secretario de Estado de los EE.UU. El Premio Nobel de la Paz en 1973 es acusado de ser responsable de la muerte de cientos de civiles en Laos y Camboya. Asimismo, apoyó el golpe de estado de Pinochet en Chile contra el gobierno socialista de Allende. Este norteamericano, nacido en Alemania, es el fundador de Kissinger Associates, donde hasta hace poco trabajaba Paul Bremer, administrador civil de Estados Unidos en Irak.

David Rockefeller.

Multimillonario. Durante 35 años, este miembro de la dinastía Rockefeller fue el responsable de la Chase Manhattan Bank, además de otros muchos negocios. El fundador de la Comisión Trilateral también desea ser conocido por su labor como mecenas y obras benéficas.


George Soros.

Multimillonario. Este húngaro que se convirtió en una de las principales fortunas del mundo mediante una operación especulativa, se distingue ahora por financiar diferentes proyectos humanitarios a través de la fundación que lleva su nombre. También se ha metamorfoseado en un curioso crítico de la globalización que defiende la “inmoralidad” del mercado.


Esperanza Aguirre Gil de Biedma.

Presidenta de la Comunidad de Madrid. Sorprendentemente, quien fuera presidenta del Senado y ministra de Cultura del Partido Popular es una de las españolas que más a menudo ha participado en los encuentros de Bilderberg. Casada con el conde de Murillo, su patrimonio inmobiliario es muy importante.


OTROS LOBBYS.

La Mesa Redonda de Industriales (ERT).

Miembros: Una cincuentena de industriales europeos que facturan más de 950.000 millones de euros (60% de la producción industrial europea). Destacan los presidentes de Siemens, Bayer, Deutsche Lufthansa, Carlsberg, Renault, Nokia, Fiat, Pirelli, Vodafone, BP, Ericsson y Nestlé, entre otros.


Españoles: César Alierta Izuel, de Telefónica; Alfonso Cortina, de Repsol YPF; José Antonio Garrido, de Iberdrola.

Desconocida por la mayoría de los mortales, este lobby fue creado en 1983 con el objetivo de “representar a los industriales europeos”. Veinte años después, la ERT representa a todos los ciudadanos europeos, ya que sus “sugerencias” y “documentos” son adoptados por los órganos de gobierno comunitarios sin apenas variar una coma. Su poder en materia legislativa es enorme. Tal como denunciaba hace unos meses la revista Opcions –editada por el Centre de Recerca i Informació sobre Consum, CRIC-, algunas decisiones de la Unión Europea han sido tomadas justo después de una reunión de la Mesa Redonda. Entre ellas, destaca un escrito de la ERT de 1985 en el que proponía un plan para eliminar las barreras comerciales en Europa. Un año después, el Acta Única Europea copió el documento de la ERT. Sólo cambió la fecha en que el Mercado Único debía ser una realidad, 1992 en lugar de 1990. La moneda única también fue sugerida por la ERT un año antes del Tratado de Maastricht.

El Foro Económico Mundial de DAVOS (WEF).

Miembros: Jefes de estado, Kofi Annan, Bill Gates, ABB, Audi, The Coca-Cola Company, Manpower, HP, Microsoft, IBM.

Españoles: José María Aznar, Jordi Pujol, Ana Patricia Botín (presidenta de Banesto), Guillermo de la Dehesa (presidente del Centre for Economic Policy Research, antiguo representante del Banco Pastor).


Klaus Schwab, un profesor de Economía suizo, propuso en 1970 la creación de un grupo que reuniera a jefes de estado y dirigentes de grandes empresas para debatir de modo informal sobre cuestiones económicas de carácter mundial. Un año después se celebró en Davos (Suiza) la primera de estas reuniones. Los miembros del Foro pagan 30.000 francos suizos anuales para asistir a los encuentros, que se celebran en enero. En la actualidad, sus protagonismo rivaliza con el del Foro Social Mundial de Porto Alegre.
El movimiento antiglobalización ha hecho que Davos se abra a personalidades y personajes con perfiles muy distintos al de sus fundadores. Entre éstos, destaca la visita de Lula en la pasada edición. También han pasado por Davos la secretaria general de Amnistía Internacional, Irene Khan, y la actriz Julia Ormond. Por todo ello, muchos opinan que Davos se está “banalizando” y temen que acabe convirtiéndose en una especie de Aspen, la reunión a la que acuden desde el jefe de la CIA hasta el presidente de la Time-Warner, y donde los mandamases juegan al tenis y esquían entre charla y charla. Sin embargo, los miembros estables de Davos pueden seguir confiando en su operatividad. Aunque ya se habían reunido en enero 2003, quince días después de que Bush anunciase el fin de las grandes operaciones militares en Irak, se congregaron en Amman para hablar sobre la reconstrucción y, en opinión de muchos, “repartirse el bacalao”.

LA TRILATERAL.

Miembros: Madeleine K. Albright, Henry A. Kissinger, Tyssen, Mobil, Peugeot-Citroën, FIAT, Mitsubishi, Bill Emmot (The Economist), Barclays Bank, Exxon, General Electric, Richard B. Cheney.

Españoles: Trinidad Jiménez (PSOE), Miguel Herrero de Miñón (ponente constitucional, abogado y consultor internacional), Nemesio Fernández-Cuesta (Repsol-YPF), Jaime Carvajal Urquijo (director de la Ford España), Ana Patricia Botín (directora de Banesto, Consejera del BSCH), Abel Matutes, (ex ministro de Asuntos Exteriores, director de Empresas Matutes), Emilio Ybarra (Presidente del BBVA), Pedro Ballvé (Director de Campofrío), Antonio Garrigues Walker (abogado), Mario Vargas Llosa, entre otros.

David Rockefeller, uno de los más destacados miembros del club Bilderberg fundó en 1973 la Comisión Trilateral, porque se sentía “preocupado” por el deterioro de las relaciones entre América, Europa y Japón. Para la fundación de este grupo contó con la inspiración y ayuda del polaco Zbigniew Brzezinski, antiguo asesor de Seguridad Nacional de Jimmy Carter.

Brzezinski se ha vanagloriado de ser el creador de la trampa afgana. Fue él quien instó al gobierno norteamericano a apoyar a los muyaidines talibanes para que combatieran contra los soviéticos. Según él, era una oportunidad única para “que la URSS tuviera su propio Vietnam”. La trampa sigue teniendo consecuencias hoy día, entre ellas la guerra contra el terrorismo inaugurada tras el 11 de Septiembre.
En la actualidad, la Comisión Trilateral congrega a 350 personas del stablishment una vez al año. Los participantes pertenecen al mundo de los negocios, los medios de comunicación, la política internacional y las ONGS.

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