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¿Quien es el Obispo?.

¿Quien es el Obispo?.

AUTOR: León Felipe (1884-1968).

Los políticos hacen los programas, los obispos las pastorales y los poetas los poemas. Pero el poeta habla el primero y grita antes que ninguno la congoja del hombre. El político, después, ha de buscar la manera de remediar esta congoja, cuando esta congoja no está en la mano de los dioses. Si está en la mano de los dioses, interviene el obispo con su procesión de mascarones y da al problema una solución falsa y medrosa.


El poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido. Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué? Pero cualquiera puede denunciar y preguntar. Sí. Pero la denuncia y la pregunta hay que hacerlas con un extraño tono de voz, y con un temblor en la garganta, que salgan de la vida para buscar la vida. Y esto es lo que diferencia al poeta del arzobispo.


El poeta conoce la Ley y quiere sostenerla viva. El obispo conoce la retórica y el rito anacrónico de la Ley: la Ley muerta. Los políticos no conocen más que las leyes. Y las leyes están hechas sólo para que no muera la Ley.


Cuando no hay poetas en un pueblo, el juez y los magistrados se reúnen en las tabernas, y firman sus sentencias en los lechos de las prostitutas.


Cuando no hay poetas en un pueblo (es decir, Ley viva), los obispos (es decir, Ley muerta) celebran los concilios en los sótanos de sus palacios para bendecir la trilita de los aviones.


El obispo o el arzobispo, en este poema, es el jerarca simbólico de todas las podridas dignidades eclesiásticas religiosas; el que hace las encíclicas, las pastorales, los sermones, las pláticas, lleva al templo la política y los negocios de la plaza y afianza bien las ametralladoras en los huecos de los campanarios para dispararlas contra el hombre religioso, contra el poeta que dice:


¿Dónde está Dios? Rescatémosle de las tinieblas
Porque...

Dios que lo sabe todo
es un ingenuo
y ahora está secuestrado
por unos arzobispos bandoleros
que le hacen decir desde la radio:
"Hallo! Hallo! Estoy aquí con ellos".
Mas no quiere decir que está a su lado
sino que está allí prisionero.
Dice dónde está, nada más,
para que los poetas lo sepamos
y para que los poetas lo salvemos.




REPARTO:



La España de las harcas no tuvo nunca poetas. De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos, pero no los poetas. En este reparto injusto, desigual y forzoso, del lado de las harcas cayeron los arzobispos y del lado del éxodo los poetas. Lo cual no es poca cosa. La vida de los pueblos, aún en los menesteres más humildes, funciona porque hay unos hombres allá en la Colina que observan los signos estelares, sostienen vivo el fuego prometeico y cantan unas canciones que hacen crecer las espigas.

Sin el hombre de la Colina no se puede organizar una patria. Porque este hombre es tan necesario como el hombre del Capitolio y no vale menos que el hombre de la Bolsa. Sin esta vieja casta prometeica que arrastra una larga cauda herética y sagrada y lleva sobre la frente una cresta luminosa y maldita, no podrá existir ningún pueblo.


Sin el poeta no podrá existir España. Que lo oigan las harcas victoriosas, que lo oiga Franco:



Tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡Mudo!
¿Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?.

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