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JUVENAL.

JUVENAL.

Décimo Junio Juvenal (60-129 d.C.), originario de Aquino, en Campania, comenzó publicar sus obras satíricas ya en edad madura, hacia el año 100, durante el reinado de Trajano, bajo el cual se relajó el despotismo imperial. Con anterioridad había declamado en las escuelas de retórica.

Escribió dieciséis sátiras, que publicó personalmente en cinco libros. En ellas lanza violentos ataques contra los vicios de la sociedad de su tiempo y contra los abusos de los emperadores anteriores a Trajano, sobre todo de Domiciano. En las últimas sátiras predomina la predicación moral.

Se definía a sí mismo como un castigator morum. Además de los lugares comunes de la censura moralizadora: avaricia, ambición, misoginia, nobleza inepta, etc., Juvenal introduce nuevos elementos para la crítica: el cosmopolitismo de Roma, la degeneración de la cultura, la competencia con los literatos griegos en la captación de benefactores o la proliferación de religiones orientales. Estos elementos surgen más de su moral provinciana que de su escasa ética filosófica.

Juvenal destaca sobre todo por su vigoroso realismo, que desciende hasta los detalles más crueles. Impresiona la pintura de la vida en la disoluta y deshumanizada Roma, la soledad del individuo perdido en medio de una muchedumbre insensible a las preocupaciones ajenas.

Frente a los problemas que critica, sus ideas, teñidas de un ligero estoicismo, son más bien ingenuas: propugna la recuperación de la Roma primitiva idealizada por Cicerón y Tito Livio, el retorno a las aldeas, en las que aún se conservan los valores que hicieron grande a Roma, o la adopción de la vida castrense.

A Juvenal le interesa exponer con crudeza la realidad que caricaturiza; para ello utiliza un lenguaje libre de artificio, que llega a dar impresión de un cierto abandono.


EL RODABALLO (Sat. IV, 37-56)


Cuando el último Flavio laceraba el mundo medio muerto y Roma era esclava de un Nerón calvo, llegó a aguas del Adriático, ante el templo de Venus sostenido por Ancona, la ciudad doria, un rodaballo de tamaño descomunal, que llenó por sí solo la red; colgó de ella, y no era menor que aquellos peces que el hielo meótico aprisiona y que, fundido finalmente por los rayos del sol, suelta en las puertas del Ponto impetuoso, entumecidos por la inactividad y gordos por los fríos prolongados.

El patrón de la barca y dueño de la red destina esta captura monstruosa al Sumo Pontífice. Pues ¿quién se habría atrevido a exponerla o a adquirirla, si en la misma playa pululan los delatores? Apostados en todas partes los rastreadores de la costa discutirían con el marinero todavía sin ropa: no dudarían en afirmar que se trata de un pez fugitivo, metido desde siempre en los viveros imperiales, de donde se había escabullido; debía, pues, volver a su dueño primitivo. Si hemos de dar crédito en algo a Palfurio y a Armilato, todo lo que en el mar haya de bello y de conspicuo pertenece al Fisco, dondequiera que nade. Le será, pues, entregado este pez, para evitar que se pierda.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

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