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(2) historia y leyendas.

La papisa JUANA ¿existió?.

La papisa JUANA ¿existió?.

Durante el siglo XIII el cronista dominico Juan de Mailly recogió — y difundió extraordinariamente— la historia de una mujer llamada Juana que había calzado las sandalias del pescador Pedro. De acuerdo con el relato, Juana era de origen oriental y, para evitar ser violada, se había disfrazado de hombre. Oculta tras tan peregrino atavío, Juana había conseguido llegar a Roma donde se abrió camino pronto dada su extraordinaria erudición. La época —según algunos autores hacia 1100, según otros en el 855 después de la muerte de León IV— se caracterizaba por una crisis creciente de la diócesis de Roma. En esa época, la elección papal seguía dependiendo de las votaciones de todos los fieles de la ciudad y, precisamente por ello, venían determinadas por las corruptelas de las grandes familias romanas. No resultaba inhabitual que los reinados papales resultaran efímeros y que incluso los papas fueran depuestos para proceder a la entronización de un miembro de una familia rival. Sin embargo, tampoco era excepcional que el pueblo se hartara de las intrigas de la aristocracia romana y procediera a elegir a un tercero.


Precisamente, Juana habría sido elegida en uno de esos momentos de debilidad de las familias más relevantes de la Ciudad Eterna. El motivo habría sido su bien conocida fama de santidad y erudición. Al parecer, la elección de Juana —por supuesto, con el nombre de Juan— fue seguida por un período inicial de reinado caracterizado por la placidez. Si, finalmente, el resultado fue distinto se debió a la incapacidad de Juana para mantenerse en la continencia. Aventurera a fin de cuentas y dudosamente piadosa, la papisa se convirtió en amante de un oficial. Así, al cabo de poco más de un año de su elección, descubrió con espanto que se encontraba encinta. Los largos hábitos, las vestiduras holgadas y, muy especialmente, lo poco imaginable que resultaba pensar en un Papa embarazado sirvieron para que Juana ocultara su estado durante la gestación.

Quizá incluso hubiera podido dar a luz en secreto y después ocultar a la criatura pero no tuvo esa fortuna. Cuando se hallaba presidiendo una procesión le sobrevinieron los dolores de parto. Intentó sobreponerse pero, sin poder evitarlo, dio a luz. La reacción de la muchedumbre fue, primero, de sorpresa y luego, de cólera. Para algunos se trataba de una manifestación diabólica; para otros, de una profanación repugnante. Antes de que se pudiera impedir, la turba se lanzó encolerizada sobre Juana y la despedazó. De esa manera terminó con la impostora. Hasta aquí llega el relato sobre la papisa Juana. Sin embargo, resulta obligado preguntarse por la base de verdad que haya podido tener.

De entrada debe señalarse que durante la Edad Media, y precisamente por influjo de Juan de Mailly, fue creído como un episodio verídico. Sin embargo, actualmente parece obvio que la historia de la papisa no pasó de ser una leyenda. ¿Dónde se originó? La respuesta de la crítica histórica apunta a la iglesia ortodoxa y, muy posiblemente, a la bizantina. Las primeras fuentes sobre la papisa Juana parecen haber sido redactadas en griego y recogen multitud de datos que hacen referencia a un contexto situado en Europa oriental. Incluso existen bastantes posibilidades de que el relato surgiera en alguno de los monasterios ortodoxos.


El relato inicial —posiblemente no más que una novela— intentaba vilipendiar al odiado cristianismo latino. Éste no sólo preconizaba una institución tan contraria a la ortodoxia como el papado sino que además había permitido que ésta fuera encabezada por una mujer, un dato que la ortodoxia —mucho más misógina que el catolicismo— encontraba especialmente repugnante. El relato pudo pasar a occidente en la época de las cruzadas precisamente cuando se produjo un contacto muy estrecho —y no pocas veces violento— entre la cristiandad occidental y la oriental. Su difusión se debió a los dominicos precisamente en una época en que la orden estaba siendo cuestionada por su entrega a la filosofía. Muy posiblemente, en su extensión pesaron tanto el deseo de criticar los excesos del papado como la ignorancia histórica. De hecho, de Mailly no logró fijar bien la cronología del episodio como tampoco hicieron otros después de él.


Sin embargo, la historia iba a mantenerse con el paso del tiempo. Para los opositores a las familias romanas, los partidarios de las tesis conciliaristas y los defensores de una reforma eclesial resultaba especialmente útil aquel relato que mostraba la necesidad de limitar las corruptelas que afectaban a la corte papal. Paradójicamente, el protestantismo no haría uso de la historia, en parte, porque no la consideraba fundamentada y, en parte, porque sus ataques contra el catolicismo no procedían tanto del análisis histórico cuanto de la utilización de la Biblia.


Al final, la leyenda de la papisa Juana volvió a ser reutilizada por laicos y anticlericales durante los siglos XVIII y XIX e incluso por los defensores de sistemas totalitarios en el s. XX. Ahora se añadía el detalle escandaloso —pero falso— de que todos los pontífices eran objeto de un tacto testicular antes de proceder a su coronación. La leyenda pretendía así —como en la Edad Media— imponerse a la Historia pero sus días de credibilidad estaban contados.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

El Dorado.

El Dorado.

Después del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492, numerosos aventureros y soldados españoles, los conquistadores, se lanzan a la conquista del nuevo continente, atraídos por su fama de inmensa riqueza, apoyados en el mito de El dorado.

Perú, cuyo subsuelo estaría, según se dice, repleto de oro, ejerce una fascinación extraordinaria sobre estos hombres ansiosos por enriquecerse. Además, la magnitud de los botines de Hernán Cortés en México y de Pizarro en el Perú parece confirmar la idea de que ese reino existe realmente.


El cacique de Guatavita.


El mito de Eldorado encuentra su origen en la leyenda del "hombre dorado". El cronista e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo sitúa la primera aparición oficial de esta leyenda en 1534. Sin embargo, hacía varios años ya que los españoles escuchaban insistentes rumores sobre ese reino, situado en alguna parte al interior de las tierras.

El mito de Eldorado encuentra su origen en la leyenda del "hombre dorado". El cronista e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo sitúa la primera aparición oficial de esta leyenda en 1534. Sin embargo, hacía varios años ya que los españoles escuchaban insistentes rumores sobre ese reino, situado en alguna parte al interior de las tierras.


Los indios chibchas, nativos de Cundinamarca, el "país del cóndor" (la actual Colombia), celebran cada año una extraña ceremonia. Durante esta ceremonia un cacique, o sea, un soberano local, se unta de grasa de tortuga y de polvo de oro y luego camina, resplandeciente, en medio de sus súbditos, que cantan su alegría y baten tambores. El rey y los nobles suben a una piragua y en medio del lago Guatavita lanzan oro y esmeraldas como ofrenda a los dioses. Finalmente, el cacique se sumerge en el lago y reaparece en medio de un estallido de aplausos.

Así nace la leyenda del "hombre dorado" llamada luego, simplemente, El Dorado, supuesto rey de un país mágico. Pero, a lo largo de los años, el mito sigue modificándose y Eldorado -en una sola palabra- se convierte en el reino mismo del oro, cuyas calles están pavimentadas con pepitas y donde casas y objetos están cubiertos con metales preciosos.

El primero en lanzarse a la búsqueda de Eldorado es un hombre cruel: el alemán Ambroise Alfinger. Financió sus expediciones, entre 1529 y 1538, vendiendo indios marcados con fuego como esclavos en Santo Domingo.

Al salir de Coro, Venezuela, sube por el río Magdalena, masacrando a su paso varias tribus indígenas, con el fin de aplastar cualquier intento de rebelión. pero, extraviado y con su tropa dispersa, Alfinger debe abandonar su búsqueda, despúes de varios años de esfuerzos infructuosos, cuando se encuentra apenas a algunas decenas de kilómetros de Cundinamarca. Durante un violento enfrentamiento con los indios, recibe en el cuello un flechazo envenenado y muere al poco tiempo.


Este fracaso no disuade a los demás conquistadores. Uno sólo, sin embargo, alcanza el éxito: el español Gonzalo Jiménez de Quesada, un antiguo abogado fascinado por la aventura, que recibió del biógrafo Germán Arciniegas el sobrenombre de "el caballero de Eldorado". Después de un largo y difícil periplo, durante el cual sus hombres son acosados por los indios y consumidos por las fiebres tropicales, penetra en enero de 1537 en Cundinamarca y conquista la capital, Bogotá. Encuentra, efectivamente, oro y diamantes, pero nada que se parezca a las inagotables reservas que el reino del oro poseía supuestamente.

Esta desilusión convence a los conquistadores de que Eldorado se encuentra en otro lugar. Por ello, se dirigen en vano al este, hacia el Orinoco y las Guyanas (1559-1569). A pesar de los fracasos, el sueño de Eldorado sobrevive todavía en el siglo XVI. Los maravillosos relatos del explorador inglés Sir Walter Raleigh contrubuyen a propagarlo en elos siglos XVII y XVIII; incluso Voltaire sitúa ahi una aventura de Cándido.


El fin del mito.

La leyenda muere definitivamente a principios del siglo XIX, a manos del sabio aleman Humbolst. A petición de los españoles, que todavía creen en Eldorado, explora los valles del Apure y del Orinoco. Sus apuntes topográficos, de gran precisión, no dejan ninguna duda: Eldorado no existe.

En 1594, unos arqueólogos colombianos establecen que un meteorito cayó hace miles de años en las aguas del lago Guatavita. La ceremonia del "hombre dorado" conmemoraba, tal vez, ese acontecimiento, junto con rendir homenaje a un dios que se supone descendió al fondo del lago. Y los conquistadores españoles, pagando el precio de grandes sufrimientos, tal vez no hicieron más que perseguir una estrella fugaz, apagada hace siglos.

Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

Los Incas.

Los Incas.

A lo largo de toda la cordillera andina, iluminado por el sol, la tupida y extensa vegetación y la sugestiva presencia de los insondables riscos que incluso hoy continúan cautivando el ánimo, se alzó imponderable, a 3.400 metros de altitud, Tahuantisuyo, o el más conocido Incario (país de los Incas). Esta impresionante región que se extendía a lo largo de toda el área cultivable de los andes peruanos y parte de Colombia fue la patria y el signo de identidad de la que probablemente haya sido una de las sociedades primitivas más considerables y también complejas de las que se tiene conocimiento.


Los Incas eran una civilización extensa y abundante. Se expandieron a lo largo de toda la zona costera de la cordillera andina y habitaron incluso las más inaccesibles zonas de la sierra donde fueron precursores de un sistema agrario que les permitía el asentamiento permanente en lugares donde el cultivo era complicado la mayor parte del año. El regadío se realizaba con agua de lluvia recogida y racionada de forma ingeniosa, de manera tal que la cosecha resultaba siempre fructífera y abundante en cualquier época, proporcionando así una calidad de vida altamente razonable para una sociedad que no hubiera podido comprender ni por somero acercamiento ninguno de los adelantos del mundo moderno.


Desde luego, los Incas no eran populares entre sus contemporáneos precisamente por su forma de cultivar la tierra o almacenar recursos para las temporadas difíciles, aunque es lógico que estos adoptaran aquellas costumbres. Si algo fue lo que hizo que los Incas fueran los insignes soberanos del histórico Incario fue su capacidad para asimilar culturas y conquistarlas en la mayoría de las veces de forma atemperada y pacífica. Aunque desde luego eran temidos por el carácter que sus hordas desencadenaban en los ataques, estos no se manifestaban a no ser que la posible absorción o integración de una cultura o civilización por parte del incipiente imperio resultase un problema para la expansión natural de este. El verdadero poder Inca residía pues en la forma de conquistar otros pueblos o culturas, que no era otra que una inteligente maniobra de carácter político y prácticamente comercial en la que se ofrecía el beneficio del sustento, de la administración pública y la ley mediante el pago de los impuestos correspondientes al soberano Inca. Este era el poderoso por excelencia, el jefe de estado, emperador y absoluto juez de la sociedad. El Inca, el soberano señor, al igual que los faraones del antiguo Egipto, era adorado como un dios. Se sometían a él todos los miembros de la sociedad, se le idolatraba y se le servía como único amo y señor. Al igual también que los faraones, sólo los individuos más presentes en la vida de este, familiares principales, sacerdotes y personajes de la alta nobleza, tenían la licencia de hablarle y estar en su presencia, siempre y cuando, estos tuvieran la delicadeza de mantener sus ojos a una altura prudencialmente baja y no elevar jamás el tono de su voz por encima de la suya. Las riquezas que rodeaban al Inca o soberano bien pudieran haber dado pie al primer escalón en la leyenda de “El dorado”, ya que tanto su residencia como su vestimenta, adornos personales o el trono o silla en la que se le transportaba, estaban fabricados exclusivamente de oro, dado que este era el metal más codiciado por los Incas y se conocía que era este una manifestación natural de los dioses.

Aunque menos ataviados, también eran importantes los papeles sociales y de ostentación de miembros Incas como la Coya o esposa oficial del soberano, los sacerdotes, los nobles e incluso las cientos de concubinas que formaban el cortejo del señor. Todos tenían la obligación de vestir y vivir habitualmente de forma ufana con intención de magnificar la importancia del soberano ante la sociedad Inca. Esta condición de vida venía impuesta por una forma jerárquica de entender la estructuración de clases. Socialmente, la figura preponderante era, como ya hemos dicho, la del Inca, en cuyas manos se encontraba el máximo poder terrenal y a su vez la vía de unión entre lo divino y lo humano mediante su persona. Esto permitía, a parte de procurar una perpetuidad dinástica y un control político, religioso y social absoluto, proteger al soberano de posibles conspiraciones que un mero hombre tendría si tuviera sobre sí tal magnitud de poder sin ser rodeado de un cierto halo de divinidad. Nadie jamás se atrevería a poner una mano sobre un dios vivo en una sociedad de ética tribal o no desarrollada (recordemos que esta falta de divinidad fue la causante de los muchos asesinatos a soberanos que tuvieron lugar en la república de Roma). Así, de esta forma, la estructura social se aposentaba sobre bases firmes e inamovibles y el control del poder quedaba asegurado. Inmediatamente después, en la escala jerárquica Inca, seguía la presencia de la Coya o esposa del emperador, como ya hemos comentado antes. La nobleza se dividía en cuatro grupos: consanguínea o parientes del soberano, los nobles destacados de la vida cotidiana y que formaban la corte Inca, los nobles feudales o provinciales (pequeños soberanos de ciertos territorios que formaban los pueblos absorbidos) y los nobles que se habrían ganado este derecho por ser importantes miembros de la sociedad, ya sea por méritos sociales o militares. La casta sacerdotal era, al igual que en los egipcios, de vital importancia y constituía una nobleza a parte, disponiendo de grandes privilegios económicos y de independencia política. Los miembros de la casta sacerdotal pertenecían en sus más altos cargos a la nobleza consanguínea; por ejemplo, el Huillacomo o sacerdote principal pertenecía siempre a la familia directa del señor Inca y la gran mayoría de los Ichori o sacerdotes tenían algún rasgo en común con el monarca. Los “chamanes”, médicos o magos (en lengua quechua Omos) y los Achis o astrólogos pertenecían casi siempre a la nobleza o se habían ganado la posición a base de un arduo trabajo y mucho sacrificio personal. Por debajo de todos estos se encontraban las Acllas que eran vírgenes escogidas desde muy jóvenes como futuras concubinas del soberano. La escala social se cierra con el pueblo llano (campesinos en su mayoría) y los llamados Yanacunas, una especie de subordinados o sirvientes que realizaban las peores tareas y los cuales no disponían de ningún tipo de derecho ni consideración.

Los Incas comenzaron a construir su historia hacia el año 1200 D.C. conquistando y asimilando pueblos. Se consolidan como imperio unos doscientos cuarenta años después y perfilan como su “meca” particular la que hasta entonces había sido la capital del estado Inca y después capital del imperio “Cuzco”, que aún hoy sigue siendo de visita indispensable para el viajante en busca del insondable pasado. Desde esta capital se controla y se administra el imperio. Los ciudadanos Incas no pueden trasladarse de una región Inca a una anexionada sin una orden explícita (hay que tener en cuenta que hablamos de una extensión gigantesca que comprende parte de tres países aparte de Perú), comienza el control militar por regiones, la enseñanza del Runasimi o doctrina religiosa, la diferencia entre la ley política y la religiosa y empiezan a moverse los engranajes de la recaudación de impuestos.

Las leyes políticas y de estado Incas eran realmente duras; aunque se permitían ciertas licencias delictivas con respecto a la política religiosa, el estado era extremadamente cruel con los delitos materiales, la agresión, el falso testimonio o el asesinato y las penas podían ser realmente duras, finalizando siempre con la muerte del reo en cuestión. Los castigos para delitos de guerra eran terminantemente fatales, si bien es cierto que, como ya hemos comentado, sólo se llegaba a este límite en caso de que la anexión de una civilización fuera imposible mediante la “compra” legal de la misma o ante una amenaza de rebelión. No obstante para el completo control de las provincias o pueblos adquiridos se instalaban en las principales capitales una especie de embajadas que comprendían una administración estatal y una representación religiosa en la mayoría de las veces en forma de templo. También se formaban delegaciones (los llamados Mitmas) que se comprendían de grupos de personas o familias que eran enviadas a ciertas provincias como presencia puramente Inca, como sanción o para un mayor control sobre estos feudos que se consideraban quizá conflictivos.

La religión Inca era politeísta pero distanciaba ligeramente de sociedades como las indoeuropeas en un mayor pragmatismo de sus creencias. No nos encontramos pues con dioses representativos de cada uno de los aspectos de la naturaleza o la vida a los que recurrir para una calidad moral de vida o una ética de comportamiento estricta o no; el panteón Inca se complementa con dioses del día a día a los que se hacían continuos sacrificios y a los cuales entregaban la custodia del bienestar. La existencia de los dioses Incas no es moral, aunque propone una ética de comportamiento, si no más bien material, en la que los dioses juegan un papel altamente importante en la alimentación diaria, en la higiene y en la salud. Entidades divinas como Illapa, dios de la lluvia y su esposa Pachamama, diosa de la tierra, eran mencionados continuamente en la vida diaria de los Incas bendiciendo los alimentos, el agua o la ropa que se usaba habitualmente antes de comenzar las labores propias de cada día. Inti, dios del sol era el mediador de los demás dioses y portador de las buenas cosechas y de la natalidad entre otras. Esto nos lleva a comprender como para estas gentes resultaba más positivo vivir cada día y alimentarse sin problemas, que los posibles castigos morales o éticos que impondrían los dioses; para estos menesteres los Incas confiaban más en el estado y en su soberano, en línea directa con la divinidad y cuyos castigos se cumplían más a ciencia cierta que los de los dioses.


La muerte componía una parte importante de la cultura Inca. El culto a los dioses iba unido habitualmente al culto a los muertos, creencia heredada de las antiguas tribus primitivas y mantenida a través de los siglos. Creían que después de muertos la vida continuaba de la misma forma que había transcurrido aquí y que cada uno de los miembros pertenecientes a la sociedad seguía cumpliendo sus funciones después de muerto. No es de extrañar, según estas creencias, que las momias andinas encontradas por los arqueólogos se encuentren vestidas con sus mejores galas, con sus enseres personales y con comida y bebida suficientes para un viaje que se antojaba largo y que desembocaría en una especie de “despertar” al “otro lado”, lugar en el que seguirían cumpliendo exactamente con las mismas funciones que en la vida terrena. Para mantener una apariencia digna y poder llegar entero al mundo de los muertos, se embalsamaba el cuerpo con la intención de conservarlo para el viaje. Se utilizaban hierbas, ungüentos y lociones destiladas exclusivamente con este motivo y, dependiendo de su condición social, se les enterraba, bien en pequeñas cavidades excavadas en la tierra, bien en pequeñas construcciones en forma de torre; aunque también es cierto que los grandes señores se hacían construir enormes mausoleos con la intención de mantener su condición social por encima de los anteriores señores una vez llegados a la otra vida.

Cuando los españoles desembarcaron en Perú hacia 1528 las diferencias sociales eran extremadamente notables entre los nobles y el pueblo, ya que los anteriores pretendían que estos últimos no alcanzaran nunca conocimientos suficientes como para encabezar algún tipo de rebelión y echar abajo el poder que tanto esfuerzo, consideraban, les costaba mantener. Este disgusto social de las castas más bajas probablemente fue una de las razones decisivas para la aniquilación tan rápida de un imperio tan sumamente grande como este, ya que sociedades más pequeñas que esta no sucumbieron tan rápidamente a la conquista de los españoles. Si juntamos las diferencias políticas internas entre Atahualpa (el último soberano Inca) y su gobierno, dividido entre sus acérrimos y sus detractores unidos a su hermano Huascar, con el malestar social y la presunción (con continuas guerras y cismas internos), se comprende la facilidad que encontró Pizarro en 1532 para llegar a Cajamarca y derrotar de un golpe a un cansado y somnoliento imperio que cayó como un pájaro en pleno apogeo de su cultura, una extraordinaria cultura que quedará para siempre guardada en el baúl de la eternidad.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

La segunda REPÚBLICA española.

La segunda REPÚBLICA española.

EL PAÍS SE ACUESTA MONÁRQUICO Y SE LEVANTA REPUBLICANO.

Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en un romance infantil".

Antonio Machado dedicó estos versos a la llegada inesperada de la República el 14 de abril de 1931. En 36 horas el reinado de Alfonso XIII llegaba a su fin. En apariencia fue un proceso rápido, limpio, incruento e imprevisto. Sin embargo, la monarquía estaba podrida.

El sistema ideado por Canovas en el siglo XIX ya estaba obsoleto antes de que la dictadura de Primo de Rivera, con la anuencia del rey, la aparcara en 1923. Ocho años después,su oferta, basada en un sistema liberal-pseudoparlamentario que sabía a viejo e inútil, no podía competir con el atractivo de una República democrática que aspiraba a transformar el país.

Las elecciones del 12 de abril suponían para el régimen un paso más en su vuelta a la normalidad de antes de la dictadura. Sin embargo, para las fuerzas republicanas eran una prueba de fuerza, una consulta sobre la forma de Estado. La ganaron, los resultados de los comicios fueron un mazazo para los monárquicos. Sólo ganaron en 9 de las 50 capitales de provincia.


El desconcierto se apoderó de las clases dirigentes. Así, el almirante Aznar, entonces jefe de Gobierno, no lo veía nada claro. ’¡Qué quieren que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano!’, declaró ante la prensa. Otros, como Romanones, proponían la renuncia del rey. Mientras, las calles estaban llenas de gente que vitoreaba a la República.

Por su parte, el comité revolucionario republicano se hallaba reunido en casa de Miguel Maura. Habían invitado a que el Gobierno se sometiera a la ’voluntad nacional’, pero creían que el cambio no llegaría hasta la celebración de unas Cortes Constituyentes. Pero, como dijo el propio Maura, ’fue la calle la que se encargó, por si sola, de aclarar las cosas, marcando el rumbo a los acontecimientos’.

La monarquía estaba herida de muerte y la puntilla vino de un flanco inesperado: la Guardia Civil. Su director, el general Sanjurjo, proclamó su adhesión a la República, que ya tenía un Gobierno Provisional. Eibar fue la primera ciudad donde se izó la bandera tricolor. Solo faltaban la renuncia y marcha de Alfonso XIII. En un cuarto de hora se agolparon dos acontecimientos clave: el rey comenzó su exilio dirigiéndose a Cartagena y Alcalá Zamora, Azaña y el resto de los nuevos ministros entraban en el ministerio de la Gobernación. Había nacido la Segunda República.


LAS FECHAS.

1931-1933

El Gobierno provisional salido de las Cortes Constituyentes conduce a la República hasta la proclamación de la Constitución el 9 de diciembre. Tras la elección de Alcalá Zamora como Jefe de Estado, Manuel Azaña forma el gabinete más longevo de toda la corta historia republicana. Es la República reformista, la que onstruye más de 10.000 escuelas, inicia la reforma agraria y dota de un estatuto de autonomía a Cataluña. También es la República que sufre varias insurrecciones, ahoga el golpe de Estado de Sanjurjo y se enfrenta a la Iglesia. Esta etapa finaliza cuando, en septiembre de 1933, Alcalá Zamora fuerza la dimisión de Azaña. Tras dos gabinetes fallidos, el presidente disuelve la cámara y se convocan nuevas elecciones.

1933-1935

A finales de 1933, se celebran las segundas elecciones legislativas republicanas. Son unos comicios históricos, por primera vez pueden votar las mujeres. Los resultados muestran un giro radical del panorama político. La CEDA, una coalición de partidos de derechas de dudosa lealtad a la República, se convierte en la primera fuerza de un Parlamento muy fragmentado. Los radicales de Lerroux, apoyados por los cedistas, forman varios Gobiernos efímeros hasta octubre de 1934. Entonces, surge la Revolución auspiciada por el PSOE en Asturias y, en Cataluña, Lluis Companys proclama el Estado Catalán. La reacción orienta aún más al Régimen, que ya había paralizado muchas de las reformas del primer bienio, a la derecha. El descrédito del Partido Radical por el escándalo del ’estraperlo’ y la desconfianza de los republicanos a las intenciones de Gil Robles llevan a la disolución de las Cortes el 7 de enero de 1936. A la República le quedaban seis meses de existencia ’pacífica’.


1936

El 16 de febrero de 1936 se celebran nuevas elecciones, motivadas por escándalos financieros políticos, concurriendo dos bloques. El Frente Popular, que agrupaba a la izquierda republicana y a los partidos obreros, gana las elecciones y promueve el cese de Alcalá Zamora como presidente de la República. Le sucede Azaña y Casares Quiroga se encarga del Gobierno.

La escalada de violencia por parte de exaltados de izquierdas y de derechas caracteriza esta etapa, donde destaca la quema de iglesias y conventos y la barbarie callejera falangista. En julio se produce el levantamiento militar y arranca la Guerra Civil.

UN RÉGIMEN REFORMISTA.

La República llegó en primavera. De repente, y sin mediar sangre, en tan solo 36 horas sustituyó a la monarquía. Un día y medio para la historia. Conocidos los resultados de las elecciones municipales, Alfonso XIII renunciaba al trono y abandonaba España. Había nacido, en medio del clamor popular, la Segunda República.

Herederos del espíritu regeneracionista del 98, los políticos del Gobierno provisional accedieron al poder con intenciones reformadoras acordes con su vocación intelectual.

’La República aspira a transformar fundamentalmente la realidad española hasta lograr que España sea una auténtica democracia. Y no lo será mientras la mayoría de sus hijos, por falta de escuelas, se vean condenados a perpetua ignorancia ’. Así rezaba uno de los primeros decretos del Gobierno provisional. Lo tenían muy claro. Se proponían cambiar España de arriba a abajo y para ello se le declaró la guerra al analfabetismo.

Entre 1931 y 1936 (principalmente durante el primer bienio) el nuevo régimen emprendió un colosal intento de modernización social basado en el principio ’escuela para todos’. La educación y la cultura fueron asuntos de Estado para la República. El espíritu de renovación pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y de la Residencia de Estudiantes guiaba los pasos de las políticas republicanas en estos ámbitos. Así, el 12 de junio de 1931 un Decreto regulaba la creación de 27.000 escuelas de primera enseñanza. Tan sólo un mes después ya se habían construido 3.500. Otra medida histórica fue la creación de una licenciatura en Pedagogía, las giras de las misiones pedagógicas o la formación de nuevos profesores.

Por supuesto, la accidentada vida de la República no permitió que ésta y otras reformas fueran llevadas a cabo en su totalidad. Su intento, sin embargo, ya ha pasado a la historia con letras de plata.

El republicanismo gallego HOY, 14 de abril de 2005.

Los republicanos gallegos son pocos, concentrados sobre todo en torno a Vigo y A Coruña, pero tenaces y optimistas. Saben que los vientos no soplan ni mucho menos a favor, en tiempos en los que parece casi imposible navegar contracorriente. Aún así, estos utópicos, en su mayoría vinculados a la izquierda estatal, confían en ver algún día la III República Española.

¿Qué queda hoy en Galicia del sentimiento republicano de abril de 1931, cuando las candidaturas monárquicas fueron estruendosamente derrotadas en todas las urbes menos en Lugo? «Poco, muy poco. La conciencia republicana es muy escasa. Y es lógico porque no se fomenta nada esa idea, genuinamente democrática, ni desde los medios de comunicación ni desde la Administración. No hay ningún intento de introducir esos ideales en la enseñanza ni nada», afirma el presidente del Ateneo Republicano de Galicia, Carlos Echeverría, un abogado de A Coruña, el principal bastión de este movimiento en la comunidad autónoma.

«REPUBLICANOS GALEGOS».

Bajo el amparo de toda la tradición liberal coruñesa, desde Porlier hasta Casares Quiroga, ese Ateneo suma desde su constitución hace dos años y medio unos 300 socios, entre los que destaca el alcalde, Francisco Vázquez. Pero no es el único político, pues en la directiva hay, por ejemplo, un cuadro del BNG, partido que sin embargo no se define republicano en su ideario político. «O Bloque aposta polo estado plurinacional en España, sen máis», explican fuentes del BNG. De todos los colectivos que integran el frente sólo uno se declara abiertamente republicano, Esquerda Nacionalista, el partido de Beiras, pero no lo hace para implantar esa forma de Estado en España, sino en una hipotética Galicia independiente. «O sentimento republicano probablemente sexa maioritario no BNG», concluyen las citadas fuentes.

DISIDENTES EN EL LUGO MONÁRQUICO.

En donde los partidarios de la bandera tricolor –roja, amarilla y morada– son más minoritarios es en la provincia de Lugo, convertida por el Rey Juan Carlos en ducado del que es titular su hija Elena. Hay quien ve en esa decisión del monarca un premio a la ciudad de la muralla por haber sido en abril de 1931 la única urbe de Galicia –y de las pocas de España– que le dio la mayoría absoluta a las candidaturas monárquicas, en unas elecciones que abocaron a Alfonso XIII al exilio. «Esta siempre fue una provincia agraria y de derechas, aunque tampoco creo que se pueda decir que es monárquica», afirma Andrés Páramo, miembro del Ateneo Republicano. «Desde luego en Lugo llevaría mucho tiempo recomponer la conciencia republicana. En A Coruña sería más fácil», explica el presidente del Ateneo Republicano de Galicia, Carlos Etcheverria.

Aunque marginal, el republicanismo en Galicia no se agota en el Ateneo Republicano. Existen otras asociaciones, como los Amigos de la República de Redondela y diversos núcleos en ciudades como Lugo y Ferrol, además de Vigo, donde está implantada, aunque sea mínimamente, Izquierda Republicana, partido integrado en Izquierda Unida y que intenta implantarse en Galicia de la mano de un estudiante del campus ourensano. Hay también destacados representantes de la vida intelectual gallega fieles a la idea de que el jefe del Estado sea elegido por el pueblo, como Isaac Díaz Pardo, propietario de Sargadelos, o el profesor Xesús Alonso Montero.




La primera CONSTITUCIÓN DEMOCRÁTICA de ESPAÑA.

Cuando llega la República, en España aún seguía vigente, al menos en teoría, la Constitución de Canovas, el viejo’cheque en blanco’ de corte liberal que había quedado en suspenso bajo el mandato de Primo de Rivera. Cuarenta años después de su entrada en vigor, aquél texto no servía. Completamente obsoleta, era papel mojado para los horizontes democráticos y reformadores del nuevo régimen.

Hacía falta una nueva ley máxima republicana y democrática. Tras un acalorado debate -se prolongó durante varios meses y trajo consigo las dimisiones de Alcalá Zamora y Maura- en las Cortes Constituyentes, fue aprobada el 9 de diciembre de 1931. Había nacido la Constitución de la República Española, la más avanzada de su tiempo, que contemplaba el divorcio y el voto de las mujeres. Estos son sus principales rasgos:

Una República de trabajadores. El artículo 1 definía España como una república de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y justicia. Este artículo, muy discutido, daba al nuevo régimen un barniz ligeramente socialista que sólo sirvió para asustar a la derecha.

Estado Integral. Esta denominación ambigua contenía una fórmula de organización territorial que eludía el federalismo explícito, pero abría la puerta a las autonomías.

Una sola Cámara. Se rompía así la tradición bicameral del país prescindiendo del Senado. Sin embargo, el Congreso salía reforzado con la facultad de destituir al Jefe del Estado, el presidente de la República.

Un jefe de Estado con un mandato de siete años. El presidente de la República era elegido de forma mixta por los parlamentarios y a través de unos compromisarios elegidos por sufragio universal. Así, era responsable ante el Parlamento y los electores.

Libertad de cultos y Estado laico. Uno de los puntos más polémicos. La República se declaraba laica, prohibía a las ordenes religiosas ejercer la enseñanza y desvinculaba al Estado de la financiación de la Iglesia. Significó una ruptura radical y un foco de tensiones en un país donde el altar era más importante que el trono.

Sufragio universal de verdad (incluía a las mujeres). La Constitución disponía que todos los ciudadanos de más de 23 años tenían el derecho de votar. Este precepto, indiscutible hoy en día, supuso una revolución en su momento: las mujeres podían votar.

Los SÍMBOLOS del nuevo RÉGIMEN.

El DECRETO del 27 de abril de 1931 instituía la bandera tricolor como enseña oficial de España, incorporando el morado a los tradicionales rojo y gualda. 

La República nació rodeada de ilusión. Su llegada era deseada como un soplo de aire fresco. Decir República era decir renovación y ruptura. De ahí que los símbolos del régimen, el himno y la bandera, no pudieran ser los mismos que los de la monarquía. Como bandera se escogió la tricolor y el centenario Himno de Riego sustituyó a la Marcha Real. Así, se rompía con el pasado monárquico y, a la vez, se homenajeaba a la tradición liberal-democrática del siglo XIX.

En la elección del Himno de Riego influyó sobremanera Manuel Azaña. El futuro presidente de la República quería homenajear así a los liberales del siglo XIX. Este himno había sido oficial de 1820 a 1823, durante el trienio liberal. Muchas son las letras que han acompañado a su música, desde la original decimonónica, hasta una composición de Antonio Machado. La versión más recordada es la satírica que cantaba Gabino Diego en la película Belle Epoque:

’Si los curas y frailes supieran la paliza que van a llevar saldrían del claustro gritando libertad, libertad, libertad’.

DOCUMENTOS HISTÓRICOS.

Estos son los cinco documentos imprescindibles para conocer la historia y el desarrollo de la 2ª República.

--- Pacto de San Sebastián.
--- Documento de renuncia del Rey Alfonso XIII.
--- Primeros decretos.
--- Decreto de la nueva bandera.
--- Constitución.



EL PACTO DE SAN SEBASTIÁN.

Las izquierdas españolas firman lo que será llamado «Pacto de San Sebastián». Instauración de la República y autonomías regionales son los acuerdos más destacados.

San Sebastián, 18 (10 m.).- Ayer, a mediodía, acudieron al hotel de Londres representantes de los distintos partidos republicanos españoles y después de almorzar se reunieron en los locales de la Unión Republicana.

La reunión duró desde las cuatro hasta las cinco y media, y se distinguió por la coincidencia fundamental en las cuestiones autonómicas, electoral y revolucionaria.

Al terminar, los reunidos se negaron a hacer manifestaciones concretas, limitándose a referirse a la siguiente nota oficiosa:

«En el domicilio social de Unión Republicana y bajo la presidencia de D. Fernando Sansisin, se reunieron esta tarde don Alejandro Lerroux y don Manuel Azaña, por la Alianza Republicana; don Marcelino Domingo, don Alvaro de Albornoz y don Angel Galarza, por el partido republicano radical socialista; don Niceto Alcalá Zamora y don Miguel Maura, por la derecha liberal republicana; don Manuel Carrasco Formiguera, por la Acción Catalana; don Matías Mallol Bosch, por la Acción Republicana de Cataluña; don Jaime Ayguadé, por el Estat Catalá, y don Santiago Casares Quiroga, por la Federación Republicana Gallega, entidades que, juntamente con el partido federal español -el cual, en espera de acuerdos de su próximo Congreso, no puede enviar ninguna delegación-, integran la totalidad de los elementos republicanos del país.

»A esta reunión asistieron también, invitados con carácter personal, don Felipe Sánchez Román, don Eduardo Ortega y Gasset y don Indalecio Prieto, no habiendo podido concurrir don Gregorio Marañón, ausente en Francia, y de quien se leyó una entusiástica carta de adhesión en respuesta a la indicación que con el mismo carácter se le hizo.

»Examinada la actual situación política, todos los representantes concurrentes llegaron en la exposición de sus peculiares puntos de vista a una perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente confirmada en la unanimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas.

»La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de gestionar rápidamente y con ahinco la adhesión de las demás organizaciones políticas y obreras que en el acto previo de hoy no estuvieron representadas para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que sin desmayos pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual régimen político.»

Otros pormenores.

San Sebastián, 18 (9 m.).- A pesar de la reserva guardada por cuantos asistieron a la reunión de las izquierdas, hemos podido obtener alguna ampliación a los puntos de vista recogidos en la nota oficiosa facilitada a la Prensa.

El problema referente a Cataluña, que es el que más dificultades podía ofrecer para llegar a un acuerdo unánime, quedó resuelto en el sentido de que los reunidos aceptaban la presentación a unas Cortes Constituyentes de un estatuto redactado libremente por Cataluña para regular su vida regional y sus relaciones con el Estado español.

Este acuerdo se hizo extensivo a todas aquellas otras regiones que sientan la necesidad de una vida autónoma.

En relación con este mismo problema se defendió en la reunión que los derechos individuales deben ser estatuídos por las Cortes Constituyentes, para que no pueda darse el caso de que la entrada en un régimen democrático supusiera un retroceso en las libertades públicas. Tanto para las Cortes Constituyentes como para la votación del estatuto por las regiones se utilizará el sufragio universal. Los reunidos se mostraron en absoluto de acuerdo en lo que se refiere a la acción política solidaria.

DOCUMENTO DE RENUNCIA DEL REY ALFONSO XIII.

»Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público, hasta en las más críticas coyunturas.

»Un Rey puede equivocarse y, sin duda, erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia.

»Soy el Rey de todos los españoles y, también, un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme, un día, cuenta rigurosa.

»Para (espero a) conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, encargo a un Gobierno que la consulte convocando Cortes Constituyentes y, mientras habla la nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.

»También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.» 



PRIMEROS DECRETOS DEL NUEVO GOBIERNO.

COMITÉ POLÍTICO DE LA REPÚBLICA.

DECRETO.- El Gobierno provisional de la República ha tomado el Poder sin tramitación y sin resistencia ni oposición protocolaria alguna, es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se halla, y es él quien en toda España le rinde acatamiento e inviste de autoridad. En su virtud, el presidente del gobierno provisional de la República, asume desde este momento la jefatura del Estado con el asentimiento expreso de las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional.

Interpretando el deseo inequívoco de la Nación, el Comité de las fuerzas políticas coaligadas para la instauración del nuevo régimen, designa a don Niceto Alcalá Zamora y Torres para el cargo de presidente del gobierno provisional de la República.

Madrid, catorce de abril de mil novecientos treinta y uno.

Por el Comité, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Miguel Maura, Alvaro de Albornoz, Francisco largo Caballero.

PRESIDENCIA DEL GOBIERNO PROVISIONAL DE LA REPÚBLICA.

DECRETO.- Usando del poder que en nombre de la nación me ha conferido el Comité de las fuerzas políticas coaligadas, para la implantación de la República, triunfante en la elección popular, vengo en nombrar Ministro de Estado a don Alejandro Lerroux y García.

Dado en Madrid, a catorce de abril de mil novecientos treinta y uno. El Presidente del Gobierno provisional de la República, NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES.
GOBIERNO PROVISIONAL DE LA REPÚBLICA


DECRETO.- El Gobierno provisional de la República, al recibir sus poderes de la voluntad nacional, cumple con un imperioso deber político al afirmar ante España que la conjunción representada por este Gobierno no responde a la mera coincidencia negativa de libertar a nuestra patria de la vieja estructura ahogadiza del régimen monárquico, sino a la positiva convergencia de afirmar la necesidad de establecer como base de la organización del Estado un plexo de normas de justicia necesitadas y anheladas por el país.

El Gobierno provisional, por su carácter de transitorio de órgano supremo, mediante el cual ha de ejercer las funciones soberanas del Estado, acepta la alta y delicada misión de establecerse como Gobierno de plenos poderes. No ha de formular una carta de derechos ciudadanos, cuya fijación de principios y reglamentación concreta corresponde a la función soberana y creadora de la Asamblea Constituyente; mas como la situación de «pleno poder» no ha de entrañar ejercicio arbitrario en las actividades del Gobierno, afirma solemnemente, con anterioridad a toda resolución particular y seguro de interpretar lo que demanda la dignidad del Estado y el ciudadano, que somete su actuación a normas jurídicas, las cuales, al condicionar su actividad, habrán de servir para que España y los órganos de autoridad puedan conocer, así los principios directivos en que han de inspirarse los decretos, cuanto las limitaciones que el Gobierno provisional se impone.

En virtud de las razones antedichas el Gobierno declara:

1.: Dado el origen democrático de su poder y en razón del responsabilismo en que deben moverse los órganos del Estado, someterá su actuación colegiada e individual al discernimiento y sanción de las Cortes Constituyentes -órgano supremo y directo de la voluntad nacional-, llegada la hora de declinar ante ella sus poderes.

2.: Para responder a los justos e insatisfechos anhelos de España, el Gobierno provisional adopta como norma depuradora de la estructura del Estado, someter inmediatamente, en defensa del interés público, a juicio de responsabilidad los actos de gestión y autoridad pendientes de examen al ser disuelto el Parlamento en 1923, así como los ulteriores, y abrir expediente de revisión en los organismos oficiales, civiles y militares, a fin de que no resulte consagrada la prevaricación ni acatada la arbitrariedad, habitual en el régimen que termina.

3.: El Gobierno provisional hace pública su decisión de respetar de manera plena la conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos, sin que el Estado en momento alguno pueda pedir al ciudadano revelación de sus convicciones religiosas.

4.: El Gobierno provisional orientará su actividad, no sólo en el acatamiento de la libertad personal y cuanto ha constituído en nuestro régimen constitucional el estatuto de los derechos ciudadanos, sino que aspira a ensancharlos, adoptando garantías de amparo para aquellos derechos, y reconociendo como uno de los principios de la moderna dogmática jurídica el de la personalidad sindical y corporativa, base del nuevo derecho social.

5.: El Gobierno provisional declara que la propiedad privada queda garantizada por la ley, en consecuencia, no podrá ser expropiada, sino por causa de utilidad pública y previa la indemnización correspondiente. Mas este Gobierno, sensible al abandono absoluto en que ha vivido la inmensa masa campesina española, al desinterés de que ha sido objeto la economía agraria del país, y a la incongruencia del derecho que la ordena con los principios que inspiran y deben inspirar las legislaciones actuales, adopta como norma de su actuación el reconocimiento de que el derecho agrario debe responder a la función social de la tierra.

6.: El Gobierno provisional, a virtud de las razones que justifican la plenitud de su poder, incurriría en verdadero delito si abandonase la República naciente a quienes desde fuertes posiciones seculares y prevalidos de sus medios, pueden dificultar su consolidación. En consecuencia, el Gobierno provisional podrá someter temporalmente los derechos del párrafo cuarto a un régimen de fiscalización gubernativa, de cuyo uso dará asimismo cuenta circunstanciada a las Cortes Constituyentes.

NICETO ALCALA-ZAMORA, Presidente del Gobierno provisional; Alejandro Lerroux, Ministro de Estado; Fernando de los ríos, Ministro de Justicia; Manuel Azaña, Ministro de la Guerra; Santiago Casares Quiroga, Ministro de Marina; Miguel Maura, Ministro de la gobernación; Alvaro de Albornoz, Ministro de fomento; Francisco largo Caballero, Ministro de Trabajo.


PRESIDENCIA DEL GOBIERNO PROVISIONAL DE LA REPÚBLICA.


DECRETOS.- El Gobierno de la República Española, teniendo en cuenta que los delitos políticos, sociales y de imprenta responden generalmente a un sentimiento de elevada idealidad; que los hechos más recientes de ese orden han sido impulsados por el amor a la libertad y a la patria, y, además, legitimados por el voto del pueblo, en su deseo de contribuir al restablecimiento y afirmación de la paz pública, decreta, como primera medida de su actuación, lo siguiente:


Artículo 1.: Se concede la más amplia amnistía de todos los delitos políticos, sociales y de imprenta, sea cual fuere el estado en que se encuentre el proceso, incluso los ya fallados definitivamente, y la jurisdicción a que estuvieren sometidos.

Se exceptúan únicamente los delitos cometidos por los funcionarios públicos en el ejercicio de sus cargos y los de injuria y calumnia a particular perseguidos en virtud de querella de éstos.

Artículo 2.: Por los Ministerios de Justicia, Guerra y Marina se dictarán las disposiciones aclaratorias mediante las cuales se resuelvan las dudas que surjan y el alcance de la amnistía.

Por los mismos Departamentos se preparará con urgencia un indulto general que reduzca la severidad de las condenas y haga partícipe a la población penal de la satisfacción del país.

Dado en Madrid, a catorce de abril de mil novecientos treinta y uno.

El Presidente del Gobierno provisional de la República, NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES.




Recogiendo el Gobierno provisional de la República la aspiración popular, deseoso de que se solemnice la instauración del nuevo régimen y el alto ejemplo que supone haberlo llevado a cabo por consciente, legal y ordenada expresión de ciudadanía, decreto lo siguiente:

Artículo único. El día 15 de abril de 1931 se declara fiesta nacional y en los años sucesivos lo será el 14 del mismo mes, conmemorándose el establecimiento de la República.

Dado en Madrid, a catorce de abril de mil novecientos treinta y uno.

El Presidente del Gobierno provisional de la República, NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES. (Gaceta de Madrid, 15 de abril de 1931.).



BANDERA NACIONAL.

Gaceta de Madrid 28 de abril de 1931.
Decreto del 27 de abril de 1931.

Adoptando como Bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado, dentro y fuera del territorio español, y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe.

El alzamiento nacional contra la tiranía, victorioso desde el 14 de abril, ha enarbolado una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable. Durante más de medio siglo la enseña tricolor ha designado la idea de la emancipación española mediante la República. En pocas horas, el pueblo libre, que al tomar las riendas de su propio gobierno proclamaba pacíficamente el nuevo régimen, izó por todo el territorio aquella bandera, manifestando con este acto simbólico su advenimiento al ejercicio de la soberanía.

Una era comienza en la vida española. Es justo, es necesario, que otros emblemas declaren y publiquen perpetuamente a nuestros ojos la renovación del Estado. El Gobierno provisional acoge la espontánea demostración de la voluntad popular, que ya no es deseo, sino hecho consumado, y la sanciona. En todos los edificios públicos ondea la bandera tricolor. La han saludado las fuerzas de mar y tierra de la República; ha recibido de ellas los honores pertenecientes al jirón de la Patria. Reconociéndola hoy el Gobierno, por modo oficial, como emblema de España, signo de la presencia del Estado y alegoría del Poder público, la bandera tricolor ya no denota la esperanza de un partido, sino el derecho instaurado para todos los ciudadanos, así como la República ha dejado de ser un programa, un propósito, una conjura contra el opresor, para convertirse en la institución jurídica fundamental de los españoles. La República cobija a todos. También la bandera, que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que el interés del país, ni otra norma que el respeto a la conciencia, a la libertad y al trabajo. Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.

Fundado en tales consideraciones y de acuerdo con el Gobierno provisional,
Vengo en decretar lo siguiente:

1. Se adopta como bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado dentro y fuera del territorio español y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe en el art. 2º de este Decreto.

2. Tanto las banderas y estandartes de los Cuerpos como las de servicios en fortalezas y edificios militares, serán de la misma forma y dimensiones que las usadas hasta ahora como reglamentarias. Unas y otras estarán formadas por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior. En el centro de la banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.

En las banderas y estandartes de los Cuerpos se pondrá una inscripción que corresponderá a la unidad, Regimiento o Batallón a que pertenezca, el Arma o Cuerpo, el nombre, si lo tuviera, y el número. Esta inscripción, bordada en letras negras de las dimensiones usuales, irá colocada en forma circular alrededor del escudo y distará de él la cuarta parte del ancho de las bandas de la bandera, situándose en la parte superior y en forma que el punto medio del arco se halle en la prolongación del diámetro vertical del escudo.

Las astas de las banderas serán de las mismas formas y dimensiones que las actuales, así como sus moharras y regatones, aunque sin otros emblemas o dibujos que los del Arma, Cuerpo o Instituto de la unidad que lo ostente, y el número de dicha unidad. En las banderas podrán ostentarse las corbatas ganadas por la unidad en acciones de guerra.

3. Las Autoridades regionales dispondrán que sucesivamente sean depositadas en los Museos respectivos las banderas y estandartes que hasta ahora ostentaban los Cuerpos armados del Ejército y los Institutos de la Guardia Civil y Carabineros.
El transporte y entrega de dichos emblemas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropas, nombrándose por cada Cuerpo una Comisión que, ostentando su representación, realicen aquel acto, y formándose la Comisión receptora por el personal del Museo.

4. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España, se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.

5. Las banderas nacionales usadas en los buques de la Marina de guerra y edificios de la Armada, serán de la forma y dimensiones que se describen en el art. 2º. Las banderas de los buques mercantes serán iguales a las descritas anteriormente, pero sin escudo.

Las banderas y estandartes de los Cuerpos de Infantería de Marina y Escuela Naval serán sustituidas por banderas análogas a las descritas para los Cuerpos del Ejército.
Las astas, moharras y regatones se ajustarán asimismo a lo que se dispone para las de los Cuerpos del Ejército.

6. Las Autoridades departamentales y Escuadra dispondrán que sucesivamente sean depositadas en el Museo Naval las banderas de guerra regaladas a los buques y estandartes que hasta ahora ostentaban los Regimientos de Infantería de Marina y Escuela Naval.

El transporte y entrega de estas enseñas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropa, nombrándose por cada Departamento o buque una Comisión receptora por el personal del Museo.

7. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

La Segunda REPÚBLICA, Galicia 12-04-1931... han pasado 74 años.

La Segunda REPÚBLICA, Galicia 12-04-1931... han pasado 74 años.

La nación pareció como si despertase el domingo de la pesadilla de los años funestos. Desaparecieron tras un sólo y enérgico ímpetu de viril ciudadanía los viejos perjuicios caciquiles, la atonía y el manso sometimiento del período "contra los cuales tanto hemos clamado", decía La Voz de Galicia en su editorial del 14 de abril de 1931.

El domingo 12 de abril, fecha de las elecciones municipales, amaneció Galicia con un sol radiante, lo que propició una buena afluencia de votantes masculinos, pues entonces todavía no podían emitir sufragio las mujeres.

SANTIAGO CASARES QUIROGA fue el único gallego del primer gobierno de la Segunda República.

A CORUÑA: el triunfo fue arrollador de los candidatos republicanos, que obtuvieron 34 concejales, por 3 los monárquicos, mientras los liberales tenían dos y los socialistas uno.

En la manifestación celebrada en María Pita ante el Ayuntamiento, unos jóvenes arrojaron el retrato de Alfonso XIII desde la parte alta de la torre central del edificio, que fue rociado con gasolina y ardió ante el aplauso general. Fue sustituido en el salón de sesiones por un cuadro de la matrona con gorro frigio que se trajo del Casino Republicano. El primer alcalde republicano fue Antonio Lens Viera.

OURENSE capital: donde la influencia de los conservadores era notoria, 13 concejales se fueron para monárquicos y agrarios, mientras 7 recayeron en republicanos y socialistas.

LUGO: marcharon coaligados monárquicos y conservadores, consiguiendo 21 concejales, frente a tres republicanos y cuatro socialistas.

PONTEVEDRA: tuvo la característica de contar con dos concejales comunistas. Los monárquicos sacaron 9 frente a 7 republicanos, 7 agrarios y 2 socialistas.

VIGO: la mayoría fue para los liberales, que obtuvieron 18 concejalías, a pesar de la fuerza de socialistas y republicanos, que sólo llegaron a 7 y 9, respectivamente. El primer alcalde republicano fue Enrique Blein.

SANTIAGO. Fue elegido alcalde Raimundo López Pol (republicano).

@torres.

La península IBÉRICA en la antigüedad.

La península IBÉRICA en la antigüedad.

La Península Ibérica, conocida como Iberia por los griegos y como Hispania por los romanos, constituye la más occidental de las tres grandes penínsulas de Europa que se adentran en el mar Mediterráneo, el Mare Nostrum, de los romanos.

Esta situación, que la convertía en el finis terrae del mundo conocido en la Antigüedad, ha contribuido a darle a lo largo de toda su historia una marcada personalidad, acentuada por las claras diferencias que ofrece de Este a Oeste, desde el Mediterráneo al Atlántico, y las todavía más apreciables de Sur a Norte, desde la soleada Costa del Sol y la semidesértica Almería hasta las montañosas y húmedas regiones septentrionales. Si a estas circunstancias geográficas añadimos su diversidad morfológica, pues predominan las tierras silíceas al Occidente, las calizas en las regiones mediterráneas y las cuencas sedimentarias en la Meseta y en los valles del Ebro y del Guadalquivir, se comprende su marcada diversidad, que permite considerarla como un auténtico «microcontinente».

A esta variabilidad geográfica interna se debe añadir el factor que supone su situación en el Suroeste de Europa, abierta al mundo atlántico y al mediterráneo, así como al de más allá de los Pirineos, sin olvidar su proximidad al Norte de África, de la que sólo la separa el Estrecho de Gibraltar.

Esta situación explica las diversas corrientes culturales y, en parte, también étnicas, que afectaron a la Península Ibérica en este periodo crucial del final de su Prehistoria, justo cuando aparecen las primeras alusiones a ella en textos escritos y se produce un incesante aumento cualitativo y cuantitativo de sus contactos con el exterior. Dichas corrientes contribuyeron a enmarcar su desarrollo cultural dentro de otros ámbitos culturales más o menos próximos, en los que más o menos parcialmente quedaba integrada.

En el último milenio a.C., tres grandes corrientes culturales afectan a las distintas regiones de la Península Ibérica, actuando de distinto modo según su más o menos favorable situación geográfica y la capacidad de asimilación de su substrato cultural. Una es de tipo atlántico, explicable por la proximidad de las formas de vida y mentalidad de todas las regiones ribereñas atlánticas del Occidente de Europa. Estas semejanzas se remontan al menos a la neolitización megalítica, con contactos que se incrementan a partir del Campaniforme y a lo largo de la Edad del Bronce, favorecidos por el intercambio de metales, aunque en cada región dieron como resultado formas culturales propias. El influjo atlántico resulta evidente en las regiones occidentales de la Península, en las que cabría incluir la Andalucía Occidental y parte de la Meseta. Tales regiones eran precisamente las más metalíferas y estaban habitadas por poblaciones de carácter indoeuropeo muy primitivas, probablemente con raíces comunes en todas esas regiones atlánticas.

Otra corriente etnocultural es la llegada a través de los Pirineos, especialmente por los pasos occidentales. Por esta vía penetran desde fines del II milenio a.C. los llamados Campos de Urnas, que se extendieron, progresivamente, por Cataluña, el Valle del Ebro y la parte septentrional de la Comunidad Valenciana, aportando importantes cambios en la cultura material y en la organización social, así como en el campo lingüístico, pues por esta vía, que actúa de forma intermitente desde el Bronce Final hasta la conquista de las Galias por César, han debido penetrar las poblaciones conocidas como celtas.

Finalmente, está el Mediterráneo, cuna de la civilización, gran crisol de culturas y vía de contacto entre todas sus poblaciones ribereñas. Este mar, por el que ya había llegado la domesticación de plantas y animales en el Neolítico, se convierte progresivamente en la principal vía de entrada de estímulos culturales, pues por ella llegaron los pueblos colonizadores de la Antigüedad, como fenicios, griegos, púnicos y, finalmente, romanos. Desde el Bronce Final, a fines del II milenio a.C., se constatan viajes exploratorios de gentes del Oriente del Mediterráneo y del Egeo que proseguían unos primeros contactos de época micénica, abriendo las vías de navegación y nuevas formas de intercambio en un mundo entonces alejado y desconocido. Siguiendo estas tradiciones «precoloniales», a partir del siglo VIII a.C. llegó la colonización fenicia, bien documentada en las costas meridionales de la Península desde la desembocadura del río Segura en Alicante hasta la del Tajo en Portugal, aunque su foco principal debe considerarse Cádiz. Los fenicios introdujeron el hierro, el torno de alfarero, los pesos y medidas, la arquitectura urbana, el policultivo mediterráneo (asociación de trigo, vid y olivo), la idea de ganancia, monarquías sacras, etcétera, contribuyendo estos contactos a la aparición de una nueva organización social, jerarquizada y basada en nuevas concepciones religiosas, que explican el origen de la cultura tartésica.

Tras los fenicios, en torno a fines del siglo VII a.C., hizo su aparición el comercio griego del Asia Menor, inicialmente de Samos, como indica el fabuloso viaje de Kolaios a Tartessos. A partir del siglo VI, los griegos de Focea, pequeña ciudad jonia que hacia el 600 a.C. había fundado Massalia (Marsella) y Emporion (Ampurias), desde estas colonias fueron extendiendo sus redes comerciales y su influjo cultural por todas las costas levantinas y del Sureste peninsular para alcanzar Tartessos, penetrando desde allí hacia la Andalucía oriental. Tras la profunda crisis colonial que supuso en el siglo VI a.C. la conquista de Tiro y Focea por Babilonia y Persia y tras el enfrentamiento entre griegos y púnicos en el Mediterráneo occidental, poco a poco surgió la presencia hegemónica de los púnicos de Cartago, lo que obligó a los focenses, sus rivales en Occidente, a aliarse a Roma desde fechas muy tempranas. Los púnicos controlaban las costas meridionales de Hispania y, desde Ibiza, sus principales vías de acceso, heredando la tradición comercial y cultural del mundo fenicio, hasta que, en su enfrentamiento a Roma, en la segunda mitad del siglo III a.C., bajo el dominio de los Bárquidas, emprenden en la Península Ibérica una política imperialista de tipo helenístico, hecho que tuvo una amplia repercusión en el mundo indígena y que fue la causa determinante de la presencia de Roma en Hispania.

En efecto, aunque estos contactos coloniales tenían una finalidad básicamente económica, pues se basaban en las grandes ganancias que producía la adquisición de materias primas peninsulares, como oro, plata, estaño, cobre y, seguramente, esclavos, a cambio de objetos elaborados, como cerámicas, vasos de bronce, marfiles tallados, joyas y tejidos, adquiridos por las elites locales, este tipo de comercio daría lugar progresivamente a instalaciones coloniales que permitirían un contacto más estrecho con el mundo indígena, contribuyendo a su progresiva aculturación y, al mismo tiempo, a la inclusión de estas alejadas regiones del finis terrae en la economía mundial dirigida por los grandes imperios de Oriente, a los que los fenicios servían de suministradores de materias primas. Pero, además, estos distintos procesos coloniales, dada la superioridad cultural del mundo colonial, dieron lugar a un continuo proceso de aculturación, al actuar sobre el mundo indígena como un fermento que estimulaba su propio desarrollo, tanto más acentuado cuanto más estrecho fueran los contactos y mayor fuera la capacidad de asimilación. Gracias a este proceso, las zonas de desarrollo más favorable, como Tartessos y el área meridional del mundo ibérico, al alcanzar un nivel cultural mayor, acabaron por convertirse en focos de aculturación de las poblaciones limítrofes, especialmente de las situadas más al interior, contribuyendo de este modo poco a poco a difundir las nuevas formas de vida urbana que suponía este proceso de «mediterraneización». En consecuencia, se fue acelerando la tendencia al desarrollo de todos los pueblos, en la esfera económica, social e ideológica, según su capacidad y sus propias pautas, pero también siguiendo una tendencia general, ya que su final lógico no era otro que aproximarse a mayores niveles de civilización, cuya culminación representa Roma en la Antigüedad.

Pero, paralelamente, los contactos crecientes con el mundo colonial y el citado desarrollo del mundo indígena ayudan a comprender los complejos fenómenos de etnogénesis a los que se ha hecho referencia, pues los distintos influjos coloniales, al actuar de distinto modo según las zonas geográficas afectadas y la mayor o menor capacidad receptora del substrato, contribuyeron a reforzar la personalidad de las diversas formaciones étnicas, aunque todas ellas ofrecían, como se ha señalado, características comunes y una tendencia general hacia formas de vida cada vez más desarrolladas y próximas al mundo urbano.

Este factor geográfico se refleja en el complejo proceso de etnogénesis que ofrece la Península Ibérica a lo largo del I milenio a.C., en el que se formaron los diversos pueblos prerromanos a los que se enfrentarían los romanos. De este modo se explica que, a la llegada de Roma, Hispania ofreciera una mayor diversidad étnica y cultural que cualquier otra región europea, sin excluir la misma Italia o los Balcanes, dado su claro gradiente de diferenciación cultural de Norte a Sur y de Este a Oeste. Esta diferencia del desarrollo se comprende por la mayor o menor apertura al Mediterráneo y a sus vivificantes influjos culturales, acentuada por la diversidad geográfica, apenas uniformada por la gran Meseta Central que actuaba como área de contacto y que, al mismo tiempo, generaba tendencias centrífugas hacia las regiones periféricas, más abiertas al exterior, dada su mayor fuerza demográfica y su posición central, lo que explica su papel en la transmisión de estímulos culturales. Además, la interacción continua entre unos grupos y otros dio como resultado un cuadro que debería aproximarse bastante más a un «mosaico» étnico que a espacios homogéneos delimitados por fronteras definidas como las que se utilizan para expresar los supuestos territorios étnicos, pues en numerosas zonas, si no en la mayoría, predominarían fenómenos de interetnicidad, no sólo en sentido espacial, sino también en el social y cultural, que resultan aún más difíciles de determinar. Además, dicho proceso, acentuado por el influjo de fenicios, griegos, púnicos y, finalmente, romanos, coincide con la citada evolución general hacia formas de vida urbana, cuya culminación definitiva fue la incorporación de toda Hispania a la órbita de Roma.

Dentro de este marco, geográfico e histórico, el complejo mosaico etno-cultural de las gentes de Hispania podría agruparse, a grandes líneas, en tres grandes troncos, cuyas características hay que valorar para comprender las distintas etapas y los procesos diferenciados de contacto, enfrentamiento y asimilación por Roma.

Uno está constituido por los pueblos de tradición cultural predominantemente mediterránea, como los Tartesios y sus herederos los Turdetanos más las poblaciones que hoy día conocemos como Iberos, que ocupaba las zonas meridionales y levantinas, las más abiertas al Mediterráneo y a sus corrientes civilizadoras. Estas gentes eran los más cultos y civilizados, especialmente la Turdetania, en la actual Andalucía, como acertadamente señaló Estrabón (III,1,6 y 2,1), lo que facilitó su pronta e intensa romanización, facilitada en buena parte por su anterior sometimiento al imperio bárquida.

Otro tronco étnico y cultural lo representan las gentes celtas, que, junto a los iberos, constituían la principal población de Hispania, como refiere el celtíbero Marcial (10,65: ex Hiberis et Celtis genitus). Habitaban especialmente las regiones centrales de Hispania, en torno al Sistema Ibérico, pero estaban relacionados con los pueblos del norte y del occidente extendidos hasta el Atlántico, regiones hacia las que tendían a expandirse. Estos celtas eran afines a la población de todo el Occidente de Europa, incluida el Norte de Italia, la Gallia Cisalpina, siendo considerados por Roma como su antagonista «bárbaro» desde el siglo IV a.C., cuando llegaron a conquistar la Urbe. Estas gentes, de estirpe indoeuropea y de tradición guerrera, a la llegada de Roma, estaban en pleno proceso expansivo hacia zonas periféricas, favorecido por su estructura gentilicia clientelar de ideología guerrera. Este hecho, junto a su escaso desarrollo cívico, explican su enorme capacidad de resistencia, en la que tanto destacaron Celtíberos y Lusitanos, en una lucha desigual entre este mundo indígena y el emergente imperio colonial romano. Sin embargo, los pueblos del Norte, como Galaicos, Astures y Cántabros, mostraban aun menor nivel de desarrollo, dada su ancestral estructura pregentilicia basada en clases de edad, lo que explica su ruda oposición a Roma y su capacidad de resistencia, siendo, por el mismo motivo, muy refractarios a la romanización.

Finalmente, en valles de las montuosas zonas próximas al Pirineo Occidental, vivían vascones y otros pueblos afines de origen no indoeuropeo, más bien relacionados con el mundo ibero y aquitano, aunque en proceso de celtización. Su aislamiento y pobreza característicos explican su marginalidad, lo que permitió la pervivencia de este substrato que apenas llegó a romanizarse.

Roma se impuso lentamente, tras un formidable esfuerzo bélico de casi dos siglos, sobre este complejo mosaico de culturas y pueblos, en muchos casos aún insuficientemente conocidos. Por ello, la romanización representa la última consecuencia, alcanzada no sin resistencia, del proceso de «mediterraneización» o tendencia general hacia formas de vida urbana iniciado mil años antes con la llegada de fenicios, griegos y púnicos y que culminó en la asimilando toda Hispania al Imperio Romano, cuya labor civilizadora contribuyó a unificar gentes y culturas y a alcanzar nuevos horizontes de desarrollo histórico.

Las regiones meridionales y orientales: Tartesios e Iberos.

Las regiones meridionales de la Península Ibérica han sido siempre una de las más ricas de Europa en recursos naturales, tanto agrícolas y ganaderos como minerales, lo que facilitó siempre su desarrollo demográfico y cultural. Desde el Calcolítico, en el III milenio a.C., ya aparecen poblados que centralizan el territorio, así como fuertes jerarquías evidenciadas por tumbas monumentales. A fines del II milenio, a partir del Bronce Final, coincidiendo con la fecha de la mítica fundación de Cádiz hacia el 1100 a.C., los contactos «precoloniales» desencadenaron un marcado impulso cultural que cristalizó en el mundo orientalizante de Tartessos. A partir del siglo VIII a.C., el asentamiento de colonias y factorías fenicias por toda la costa meridional impulsó el desarrollo indígena y su sociedad alcanzó pronto un nivel urbano, formándose pequeñas ciudades-estado regidas por reyes de tipo sacro. Su fastuosidad y riqueza, que documentan joyas y objetos suntuarios aparecidos en tumbas como las de Aliseda (Cáceres) o La Joya (Huelva) y en palacios, como el de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz), dio a Tartessos una fama de país fabuloso, de lo que se hacen eco relatos semilegendarios conservados en la Biblia y en algunas noticias de los historiadores griegos.

Tartessos desaparece de la Historia a fines del siglo VI a.C., al no resistir las tensiones surgidas en el ámbito colonial entre fenicio-púnicos y griegos, siendo sustituida sus monarquías sacras por aristocracias gentilicias. Sus sucesores fueron los Turdetanos, que ocupaban las mismas tierras de Andalucía Occidental, siendo afines a ellos otros pueblos, como los Túrdulos de las áreas montañosas o los Bastetanos que habitaban las depresiones penibéticas de Granada. Los Turdetanos, al llegar los romanos, eran los más desarrollados de Hispania. Según Estrabón (III,1,15), escritor griego de tiempos de Augusto, «la riqueza del país hace que los Turdetanos sean civilizados y desarrollados políticamente», pues «son considerados los más cultos de los iberos, puesto que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso de más de seis mil años de antigüedad» (Estrabón, III,1,6), siendo «sus ciudades extraordinariamente numerosas, pues se dice que llegan a doscientas» (Estrabón, III,2,1). Este hecho lo han comprobado las investigaciones arqueológicas, ya que en estos territorios la densidad de núcleos urbanos era mucho mayor que en el resto de Hispania, alcanzando también mayor tamaño, pues los mayores ofrecen hasta 50 hectáreas, como Carmo (Carmona, Sevilla), Corduba (Córdoba) o Castulo (cerca de Linares, Jaén), lo que refleja que representaba la sociedad más desarrollada de la Hispania prerromana. Esta sociedad estaba organizada en ciudades-estado dirigidas por aristocracias gentilicias que ofrecían las formas culturales más refinadas de la Hispania prerromana, aunque con amplias capas de la sociedad sometidas a servidumbre para beneficiar los importantes recursos mineros, como la plata de Sierra Morena, y agrícolas, entre los que destaca el policultivo mediterráneo de olivo, vid y trigo, seguramente introducido en el periodo orientalizante.

Su mayor grado de desarrollo, su mayor capacidad de asimilación y su proximidad a las colonias fenicias, especialmente de Cádiz, explican el fuerte influjo púnico y oriental que siempre mantuvo su cultura, tradición que perduró mucho después de la conquista romana y que se evidencia tanto en sus cerámicas y objetos habituales como en sus creencias o en su urbanismo, de casas con terraza apelmazadas en callejuelas irregulares y estrechas que, a través de la dominación árabe, ha perdurado hasta nuestros días.

Integrados en el imperio de los Bárquidas hasta el final de la II Guerra Púnica, se sublevaron inicialmente contra los romanos, pero fueron pronto sometidos. Su desarrollo y capacidad de asimilación cultural explican que Estrabón (III,2,15) ya señale que en su época «especialmente los que habitan cerca del Betis (el río Guadalquivir), han asimilado el modo de vida romano y ya no recuerdan su propia lengua, (...) de modo que poco falta para que todos sean romanos». Este gran desarrollo de la Betica, como los romanos llamaron a esta favorecida región, y su tradición de apertura cultural fueron la clave de su temprana e intensa romanización, por lo que son muy escasos los testimonios conservados de su lengua prerromana. Por ello, no es casualidad que de esta región procediera el primer personaje no itálico que alcanzó el rango de Senador en Roma, así como el primer cónsul romano de origen no itálico; también Trajano, el primer emperador surgido de las elites provinciales, era originario de Italica (Santiponce, Sevilla), siendo la Betica, igualmente, la patria de Séneca y de otros afamados escritores de la edad de plata de la literatura latina.

La difusión de estímulos culturales desde Tartessos hacia el Sureste peninsular y el paralelo influjo de los fenicios desde la costa dio lugar a la aparición de una cultura orientalizante en dichas zonas a partir de fines del siglo VII a.C., pero, a partir del siglo VI, se produjo una asimilación progresiva de influjos culturales greco-focenses de Ampurias, originándose lo que actualmente se conoce como «cultura ibérica», extendida entre todos los pueblos situados en las regiones mediterráneas desde la Alta Andalucía y el Sureste hasta más allá de los Pirineos, pues sus influjos se extendieron hasta el Rosellón, penetrando igualmente en el Valle del Ebro y el Sureste de la Meseta.

Esta extensa región, de casi 1000 km de longitud, estaba habitada por numerosos pueblos de orígenes o substrato cultural muy diferentes. Las áreas meridionales, en las que destacan Bastetanos y Oretanos, eran afines al mundo tartésico, tal como evidencia el monumento de Pozo Moro, su tipo de escritura e, incluso, algunos topónimos. Por el contrario, las zonas septentrionales muestran un indudable substrato de la Cultura de «Campos de Urnas», que pudiera considerarse como afín al mundo celto-ligur. Además de este doble origen, los influjos púnicos predominaron en el Sureste, frente a los griegos extendidos desde Ampurias, última colonia griega de Occidente. De este modo se comprende la gran diversidad étnica y cultural existente entre los Bastetanos, de la Andalucía Oriental, los Oretanos, a caballo de Sierra Morena entre La Mancha y el Alto Guadalquivir, los Contestanos de la zona alicantina, los Edetanos de las llanuras de Valencia, los Ilergavones en la desembocadura del Ebro, los Ilergetes y Sedetanos en el interior, y otros grupos menores que habitaban por Cataluña, como Laietanos, Ausetanos, Indiketes, etcétera, hasta los Sordones y Elysices que ya habitaban al Norte de los Pirineos.

Esta variedad cultural y étnica se refleja en su cultura y en su sistema político, pues las ciudades eran mayores entre los pueblos ibéricos meridionales, indicando su mayor desarrollo urbano y cultural, mientras que los septentrionales, de mayor tradición guerrera, carecen de grandes poblados hasta el siglo IV a.C., aunque a partir de esa fecha resulta evidente una creciente helenización, proceso que, en general, tendió a ir borrando diferencias entre unos pueblos y otros. De su escritura, derivada de la Tartésica, y de su lengua, que aún no se ha logrado interpretar, pero que se considera de origen aparentemente no indoeuropeo, cada día se conocen más testimonios. La presencia de topónimos muy extendidos por todo el mundo ibérico, como los nombres de ciudad que empiezan por Ili-, como Ilerda (Lérida) Iliturgi (Granada), así como la generalización de un mismo sistema de escritura desde Alicante hasta más allá de los Pirineos, han hecho suponer que se hablaría una misma lengua ibérica por todo el mundo ibérico, aunque también es posible que esta aparente unidad sea más aparente que real, pues debieron existir variedades lingüísticas actualmente imposibles de determinar.

A la llegada de Roma, los iberos estaban en estados de base étnica, cuya capital generalmente era una ciudad epónima, como Basti (Baza, Granada) entre los Bastetanos, Oretum (Granátula de Calatrava?, Ciudad Real), entre los Oretanos, e igualmente entre los Edetanos, Ausetanos, Indiketes, etcétera. Estos territorios estaban dirigidos generalmente por reyes, régulos y príncipes más o menos poderosos de origen aristocrático gentilicio, de ideología más o menos guerrera que, en ocasiones, también daban nombre de su pueblo, como Edecón, rey de los Edetanos. Estas pequeñas monarquías, progresivamente, irían cayendo en la órbita de los Bárquidas, como Indíbil y Mardonio entre los Ilergetes, perdurando alguna de ellas hasta mucho después de la conquista romana, pues un rey denominado Indo, todavía aparece citado con sus tropas en plena guerra entre Pompeyo y César (De bell. Hisp. 10). Pero también existía alguna ciudad-estado regida por magistrados electos y senados aristocráticos, como Sagunto, que fue, además, la primera ciudad ibérica en acuñar moneda con su tesoro público, probablemente por ser la más helenizada como vieja aliada de la focense Emporion y, a través de ella, de Roma, lo que ayuda a comprender su enfrentamiento y destrucción por Aníbal el 218 a.C.

Las principales poblaciones ibéricas cabe interpretarlas como pequeñas ciudades, aunque fuera de la Bética raramente alcanzan las 10 hectáreas de extensión, siendo sus casas de piedra con terrazas de barro. Todas las poblaciones estaban fortificadas por murallas, lo que supone un estado de guerra habitual entre sus elites dirigentes, incluso las pequeñas aldeas dependientes de poblaciones mayores, existiendo en muchas zonas pequeñas torres para la vigilancia y defensa del territorio. La población estaba estructurada en clanes, al menos las familias aristocráticas, de las que dependía el resto de la población, sometida por medio de un sistema clientelar muy extendido a una situación próxima a la servidumbre, existiendo también esclavos, en gran parte fruto de las frecuentes guerras y enfrentamientos.

La economía ibérica era agrícola y ganadera, pero existía una larga tradición de comercio y intercambio en beneficio de las elites, lo que explica el desarrollo de su peculiar escritura, de origen tartésico, y de sistemas de pesas y medidas y, finalmente, de la moneda, elementos que fueron tomando del mundo colonial, púnico y griego, aunque, tras la conquista, cada vez se hacen más evidentes los influjos romanos. También floreció el artesanado, creando esculturas, cerámicas, joyas y otros objetos suntuarios, que normalmente se consideran como creaciones del Arte Ibérico y que denotan la personalidad y el gusto estético del artesanado de todos estos pueblos al servicio de sus elites sociales. Más complejo es analizar su religión. Muy influenciada por el mundo tartésico y fenicio-púnico en las regiones meridionales, como evidencia el monumento de Pozo Moro o las cerámicas de Elche, en la zona septentrional, por el contrario, predominan pequeños santuarios domésticos familiares, de los que, poco a poco, surgen los primeros templos de carácter urbano, ya en fechas próximas a la aparición de Roma. Sus divinidades eran de origen ancestral, relacionadas con la fecundidad y la defensa del territorio y su población, y cada vez se fueron adaptando más y más a las del mundo colonial, hasta el punto de que, en los últimos siglos a.C., parece posible identificar en las zonas meridionales el culto a divinidades púnicas como Tanit-Juno y Melkart y a divinidades griegas, como Artemisa y Herakles, en las septentrionales.

Esta tendencia bien acentuada al desarrollo urbano, gracias a la creciente apertura al mundo colonial mediterráneo, explica que la presencia de Roma se dejara sentir indirectamente en las zonas litorales del Levante ya desde el siglo IV a.C. a través de sus aliados, los focenses. Pero con el desembarco de los ejércitos romanos el 218 a.C., tras algunos episodios de resistencia durante la II Guerra Púnica y algunos años después, el proceso fue ahogado definitivamente por el Cónsul M. Porcio Catón, quien pacificó definitivamente todo el mundo ibérico el 195 a.C. Tras su integración en la órbita de Roma, se produjo un auge sin precedentes de esta cultura, pero también supuso su progresiva desaparición, absorbida bajo la creciente romanización, plenamente afirmada hacia el cambio de era.

Los pueblos de la Meseta: Celtíberos y pueblos afines.

La Meseta constituye una gran unidad geográfica, que actúa como lugar de encuentro de las diversas culturas y etnias periféricas, por lo que en ella se refleja en buena medida la gran diversidad peninsular. Pero, a medida que fue avanzando el I milenio a.C., resulta cada vez más evidente la llegada de diversos influjos mediterráneos, proceso que se conoce como iberización y que, desde el Sur y el Este, poco a poco fue penetrando hacia el interior transformando los substratos precedentes.

En efecto, en las áreas meridionales de la Meseta Sur, los Bastetanos se extendían hasta las llanuras de Albacete, mientras que los Oretanos habitaban a caballo de Sierra Morena entre la Mancha y el Alto Guadalquivir. Estas poblaciones deben considerarse ibéricas aunque, en algunos aspectos, parecen haberse celtizado, probablemente en época tardía, pero compartían raíces culturales y habían recibido fuertes influjos tartésicos desde el periodo orientalizante, que prosiguieron dada su afinidad con los Turdetanos.

Por el contrario, en la zona occidental del Valle del Ebro y en las altas tierras en torno al Sistema Ibérico y el Este de la Meseta, de más de 900 metros de altura, habitaban los Celtíberos, gentes celtas según evidencia su substrato étnico y su cultura. En estas zonas, a partir del siglo VII a.C., se observa la aparición de influjos mediterráneos como el uso del hierro, junto a otros elementos culturales y religiosos, como el rito de incineración, el culto al hogar doméstico y un urbanismo basado en casas de medianiles comunes alineadas en torno a una calle o espacio central. Todos estos elementos parecen haber llegado con penetraciones de gentes originarias de los Campos de Urnas procedentes del Valle del Ebro, lo que parece indicar que los Celtíberos y los iberos septentrionales compartían ciertas raíces comunes. Como dichas zonas internas carecían de contacto directo con el mundo colonial, su desarrollo cultural fue siempre más lento que en el mundo ibérico y, en gran medida, dependiente de éste.

Estas gentes celtibéricas asentadas en las altas tierras del interior peninsular mantuvieron la tradición pastoril de las poblaciones del substrato occidental atlántico de la Edad del Bronce pero sus jerarquías gentilicias controlarían las relaciones con las zonas costeras, lo que tendería a reforzarlas, introduciéndose de este modo el uso del hierro y de otros elementos, como el torno de alfarero, éste generalizado sólo más tarde. A partir del siglo VII a.C., los Celtíberos habitan en pequeños poblados amurallados de tipo castro, que controlaban sus pequeños territorios, muy aptos para el pastoreo, explotados de manera comunitaria. Aunque algunos elementos ibéricos, como el torno de alfarero, penetran en estas zonas desde fechas muy tempranas, quizás ya en el siglo VI a.C., en su personalidad siempre destacó una fuerte componente guerrera, evidenciada por las armas que aparecen depositadas como ajuar en las sepulturas más ricas. En efecto, la asimilación del hierro para el armamento, que aprovechaba la riqueza y calidad del mineral del Sistema Ibérico, y el carácter fuertemente jerarquizado de pastores-guerreros, tan adecuado a su sistema socio-económico de ganadería trashumante, explican el creciente desarrollo de su organización social guerrera de tipo gentilicio y clientelar. Ésta se fue imponiendo a lo largo del tiempo, dada su eficacia y su tendencia expansiva, primero hacia las zonas más próximas, como el Valle del Ebro o la Carpetania y, posteriormente, hacia regiones mucho más apartadas, aunque con una clara preferencia hacia las áreas pastoriles septentrionales y occidentales, las más afines dado su substrato cultural céltico y su economía ganadera. Por estos motivos, a la llegada de Roma, estas gentes estaban en pleno proceso de expansión hacia otras áreas por medio de racias más o menos esporádicas que acabarían dando lugar a alcanzar el control de territorios cada vez más amplios en los que se asentaban llevando a cabo un auténtico proceso de «colonización». Esta fuerza expansiva, basada en su espíritu guerrero y su eficaz organización clientelar, explican su impresionante enfrentamiento a Roma, que sólo pudo someterlos tras guerras de inusitada dureza, que se prolongaron durante casi un siglo.

La yuxtaposición de elementos ibéricos y célticos que ofrecían los Celtíberos es la clave de su indudable personalidad, pues, aunque eran celtas desde un punto de vista étnico, como evidencia su lengua y su organización social e ideológica, manifestaban, al mismo tiempo, una fuerte iberización en sus formas culturales. Esta característica, ya percibida en la Antigüedad, explica la denominación de «Celtíberos» que les dieron los escritores clásicos. Aunque, inicialmente, significaba «los Celtas de Iberia», paulatinamente sirvió para aludir a la personalidad étnica de estos pueblos, cuyo mestizaje cultural los diferenciaba de otras poblaciones célticas de más allá de los Pirineos, aludiendo a esta doble raíz el mismo Marcial, quien, como originario de Bilbilis, la celtibérica Calatayud, se definía como hijo de Celtas e Iberos.

Aunque puntualmente también ofrecen influjos nordeuropeos, originarios de la Cultura de La Tène desarrollada por las poblaciones célticas norpirenaicas, especialmente en la adopción de ciertos tipos de fíbulas o broches y de largas espadas rectas, a partir del siglo IV a.C. la iberización se acentúa, seguramente por la creciente presencia de mercenarios celtibéricos en los ejércitos reclutados para sus guerras por griegos y púnicos y, también, por los turdetanos. Esta actividad, tan acorde con la ideología guerrera de sus elites y su sistema de vida, en buena medida basado en la guerra y las racias, se fue desarrollando de modo paralelo al evidente incremento demográfico que evidencian sus poblados y necrópolis y que era resultado de la asimilación paulatina de elementos mediterráneos, cuya llegada y asimilación favorecían dichos contactos, por lo que este proceso iba aumentando la interrelación entre los celtíberos y las poblaciones mediterráneas, aproximándolos cada vez más hacia las formas de vida civilizada.

A partir de mediados del siglo III a.C, la creciente presión cartaginesa, especialmente tras las expediciones de Aníbal por la Meseta, se observa una tendencia general a la aparición de grandes oppida o ciudades fortificadas que controlaban un territorio cada vez más extenso y jerarquizado, dentro del cual quedaban incluidos no sólo los pequeños castros anteriores como poblados subordinados, sino en ocasiones etnias enteras sometidas a las elites de las más poderosas, como, por ejemplo, los Titos, dependientes de los Belos de la ciudad de Segeda (Apiano, Iberia 6). Este proceso favoreció la formación de auténticas ciudades-estado, que ofrecían un cierto carácter étnico, contribuyendo, al mismo tiempo, a la difusión de formas de vida cada vez más urbanas, que alcanzan su máximo desarrollo en el momento de su enfrentamiento a Roma a partir de inicios del siglo II a.C. Pero, al mismo tiempo, se observa un incremento de la asimilación de estímulos ibéricos, como el urbanismo ortogonal, bien documentado en la ciudad de Numancia. De estos elementos, tal vez lo más destacable sea el empleo generalizado de la escritura ibérica para sus pactos y documentos oficiales como han puesto en evidencia las leyes de bronce descubiertas en Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza), que denotan el marcado desarrollo urbano de los Celtíberos, seguramente los más civilizados de todos los Celtas. Igualmente, es muy significativa la adopción de la moneda, hecho ya ocurrido bajo el dominio romano, aunque sus tipos reflejan siempre una tradición ideológica propia, símbolo de las elites que controlaban y administraban sus ciudades: una cabeza del héroe o divinidad protectora de la ciudad por el anverso y, por el reverso, el héroe a caballo atacando lanza en ristre.

Este desarrollo, unido a su capacidad de organización social basada en fuertes jerarquías guerreras de carácter ecuestre apoyadas en clientelas gentilicias cada vez más numerosas, como el príncipe celíbero Allucio, que acudió en ayuda de Escipión con 1400 jinetes de sus clientes (Tito Livio, 26,50), explican su fuerza política y su capacidad de resistencia frente a un enemigo muy superior, como era Roma, a la que tuvo en jaque durante casi 100 años. Sin embargo, tras la caída de Numancia el 133 a.C., la romanización fue imponiéndose poco a poco. A este proceso contribuyó poderosamente su creciente inclusión en el sistema clientelar romano, especialmente durante las Guerras Civiles del siglo I a.C., como evidencia el que Sertorio, en su enfrentamiento a las elites de Roma, se apoyara especialmente en los Celtíberos, incluso creando en Osca (Huesca) una escuela para educar a la romana a los hijos de las elites celtibéricas, cuyas casas, como la descubierta en La Caridad (Teruel), eran ya auténticas villas romanas, siendo interesante señalar que, aunque no de forma general, Estrabón (III,2,15), hacia el cambio de era, ya consideraba a los Celtíberos como togatoi, eso es, como gente civilizada que vestía y vivía a la romana.

Además de los Celtíberos, en las zonas más occidentales de la Meseta habitaban otros pueblos más o menos afines. En general, ofrecían menor desarrollo cultural que los Celtíberos al quedar más alejados del Mediterráneo, por lo que su cultura mantenía elementos más arcaicos originarios de su substrato indoeuropeo extendido por las regiones del Bronce Final atlántico, del que debía proceder una estructura comunal agraria que llamó la atención en la Antigüedad (Diodoro 5,34,3).

El más importante e estos pueblos tal vez fuera el de los Vacceos, que habitaban en las llanuras sedimentarias del Duero. A la llegada de Roma, habitaban grandes oppida de hasta 100 Ha de extensión, dirigidos por elites ecuestres que resaltaban su estatus y riqueza por medio de torques, brazaletes, fíbulas y otras joyas como las aparecidas en tesoros como los de Palenzuela (Palencia) o Arrabalde (Zamora), siendo de destacar su caballería, pues podían llegar a formar ejércitos de varios miles de jinetes. Hacia el Suroeste, a caballo del Sistema Central, habitaban los Vettones, relacionados con los Vacceos y Lusitanos. Dicho pueblo era de carácter pastoril, como evidencian sus grandes castros en zonas montañosas y sus «verracos» o figuras de toros y cerdos dispuestas para señalar sus territorios de pasto y como defensa mágica del ganado, aunque su mayor proximidad a la vía de la Plata que recorría las regiones interiores del Occidente de Hispania los hacía más abiertos a los estímulos llegados desde el mundo tartésico y turdetano. Finalmente, también cabe hacer referencia a otros grupos menores, como Turmogos y Pelendones, habitantes, respectivamente, de las zonas septentrionales de Burgos y Soria, cuyo carácter era más serrano y retardatario.

Todos estos pueblos, frecuentemente asociados a los Celtíberos en su enfrentamiento a los romanos, al llegar éstos, ofrecían un proceso de creciente celtiberización, bien por estar sometidos a elites ecuestres celtibéricas, bien por ir adoptando un sistema de vida parecido basado en clanes guerreros gentilicios como mejor forma de contrarrestar la capacidad expansiva celtibérica, hasta que, a partir del siglo II y en la primera mitad del I a.C., fueron cayendo en la órbita política de Roma.

Las regiones atlánticas: Lusitanos, Galaicos, Satures y Cántabros.

Las regiones atlánticas del occidente y del norte de Hispania, desde el centro de Portugal hasta Galicia, Asturias y Cantabria, resultaban las regiones más apartadas de los estímulos mediterráneos, por lo que mantenían formas de vida mucho más arcaicas, totalmente extrañas al mundo entonces civilizado que representaba Roma, lo que explica su mayor resistencia y su menor capacidad de adaptación al fenómeno de la romanización.

Este hecho se explica por su aislamiento geográfico y su lejanía en el finis terrae del mundo entonces conocido, por lo que apenas habían llegado hasta ellos avances culturales como el uso del hierro, el urbanismo de casas cuadradas, la organización jerarquizada del territorio o la estructura de clanes y clientelas, elementos que sí se documentan entre los pueblos de la Meseta, especialmente entre los Celtíberos, desde antes de mediados del I milenio a.C.

De todos estos pueblos cabe destacar a los Lusitanos, que dieron nombre a la Lusitania, la provincia más occidental del Imperio Romano. Se extendían por las regiones atlánticas desde el centro de Portugal y las zonas occidentales de la actual Extremadura española hasta la Gallaecia, nombre que los romanos dieron a su zona más septentrional (Estrabón III,3,3), que corresponde al norte de Portugal y la actual Galicia. Relacionados con ellos estaban los Vettones y Vacceos, más abiertos al influjo celtibérico, y los Astures y Cántabros, que habitaban las regiones septentrionales de la Meseta Norte y la Cordillera Cantábrica.

Todos estos pueblos ofrecían una estructura socio-económica muy primitiva. La sociedad estaba organizada por sexos y clases de edad, con duros ritos de iniciación para ser admitidos como guerreros que documentan sus saunas semihipogeas. Igualmente, conservarían la explotación colectiva de la tierra de los primitivos indoeuropeos, como dorios, germanos y eslavos, costumbre parcialmente conservada en algunas tradiciones comunales de la Península Ibérica casi hasta la actualidad, pero que debe considerarse anterior al desarrollo de las diferencias de clase surgidas al organizarse la sociedad en clanes gentilicios. Vivían en casas chozas redondas en pequeños aldeas fortificadas o «castros», que controlaban su pequeño territorio circundante. Las mujeres heredaban la casa y la tierra pues Justino (44,3,7) indica que «se ocupan de la tierra y la casa mientras que los hombres se dedicaban a la guerra y las racias», división de roles característica de primitivas sociedades de pastores-guerreros, como los Celtíberos más antiguos o los Celtas de Irlanda. Esta forma de vida generaba creciente inestabilidad y favorecía la expansión ocasional de pequeños grupos a gran distancia, según comenta Diodoro (5,34,6): «los que en edad viril carecen de fortuna y destacan por su fuerza física y valor ... con las armas se reúnen en las montañas, forman ejércitos y recorren Hispania amontonando riquezas por medio del robo». Esta forma de vida perduró hasta plena conquista romana, siendo una de las principales preocupaciones de los romanos, que consideraban a estos grupos como simples latrones o bandoleros, como denominaban a Viriato y a otros caudillos semejantes. Estrabón (III,3.6) también describe su arcaico armamento, con un pequeño escudo redondo y cóncavo, puñal y lanzas, documentado en las esculturas de «guerreros lusitanos», seguramente jefes carismáticos heroizados, a los que se vinculaban con pactos personales de carácter sacro, caudillos que, ya en época tardía, llegaron a movilizar ejércitos de miles de hombres, como Viriato, Púnico y otros. Además, estos pueblos ofrecían otras costumbres no menos extrañas para el mundo civilizado, como hacer sacrificios humanos, cortar las manos a los prisioneros, comer gran parte del año bellotas, usar mantequilla en vez de aceite y beber cerveza en vez de vino.

De todas formas, la Arqueología muestra que, en los siglos últimos antes de la era, estos pueblos estaban alcanzaban cada vez mayor desarrollo, en parte debido a un creciente influjo «celtibérico», evidenciado por la aparición de clanes gentilicos y la dispersión de ciertos antropónimos y etnónimos, pero el proceso fue interrumpido por la aparición de Roma. Su conquista supuso un gran esfuerzo, pues, dado su escaso desarrollo cultural, aunque no podían formar grandes ejércitos estables, ofrecieron gran resistencia al no estar acostumbrados a formas de vida civilizada. Por consiguiente, Roma tuvo que «crear» en estas zonas las primeras ciudades al no existir ninguna organización territorial supralocal, lo que explica la perduración del carácter disperso del hábitat y la alta proporción de elementos indígenas conservados en áreas rurales hasta fechas muy avanzadas del Imperio Romano, habiéndose mantenido algunas de estas creencias y formas de vida prerromanas durante la Edad Media e, incluso, hasta nuestros días.

La zona pirenaica: los Vascones.

Las regiones apartadas y montañosas de los Pirineos Occidentales mantuvieron formas de vida también muy primitivas, en parte semejantes a las señaladas en las zonas montañosas atlánticas, pero con la particularidad de que, al conservar una estructura cerrada poco permeable a los cambios, mantuvo elementos de un substrato étnico preindoeuropeo, por tanto de origen muy antiguo, que debe relacionarse con el actual mundo vasco. En efecto, en época prerromana, desde el Garona como límite de la Aquitania en el Suroeste de Francia hasta el Valle del Ebro, se hablarían lenguas que es difícil relacionar con las actualmente conocidas. Aunque se ha planteado su supuesta proximidad al ibérico, al bereber o a algunas lenguas caucásicas; este hecho más bien refleja el alejamiento de todas ellas respecto a las lenguas indoeuropeas, aunque el influjo de éstas se perciba desde fechas muy antiguas, seguramente desde el II milenio a.C.

En el I milenio a.C., resulta evidente la celtización de la Aquitania y la iberización cultural del Valle del Ebro, al mismo tiempo que elites celtibéricas parecen dominar las riberas de dicho río, proceso interrumpido por Roma, que encontró en los Vascones su aliado perfecto para contrarrestar la expansión celtibérica por esas zonas y frenar de este modo su creciente poderío.

Por ello, contrasta la diferente actitud ante los romanos de Vascones, Autrigones, Carisios, Várdulos y Cántabros. Los Bascones, aliados naturales de Roma contra los Celtíberos, mantuvieron sus ancestrales formas de vida al margen de la romanización en sus zonas montañosas, especialmente en la zona pirenaica occidental, la más impenetrable, hasta cristianizarse ya en plena Edad Media, lo que explica el interés que ofrecen los elementos de su peculiar lengua y cultura llegados hasta nuestros días. Por el contrario, en las áreas más abiertas, como el Valle del Ebro, los Vascones, al igual que Autrigones, Carisios, Várdulos, pueblos más o menos celtiberizados previamente que ocupaban el territorio del actual País Vasco y la parte septentrional de Burgos, fueron romanizados como los restantes pueblos circundantes. Sin embargo, los Cántabros, pueblo montañés de estirpe indoeuropea con formas de vida muy primitivas, fueron quienes ofrecieron la última y más enconada resistencia a Roma, hasta el punto que el mismo Augusto y con principales generales tuvo que participar en las terribles luchas para intentar dominarlos en su casi inaccesible territorio, lo que sólo se consiguió tras una auténtica guerra de exterminio que duró 20 años, ya que no estaban acostumbrados a ningún tipo de organización civilizada.

Conclusión: la Romanización.

Hispania, en época prerromana, ofrece un complejo cuadro etno-cultural como resultado de uno de los procesos de etnogénesis más interesantes de la Historia, siguiendo una tendencia general en su evolución hacia formas de vida urbana, pero con estadios muy diferentes según las diversas regiones. Este proceso explica el mosaico de pueblos y culturas que Roma encontró a su llegada, con el que tuvo que enfrentarse hasta vencerlas no sin resistencias, primero militarmente, y, después, culturalmente al irse imponiendo de forma paulatina pero inexorable la romanización, como una forma de vida más organizada de la sociedad humana.

A pesar de la aparente diversidad que supone dicho mosaico de culturas y pueblos, muchos aún insuficientemente conocidos, se evidencia una clara evolución general hacia estructuras sociales cada vez más civilizadas, hecho que explica en gran medida tanto los distintos procesos de etnogénesis como las unidades étnicas resultantes, en las que, a pesar de las evidentes diferencias existentes entre unas y otras, éstas muchas veces resultan ser más aparentes que profundas, si se analizan en conjunto con una perspectiva amplia y global para obtener una visión de síntesis válida.

Con ciertas tendencias variables según las diversas regiones, en la Hispania Prerromana se advierte un progreso general hacia un desarrollo cultural cada vez mayor, marcado por la aparición de elites rectoras desde los primeros contactos pre-coloniales, por su afianzamiento a lo largo de la Edad del Hierro al beneficiarse de los contactos con el mundo colonial con la introducción progresiva de nuevas fórmulas económicas, políticas e ideológicas para estructurar unas sociedades que resultan cada vez más complejas, que, finalmente, abocaron en una creciente tendencia, cada vez más inspirada en el helenismo, hacia formas de vida urbana. La última consecuencia y materialización de este proceso fue la inclusión de todos los territorios y pueblos hispanos en el Imperio Romano. Éste, con su gran labor civilizadora, unificó en gran medida territorios y gentes, permitiendo, en consecuencia, nuevas formas de desarrollo, comunes a amplias áreas del mundo civilizado.

Pero estos procesos incluyeron también paralelamente interesantes fenómenos de convivencia y de intercambios étnicos y culturales y, seguramente, casos de fagocitación, absorción y extinción de unos grupos por otros en un proceso de «selección cultural» en el que se irían imponiendo los más potentes o culturalmente más eficaces. En todo caso, es interesante comprender la importancia que tuvo la presencia y el influjo del mundo colonial de fenicios, griegos, púnicos y, finalmente, romanos, gracias a cuya presencia se fue abriendo un marco histórico cada vez más amplio y con mayor capacidad de evolución. Pero dichos contactos, aunque también supusieron fenómenos de desculturización de las poblaciones indígenas y, evidentemente, de destrucción en algunos casos, alcanzaron, finalmente, una muy eficaz simbiosis cultural, esencial para el proceso de nuestra evolución cultural, pues sin el contacto con Fenicia, Grecia y Roma difícilmente se comprende el proceso histórico de las gentes que habitaron posteriormente la Península Ibérica.

Por ello, este proceso de etnogénesis que finaliza con la presencia de Roma, al margen de su originalidad histórica irrepetible, ha contribuido a enriquecer la variedad cultural de las diversas regiones, dándoles, al mismo tiempo, una profunda unidad. En consecuencia, constituye un valioso punto de reflexión, humana e histórica, al ser una experiencia única de incalculable interés por su contribución a la formación de los pueblos y gentes que actualmente habitamos la Península Ibérica y por haberles dado una enriquecedora capacidad de asimilación y de difusión de influjos culturales, como posteriormente ha demostrado la Historia



Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

La REVOLUCIÓN de los CLAVELES.

La REVOLUCIÓN de los CLAVELES.

La revolución de los claveles (en portugués: Revolução dos Cravos) es el nombre dado al levantamiento militar del 25 de abril de 1974 que provocó la caida en Portugal de la dictadura salazarista que dominaba el país desde 1933, la más longeva de Europa. El fin de este régimen, conocido como Estado Novo, permitió que las últimas colonias portuguesas lograran su independencia tras una larga guerra colonial contra la metrópoli y que Portugal mismo se convirtiera en un estado de derecho democrático.

CONTEXTO.

A inicios de la década de 1970 el régimen autoritario del Estado Novo seguía pesando como una losa sobre Portugal. Su fundador, Antonio de Oliveira Salazar, fue destituido en 1968 por incapacidad y falleció en 1970. Vino a sustituirle Marcelo Caetano en la dirección del régimen. Cualquier intento de reforma política fue abortado debido a la propia inercia del régimen y al poder de su policia política, la Polícia internacional e de Defesa do Estado (PIDE).

El régimen se aislaba, envejecido y anquilosado, en un mundo occidental en la plena efervescencia social e intelectual de finales de la década de 1960. Mientras tanto, las colonias en Mozambique, Angola y en Guinea, arrastradas por los movimientos de descolonización, habían estallado en revueltas desde principios de la década y obligaban a Portugal a mantener por la fuerza de las armas el imperio portugués que estaba instalado en el imaginario de los ideólogos del régimen. Para ello, el país se vió abocado a invertir grandes esfuerzos en una guerra colonial de pacificación, actitud que contrastaba con el resto de potencias coloniales que trataban de asegurarse la salida del continente africano de la forma más conveniente.

La guerra colonial habia generado conflictos entre la sociedad civil y militar y todo esto mientras el modelo economico propugnado por el régimen hacía que el país permaneciera pobre y generara una fuerte emigración.

LA REVOLUCIÓN.

En febrero de 1974, Caetano es obligado por la vieja guardia del régimen a destituir al general António Spinola y a sus apoyos cuando trataba de modificar el curso de la politica colonial portuguesa, que habia llegado a ser demasiado costosa para el pais. En ese momento, en que se hacen visibles las divisiones existentes en el seno de la élite del régimen, un misterioso Movimento das Forças Armadas (MFA) elige llevar adelante una revolución. El movimiento nace secretamente en 1973 de la conspiración de algunos oficiales de extrema izquierda del ejército, radicalizados por el fracaso de la guerra colonial.

El 25 de abril de 1974, a las 00:25 horas, la Rádio Renascença transmite Grândola Vila Morena, una canción revolucionaria de José Afonso. Es la señal pactada por el MFA para ocupar los puntos estratégicos del país. Seis horas más tarde el régimen dictatorial se derrumba.

A pesar de los continuos llamamientos radiofónicos de los capitanes de abril (del MFA) a la población para que permaneciera en sus hogares, miles de portugueses ganaron las calles mezclándose con los militares sublevados. Uno de los hitos de aquellas concentraciones fue la marcha de las flores en Lisboa, caracterizada por una multitud pertrechada de claveles, la flor de temporada. Ese es el origen del nombre dado a esta revolución incruenta que, no obstante, arrojó un saldo de 4 muertos ocasionados por los disparos de la policia política contra manifestantes civiles. Caetano se refugió en el cuartel del Carmo, en Lisboa, que es cercado por el MFA, lo cual le empuja a aceptar entregar el poder al general Spinola, para evitar que el poder caiga en la calle. Caetano parte inmediatamente a exiliarse en Brasil.

Las acciones militares más relevantes del levantamiento fueron protagonizadas por el comandante Salgueiro Maia que, al frente de las fuerzas de la Escola Prática de Cavalaria ocupó el Terreiro do Paço a primeras horas de la mañana del dia 25. Posteriormente el comandante Maia llevó a cabo el cerco del cuartel del Carmo donde, con la renuncia de Caetano, se puso fin al régimen salazarista.

Las acciones del levantamiento fueron coordinadas por un puesto de mando establecido por Otelo Saraiva de Carvalho en el cuartel de la Pontinha.

CONSECUENCIAS.

Posteriormente al dia 25 fueron liberados los presos políticos de la prisión de Caxias. Se produjo también el retorno desde el exilio de los líderes políticos de la oposición. Al año se convocaron unas elecciones constituyentes y se estableció una democracia parlamentaria de corte occidental. Se dio fin a la guerra colonial y se garantizó la independencia de las colonias africanas antes de finalizar el año 1975. Tambien se realizaron nacionalizaciones de grandes empresas.

Duró dos años el periodo turbulento que siguió a la revolución de los claveles, caracterizado por luchas entre la izquierda y la derecha.

El dia 25 de abril es festividad nacional en Portugal y suele acoger conmemoraciones y celebraciones cívicas. Desde algunos sectores sociales se suele lamentar el abandono del inicial caracter izquierdista de la revolución. Asimismo, sectores derechistas minoritarios consideran que la revolución produjo resultados perniciosos para el país.


Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez.

El Código de Hammurabi.

El Código de Hammurabi.

En las culturas del Proximo Oriente Antiguo son los dioses quienes dictan las leyes a los hombres, por eso, las leyes son sagradas. En este caso es el dios Samash, el dios sol, dios de la Justicia , quien entrega las leyes al rey Hammurabi de Babilonia (1790-1750? a. C.), y así se representa en la imagen que figura sobre el conjunto escrito de leyes. De hecho, antes de la llegada de Hammurabi al poder, eran los sacerdotes del dios Samash los que ejercían como jueces pero Hammurabi estableció que fueran funcionarios del rey quienes realizaran esta trabajo, mermando así el poder de los sacerdotes y fortaleciendo el del propio monarca.

El código de leyes unifica los diferentes códigos existentes en las ciudades del imperio babilónico. Pretende establecer leyes aplicables en todos los casos, e impedir así que cada uno "tomara la justicia por su mano", pues sin ley escrita que los jueces hubieran de aplicar obligatoriamente, era fácil que cada uno actuase como más le conviniera.

"(...) entonces Anum y Enlil me designaron a mí, Hammurabi, príncipe piadoso, temeroso de mi dios, para que proclamase en el País el orden justo, para destruir al malvado y al perverso, para evitar que el fuerte oprima al débil, para que, como hace Shamash Señor del Sol, me alce sobre los hombres, ilumine el País y asegure el bienestar de las gentes.", se dice al principio del código.

"Cuando Marduk me encargó llevar el orden justo a las gentes y mostrar al País el buen camino, puse en la lengua del País la ley y la justicia y así fomento el bienestar de las gentes.
Por eso he dispuesto: (...)". En él hay leyes que regulan las relaciones comerciales, patrimoniales, etc, y también leyes que determinan lo que es delito y la pena que corresponde a cada delito. Sin embargo esto se hace sin ninguna sistematización, simplemente se suceden leyes que enumeran los posibles casos y lo que se debe obrar en consecuencia ("si ha pasado esto, se hará esto otro").

En el código no se distingue entre derecho civil y penal, es decir, se dan leyes que regulan los asuntos de la vida cotidiana y leyes que castigan los delitos. Se regulan el comercio, el trabajo asalariado los préstamos, los alquileres, las herencias, los divorcios, la propiedad, las penas por delitos de robo, asesinato, etc.

El texto del código también nos sirve para saber cuales eran los delitos más frecuentes en la época, pues un delito previsto será un hecho que acontece con relativa frecuencia. En las penas aplicadas a cada delito se distingue si hay intencionalidad o no, y cual es la "categoría de la víctima y la del agresor". Así la pena es mayor si se ha hecho adrede y menor si ha sido un accidente; mayor si la víctima es un hombre libre menor si es un esclavo.

La mayoría de las penas que aparecen en el código son pecuniarias (multas), aunque también existe pena de mutilación e incluso pena de muerte. En algunos casos la ley opta por aplicar talión, es decir, hacer al agresor lo mismo que él hizo a su víctima siempre que ambos sean de la misma "categoría".

Estos son algunos ejemplos de leyes extraidos del código de HAMMURABI:

--- "Si un hombre golpea a otro libre en una disputa y le causa una herida, aquel hombre jurará "Aseguro que no lo golpeé adrede" y pagará el médico".

--- "Si un hombre ha ejercido el bandidaje y se le encuentra, será condenado a muerte."

--- "Si un hombre ha acusado a otro hombre y le ha atribuido un asesinato y éste no ha sido probado en su contra, su acusador será condenado a muerte."

--- "Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo."
--- "Si revienta el ojo de un muskenu... pagará una mina de plata."
--- "Si ha reventado el ojo deun esclavo de un hombre libre, pagará la mitad de su precio (del precio del esclavo)".

Como se ve en estas leyes el talión sólo se aplica entre individuos de igual categoría. En caso de que el agresor se de una categoría superior a la de la víctima no se aplica talión sino que se condena a una pena pecuniaria. En el código de Hammurabi aparecen tres "catagorías de hombres: los libres, los esclavos y una categoría intermedia llamada "muskenu" que podrían ser siervos.

--- "Si un hombre conoce carnalmente a su hija, se desterrará a ese hombre de la ciudad."

--- "Si un hombre, tras la muerte de su padre, yace con su madre, se los quemará a ambos."

--- "Si un hijo ha golpeado a su padre se le cortará la mano".

--- "Si un hombre quiere desheredar a su hijo y afirma ante los jueces "Quiero desheredar a mi hijo", los jueces determinarán los hechos de su caso y, si él no ha demostrado las razones de la desheredación, el padre no puede desheredar a su hijo."

--- "Si una mujer odia a su marido y afirma "No harás uso carnal de mí", se determinarán los hechos de su caso en un juicio y, si se ha mantenido casta y sin falta en tanto que su marido es convicto de abandono y agravio, esa mujer no sufrirá castigo, tomará su dote (sheriktu) y marchará a la casa de su padre."

La dote (sheriktu) es siempre de la mujer, en caso de divorcio (como el contemplado ene esta ley) la recupera y si muere pasa a ser de sus hijos. La dote es lo que garantiza a la mujer su subsistencia, lo cual no significa que sea ella quien la administre con independencia, pues la mujer está siempre bajo la tutela de un varón, sea el marido, el padre u otro pariente.



Varias fuentes. Recopilación realizada por A. Torres Sánchez."