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Elección del próximo PAPA (carta abierta a la curia romana).

Elección del próximo PAPA  (carta abierta a la curia romana).

A:Sacro Colegio Cardenalicio de la Iglesia católica.

DE: R. Scott Appleby.

ASUNTO: Elección del próximo Papa.



En el siglo XXI, eminencias, la Iglesia católica debe abordar con energía tres retos relacionados y urgentes que amenazan la vitalidad y la importancia del cristianismo.

En primer lugar, me refiero a una secularización nueva y agresiva, introducida por la dinámica de la globalización. Tanto en las sociedades tradicionales como en las desarrolladas, el materialismo creciente está abriendo paso a un tipo de secularidad que es indiferente u hostil a la fe religiosa. Un segundo hecho fundamental que afecta de forma directa al futuro del catolicismo es la feroz lucha interna por el alma del islam, la gran religión mundial que es, a la vez, la principal rival del cristianismo en número de adeptos y su posible aliada contra un concepto puramente materialista del desarrollo humano. Y, en tercer lugar, la aparición de la ingeniería genética y otras formas de biotecnología resalta la necesidad de actualizar la educación y la competencia de la Iglesia católica en ciencia y bioética.

El pontífice que suceda a su santidad Juan Pablo II debe afrontar estos tres retos con audacia. Si el próximo Papa no concibe la relación entre estos problemas y sus raíces en el contexto de un debate histórico sobre el significado de la religión para la humanidad, el catolicismo será incapaz de ofrecer una alternativa viable a los extremismos, encarnados en la militancia religiosa intolerante y el materialismo egocéntrico de una sociedad mundial de consumo.

El reto del laicismo.

La idea de que la experiencia humana puede interpretarse mediante análisis puramente empíricos y sociales, sin ninguna referencia a la trascendencia de los orígenes y la orientación de la humanidad, no es nueva, desde luego. La reducción del ser humano a un objeto es la tentación constante del mundo moderno; no hay más que ver la degradación de la vida en las guerras, los genocidios, las salas de torturas y las desigualdades sociales a lo largo del siglo xx. Pero esta concepción errónea de la humanidad ha encontrado un poderoso complemento en la nueva globalización, llena de fuerza y que domina, en la actualidad, las relaciones económicas, políticas y culturales entre los pueblos. La mercantilización de las relaciones sociales, que convierte a los individuos en dientes de las ruedas de la industria y la política, está presente prácticamente en todas las modalidades de interacción humana, incluida la religión.

La Iglesia católica lleva más de un siglo lanzando advertencias contra la interpretación de la humanidad exclusivamente a través de conceptos extraídos de la biología, la economía y la psicología. Ha proclamado, con renovado vigor desde el pontificado de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II (1962-1965), que la fe en el carácter sagrado de la vida humana es el único fundamento seguro para proteger la dignidad del ser humano. En su labor de reafirmar esta piedra angular de las enseñanzas sociales del catolicismo, el próximo Papa tendrá que exhibir la misma fuerza y la creatividad que Juan Pablo II, que ha atravesado el mundo proclamando que la dignidad humana es el regalo de Dios a cada persona. La defensa de los derechos humanos, incluido el importantísimo derecho a la libertad de culto, debe seguir siendo el mensaje central del catolicismo al mundo. No es una tarea fácil: Karol Wojtyla recibió críticas cuando habló de la libertad religiosa en un viaje a India, donde los militantes hindúes le acusaron de practicar el proselitismo. Tampoco son bienvenidos los defensores de dicha libertad en bastiones del laicismo como las repúblicas postsoviéticas de Asia central o China, ni en naciones dominadas por una mayoría etnorreligiosa, como Arabia Saudí, Bosnia o Sri Lanka. La falta de popularidad y la desaprobación de los gobiernos no han detenido nunca a Wojtyla, y no deben detener a su sucesor.

Esta defensa fundamental de la dignidad y los derechos humanos es el fundamento moral de la evangelización. En su tarea de llevar el mensaje de Cristo a la gente, tanto a quienes han escuchado el Evangelio como a quienes no lo han hecho, Juan Pablo II rechazó de plano las alianzas con los Estados y su poder de coacción. Los concordatos con Estados-nación amigos -una amistad que, muchas veces, le costaba a la Iglesia un terrible precio moral y espiritual- pertenecen al pasado. El próximo Papa no puede volver a asociarse con ningún gobierno. La sociedad civil -la cuna de la autodeterminación política y el ámbito de expresión de la libertad humana en la cultura y la religión- es el medio en el que debe ponerse en práctica la misión divina de acercar Cristo al mundo y el mundo a Cristo.

El próximo Papa tiene que reconocer que la fe religiosa se ve como algo cada vez más contraproducente (en el mejor de los casos) desde el punto de vista de una sociedad seducida por la riqueza material, escéptica respecto a la verdad y recelosa del poder. En gran parte de Europa occidental, es frecuente que las afirmaciones de la identidad religiosa se reciban con desprecio y una incomprensión casi obstinada (valga como ejemplo los recelos que han despertado en Francia las chicas musulmanas por llevar velo a la escuela). En Irak, Siria, Indonesia, Malaisia, Argelia y partes de Latinoamérica, grupos religiosos de todo tipo han sufrido intimidaciones o clara persecución. En Estados Unidos, los cristianos conservadores se declaran partidarios de la libertad y la Carta de Derechos, pero sienten la tentación de regular lo que, en definitiva, sólo compete a Dios: la conciencia y los principios morales de sus conciudadanos.

Para la Iglesia católica sería desastroso capitular ante la globalización del libre mercado y, con ello, ganar el mundo pero perder el alma. Por tanto, el próximo Papa tiene que conservar la fuerza del discurso religioso -la peculiaridad del relato cristiano, con su escandalosa proclamación del perdón, el amor a los enemigos y la resurrección-, aunque lo traduzca para que llegue tanto a los de dentro como a los de fuera. Es preciso hacer que el argumento cristiano en defensa de los derechos humanos y el desarrollo equitativo sea reconocible para los dirigentes económicos y políticos, sobre todo aquellos para los que la fe no parece tener gran importancia. Proteger la dignidad humana y otorgar instrumentos económicos y políticos a los miles de millones de pobres a los que la globalización margina cada vez más debe ser una cuestión de política pública razonable, y no sólo de religión bien entendida.

El reto del islam.

"No hay obligación en la religión", dice el Corán, y el mundo islámico, hoy, intenta no coaccionar ni verse coaccionado. Esta realidad tiene que influir en la elección papal que posiblemente tengan que hacer ustedes dentro de poco. Desde luego, el próximo Papa debe mantener y extender las posturas adoptadas en el Concilio Vaticano II y promovidas por Juan Pablo II: el alejamiento del Estado en favor de la sociedad civil, de la teocracia en favor de la democracia y del exclusivismo religioso en favor de la libertad de culto. Pero, además, el próximo Papa debe tomar muy en serio al islam, principal rival mundial del cristianismo en la conquista de las almas de millones de africanos, asiáticos, europeos y, tal vez, americanos.

Las proyecciones demográficas más fiables indican que el cristianismo y el islam van a seguir creciendo de forma exponencial hasta que el hemisferio sur esté inundado con las modalidades pentecostales, carismáticas, militantes y sobrenaturalistas de ambas religiones. El historiador Philip Jenkins prevé una población mundial de 2.600 millones de cristianos en el año 2025, concentrada fundamentalmente en África, Asia y Latinoamérica. Según esas proyecciones, el islam crecerá a un ritmo similar en África y Asia. Hace mucho tiempo que el catolicismo europeo ya no es la forma dominante de expresión del cristianismo en el mundo; se ve eclipsado, cada vez más, por nuevas formas de piedad y solidaridad religiosas, creadas, en parte, por el contacto con el islam.

Ahora bien, la relación entre el islam y el cristianismo, las dos confesiones misioneras más poderosas del mundo, no se limita a la competencia y la rivalidad. El cristianismo tiene mucho que aprender de la experiencia moderna del islam, con su feroz resistencia a ciertas adaptaciones a la Ilustración, como la privatización de la religión y el muro de separación entre la religión y el Estado, y su desprecio hacia los agentes irreligiosos o indiferentes de la modernización. Los cristianos y musulmanes militantes se consideran el último bastión contra el agnosticismo de un mundo cada vez más laico. Ambos grupos expresan, con argumentos separados pero que resultan sorprendentemente afines, la crítica de que el materialismo que amenaza con arrebatar a la religión hasta el último atisbo de trascendencia es el producto más insidioso de la globalización.

El mundo pudo vislumbrar la posibilidad de una alianza entre el catolicismo y el islam durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994. Tanto los representantes del Vaticano como los clérigos musulmanes denunciaron partes del Programa de Acción para 20 años aprobado por los asistentes, entre ellas las relativas a políticas reproductivas basadas, sobre todo, en el control de natalidad y el aborto. Las voces más avanzadas, tanto laicas como religiosas, expresaron su temor y su desdén ante la perspectiva de una guerra mundial de culturas que enfrentara a las dos grandes religiones patriarcales contra las fuerzas progresistas de los países ricos, democráticos y liberalizados.

Para acallar esos temores, el próximo Papa deberá ser el arquitecto de un diálogo cristiano-musulmán del que surjan alternativas a las políticas y los programas que violan los principios de las enseñanzas sociales del catolicismo. Los valores religiosos musulmanes se prestan a esa construcción comunitaria de la sociedad, pero los especialistas en ética de las dos confesiones deberán trabajar para alcanzar posturas comunes en aspectos que van desde la guerra justa hasta el control de natalidad.

Cuando impulse este diálogo, el próximo Papa tiene que evitar, con inteligencia, errores como los que ha cometido la Iglesia en el mundo moderno, entre ellos la tendencia del Vaticano a mirar hacia otro lado cuando se encuentra con elementos fascistas y autoritarios en su propia casa y en la de su posible aliado. La rama extremista del islam político busca el poder de coacción y se esfuerza para superar lo que algunos detractores musulmanes han llamado la fascinación idólatra por el poder del Estado. La Iglesia católica ya ha pasado por ahí. ¿Qué tuvo que sacrificar, por el camino, de su testimonio religioso y su integridad espiritual? El próximo Papa tiene que elaborar una respuesta que resuene tanto en los oídos de los musulmanes devotos como en los que desprecian la religión.

El reto de la ciencia y la bioética.

El próximo pontificado debe prestar especial atención a la defensa de la vida humana, su carácter sagrado y su dignidad, y cargarse de razones para que se considere al cristianismo como una voz clave en el debate sobre investigación y experimentación científica. En noviembre de 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe (el organismo encargado de promover y salvaguardar la doctrina de la Iglesia) publicó una ’Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la participación de los católicos en la vida política’, dirigida a los obispos católicos, los políticos y otros seglares involucrados en la vida pública. "Una conciencia cristiana bien formada", proclamaba el documento, "no nos permite votar por un programa político o una ley individual que contradigan el contenido fundamental de la fe y la moral". Entre los aspectos sujetos a la ley moral, proseguía, se encuentran el aborto, la eutanasia y los experimentos con embriones humanos.

Con estas declaraciones, la Iglesia se sitúa en medio de un complejo debate público sobre la propia esencia de lo que significa ser humano y cómo se define dicha esencia a través de las decisiones éticas en la ciencia y la medicina. La complejidad creciente del debate sobre la vida y la muerte obliga a la Iglesia a mantenerse al día de la ciencia y la tecnología, cuyos avances establecen los términos a los que debe atenerse cualquier proclamación convincente de la moral cristiana.

La Iglesia católica tiene que superar los obstáculos de su reputación como enemiga habitual de la investigación científica sin ataduras y su lentitud a la hora de desarrollar un grupo propio de científicos de primera categoría que trabajen en las disciplinas que le interesan. Eso hace que la Iglesia no esté en buena situación para abordar los dilemas éticos suscitados por la clonación humana y otras formas de ingeniería genética.

¿Por qué no emprende el próximo Papa una ofensiva de educación científica? El caso Galileo y otros episodios negativos siguen despertando gran interés, pero las aportaciones de los científicos católicos, la actitud relativamente abierta respecto a la evolución (tras la resistencia inicial, a comienzos del siglo xx) y la aceptación de la libertad de cátedra pueden ayudar a reconstruir las energías y la respetabilidad de la Iglesia en este ámbito. Un buen punto de partida sería mejorar y actualizar la Academia Pontificia de Ciencias (un órgano independiente, dentro de la Santa Sede, que tiene libertad de investigación en disciplinas científicas concretas).

El próximo Papa debe dirigir con una actitud intelectual y de amplias miras esta tarea crucial de situar la teoría católica a la altura de las prácticas actuales y la transformación constante de los horizontes éticos. La Iglesia no puede permitirse el lujo de pontificar desde una plataforma de conocimientos que ha quedado obsoleta.

Las cualidades que debe poseer el próximo Papa.

¿Qué cualidades debe poseer el próximo Papa para afrontar estos retos? En realidad, poca cosa: nada más que un intelecto de gran capacidad, formado mediante la lectura y el estudio disciplinado, no sólo de la filosofía y la teología católicas, sino también de la política, la economía y la ciencia contemporáneas; un profundo conocimiento y una experiencia personal de las lenguas, las culturas, las leyes religiosas y las costumbres del mundo islámico; y una comprensión real sobre el estado de las instituciones católicas de enseñanza superior, junto a la voluntad de absorber nuevas enseñanzas y hallazgos del mundo de la biotecnología.

No hace falta decir que estaría bien que se fijaran en el ejemplo de Karol Wojtyla. Dado que Juan Pablo II ha nombrado a 130 de los 135 cardenales con derecho a votar en el próximo cónclave, seguramente este consejo parece innecesario; el mundo cuenta con que escojan a un Papa que siga los pasos de su jefe actual. Es más, si no hay ningún candidato que obtenga el apoyo de los dos tercios durante los 12 o 13 primeros días de votación secreta, podrían tomar la decisión, por mayoría, de elegir al Papa por mayoría simple. En ese caso, parece que saldrían beneficiados los candidatos que son más conocidos, es decir, los cardenales que han ocupado puestos de responsabilidad destacados durante el pontificado de Juan Pablo II.

Sin embargo, si la historia indica algo en cuanto a las elecciones papales, es la preferencia de los electores por cambiar de rumbo, sobre todo después de un papado prolongado. Y sería superfluo, para no hablar de teológicamente incorrecto, intentar encontrar a un sustituto de Karol Wojtyla. Nunca podremos reemplazar al Papa polaco, ni siquiera con otro Papa polaco, cuyo espíritu, en cualquier caso, se habría forjado en una realidad católica diferente en Polonia, un paisaje cambiado para siempre por su predecesor. Además, la Iglesia católica no cree en la clonación.

CONCLUSIÓN:

Les pido una tarea difícil: deben elegir a un Papa que pueda proclamar el evangelio a líderes políticos, economistas, responsables del Banco Mundial, ingenieros genéticos y especialistas en ética, secularizados y agnósticos, que recomiendan las decisiones en materia de vida y muerte. Deben elegir a un Papa que pueda mantener la independencia política de la Iglesia católica, ganada a pulso, y resistir la tentación de construir alianzas con los poderes profanos. Y deben elegir a un pontífice que reconozca las afinidades del catolicismo con el islam, evite verse involucrado con extremistas y forje una alianza de trabajo con los moderados que, como la Iglesia católica, pretenden influir en la cultura y la educación a largo plazo, y no hacerse directamente con el poder.

Algunos de ustedes tienen una o más de estas cualidades; para encontrar a la persona que las posea en abundancia será necesaria la ayuda del Espíritu Santo. Les deseo lo mejor, y rezaré por ustedes.

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